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Dentro de los recursos que ponemos a su disposición también hay varios que no entran en las clasificaciones anteriores como son programas de radio, entrevistas, cuentos y artículos varios que han salidos en diferentes medios y que pueden ser de utilidad por su contenido y diversidad.
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Colada en el sepulcro
Por un buen tiempo ya, cada vez que cierro los ojos y siento la presencia de Dios en mí, visualizo mi ser en una especie de caverna oscura, iluminada desde arriba por una suave luz de color turquesa, que arma un haz sobre mí, rodeándome y cubriéndome con un manto protector muy especial. Muchas veces he sentido como desde alguna parte –que no logro ver y que tampoco me atrevo a mirar- descienden por ahí las gracias, las inspiraciones, las caricias divinas que tanto anhelo. A veces son como estelas de luz que entran a raudales; otras, pequeños puntitos que van descendiendo como los cristales de nieve; otras veces estoy a oscuras y grita mi alma para que abran la compuerta, pero me dicen que yo misma la he cerrado por dentro.
Quizás podrían pensar que es un lugar tétrico por el hecho de ser oscuro, pero la verdad es de indescriptible belleza. Todo lo veo un poco borroso, porque creo soy una principiante muy inmadura en estas lides. Pero a veces he visto brillar parte de sus muros y parecen como cristales traslúcidos, llenos de hologramas de lugares preciosos o formas maravillosas, como acuarelas que no logro definir. Su aroma es –cómo decirlo- fresco, inspirador, vitalizador, hipnótico… Es como respirar paz y plenitud, que te hace estar en el presente como un niño, asombrado y expectante a la vez. La temperatura es perfecta; de hecho jamás he visto ropa en mí; estoy vestida por esta misma textura azul/turquesa con puntos brillantes, que me regala un estado de tranquilidad muy grande. Siempre que estoy aquí, estoy de cuclillas y mirando hacia lo alto, como en espera contemplativa. Y si pudiese describir el sabor que siento en este lugar, podría decir que es sabor a ternura amorosa. Se me endulza el alma como si estuviera de vuelta en un vientre divino, nutrida por todo lo que necesito para vivir sin necesitar nada más. Las pocas veces que he mirado alrededor, sólo he visto ese color turquesa maravilloso, que se mueve con pequeñas motas de azul más intenso, bailando como en una sustancia oleosa, semejante quizás a mirar el océano desde dentro. Ahí floto y fluyo en tiempo presente y sólo admiro esta belleza hasta cuando se desvanece o algo del mundo externo me distrae o reclama.
A veces veo destellos en los paredes de esta caverna y creo que son otras almas que visitan también este lugar. Siempre he sentido que hay mucha más gente aquí, pero no me atrevo a moverme por miedo a perder el haz de luz que tanto me alimenta y permanezco paciente para cuando ese encuentro se pueda producir. No podría decir que he escuchado sus voces, pero sí tengo la certeza que hay muchos más como yo que visitan este especie de santuario del Amor y que de alguna manera me abrazan. Siento su aliento amoroso sosteniéndome. Son infinitos en cantidad, pero con una sola frecuencia… Es como si bailáramos, lenta y cadenciosamente al vaivén de estas olas de amor.
Como decía, así me ha pasado muchas veces y se ha hecho una adicción en mí visitarlo ya que aquí recibo paz, respiro libertad y a veces obtengo respuestas o ideas que me sorprenden y alegran. Es aquí de donde surgen las imágenes que luego trato de plasmar con acrílicos, los cuentos para los niños, las conversaciones con adultos y las incipientes certezas de ser amada. Sin embargo, en estos últimos días algo distinto pasó y pude darme cuenta que este santuario va “moviéndose” por distintos escenarios de la historia y que los puedo presenciar. En esta caverna hay como puertas o ventanas que en instantes me llevan a otros espacios y lugares del tiempo y me hacen revivirlos en primera persona y poder conocerlos con mis propios sentidos. Fue así que me vi colada en el santo sepulcro una vez que depositaron ahí el cuerpo de mi Señor.
Desde ya el pudor me embarga al escribir, porque no me siento digna de haber aparecido en un lugar y un momento tan grande, tan sagrado, tan divino… No recuerdo haber entrado. De un segundo a otro, mi caverna de siempre ya no lo era y se hizo más oscura y el ambiente acogedor se enrareció. Comencé a observar para saber dónde estaba y lo primero que toqué fueron las paredes. No eran traslúcidas ni tenían imágenes lindas, eran rocas silentes y frías. Parecían doblarse de dolor y aunque no las oía, corrían lágrimas desde su interior que me alertaron de inmediato. Palpando las superficies vi algunos rastros de musgos o plantas tímidas, acostumbradas a la soledad y a la noche. Esas rocas eran antiguas; su aroma las delataba y parecía que los metales dentro de ellas, ya se habían esfumado. Sólo granito apretado por milenios para poder darle forma a esta cueva natural en la que ahora me encontraba. No se filtraba luz por ninguna rendija; por lo que rápidamente me acostumbre a la penumbra. Traté de escuchar por si había animales o las temidas arañas, pero no fui capaz de sentir ni un solo ser vivo en esa sarcófago de piedras. No sé porque de repente tuve la lucidez de captar dónde estaba y el alma se me salió del cuerpo (si es que eso es posible). Miré con ojos diferentes y de pronto ahí ya no hubo más noche y una luz muy brillante me iluminó el lugar donde estaba el cuerpo de Jesús. Parecía que la roca se había conmovido con el dolor de Dios y había hecho una abertura sin cortes para recoger a su hijo. La saliente no estaba más alta que unos 45 cm del suelo, pero era larga y delgada y acogía muy estrechamente el bulto de género que yo alcanzaba a ver desde mi posición. Permanecí por una eternidad así y pude ver el final de una historia macabra. Al principio se oían muy de lejos ladridos y aullidos de origen desconocido, armando una sinfonía terrorífica, pero de pronto el sonido también desapareció y todo se orquestó para poder contemplar como en cámara lenta al hijo de Dios recostado como si estuviera durmiendo. Tantas veces vi la misma silueta descansando en el campo, en la arena del desierto, en las camas sencillas de las casas de amigos, en la barca, en las flores silvestres, en esterillas tejidas con tanto amor para recibirlo, que esta visión de muerte no pude integrarla y fue así como viví lo que ahora describo.
Le rogué a Jesús que despertara sin emitir sonido con mis labios; era una súplica que salía desde adentro, pero que quedó suspendida en este aire que no se movía. Estaba todo detenido. Las telas con que habían cubierto el cuerpo fueron puestas con tanto cuidado y ternura que habían permitido hacer digno lo más indigno de la historia. Vi cómo se dibujaba su cabeza bajo un manto blanquecino que se había adherido como una segunda piel a sus contornos. Lo mismo sucedía con su tronco, sus brazos y sus piernas que se dibujaban con la belleza de siempre, pero inmóviles. No se levantaron de pronto, como cuando nos sorprendía a todos en la barca, pensando que realmente dormía. Veíamos esas manos con dedos largos y firmes que nos tapaban la boca para no hacer más preguntas y simplemente disfrutar del día y reírnos. Los pies tampoco se movieron aunque se los supliqué, como cuando me enseñaba a moler las uvas para hacer el vino o el lavado de ellos después del trabajo en el campo. Ahora todo estaba quieto, rígido y no se movían ni una milésima de su sitio. Por eso, no me quedó más que acercarme. Una vez más, quién soy yo para estar en presencia de algo tan sagrado y tan cargado de dolor. Al acercarme el aire parecía más denso, como si hubiese que cortar una jalea invisible gigante para avanzar. El cuerpo de Jesús me quedaba justo a la altura de mi cadera e intuí arrodillarme a su lado. Se veía tan grande y magnífico que parecía estar suspendido unos centímetros arriba de la roca. Los lienzos se traslucían de una luz muy brillante que emanaba a la altura de su pecho. Era como si un lazo invisible que viniese del cielo estuviera sosteniéndolo y cuidándolo mientras estaba en el mundo de la muerte. Cuánto extrañaba sentirlo vivo. Su risa era la que más me dolía en los oídos; sus abrazos me hacían falta y me adormecían los huesos de añoranza. Hasta su aroma se había esfumado entre tantas hierbas con que habían cubierto sus heridas y lavado su cabeza, por eso llevada por el amor, no me resistí –aunque pueda haber sido sacrilegio- a correr la tela que cubría su rostro. Ingenuamente creía que quizás ahí sus ojos volverían a mirarme y su cara a envolverme… El género que lo envolvía era suave, pero se sentían sus hilos tejidos por manos cariñosas. De alguna manera cada fibra se unía a mi mano y me condujo a los rostros de mujeres buenas y humildes que aprendieron su oficio desde muy pequeñas. Una vez más todo sucedía en cámara lenta y al correr este velo amoroso, vi su cara llena de paz, irradiando algo que podría no ser de este mundo. Cómo explicarlo. Había como dos capas superpuestas en su rostro. La más interna dejaba ver su cara con todos los horrores recibidos. Vi sus ojos hinchados, su boca destrozada, sus cejas cortadas, sus pómulos llenos de hematomas y su frente perforada. Estaba todo limpio y delicadamente ordenado, pero más parecía una máscara que la cara de mi Señor. Por eso me alegraba tanto el alma, ver que sobre esa piel había otra más. A milímetros de su piel visible, había un rostro más bello aún que el que conocí. Eran todas sus facciones, pero iluminadas por un aura brillante maravillosa. Estaban sus cejas gruesas, su nariz prominente, su mandíbula angulosa, sus labios semi gruesos, su mentón fuerte, sus párpados almendrados y sus pómulos altos, pero el conjunto era aún más atractivo que el de la montaña o el de Galilea. Había tanto amor en ese rostro que me saltó el corazón de contento como augurando lo que sabía iba a venir.
Me quedé contemplando y dando gracias por saber que el daño realizado no pudo con su porte divino y aunque nada se movía, ambos rostros superpuestos me recordaron que aun había esperanza. Me pregunté dónde estaba su alma porque aquí claramente sólo había quedado una pedazo del Cristo que conocí. Pasaron horas y todo seguía igual. Descubrí sus manos y una vez más se me quebró algo dentro. Ya no sangraban como en la cruz, pero la purificación hecha dejó al descubierto cuánto soportaron. No estaban frías ni rígidas; sólo que no estaban cargadas de esa fuerza tan grande que me impresionaba. Las puse en mis mejillas pidiéndoles un último milagro, pero sólo fueron receptáculo de mis lágrimas que no dejaban de rodar por ellas. Si bien también estaban rodeadas por un aura luminosa que titilaba por entre sus dedos, estaban muertas. Estaba muerto Jesús. Estaba ahí su cuerpo y no había en él ni un soplo de espíritu animándolo. Lo que sí estaba claro por el aire que respiraba es que tampoco este santuario se estaba malogrando. Al pasar las horas, el aroma se fue haciendo tierno y dulce, como el que recuerdo de mi caverna turquesa. Ahí no estaban operando las leyes terrenas; ahí algo grande y único se estaba gestando. Lo pude sentir incluso en las piedras que me sostenían bajo mis rodillas. Se sentía un palpitar suave que se venía acercando y que estaba haciendo florecer el entorno con una energía nueva y maravillosa. Aún con su mano en mis manos, cerré los ojos y recosté mi cabeza al borde de esta piedra sagrada, esperando que sucediera lo imposible…
Ahí en el sepulcro no había horas ni metros que medir, pero lo que parecía eterno y limitado, se comenzó a estirar y a desdibujarse sutilmente frente a mis ojos ya acostumbrados a esta aura divina que iluminaba todo. El suelo de loza parecida a la piedra pizarra, dejó de ser una superficie oscura e indefinida y se comenzó a iluminar con formas vivas. Parecían verdaderas venas y arterias tornando del azul al verde, que irrigaban capilares de la roca llenándola de energía. Noté que algo especial iba a pasar y me alejé unos metros del cuerpo que hasta ese momento estaba a mi lado. Las paredes de este santuario frío también se prendieron de pronto y se fueron iluminando como si tuviesen infinitas vetas de oro recorriéndolas desde adentro hacia fuera. Esta corriente se fue acelerando cada vez más y fue llenando de calor y de colores lo que hasta ese momento sólo era un útero más bien oscuro e inerte. Toda esa energía llegó también al sacado de la roca donde estaba recostado el cuerpo y comenzó a revestirlo de una especie de fuego que no quemaba, pero que encandilaba y me asustó. Era muy blanco; más incandescente que el que emana del sol. Por lo mismo no logré ver con claridad, pero tampoco pude dejar de mirar y tratar de entender lo que estaba sucediendo.
Cómo describirlo. Las capas de piel y huesos que podía percibir y tocar hasta hace unos segundos atrás, se multiplicaban y se fueron haciendo cada vez más grandes, más luminosas y cada vez más bellas. Eran como telas de luz casi imperceptibles al ojo, que se fueron superponiendo y amplificando el tamaño de su cuerpo y elevándolo lentamente de donde estaba. Seguía en posición horizontal, pero fue perdiendo sus límites. De repente, como si todo fuese una fusión nuclear lo que era una unidad se expandió en millones de pedacitos de luz que hicieron que el cuerpo desapareciera unos instantes de mis ojos. Sentí el impacto de la explosión y vi que mi alma fue arrojada con una suave violencia a los muros del sepulcro. La especie de jalea invisible que sostenía todo, se había vuelto un torbellino de partículas semejantes a las eléctricas y se movían con una velocidad que era imposible de detectar. Todo se había acelerado al máximo; era como un espiral de luces girando en miles de direcciones que envolvían las telas y las fueron deshaciendo sin destruirlas. Estos espirales de colores incandescentes estaban transformando la materia; lo podía sentir como corriente en mis huesos y en mis dientes. Todo vibraba y había un zumbido sordo que iba acompañando toda esta maniobra. Parecía un canto nuevo, sutil, pero no lo pude seguir. Así vislumbré cómo las capas que antes vi superpuestas, se estaban fundiendo e inyectando de espíritu a lo que antes estuvo muerto. Salía la fuerza desde el mismo interior del Señor como si se estuviese dando vueltas desde adentro hacia fuera. Podría explicarlo como cuando uno se saca una camisa y la da vuelta para ponérsela nuevamente. Jesús estaba haciendo algo parecido en esos momentos; estaba dando vueltas su vestimenta de humanidad y volviendo a ponerse su rostro divino. Vi muy dentro de él que estaba quedando habitado en sus entrañas por todas las cicatrices, heridas, torturas y sufrimientos provocados, pero también con todas las alegrías y vivencias sensoriales de haber vivido con nosotros. Se llevaba prendido en su corazón mis risas y los bailes; las fiestas y los sueños; llevaba sellado en la piel de sus manos todo el cariño y el trabajo juntos; llevaba grabado en sus ojos humanos los paisajes bellos y las miserias humanas. Me y nos llevaba a todos como si estuviésemos adheridos a los poros de su piel. Sin embargo, todo eso quedaba en su interior. Por fuera se estaba revistiendo de una túnica amorosa que tenía colores que no conozco. Tenía facciones, piel, huesos y facciones, pero de una materia traslucida y menos densa que la que dejó oculta dentro de sí. Este nuevo aspecto de Jesús lo pude ver, pero no tenía límites. Estaba, pero también se expandía por todo el sepulcro como si fuese una unidad con todo y con todos. Su nueva presencia también me habitaba de alguna forma para mi misteriosa. Era él, pero estaba dentro de mí al mismo tiempo, llenándome de un gozo que también me explotaba por dentro, pero con paz. Por eso que al dirigirme la mirada, supe que ya nunca más estaría sola; que él desde ese instante estaba sumándose a mi ADN espiritual. Estaba prendido en esas capas de mi piel que me son invisibles, pero que sé existen. Su mirada era el haz de luz que tanto me atraía desde mi caverna turquesa y que me ha traído hasta aquí para que conozca y comprenda cómo actúa el Espíritu Santo. Me hablaba al corazón y me dijo que volviera, que ya había visto suficiente, pero que no olvidara que él resucita así en cada instante que respiro. Que sus “partículas” de luz siguen irradiando y manteniéndome viva ahora que escribo esta visita. Que la fuerza de la resurrección es la chispa que debo buscar en toda mi vida; que la debo auscultar en todo ser y que la debo hacer crecer para que muchos más la contemplen y así den gloria a Dios. Sin embargo, antes de irme, no pude frenar el impulso de correr a sus brazos y apretarlo hacia mí como antes. La ternura era la misma de siempre, su palpitar era fuerte y lo retuve en mis oídos como un tesoro, sin embargo la fuerza era nueva. Sentí que había dejado de ser sólo un hombre; se había convertido en una persona divina sin límites, sin tiempo, sin contornos que me permitieran capturarlo solamente para mí. Se había dado a toda la humanidad y se sentía en él toda esa vida vibrando junto a mí. Ahí fue cuando fui yo la que me convertí en una ínfima partícula que se sumó a él y me fundí con su esencia amorosa. Soy parte de Cristo; un punto dentro de su infinitud que brilla y vive en él, con él, por él.
Trini Ried G
Enero 2015.
Dónde quedaron tus sandalias Señor
Recién han bajado los maderos a tierra y el lugar ya se ha vuelto santo. Tu sangre ha sido derramada en él y hasta el polvo y las rocas se han quedado enmudecidos por tanta injusticia, tanta entrega, tanto dolor. En ningún otro punto de este mundo ni en ninguna otra época de la historia unos cuantos metros de superficie, se han llenado de tanto amor.
Hasta ahora ese aroma dulzón, de fierro y tierra golpeada, aprieta el alma de la humanidad, rigidiza el cuerpo de todo ser consciente y no permite a nadie que lo sienta, seguir de largo sin detenerse ante tu sacrificio y el horror.
Los hombres han soltado los clavos con estruendos macabros y nos han entregado el cuerpo donde tu habitaste. En ese pedazo de carne y huesos destrozados evidentemente ya no estás tú, pero al limpiarlo y prepararlo para su descanso, es inevitable recorrer tu vida, tu pasión, tu muerte y esperar tu resurrección.
La roca de purificación es grande, una loza de mármol rosa, gris y blanca donde tu porte cabe sin objeción. Yace inerte, como un trapo sucio, lleno de sangre y sudor, por lo que traemos el agua de hierbas que preparamos para la temida ocasión.
Ni el romero ni la salvia abundante, ni el aceite, ni la verbena ni el alcanfor, son suficientes ahora para revertir en algo la maldad que refleja tu cuerpo: hedor de sufrimiento, un destilado granate de dolor.
Cada uno de los testigos de este macabro rito de salvación, hemos traído pequeñas esponjas de lino y algodón. Pero nadie se atreve a tocarte porque un halo de espíritu y misterio nos sobrepasa… El bulto que dejaron tras de ti, se ha vuelto sagrado, cuerpo místico, templo de Dios.
Es tu madre la que nos alienta y con señas nos indica qué hacer. Ella y algunas mujeres se encargarán de tu rostro convertido en una máscara macabra. Otros ya comienzan a tomar tu tronco y los brazos convertidos en hilachas de piel despedazadas por perros rabiosos. Agradezco la orden de hacerme cargo de purificar tus piernas, ya que creo no soportaría contemplar tanta belleza hecha trizas, tanta bondad cubierta de crueldad.
Intento fijar mi vista en cada pedazo que debo lavar. Tomo mi esponja como ofrenda y me dispongo a partir con tu pierna derecha. La unto en hierbas y hago el primer recorrido por el tejido de lo que fue un músculo. Pero algo raro me sucede; no más tocar tu cuerpo santo, mi espíritu se escapa contigo y comienzo a revivir toda la maravilla que vivimos juntos. Tanta alegría, tanta locura linda, tanta bendición…
Mientras el líquido purpúreo va corriendo por la loza y por mis manos, volvemos a Nazaret. Tus piernas fuertes apoyan los tablones del taller de tu padre, recorren los campos de trigo, pasean los rebaños y caminan descalzos por las viñas de por ahí.
Un nuevo vaciado macabro de mi esponja, me lleva a Galilea. Tus piernas se hunden en la arena, se bañan en la barca, ascienden con esfuerzo las montañas, bailan alrededor de una fogata de amigos, se calzan para entrar en la sinagoga, se cansan para ir a sanar a muchos, se sientan a mirar el atardecer, el cielo, se aprestan para salir a pescar.
El llanto de las mujeres me vuelve a aquí. Miro horrorizada lo que los clavos de fierro hicieron en tus tobillos y me uno silenciosamente a su pesar. Ellos también se resistieron a provocarte tanto sufrimiento, pero la saña del asesino pudo más.
Respiro sin oxigenarme, porque tu muerte me ahoga hasta las entrañas, sin embargo me animo al ver el rostro tranquilo de tu madre, María. Dios mío cómo tanta fortaleza y paz al contemplar a su niño, al hombre convertido en una víctima y sacrificio animal. Sin duda, está llena de gracia y su belleza inunda el lugar.
Así recobro la fuerza y vuelvo a tocarte con tierna devoción; tengo en mis manos las ofrendas del hijo del hombre que me han dejado para purificar. Y así el tejido se vuelve a llenar de tu sangre, pero ya no la huelo ni lo veo más… Nuevamente estoy viajando contigo y tus piernas longilíneas, de músculos firmes y fuertes, de cabellos abundantes y enrulados de color chocolate, me llevan al desierto, me sumergen en el río Jordán y me muestran diferentes pueblos en los que cada vez te sigue más gente; se acercan más enfermos y tienes mucho más que andar.
Tus piernas duermen a la intemperie, se descansan en el mar, se alimentan de peces, de aves y de los regalos que te vienen a entregar. Pero sólo los dos juntos subimos a la montaña cuando quieres orar; ahí nadie nos sigue y puedes estar en paz. Yo te contemplo admirada, cómo tanta belleza, tan sabiduría, tanta bondad.
Tu alma se te escapa del cuerpo y te vas a otro lugar. No puedo seguirte, no puedo escuchar, pero sé que hablas con tu padre/madre que te viene a acunar. Lo sé por la energía que irradia de tu cuerpo, el que apenas me atrevo a mirar. Prefiero arrodillarme a tu lado y dejarme envolver por todo lo que llevas dentro y que encanta mi alma sin más. Quiero que el sol se detenga y nada ni nadie nos haga bajar.
Pero nuevos gritos de horror me traen de vuelta; han visto tu pecho perforado y algunos no se logran aguantar. Yo sigo con mi tarea, sin mirar, ya que tu pierna derecha, perforada y desollada a latigazos, ya logro visualizar. Es tu pie donde me detengo ahora y es él quien me permite viajar.
Con tu tobillo en mis manos siento cada uno de tus pasos palpitar; viene a mi cuando elegiste a tus discípulos y cuando calmaste la tempestad; recuerdo la resurrección de Lázaro y el lavado de perfume de la mujer arrepentida; siento el baile en Caná y los peldaños del templo cuando aún eras bien recibido al entrar; siento cómo vibran con tu risa y cuánto se te acercaban los niños para conversar. Ellos jugaban con tus sandalias y tu las volvías a amarrar. Por mientras dibujabas en el suelo y les tratabas de enseñar.
Tus dedos no los reconozco y por eso cierro los ojos para limpiar; parecen pequeños trocitos de madera machacados; tan lejanos a los dedos largos y llenos de carácter que recuerdo sin cesar. Tu pie era majestuoso, su estampa jamás la podré olvidar. Ni tan grande ni pequeño, pero lleno de autoridad al andar. Los recuerdo subiendo a la montura sencilla de un burro o jugando con los jóvenes del lugar. También me encantaba cómo los girabas cuando ya exhaustos no querían caminar más.
Estremecida por el viaje al que me has llevado, dejo tu pierna y tu pie derecho sobre la loza de roca que parece abrirse con ternura para ti. Ya no cae más sangre de ella; la he limpiado cuidadosamente y la tarea aparentemente acaba aquí. La pongo como si fuera mi hijo, desgarrándome por dentro en el peor parto que puedo imaginar. la imagen de laceraciones, llagas, roces y quebrantos sin igual, ha permitido que nazca la vida y que se salve la humanidad.
Parto recogiendo la otra pierna y lo pongo sobre mi regazo. La recuerdo ahora soportando todo el peso de tu cuerpo en la cruz y veo que el esfuerzo sobrehumano quedó marcado en cada fibra de tu carne. Ni siquiera las costras recién secas de las múltiples heridas logran esconder las horas de suplicio, la agonía para poder inspirar aunque fuera un segundo más de vida. Ay mi Señor, cómo pudiste aguantar..
Trato de acunarla en el vano intento de sanarla, de revivirla, de volver a tenerla tibia junto a mí. Cuántas horas lloré pegada a ella, cuando aún estabas con vida y me mirabas con tanta ternura, con tanto amor. Recuerdo tus ojos hinchados en sangre, apenas abiertos, cabizbajos de dolor. Pero aún así divisaba en ellos el verde turquesa del mar de Galilea; me regalabas vida en medio de tu muerte; confianza en la incertidumbre total.
Mi rostro en el Gólgota se fundió con tu pie, a tus dedos, a tus uñas grandes, al sabor de la corriente granate que los teñía sin descanso dejando fuera el blanco dorado de tu piel.
Tu piel era efectivamente del color del ocaso. Como la arena del desierto, llena de brillo, de un tostado maravilloso que revelaba tus jornadas de trabajo, tu peregrinaje por Palestina, tus oraciones al ponerse el sol. Me gustaba tanto cuando se enrojecían tus mejillas, parecías un niño de oro con dos estrellas turquesas increíbles emergiendo de tu rostro. Qué paz insondable veía en tu cara; eras capaz de amar y luchar con tanta intensidad.
Tus tobillos eran fuertes y enérgicos; los recuerdo moverse furiosos en el templo sacando todo lo impuro, lo corrupto, la estupidez humana…todo volaba en ese lugar. Yo me escondí detrás de los pilares de piedra que fueron testigos conmigo de la furia de Dios. Los gritos tuyos y los de los comerciantes se unieron en un momento desgarrador que asustó a los mismos cielos e hizo temblar a Jerusalén.
Tus tobillos son los mismos que ahora están sin vida en mis manos y de los que no me puedo desprender. Recuerdo todas esas horas en que hasta el cielo se nubló y la lluvia cayó, que aunque sabía que era inútil, no paré de acariciarte y traspasarte todo mi amor. Anhelaba regalarte aunque fuese un poco de delicadeza y cuidado ante tanta bestialidad y rudeza. A mi boca y mi rostro resbalaba tu sangre y yo sólo quería quererte, que terminara tu agonía y que pudieras descansar al fin.
Lo mismo hago ahora cuando ya no me queda ni una pizca de esperanza en mi ser; tu santa sangre aún degusto en mi boca y aborrezco al hombre que tanto daño te pudo hacer. Pero tu dijiste fuerte y claro y yo lo escuché: “perdónalos Padre, que no saben lo que hacen”.
Tu pierna izquierda se ha vuelto piedra en mí. Ni siquiera mis lágrimas logran limpiarla y el aliento de muerte queda grabado en mí. Recojo nuevamente mi esponja ya teñida completamente y renuevo la tarea de rehacer un cuerpo digno para ti.
Parto por la pantorrilla que tantas veces descansé con ungüentos y aromas. Cómo olvidar cuando ya anocheciendo regresabas cansado del campo o cuando las muchedumbres te obligaban a estar de pie. Intento masajear ese músculo que tantas veces toqué, pero ahora el viaje se ha vuelto tenebroso; me lleva donde nunca quise; a tu agonía; a ese juicio siniestro que nunca debiste merecer.
Al primer enjuague veo tu ascenso al monte; los olivos están silenciosos y asustados igual que tú. Tu pie sube a tropiezos y trata de boicotear el paso; no quiere ver lo que el futuro trae antes del amanecer.
Amarras tu sandalia para que no moleste y te hincas casi sin aliento, casi sin fe. Tu pie se une con la tierra y ella trata de aferrarse a él. Pero vienen los siervos rabiosos, los enviados de la venganza, que te arrastran sin piedad y sin ley. Todo lo contempla el maligno que celebra su triunfo orgulloso. El cree que concreta su venganza y que te ha vencido al fin. Yo me escondo detrás del madero viejo; soy una más de las que arranca, temo por mi vida, le temo a él.
Tu pie es llevado a tirones por los peldaños que atraviesan los muros de la ciudad que te verá perecer. Son altos y empinados, están fríos y solitarios, pero resuenan llenos de ecos de miedo cuando pasas por él. Todos van muy agitados, pero yo veo tu silencio, tu cara ya entregada observando por encima de todo esta cacería del hijo del Rey.
Al intentar limpiar tus tobillos, una vez más el dolor me atraviesa y una lanza se me clava en el corazón. Veo las marcas de los gruesos grilletes que te atraparon como a una bestia y las pesadas cadenas que te entramparon el andar. Y ahí es cuando recién me doy cuenta: alguien te ha sacado las sandalias mi Señor.
Las busco desesperadas en los calabozos del palacio de Caifás, pero sólo veo el trazo espeluznante de tu sangre marcada en ese piso blanco de piedra mientras te llevan a ese cubículo frío y oscuro que se cargó para siempre con tu ser. Ahí estuvimos toda la noche, escuchando gritos, orando y soportando la indignidad descalzo y oyendo todos los improperios para una rey.
Tus piernas se doblaron en esta tu última noche; se agarrotaron de cansancio, se adormecieron de dolor. Un balde de agua fría y sucia te mojó al amanecer. Ahí recién comenzaba el calvario que quedaría grabado en tu piel.
Ahora cuando intento limpiar tu preciosa sangre y recuperar terreno para tu piel, sigo pensando en tu calzado que nunca más logró aparecer y en cuánta historia se perdió con él.
De la casa de Caifás te seguí donde Pilatos y su terrible juicio escuché. Una vez más me fijé en tus pies descalzos atados y por tus sandalias pregunté y es que ingenuamente quería aliviarte el sufrimiento de caminar así por las calles de Jerusalén. Pero ya nadie escuchaba nada y el circo más macabro del mundo comenzaba.
La misma pierna a la que ahora intento sacarle el granate, fue la que te sostuvo en tierra durante el flagelo del látigo, la corona, la burla y la estupidez. Estoica recibió cada ataque mientras saltaba carne de tu ser. Cada golpe era un cavado en tu alma, una ráfaga de sufrimiento en tu piel; cada sonido un crujido que iba transformando al hombre en una evidencia de la crueldad sin ley.
Seguí tu camino paso a paso, tembloroso y cansado subiendo al Gólgota; apenas levantabas ya la cabeza; una maraña de espinas, cabellos y moretones. Cada piedra del camino con el peso del madero se clavó aún más fuerte en tus adoloridos pies. De mucho te hubiesen servido las sandalias que jamás encontré.
Ya todos están que terminan la triste tarea de volver a ponerte bien y yo ya llegó en este momento a limpiar la planta de tus hermosos pies. Sólo puedo llorar amargamente al ver el panorama azul y escarlata que tengo frente a mi.
Cuánto suplicio te habita, cuánta sangre maltratada recorrió tu ser, cuanta célula convertida en masa informe, cuánta venganza transita por doquier. No logro ver tus pies caminando en la arena, tampoco veo tu baile ni tus juegos, ni tu arte ni tu atardecer… Sólo veo el empeine ensangrentado, aferrado a mi vida, aferrada a tus pies…
¿Dónde quedaron tus sandalias Jesús? ¿quién se las llevó? ¿o quedaron tiradas en la calle como un resto viejo e irreconocible del hijo de Dios?. Quisiera ahora calzártelas junto a tu vestido de lino blanco jaspeado de tonos azulosos y beige. Está todo listo para enterrarte, pero tu mi Señor, vas descalzo, como un niño recién nacido de vuelta al vientre de tu madre que te vio nacer.
En sollozos entregó tus piernas para el entierro; parece que ha llegado el fin. Va tu madre delante de todos y veo sus lagrimas caer sobre ti. Era imposible que se resistiera tanto al ver tu cuerpo así. El trabajo silencioso de todos ha revelado sin desliz la maldad más grande del hombre, toda concentrada en ti.
El lino con que te han envuelto cubre las marcas y la humillación vivida, ocultando la barbarie y la locura de la cruz. Los hombres alzan tu cuerpo santo sin fuerzas y sin porvenir. Sus rostros sólo miran al suelo; yacen derrotados junto a ti. Y es ahora que te elevan como en una procesión, entre medio de esos géneros santos, que vuelvo a ver tu silueta, tu estampa, tu figura de rey. Sólo pareces dormido, como en la barca, como en el campo, como en el Monte Sinaí. Te imagino que te levantas como la niña de Jairo, como Lázaro y cómo tantos que vi. Pero no… te llevan y ya no estás aquí.
La caravana se aleja y se va sin mí; sólo lamento no haberte calzado con tus sandalias ya que tus pies me miran desde lejos y su estela de sangre llega por el aire hasta mí.
Perdóname Jesús mío porque yo también estuve ahí. Fui cómplice de la locura y a tu muerte y sangre contribuí. Sólo quise redimir mi falta, volver a tomar tus pies heridos y ofrecerte arrepentida mi amor. Probablemente fui yo misma quien te quitó tus zapatos y quien los escondió.
Desabollando cuencos con amor
Imaginemos que nuestro ser se asemeja a un gran cuenco metálico, de forma única y singular por donde sopla el Espíritu Santo y nos hace aportar –con nuestra disposición- de un tono y melodía a la humanidad. Así cada ser humano es un cuenco maravilloso donde la voz del Señor viene a manifestarse haciendo –en su conjunto- un gran coro y orquesta del amor.
Todos los cuencos, sin excepción, a temprana edad comienzan a recibir pequeños golpecitos que abollan suavemente su superficie , pero pasan a ser meros temples para que su melodía y tono suene mejor. Siguen siendo fieles al sueño del creador.
Sin embargo, hay algunos cuya vida les da golpes tan fuertes a su dimensión corporal –y por ende impacta a todas las demás- que el espíritu queda realmente casi con pérdida total. Vistos desde adentro -por los ojos del Señor- lo que antes era una ánfora perfecta y reluciente –por responsabilidades humanas- adquiere abolladuras tan profundas y hendiduras tan grandes, que todo el amor que Dios le prodiga, se pierde entre las grietas. Este tipo de almas –que han sido víctimas inocentes de la maldad- no pueden resonar la versión bella y original con que se les creó.
Una inmensa mayoría de estas almas heridas, transitan como carrocerías post colisión múltiple y sobreviven y mueren finalmente sin conocer el verdadero amor y la plenitud de su misión. En la autopercepción de estas almas jamás ellas serán dignas de recibir amor –ni natural ni sobrenatural- y vivirán siempre en la búsqueda angustiosa y la eterna decepción, ya que aunque sean genuinamente amados, son incapaces de creer que eso puede ser verdad para ellas.
Dudan de todos los samaritanos y sobre todo dudan de sí mismos y se van desangrando de a poco, ya sea por la infección de sus propias heridas o por un entendible herir a otros como protección y/o auto boicot.
Desabollar un cántaro –sin quebrarlo- requiere de un trabajo complejo que implica fuerza para poder revertir el golpe recibido y poner la estructura en su lugar original, y a la vez necesita mucha suavidad y ternura para que resista al impacto y se entregue con docilidad a quien lo quiere sanar.
Por eso pocas almas se pueden sanar; la mayoría desiste y se resigna a llenarse de capas y capas que no hacen más que afear su belleza original; pero están también aquellas que buscan y buscan sin cesar, intuyendo una presencia más grande que la propia y se entregan temerariamente a la aventura de reencontrar al Dios padre que los creó.
Estas almas sí tienen una oportunidad si se dejan conducir y llevar nuevamente por el espíritu santo, su bondad y humildad. Su caminar no será nada fácil y creerán desfallecer abolladas y desangradas en la misma soledad, hasta que un día un ángel les anuncie la buena noticia y les acompañe al taller de desabolladora espiritual.
Ya en el lugar y como todo metal fino, Dios desde muy adentro comienza el trabajo del orfebre. Para ello lo primero que hace es templar el corazón (corazones anestesiados y fríos son los más propensos a quebrarse y/o a congelarse definitivamente). El amor es el fuego que Dios comienza a encender para poder trabajar.
Tiene que ser a una temperatura que todo lo ablande y pueda fluir, pero sin quemar todo, porque o sino el cuenco y la persona acabarán ardiendo en la eternidad. Debe ir midiendo permanentemente el fuego para poder golpear desde adentro, pero sin quebrar sino todo se sale de su cauce y el remedio será peor que la enfermedad.
Como este arte es de alta complejidad, siempre el Señor pide ayuda de un externo que haga las veces de aprendiz en el arte de tallar. Como buen artesano, Dios sabe que a igual profundidad del abollón, debe revertir el golpe recibido, propinando también un golpe intensísimo de amor, que el ayudante pueda a su vez aplacar desde afuera, para no reventar con su poder a la pobre alma que rendida está.
No se puede sanar con amores acuarelados o golpes suavecitos, porque eso no dobla el metal; Dios utiliza sólo amor fuerte e intenso para revertir la maldad con bondad.
El alma que está siendo reparada desde adentro y contenida por fuera, se desconoce a si misma y no sabe cómo actuar. Siente el calor que le quema, siente el impacto interno y la contención externa y no atina bien aún cómo cantar sin desentonar.
Sabe ciertamente que no puede quemar al ayudante, porque sería injusto y triste además. No puede abrazar al Dios que lo quema por dentro y sólo ve su reflejo en los ojos del alma que lo acuna con tanta amabilidad.
Así sólo la iniciación en la certeza de ser amado, puede al cuenco permitirle recobrar su identidad. Comienza a recorrer los rincones más escondidos de su alma y sólo comienza a contemplar cosas bellas y mucha creatividad.
Aunque le sea misterioso el porqué y el cómo, Dios está intercediendo fuertemente en su recuperación e integración total. Recién el espíritu saborea que su corporalidad es hermosa y motivo de deseo y cuidado de la misma divinidad.
Este mismo descubrimiento lo llena de luz, de gozo y de una preciosa filialidad. Por primera vez sabe y siente lo que es no estar solo y percibe la presencia amorosa del Señor que lo bendice y celebra con esta su nueva y antigua humanidad.
El cántaro tan dañado que jamás se sintió digno de amor, ahora brilla de contento y explota de ansias en el amar. Tanto ha recibido por dentro y tanto le han donado desde afuera, que no sabe cómo tanta dicha retornar.
Todo lo que le rodea le parece nuevo y motivo para celebrar; Jesús le ha hecho renacer en el espíritu y no sabe cómo empezar de nuevo a respirar.
Los abollones del alma serán de ahora en adelante sólo trofeos de una guerra que Dios ganó. El proyecto original fue recuperado y hoy suena más bello que nunca y se atreve a cantar.
Que nadie nunca más lo haga callar porque ya se supo digno de todo el amor y divina majestad. El cuenco roto y golpeado se ha reparado a punta de amor intenso que lo ha hecho brillar. Pase lo que pase en adelante, esa certeza ya selló su corazón y Dios lo ha planificado para el desarrollo de su misión.
Los cuencos reparados del daño y la maldad, son los que mejor pueden ser ayudantes para otros que experimenten la misma necesidad.
Por favor, no cabe sentirse culpable si de misteriosa forma Dios la vino a reparar. También fue inesperado el asalto del abuso y de la maldad. La cruz fue saciada con la fuerza de la resurrección y esta no es otra cosa que el impacto del amor encarnado en Cristo para cada alma que había que desabollar.
Hoy el mundo celebra la vida y el triunfo del Señor, yo lo siento vivo y reinando en mi corazón.
Resucitó porque creo finalmente que me ama y soy capaz de sentir sus caricias y presencia en todo y en todos como el mismo sol.
Resucitó porque siento que mi voz vale la pena que cante y que cumpla la misión que el Señor soñó.
Resucitó porque toda creatura me enternece y me llama a la acción; que no haya día en que no me entregue con toda mi fuerza y devoción.
Resucitó porque soy capaz de amar con intensidad y libertad; no en completa paz porque aún no regulo bien el fuego, pero que Dios en eso también me cuidará.
Resucitó porque veo belleza en mi y a mi alrededor; veo que Dios no hizo porquerías y que en mi alma va un reflejo de su esencia y amor.
Resucitó porque siento una energía inagotable para fundirme en la construcción del reino de la misericordia y el perdón.
Resucitó porque siento que mi ignorancia y miseria no importan; que el Espíritu Santo es mucho más grande que yo.
Resucitó porque me siento viva degustando los labios del Señor en toda la creación.
Resucitó porque tengo hoy la certeza de ser su amada y protegida, sacada del basural y del montón.
Resucitó porque el aire que respiro me huele a su presencia y todas las vibraciones de vida sintonizan en la misma frecuencia de armonía y redención.
Resucitó porque siento la fuerza para luchar y dar la vida por alimentar la luz y la liberación.
Me rindo a los pies del amado porque siento que mi espíritu ya está en proceso de rehabilitación. Gracias por todo lo donado y por el don de amar a otras almas abolladas como yo. Bendícenos y cuídanos a cada uno y protege cada paso para que todo y cada cosa sea solo para tu mayor gloria y honor.
Amén.
Bora Bora, marzo 2016.
La Cruz del Cordero
Es curioso cómo muchas veces repetimos y repetimos frases que entran y salen de nuestra garganta como si fueran obvias, pero no logran adentrarse en el corazón ni logramos adueñarnos de su significado en carne propia.
Dentro de varias, una que siempre llamó mi atención desde que era pequeña, era que a Jesús se le llamara “el cordero de Dios y que quitara el pecado del mundo”. En mi inocencia máxima desconociendo el concepto de pecado, llegué a pensar que era alguien malo porque nos arrebataba algo.
Probablemente con mis pies aún no alcanzaban a divisar el altar, pero entusiasta cantaba a voz en cuello, esperando el momento que este extraño personaje –a pesar de todo- nos regalaba la paz. No pasó mucho tiempo y luego, una persistente enseñanza religiosa muy conservadora, me grabó el pecado como tatuaje en mi frente y me sentenció como el choapino del mundo. Por los que no saben, es esa alfombra rústica donde uno se limpia los zapatos.
El acento español del sacerdote no logró convencer mis oídos y menos mi corazón; cómo Dios me había hecho para que me pisaran y otros dejaran su mugre…
Así la frase quedó a medias y el tierno cordero –retratado pulcramente en tanta imagen- sobrevivió por años en mi mente, como un elemento higiénico de este canto, libre de todo lo que traía urdido en cada hebra de su suave lanilla.
En mi infancia, tuve la oportunidad de conocer más de cerca el destino de estos pobres animales indefensos ya que mi papá criaba ovejas en el norte del país. La bipolaridad del paisaje hacía que las pobres madres pasaran de la agonía al éxtasis a merced de las lluvias. Si lograban embarazarse, había que confiar en la mano de la naturaleza para que las tratara con cariño y las pillara en el mejor lugar para dar a luz. Sus cunas a veces eran quebradas en medio de espinos y matorrales indiferentes a la delicadeza que se venía asomando a la vida. Los pequeños eran verdaderos amasijos de carne rosada, tibia y suave, asustados y anhelantes de la protección de la madre. También era el banquete de los zorros y los jotes, que a mí me parecían los seres más despiadados y horripilantes del planeta. Cómo podían aprovecharse de algo tan frágil, indefenso y amoroso. Algunas madres eran valientes y hasta daban la vida por guardar a sus corderos; otras más resignadas o agotadas, aún con sus entrañas tibias, eran capaces de dejarlos balar y morir de cansancio. Muchas veces me llevé conmigo a un corderito abandonado para amamantarlo y acariciarlo. Su torso lleno de crespitos recién asomándose de su piel, se me antojaba como tener el privilegio de tocar las nubes. El olor a la leche y su torpeza inicial para engullirla, eran el mejor aliciente para darme por entera y cuidarlos hasta incluso abotagarlos. No sabía aún que hasta el amor en exceso, puede hacernos daño.
Si lograban sobrevivir a los depredadores, si lograban encontrar pasto verde, si encontraban el agua suficiente; los cuatro o cinco kilos de ternura se iban amplificando con mucha rapidez y así también sus ojitos se hinchaban de brillo y sus patitas de fuerza. Como niños, se convertían en traviesos y persistentes compañeros de mis tardes solitarias viendo el sol caerse rendido en túnicas anaranjadas y lienzos rosados. El corderito dejaba de ser pequeño y se convertía en un joven inquieto y gracioso. Sus manos eran más hábiles de lo que yo creía y su hocico adquiría mucha determinación y hasta se les dibujaba una sonrisa.
Uno que otro cuidado incómodo había que realizarles para sacar los parásitos de su cuerpo o prepararlos para la esquila. Pero eran dóciles y uno tras otros, se iban metiendo en los carriles destartalados de madera que los llevaban a las macabras máquinas que los aterrorizaban o a las piscinas donde hundidos a la fuerza con horquetas eran bañados con algún producto de olor espantoso y pestilente.
A pesar de todo, la vida de los queridos corderos era plácida. Pastaban en planicies eternas; se entretenían recorriendo los cerros, dialogaban con las flores del desierto y una que otra vez, -como todos los jóvenes- se enfrascaban en tontas peleas de cuernos para lucirse como machos.
Sin embargo, si hay algo que no podía soportar era su sacrificio. El arriero escogía a la víctima y partía marcándola con un tinte verde sobre el vellón albo de su espalda. Yo ya sabía que esa marca, era el anuncio de su fin. Atrás quedarían sus luchas por el alimento verde y tierno; su canto monótono a la luna; su coqueteo torpe con una borreguita; su pasión por ascender a las cimas más altas; su lamer áspero en mis manos una vez que se acababa la hierba que le buscaba; su lana suave y gorda que me prestaba para recostar mi cabeza; su aroma a campo que me hipnotizaba de sueños; sus ojos achinados y saltones que me decían tanto… Todo eso desaparecería de mi vida, degollado por un golpe certero y rápido.
Si bien era parte de un proceso esperado, nunca para mí fue algo natural. Encerrado en el galpón, a oscuras, el pobre cordero predecía su muerte y gritaba desconsolado para que alguien se apiadara de él. Su rebaño, impotente, le contestaba y consolaba llevando códigos escondidos en la brisa y los grillos nocturnos, pero sabían que su suerte estaba echada. Todo y todos olían la muerte cerca y solidarizaban con tristeza y resignación. Los eucaliptos trataban de aportar con su aroma y los búhos se coludían con los cantos para preparar el alma de la víctima. La naturaleza se hinchaba y exudaba aromas de estero dulzones con un poco de tintes de sal. Era como si prepararan el cortejo de antemano para recibir la sangre que caería en sus entrañas.
El rito comenzaba muy temprano como para tratar de pasar desapercibido. Yo ocultaba mi cabeza debajo de la almohada para no escuchar los gritos que me desgarraban la piel –como si fuera el propio cordero el que fueran tirando de ese cordel plástico tan indigno. Las muñecas y tobillos del pobre animal estaban sangrantes con toda la lucha nocturna por liberarse; su carita antes linda y sonriente, estaba moreteada, hinchada de tanto darse contra el suelo frío y sucio del establo. Su lana , antes gordita y atractiva, era un amasijo de pastos incrustados junto a su excremento desesperado. Ufff… ¡no era suficiente con aquello!. Ya había pasado aterrado una noche entera y ahora a empujones lo llevaban al altar del sacrificio. Sus patitas tullidas y acalambradas, apenas lograban pisar firme. Se torcían y caían con tanta facilidad que me recordaba inevitablemente su nacimiento tan reciente y bello.
Nadie podía defenderlo. Los perros ladraban hambrientos de sangre; las ovejas balaban histéricas, los caballos se retorcían inquietos en sus pesebreras y los jotes asquerosos sobrevolaban el paisaje, chorreando su maldad abundantemente. Mi inocencia y mis ruegos eran desoídos, y tenía que presenciar este espectáculo sujetando mis propias vísceras para que no se dieran vuelta junto con las del cordero.
El experto tomaba el cuerpo como un saco y lo golpeaba sin piedad sobre la tabla sucia que lo esperaba. Entre varios debían inmovilizarlo y le amarraban la boca para que nos los molestara en su faena. La pequeña criatura luchaba y luchaba y más lloraban mis entrañas. Rogaba en silencio que se entregara y dejará que la tortura y la matanza terminara.
Hasta que en medio de todo aquello, brillaba el metal con la luz de la aurora y el cuchillo enfilaba directo en el cuello de mi amado cordero. El salto escarlata de la vida se rebelaba con toda la fuerza y manchaba el rostro y la ropa de quien estuviera cerca. Eran segundos en que estaba medio vivo y medio muerto –si es que eso es posible- hasta que la presión hacía su trabajo y los ojos se iban apagando, el cuerpo relajando y las piernas cayendo de la mesa como signo de ofrenda.
Una vez muerto, el pobre animal comenzaba a ser desollado y junto con él mi corazón. Cada corte que iba despegando su piel suave y tierna de su carne, me iba sacando una parte de mi inocencia y mi alegría. Todo era rápido y eficiente. El oficio del verdugo quedaba evidente. Su cuerpo débil ataviado con fibras y músculos de color rosáceo quedaba desnudo sin que nadie lo cubriese al menos por respeto a todo lo que había sido. Su vellón de dignidad era arrebatado y rifado entre los presentes. Alguien ya lo lavaría y lo usaría mientras se fuera secando la muerte que tenía impregnada con tanta fuerza.
El cuerpo inerte se convertía en un títere arrastrado y llevado de aquí para allá. Se iban retirando los intestinos, los cuales siempre hervían de olores y colores muy feos. Creo que era una pequeña venganza ante el asesinato. Todo eso era arrojado a los perros, que como hienas se mostraban los dientes para atrapar lo que pudieran. A veces se armaban revoltijos de perros sumados a los jotes, que desvergonzados bajaban a tierra a buscar su porción. Me parecía que ni el sol quería ser testigo de esa crueldad y se ocultaba en medio de las nubes abochornando el ambiente con mucha intensidad. Quizás era mi rabia e impotencia la que sentía me quemaba la cara…
Finalmente el animal era lavado en una piscina de cemento, que había sido rellenada con agua del pozo, que se teñía con todo el dolor que le quedaba pegado en los pliegues de su carne suave y adolorida. A pesar de lo horrendo me parecía que el lavado le devolvía algo de su dignidad arrebatada y me quedaba contemplándolo con la tristeza reflejada en mis ojos como si se me hubiese inyectado el agua roja de su purificación en mis venas.
Lo más desdeñable de todo era el tono y el ambiente en que todo esto sucedía. Para mí estaba frente a un acto macabro y sagrado que –aunque no compartía- sentía debía ser en reverencia y respeto al que había sido ofrecido. Sin embargo, todo eran risas ordinarias, conversaciones banales, cigarros en las bocas, manos rudas manchadas como por gusto con la sangre inocente. Nunca faltaba el que hacía bromas horrendas con las partes íntimas del pobre animal y las lucía convirtiéndose para mis ojos en un verdadero cerdo.
El polvo parecía poner la tregua a este espectáculo carente de humanidad y vestido de brutalidad y maldad. Me parecía que las bestias más genuinas eran aquellos hombres que lucían sus cuchillos sangrientos como si fuesen trofeos de su batalla.
A quién le habían ganado. Malditos. Sólo se habían aprovechado del inocente y lo habían azotado, torturado y asesinado sin juicio ni misericordia. Se vanagloriaban de cobardes y de machos. Cobardes. Fieras. Hijos del mal. Débiles y primitivos. Si al menos lo hubiesen dormido antes. Era necesario el maltrato, la agonía, la denigración, la humillación y la pasión.
Para coronar su ridículo espectáculo, le cortaban la cabeza y atravesaban un gancho metálico al cordero por medio del corazón, atravesando las costillas o parte del esternón, para que así lo pudieran exponer y ridiculizarlo aún más. Mi pobre borrego ya no era más que un montón de carne desgarrada, colgada por horas para que las moscas lo terminaran de humillar.
El calor me quemaba el cuerpo. Mi dolor se me había adherido a cada parte de mi piel y no podía aliviarlo ni con la brisa ni con el agua. Mi agonía solo cesaba cuando una mujer sencilla y silenciosa, cruzaba este show donde hombres y jotes se mimetizaban, y con sus manos curtidas y generosas tomaba a la pobre criatura como si fuera su propio hijo. Le sacaba la lanza que lo sostenía y lo envolvía en un paño blanco muy limpio para llevarlo fuera de ahí. A mi me gustaba pensar que lo acunaba y le cantaba mientras se alejaba caminando. Me gustaba soñar que le daba descanso y sepultura.
La mujer en realidad lo llevaba para comenzar a limpiarlo y adobarlo para la comida. Curiosa me metía en la cocina que era un lugar sencillo, pero digno al fin. Me alegraba –dentro de lo posible- que ella lo trataba con cuidado. Su trabajo sí era un momento sagrado donde el romero, la sal, la salvia, el vinagre y otros condimentos de color ocre, iban transformando el dolor en alimento. No podía con ello olvidar yo su vida ni el maltrato recibido, pero al menos comenzaba a intuir que su muerte se iba impregnando de sentido…
Con todo esto, el dulce y pulcro cordero de las pinturas de iglesia, desapareció para siempre de mi y recobró su total magnitud en mi corazón. La mente con sus antojos y caprichos a veces se suelta de lengua y te sopla cosas que tenía guardadas hace tiempo por tu propio bien. Quizás la vejez la desinhibe y te comienza a arrojar sin piedad la imágenes de tu propia pasión, agonía y muerte. Las lágrimas son el único condimento que adoba tu inocencia despojada, tu cuerpo tironeado y humillado con brutal crueldad.
Fue así como mi historia se convirtió en un cuento y el destino del cordero en mi bitácora de cruz y resurrección…
Al igual que ese tierno animalito, naciste para buscar paños verdes que te nutrieran el alma y el cuerpo, quisiste dialogar con las flores y encontrar los duendes que ocultan. Te encantaba el sol de la tarde porque hacía que tu pelo brillara como si Dios te hubiese bordado con hilos de oro. Te gustaba el agua chocolate de las acequias, porque ahí jugabas a hacerle barquitos de hojas a los sapos y tus manitos podían preparar las más exquisitas tortas de barro y paja. Tu especialidad era la escalopa hecha con polvo amarillo que salía de los cerros. Te dejabas llevar siguiendo el camino de las cuncunas y convertías las ramas del sauce en tu reino. Coronas, polleras y trajes de reyes y reinas, te hacían creer que la ilusión si era real y que el amor brotaría igual que las alas de las mariposas que tanto esperabas ver aparecer. Las plumas de los pájaros y los pollos se te antojaban las vestimentas de las hadas y tejías historias de la nada. Tus primos y parientes eran protagonistas de un cuento lindo, donde podíamos deliberar sobre la escenografía o el final elegido. Las casas eran cajas de regalos donde siempre podías descubrir objetos desconocidos que sonaban sin aviso y que te revelaban la existencia de hombres y mujeres sabios e interesantes. Los jardines eran cuadros en potencia que querías pintar con lo que pillaras, incluso con el jugo de las ciruelas o los tintes de las flores si es que no había lápices o plumones. Los ríos eran los portadores de los misterios de la humanidad y te sumergías en ello con temeridad y locura deliciosa. El mar se te antojaba un disco de plata de donde emergían criaturas extrañas pero deliciosas. A veces una que otra te picaban las piernas, pero hasta el olor a cochayuyo te parecía un perfume posible. Los viajes eran puertas mágicas que te enseñaban otras dimensiones llenas de sensaciones nuevas y gente linda por conocer. Hasta lo más sencillo tu inocencia y gusto por la vida lo transformaba en una fiesta y en gozo. Había tanto por hacer bello, tantas historias que contar, tantos pasos que inventar, tantos colores y sabores por conocer, había tantas caras lindas que apretujar con tus besos de niña, había tantas manos calientitas que te llevaban por caminos largos de hojas de otoño, había tantas dudas que querías entender con tu cerebro atento y despierto, había tantos paisajes lindos que querían atrapar tus ojos de cielo, había tanta música y poesía rondando alrededor, había tanto por aprender de tu cuerpo como una máquina que te haría volar; había tanta magia en tu interior que querías realizar; había tantos ángeles que te hacían ojitos detrás de cada situación, había tantos libros que te querías devorar, había tanta luz que captar, hay tanto amor para degustar… Tus ojos grande y risueños revelaban un alma inmensa, de esas que quedan chica en un cuerpo de niño. Aun cuando no lo sabías traías colgada una estela de estrellas en un manto turquesa que hacía juego con tus trenzas. Venías bendecida por la delicada mano de Dios que tanto esmero había puesto para que iluminaras a tu alrededor con tu dulce y suave locura. Eras fuerte de cuerpo y de espíritu; nada de merenguitos débiles, temerosos ni llorones. Resistías los cortes naturales de la niñez como si fueran pétalos de rosas pasando por tu piel; hasta los huesos rotos fueron trofeo de historias que aún se recuerdan doctores y parientes. Regalona e independiente, eras capaz de amar y de despegar al mismo tiempo. Una pequeña princesita decía tu abuelo, llena de luz para iluminar…
Hasta que vinieron los verdugos, molestos o envidiosos por quién sabe qué y sin previo aviso te marcaron la espalda con la maldita marca verde. Fuiste elegida como víctima.
Un día que parecía igual que otro, te tomaron, te llevaron atada, te cerraron la boca y te amenazaron en el fondo de lo que se convirtió -en adelante- tu calabozo. Aún recuerdas el parqué roto y enmohecido que veías para no verles las caras. No se apiadaban de tu llanto ni de tus ruegos. Más parecía alimentarlos en su hambre de maldad. Tus muñecas aún sienten el escozor de esas manos fuertes que te doblaban los huesos y te dejaban rendida de dolor. Tu pelo de oro les parecía incomodar; lo enredaron y cortaron con saña como queriéndolo evitar. Tus duendes y tus cuentos los rompieron y como tus barquitos de hojas se hundieron en las acequias oscuras. Te robaron los tintes de las flores; te callaron con insultos; te inyectaron su odio y su brutalidad.
Pero nunca te cansaste de luchar, hasta que te pusieron en la mesa y te quitaron tu capa de dignidad. Tu desnudez fue más macabra que la del cordero y en esos ojos no viste algo mejor que en los perros furiosos que te solían asustar. Tu mente se irguió furiosa y levantó un muro para que todo fuese ocultado bajo siete llaves. Sin embargo, tus emociones fueron teñidas por el sufrimiento escarlata y tu cuerpo se deformó con tanta amarra y golpe. Y te repetiste sin cesar: “Soy fuerte” y esperaste que alguien te viniera a rescatar. Nadie oyó y la amenaza fue el sonsonete que comenzaste a escuchar. Nadie vio y de repente el suelo se te hizo un abismo bajo los pies. Tus vestidos te parecieron feos; tu cuerpo una hábitat de la suciedad y tu rostro el testigo más fiel de la crueldad.
A pesar de tu empeño por salir adelante, todo parecía terminado, tu boca enmudeció como si te hubiesen cortado la cabeza; tu cuerpo se inundó de miedos y todo se cubrió con una tela gris de dolor. Desaparecieron las hadas; los jardines se marchitaron; el mar se hizo un precipicio inmenso; las casas se convirtieron en guaridas de ratones, los viajes en falsedad; los parientes en sospechosos de los que te tenías que cuidar; los sauces se transformaron en monstruos y las cuncunas en fieras venenosas; los duendes se disfrazaron de ogros y las barquitas de hojas en tonteras de niños. Se callaron los cantos, se truncaron los bailes; se mudaron las mariposas, se apagaron las estrellas, se escaparon los ángeles. La capa turquesa se convirtió en piedra y el amor en un imposible. La princesita amada de Dios fue exiliada del reino y sus ojitos de cielo se nublaron de tristeza.
Fue ahí que te apoyaste en Cristo, en su cuerpo adosado a la cruz y te fundiste con él. Choapino, cordero y cruz se hicieron vida y muerte al mismo tiempo. La tortura siguió al pie de la letra el rito del cordero y juntos saborearon la sangre fluyendo por el interior de su garganta. El pelo de oro, se les oscureció de golpe y se enmarañó en las espinas de dolor que les propinaba tan injusto castigo. La piel se les abrió llorando, desolada; cómo tanta belleza destruida sin razón. Como títeres indefensos los dieron vuelta y vuelta hasta que el cuchillo rasgó la vida de par en par. Ambos fueron expuestos como trofeo, colgados de un gancho y lavados para engañar… Así la cruz se llenó de vida aunque estuviese habitada de maldad y los corderos pudieron morir en paz.
Lo que no sabían los verdugos ni tampoco tú- la princesita de los duendes y las hadas-, fue que el Señor ya había saldado esta deuda y había puesto a su hijo como paga al pecado.
Ya te había salvado…
Lo que no puedo olvidar es que la canción tenía más frases y son esas las que hoy me sostienen. Dios sí tuvo piedad de mí y hoy me comienza a regalar paz con bombilla, para que no me embriague como niño desnutrido. De a poquito todo comienza a tener sentido, igual que la cocina de la señora y el sacrificio comienza a convertirse en alimento para mi y para otros. El amor incondicional me ha envuelto en un gran manto blanco y me están acunando con ternura y delicadeza. Faltan miles de horas de vida por madurar y adobos que preparar, pero los aromas ya van augurando algo mejor que lo que había. Se achica la angustia y comienzo a perdonar; a entenderme, a integrarme; a aceptar…
La capa turquesa se ha vuelto a prender de estrellas pequeñitas que no se quieren soltar; las hadas y duendes están organizando una gran bienvenida para mí y mis amigos; las mariposas y cuncunas se han pintado con colores nuevos y me vienen a visitar; el mar frío se ha vuelto mi cómplice de aprendizajes y las jaibas me han dado una tregua mientras recupero mi verdad más esencial; los sauces se han puesto de acuerdo con mis hijos para abrir nuevamente el reino y los viajes se han transformado en alfombras voladoras hacia la libertad. Las casas se están haciendo más bellas y los jardines hacen ostentación apoteósica de su fecundidad; los parientes me regalan sonrisas genuinas y los amigos me abrazan con generosidad. La vida no se dejó aplastar; sólo estuvo un rato en el infierno para volver a resucitar. Los ojos han borrado los nubarrones y en medio de un parcial nublado, varias veces han logrado ver el sol. La princesita se ha convertido en reina y quiere bailar. Las cicatrices marcan su cara, pero no se deja amilanar.
Hoy hay tantas personas para amar; hay tantas ideas que quiero comunicar; hay tantos colores que quiero pintar; hay tantos sabores que quiero gustar; hay tanta vida para gastar; hay tanta luz que irradiar, hay tanta herida que sanar; hay tanta alma que acompañar; hay tanto verdugo que hay que perdonar; tanto y yo tan poco.
Ahí recuerdo que no solo estuve con Jesús en la cruz; también estuve en su resurrección. Así que a puro dejarse sorprender por lo que vendrá; a bendecir lo que ha florecido y lo que germinará. El resto dejarlo al misterio de la vida, que algún día se revelará.
La cruz del cordero de Dios se ha encarnado en mí… y comienza la paz.
Nuestras tardes en Galilea
El cielo de Galilea era muy caprichoso; siempre se quería comer ansioso las nubes que pasaban por ahí, produciendo cada tarde espectáculos únicos de belleza. Las formas que se armaban y los colores apastelados y cálidos, nos hipnotizaban sin piedad. Ya rendidos a su hechizo no había manera de escaparse a la mano evidente de Dios Padre, que nos había visitado.
Tú te deleitabas a tal extremo con su presencia, que parecía que tu alma se desvanecía junto al vapor visible de las nubes. Yo intentaba seguirte en el vuelo, pero mi alma se quedaba en tierra, contemplando absorta la paz y el amor que reflejaba tu rostro. Los rayos dorados y rosas del sol te embellecían aún más y dejaban traslucir las fuentes inefables de espíritu que manaban de tus ojos.
Verdaderas vertientes de agua turquesa y cristalina que miraban el horizonte impactándolas de una ternura y admiración infantil. Sí tus ojos, eran de niño, de un ser puro, ingenuo, lleno de asombro por la vida, curiosos y cargados de un brillo intenso que asemejaban brillantes incrustados en tus pupilas.
Nunca me cansé de estar contigo admirando este paisaje, antesala del paraíso. El aire tibio se movía en olas, respetuoso para no ahogarnos, pero precavido para que nunca se colara el frío. Era especialmente tierno y envolvente en el atardecer, como queriendo dejar grabado en mi ser lo que era estar en casa, lo que era tenerte a mi lado. Estoy segura que el viento intuía el desgarro que más tarde vendría y quiso ayudarme a atesorar el momento y regalarnos su aliento amoroso.
Venía cargado con aromas únicos que aún recuerdo. Inciensos dulzones viajaban incognitos junto al olor de los árboles de la orilla y de las hierbas que bajaban a beber del mar. Aromas salobres se colaban desde las montañas lejanas y el humo de las pequeñas ranchas que se construían en las costas, nos llegaba para recordarnos de la existencia de la humanidad.
Cuántas tardes caminamos recorriendo la orilla de este pozo verde y turquesa que variaba en colores y formas, tanto como su cielo. Subía, bajaba, se aquietaba y se enfurecía, sin avisarnos. Este mar/lago era un niño caprichoso y a ratos rabioso, pero luego se enternecía con el hombre y regalaba generoso sus frutos, abriendo sus brazos para acoger las pequeñas embarcaciones que temerosas y cautelosas, se adentraban en sus entrañas.
Tú te reías de nuestros temores y a ratos eso me daba rabia. No podía comprender que sólo un hombre, tuviera poder y reino sobre las aguas. Aún me arrepiento de tanta ceguera, de tanta tontera, tanto tiempo perdido, sin haberte alabado y amado como quería.
Pacientemente me explicabas las cosas del cielo y me enseñabas las lecciones para estar en tierra. Yo ingenua, las dejé pasar por mi cabeza y recién ahora las empiezo a encontrar repartidas en desorden en mi corazón. Me hiciste esquemas y dibujos con un palito en la arena mojada y negruzca que rodeaba el lago; me apena tanto haberlos borrado ya que hoy son sólo retazos desperdigados en mi mente. Ayúdame a recordar Jesús mío… No sabes cuánto te extraño…
No sé cómo elegiste una discípula tan distraída, tan ignorante, tan enamorada… Sólo quería estar ahí contigo y poco o nada entendía de lo que me hablabas. Sin embargo sí recuerdo tu risa paciente frente a mis preguntas y tu mirada triste cuando me ponía a hacer planes para adelante. Soñaba con llevar tu mensaje de amor a todos. Quería construir un jardín de flores que alegrara el corazón de muchos. Anhelaba tener un huerto fecundo que saciara a los hambrientos y un conjunto de hombres sabios que sanaran el alma y el cuerpo de los necesitados. Soñaba estar cada tarde a tu lado, hasta que la vejez nos quitará el vestido humano y nos llevara junto a tu padre/madre, del que tanto me hablabas.
Sin embargo, tú sabías lo que yo ignoraba. Lo veías en las miradas burlonas de los pobladores que se reían de nuestras ofrendas; que pisaban nuestras huellas, que se deleitaban con unas pocas monedas y creían que el dinero y el poder eran el destino del hombre. Siempre temí de aquellos que te sacaban la mirada. Lobos disfrazados de ovejas que luego vinieron y me arrebataron a mi Señor de las manos.
Rasguñé, grité y peleé hasta que no me quedaron fuerzas, y quedé botada entre las hierbas que había dejado la marea. El lago tampoco quiso ver la estupidez y la masacre de lo más bello y bueno que jamás haya tocado esta tierra.
Desolada y extenuada, me puse a contemplar las aguas que se apiadaron de mi tristeza, regalándome una planicie turquesa que se puso de acuerdo con el cielo para ser una sola unidad, calma y silenciosa. Los peces comenzaron a saltar de este espejo majestuoso para aliviarme el peso que apenas soportaba mi alma.
Divisé también las redes de los pescadores con las que tantas veces trabajamos. Cuántas mañanas y tardes, parchamos los hilos, tejimos y jugamos. Cuántas veces las lanzamos y las recogimos, atiborradas de los “hijos del mar de Galilea”, que salían presurosos porque querían conocerte. Querían ser ofrenda viva y alimento para el hijo del Dios. Cuántas veces nos explicaste que querías ser pescador de hombres; enganchar sus corazones, sacarnos de las profundidades en la que estamos hundidos y llevarnos a respirar el aire puro de la vida.
Todos te seguíamos el juego y celebrábamos la pesca contigo. No sabíamos bien a qué te referías, no sabíamos que nos dejarías, que te irías y que la “empresa” quedaría en nuestras rústicas manos. Tan débiles, tan torpes, tan duras de entender de qué realmente nos hablabas.
Los botes de madera también me hablaron esa tarde en que te fuiste. No parecían nada sin tu presencia. Todo se decoloró; el aire se fue de mi ser y hasta la tablas me parecieron muertas, resecas, sin entusiasmo alguno por seguir. Tú eras el que las vestía de vida. Al subirte a ella, todo era fiesta, todo era alegría. Tantas historias hasta que el cielo celoso se nublaba y nos mojaba. Cuánto aprendimos en esas madrugadas, abrigados por tu sabiduría, cobijados bajo tu ternura. Hasta del miedo algo aprendimos y supimos por ti mismo que nunca estaríamos solos. Que siempre vendrías…
Por eso recorrí la playa buscando los restos de tu presencia. Te busqué en los palos viejos y quemados que dejamos en una ribera del camino. Ya estaban fríos, deshaciéndose como mi corazón en la tierra húmeda y desvalida. Si bien todos hablaban y la vida seguía, tu partida silenció mi alma e inició una búsqueda que aún no termina.
Y es que quiero oír tu voz cantar iluminada por las ondas luminosas de la fogata. No sé si cantabas especialmente bien o era sólo tu boca la que me embriagaba. Jugabas con las palabras, se enredaban y nos hacías trenzas con melodías encantadas, que dejaban mi alma suspendida en un espacio sin tiempo.
Luego a través del fuego, tu alma nuevamente se esfumaba, pero ya no veía paz en tu rostro, sino tortura y sufrimiento que me hacían llorar en silencio hasta que la noche me ocultaba. Sólo las estrellas te traían de vuelta a casa, a los amigos, a los que te amábamos… Sin embargo, tú ya sabías que también nosotros, también yo, tu discípula enamorada, te abandonaría en esa noche malvada.
Perdóname Jesús mío. Perdona mi amor tan débil; mi cobardía alimentada por el miedo, la inseguridad y por una muerte tan injusta, tan macabra…
Ni los cielos arrebolados de nubes amarillas y sandías, lograron levantar mi alma en esos días tristes, donde sólo de nostalgias y recuerdos alimenté mi espíritu. Me senté en el muelle de seis palos arrugados por las aguas a esperar la nada. Dijiste que volverías, pero sólo me acompañaron los pájaros inquietos que me atemorizaron. Me traían los recuerdos más horrendos de los gritos de la jauría humana que te arrebató de mi lado; que nos quitó lo mejor que nunca habremos tenido.
Cuántas veces sentados en este mismo lugar, me dijiste que juntos construiríamos un reino de paz y amor. Un espacio donde cupieran todos, donde nadie se sintiera más o menos que los demás; donde cada uno se supiese especial, visto y amado. Yo te creí y te creo, pero sé que con mis fuerzas no hago nada. Ni siquiera podría levantar estos maderos viejos. Ni siquiera pude cargar el madero con el que cargaron tu espalda, ni siquiera pude cargar la cruz que me diste para seguirte.
Pero si fuiste tú quien me dijo que se pesca mar adentro. Que no me quedara jamás en la playa. Que el reino de tu padre es de los que dejan todo y te siguen. Así que dejé la orilla y casi sin esperanzas me aventuré nuevamente a las entrañas de nuestro mar de Galilea.
Las nubes se pusieron a llorar conmigo y la tormenta se desató dentro y fuera de mi alma adolorida. Pasaron horas, en que ni los rayos ni los vientos lograron despertar y sacudir la pesada capa de sufrimiento que me desnudaba.
Fue ahí en medio de la nada, del imposible, de la oscuridad sin esperanza, que te vi aparecer en medio de las olas. Parecían alfombras dóciles que se abrían al paso de tu caminar. Querían acariciar tus pies heridos, borrar en parte la locura cometida. Tus brazos abrieron los vientos, que se convirtieron en estelas semi visibles de colores indescriptibles. Parecía que estaban todos los tonos de la creación reunidos para recibir al hijo de Dios resucitado que venía a mi encuentro.
Sacudí mi cuerpo como queriéndome despertar de un sueño, al ver tu silueta de plata, pero fuiste tú quien me miró a los ojos y me dijo que la pesadilla ya había terminado. Era tu voz, era tu rostro, era tu cuerpo, pero eras más que todo eso… Fue un huracán poderoso que me remeció el espíritu. Sentí que nacía de nuevo. Una ola de amor tremendo me recorrió entera y supe que no estabas muerto. Que todo el dolor no había acabado contigo ni con el reino. Que se habían abierto las puertas y que había llegado el tiempo.
El momento de dicha me pareció eterno. Volvía a estar contigo y todo lo contenido salió desbordado, desordenado, atolondrado y torpe de mi parte. Tu risa tan espontánea calló la tormenta. Siempre te reíste de mi corazón de niña, sin filtros, sin ataduras ni convenciones humanas. El llanto se me enredó con la risa, el abrazo con la mirada, el pelo con la caricia, tanto que casi me caigo del barco.
Fuimos a la orilla y prendiste el fuego como siempre. Los leños se rindieron como ofrenda y las llamas bailaron la danza más hermosa que yo recordara. Todos te extrañábamos parece. Cocinaste los peces de antaño y nos diste de comer a los presentes. Quisimos hacer nuevamente fiesta, pero algo no calzaba.
Tu silueta brillaba y traslucía…. Estabas con nosotros, pero al mismo tiempo la realidad te traspasaba. Podíamos apreciar tu cuerpo malherido y recuperado, pero lo más perturbador, era que podíamos sentir muy fuerte tu alma. Nos palpitabas en el oído, nos susurrabas sin habla.
Y ahí nos dijiste que te marchabas. Que ya no te veríamos como antes. Que ya no habría más canto, ni más pesca, ni más caminatas alrededor de las aguas. Podrías creer que tus palabras me dolieron más que tu muerte. No de nuevo, no podía perderte…
Pusiste tu mano herida en mi mejilla, aún bañada en lágrimas de lluvia y me dijiste que desde en ese momento en adelante, nunca me abandonarías. Que sólo debía recordar todo lo que me habías explicado, juntar las piezas de los dibujos rotos y ordenar las palabras dichas. Que detrás de cada una, estaría tu presencia y tu cariño; tu abrazo y tu mirada.
Ay Jesús mío, cuántos siglos me he demorado en reunir todo. Cuántos errores cometidos; cuántas mezclas mal interpretadas. Con ellas casi pierdo el recuerdo de tu rostro, se silenció tu voz, se acalló el canto, se tapó tu belleza, se diluyó tu risa, se esfumó la libertad que predicabas, se cansó el amor que enseñabas… se rompieron las redes, se fueron casi todos los pescadores…
Hoy las nubes arremolinadas de los nuevos atardeceres de Galilea, me recuerdan tu llamado. Quieres que devele el amor olvidado, la misericordia entregada, la donación eterna, la fiesta que nos aguarda.
Porqué me elegiste a mi, a la tonta enamorada. No sabré lidiar con el mundo. Se reirán en mi cara. Iré como cordero en medio de lobos. Tengo miedo mi Señor. No me siento ni digna ni preparada. Soy una más de la manada de ignorantes que se cautivó con tu palabra.
Voy a mostrar los dibujos que recuerdo, voy a transcribir las explicaciones que me diste; voy a cantar tus canciones, voy a regalar tus abrazos, voy a llevar tu sonrisa, voy a extender tus manos, voy a denunciar tus luchas, pero por favor no me abandones en el camino a la cruz, para que pueda resucitar contigo.
Visión desde la cruz.
Mi amado Jesús, en todos estos años, jamás había subido a la cruz contigo. La había cargado a mi manera; la había esquivado, la había llorado, la había sostenido desde abajo acariciando tus pies; había percibido su aroma junto al fierro de tu sangre penetrando en mis entrañas; la había contemplado con mis ojos llenos de lágrimas y espanto, pero nunca, nunca hasta ahora había ocupado junto a ti la posición que hoy contemplo y soporto.
Pido el permiso de ubicarme humildemente dentro de ti y describir lo que podemos apreciar desde mis ojos, pero creo que es justamente al revés; tú te has apoderado de todos mis sentidos y quieres que experimente lo que tu viviste por amor a mi.
Siento cada uno de tus huesos enquistado en lo más profundo de mi ser, dándole un pulso extraño que se me escapa con violencia por mis oídos. Ya no oigo mi mundo; tampoco la multitud ni los llantos; sólo escucho nuestra respiración tan extenuante y entrecortada como si fuego entrara a bocanadas por nuestra boca. No respiramos por la nariz; es más, dejamos de hacerlo hace un buen rato; nos pareció que así el aire entraría con un poco más de facilidad a nuestro cuerpo agotado. Lo malo es que se nos secan los labios y nuestra lengua parece un trapo que no nos deja articular palabra. Cuánto añoramos un sorbo de agua fresca, como esa que salía tan helada del pozo cercano a la casa de Lázaro antenoche. Nadie se apiada de nosotros y alejan con brutal violencia a las mujeres que buscan aliviarnos. Entre medio de nuestra visión parcial y escarlata, coartada por los golpes y la hemorragia que provocó la corona, logramos ver cómo sus cuerpos frágiles son arrojados al suelo como si alguien los hubiese vaciado de sustancia y huesos; son espíritus de lamento encarnados que nos sostienen amorosamente con sus rostros deformados de horror y tristeza.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano que recorre nuestra sensibilidad con un dolor agudo y lento que va de nuestros pies a la cabeza, logramos erguir un poco la mirada y lo primero que nos impacta es que no logramos ver nuestro cuerpo; no vemos más que atisbos de nuestra humanidad desplegada bajo la crueldad e ignorancia del hombre. Sólo con un esfuerzo muy grande de nuestro cuello, podemos vislumbrar nuestros pies, que no son otra cosa que un cúmulo de heridas que hacen el macabro espectáculo de canalizar el dolor derramado en dirección a lo que -desde hoy- es tierra santa. Vemos nuestros empeines y dedos –destruidos por la crueldad y teñidos con el tinte de la maldad- que continúan hacia una poza oscura, que hace de copa sagrada a nuestro martirio.
Tratamos de mirar nuestros brazos, nuestro pecho y sólo se ven los dedos y parte del esternón. Creo que es una bendición ya que al dolor que no cesa, se le sumaría el espectáculo macabro de ver nuestra piel hecha una carnicería. Las estacas de los brazos y los pies son como el eje que nos sostienen aunque sea en forma tan cruenta. Sostenidos en estos cuatro pilares de acero, podemos contemplar el cielo y la tierra sin terminar de asfixiarnos. El calor sofoca todo y ni las moscas tienen piedad de este cuerpo irreconocible. Seducidas por el dulzor que emana de nosotros, se posan en las heridas, en los labios y hasta en los ojos como burlándose, al igual que muchos que vemos entre el gas que hace tiritar nuestras últimas visiones.
Está abochornado; el celeste se nos fue tornando en gris y parece que todo se va apagando junto con nuestras fuerzas. Al frente miramos el valle de la ciudad bajando hacia la quebrada; formaciones de color amarillento, más parecen roedores del desierto que espacios donde habitan humanos. La brisa se escapó del lugar este día; todo es sofoco, aunque probablemente es por nuestra cruz que nos ha ido matando de a poco.
El estar crucificados ha sido el término de un derrotero de torturas y bestialidad. Cuando nos depositaron sobre el madero esta mañana, ya veníamos despojados de toda dignidad y belleza; nos habían arrebatado todo lo que parecía humano; íbamos descalzos, desnudos, rotos por dentro y por fuera. Por eso, -al inicio- apoyar la espalda en el suelo, nos pareció un descanso. Su forma irregular se nos antojó un lecho reparador por unos instantes, pero luego aparecieron los verdugos con sus herramientas de horror para seguir ensañándose con nosotros.
Apenas nos tironeó el brazo supimos que el dolor recién partía; que todo había sido un preámbulo del mayor espanto que recordará la historia. Desde esta posición apenas vimos brillar el acero sobre nuestros costados, pero no así el dolor que nos traspasó como si un láser nos abrasara la carne con calor y frío a la vez. A ras de suelo todo se vio confuso, es más cerramos los ojos porque la luz nos cegaba y el sufrimiento nos pisoteaba la cara, igual que las sandalias de los soldados.
Los brazos ahora pesan una enormidad; parecen troncos de hormigón adosados a nuestra osamenta, aumentando la agonía. La mayor parte de las horas que hemos estado aquí, agarrando el hilo de vida que se nos escurre a ráfagas de sufrimiento, miramos hacia lo alto. Son tantos los rostros deformes, tantas las sonrisas del diablo dibujadas en la superficie, que optamos casi todo el tiempo por tratar de ver alguna señal en el cielo. Si bien no podemos mover los brazos, atrapados al madero con nuestra sangre, imaginariamente los alzamos todo el tiempo al Padre, en súplica para que esta pasión al fin llegue al fin y todo lo prometido se vea cumplido.
Se nos ha hecho un tiempo eterno; tan extenso como las caminatas por los desierto de Samaria. Semi conscientes a ratos por el dolor de cada inspiración -al estar incrustados como corderos a la cruz- comemos polvo y angustia por largas horas en la que nuestra piel se ha ido secando con una costra marrón, apreciable en los dedos y palmas que miramos como si estuvieran separados de nuestro cuerpo y a kilómetros de distancia.
Perdemos conciencia de que somos un ser, un todo unido y cada parte del cuerpo se va anestesiando con la maldad, hasta que parece que el dolor ya no nos pertenece. Lo sentimos, pero como en una dimensión lejana al espíritu. Creo que nos estamos despidiendo de él, dejándolo tranquilo y buscando refugio en lo más íntimo nuestro, donde no hay sufrimiento sino luz y tranquilidad. Entramos justamente contemplando la herida profunda que nos abrió aquel chiquillo/soldado inconsciente que quiso lucirse delante de sus superiores. La fuerza de su juventud y el tamaño de su tontera fue proporcional al tamaño y a la profundidad del corte que nos permitió ingresar al templo interior divino. Un vórtice granate nos llevó por la corriente de la vida y la muerte hasta muy adentro y ya no sentimos más dolor. Supimos que queda ya muy poco.
Yérguete
Estaba recogida rezando en posición sentada y con la cabeza gacha. (Como siempre rezo; como postrada por mi fragilidad y debilidad; en actitud de sempiterna culpa quizás). De pronto oí fuerte la voz YÉRGUETE y mi columna se fue enderezando. El mensaje fue claro; asume tu dignidad, tu valor. Eres hermosa y amada por mí y por Dios. Fue como si me tomaran del alma y me estiraran para hacerme consciente de lo que soy. A la vez me invitaba a hacer siempre ese ejercicio con todas las personas. Hacerlas sentirse dignas, valoradas, amadas, hermosas ante Dios y ante sí mismas. YERGUETE… palabra extraña pero que significa mucho para mí y para cualquiera que como yo se sienta poca cosa; se sienta siempre en deuda; se sienta con poco valor. Fue muy lindo este movimiento que está lejos de la soberbia o el ego, es saberse simplemente hijo digno hecho a imagen y semejanza de Dios. ¿Cómo vivir así consciente? Sabiendo que no es mi hacer, sino que está hecho. Mi valor y dignidad no son por mis méritos o por mis acciones, sino porque Dios me amó primero y por ello me creó valiosa y digna.
Respira
Cuando la Virgen me dijo esto fue que constantemente ejerciera la conciencia de disfrutar la vida. Ese inspirar, mantener y expirar consciente. Que todo lo que vivo es un regalo, un aire de vida que insufla alegría. Respirar implica también recoger todo lo que soy, mi historia, mis características, las personas que me encuentro como huellas evidentes de Dios. Inspirar es tomar la fuerza vital conscientemente. Es sentirse vivo radicalmente. Es llevar el aire frio o tibio al corazón desnudo con todo lo que ello implique. Inspirar es sentirse pulsando el hálito de Dios en mi cuerpo. Mantener para degustar la vida. Una vez que ésta entra a mi interior debo procesarla, pasarla por mi filtro, por lo que he sido y por lo que soy para luego expirar. Este ejercicio de mantener me invita a gozar, a disfrutar a concho cada mirada, cada reflejo de Dios, cada color, cada comida, cada sonido o paisaje. Es degustar conscientemente cada regalo de Vida. Expirar luego es sacar fuera con mi carisma particular. No es casualidad que yo exista y la forma en que yo entregue vida es mi aporte original a la orquesta de sonidos. Dios quiere mi nota, la necesita para lograr la armonía. Es bonito y significativo saberse necesario, que la vida de uno tiene sentido. Que por pequeño que sea el aporte debe ser entregado. Este movimiento de respirar es el que nos invita a vivir nuestra misión original; a no quedarse en la masa. A hacer el trabajo de respirar por la unicidad de nuestros cuerpos. De ahí que me calce la diversidad de estructuras óseas y raciales. El aire recorre y renueva diferente en cada uno como si fuéramos diferentes cañas que con el paso del viento emiten música para el universo. Qué lindo sentirse así. Una caña que sirve de instrumento para que el viento de Dios resuena. Que importante entonces mantenernos vacíos de leseras y tonteras donde el aire queda atrapado. Se pone rancio, se estanca y la caña hasta se puede quebrar. Ay Dios, podría escribir tanto… mi caña se conmueve por la revelación. La siento llena de heridas, pero de ahí que resuena como lo hace. No desdeñar ningún recoveco de nuestra historia, pero tampoco quedarse detenido ahí. El aire debe pasar a través nuestro para armar la sinfonía que Tú quieres. ¡¡¡¡Hazte cargo de mí entonces!!!!
Ilumina
Este último mensaje no lo escuché tan claro como los dos primeros, También escuché acompaña… Probablemente van unidos. Para que una llama prenda a otra debe acercarse, debe hacer contacto. Iluminar es dar calor, es ofrecer un abrazo al alma con que te encuentras. Es no dejar que pase de largo sin que tu cariño se quede impregnado en ella. Cuando mi llama alumbra, también se gasta, se consume, se da y eso es una entrega que puede llegar a ser felizmente dolorosa. Es fundirse con el otro, con su dolor, con su esencia, con su vida y por instantes ser comunión. Entonces iluminar, más que una misión solidaria y disfrute de los demás, pasa a ser un contacto, un encuentro íntimo con la otra persona. Quizás por eso iluminar y acompañar van juntas. No es un iluminado; es una fusión. Es que el fuego interno se amplifica con el viento que el otro posee. Todo fuego necesita oxígeno para vivir. Primero el personal – erguirse, respirar son parte de este proceso si no, no puedo iluminar a nadie. Se me va sola la mano escribiendo como si no fuera yo… claro que no lo soy es el viento que insufla a través de mi… que gracia y maravilla; que temor y responsabilidad.
Cuando me encuentro con otro, me adhiero a su soplo de vida y mi fuego se enciende más y enciende el del otro. Veo la imagen nítida: un cometa de fuegos que se intercomunican entre sí como canales evidentes de vida. Sin embargo, veo muchos canales bloqueados, cerrados al flujo de aire. No encienden a nadie y su propio aire no logra prender su fuego interno., Veo colores blancos brillantes, rojos, amarillos, púrpuras morados y anaranjados muy lindos. Los demás no se ven, es como si no existieran… como esas fotografías de color. No hay vida… Yérguete, respira, ilumina es la misión, el carisma que me trasmite una Virgen sonriente y dulce. Como erguirse, primero subiendo a la montaña de nuestra vida, tomando distancia de lo cotidiano. El camino de ascenso es estrecho y difícil, lleno de curvas impredecibles que a ratos dan miedo. Una vez que llegas arriba no hay que confundirse con chucherías espirituales. Hay que ir al foco. Aquietar la mente, alimentarse con el agua de la cisterna, la oración, la capacidad de asombro. Caminar despacio y, en consecuencia. Detenerse frente al encuentro, prepararse dejando fuera lo innecesario. Si a la primera vez no logra el efecto, volver a intentarlo sin querer uno controlar la situación, si no dejar que la corriente de vida pase por ti. Oír la música lejana que te llama al encuentro con Dios y ponerse a cantarsuavemente. Con una mano apunta al cielo para poder sentir todas las gracias y con la otra apunta a la tierra para para ser el cable de iluminación. En el camino no te pierdas, no te vayas a la quebrada donde no encontrarás más que muerte y excremento espiritual. Vuelve a retomar el camino y toma el agua que brota abundante para nutrirte. Lleva esa agua contigo a todo lugar y luego escucha y plasma físicamente lo que debes comunicar.
De vuelta al origen
(Barcelona y la India)
Día 1:
Partimos de Chile en una tarde que no se decidía aún si darle el paso a la primavera o seguir obstinada en el invierno. El estómago iba lleno de burbujas que al igual que los volantines de septiembre no sabían bien qué viento tomar; a ratos al cielo, a ratos de pique al suelo por todo lo que dejamos atrás. Sin embargo, mucho nos alentó el cariño genuino de los que dejamos en nuestra ciudad. Una carne mechada y una lechuga de nuestra huerta fueron el mejor banquete para recordarnos qué bien que vivimos y el privilegio que Dios nos regala de aprender de otras culturas y toda su diversidad.
El vuelo en Avianca nada especial, sólo el sutil encanto del colombiano que hasta en las pantallas del avión se puede palpar. Recetas simples y llenas de vida te invitan a quedarte y conocer más. Así también los colores y los paisajes que te muestran, completan una seducción irresistible, la que Dios mediante, me encantaría disfrutar. Sólo minutos tuvimos para cambiarnos de avión para dejar América con su informal hospitalidad. De ahí horas y horas cruzando el ancho mar, para llegar a la cuna de la cultura y toda la antigüedad. El vuelo fue largo y agotador y mi cansancio se hizo notar.; tampoco ayudó mucho el espacio, pero quién se puede quejar; puro dar gracias no más.
La aventura siempre tiene un abanico de sorpresas que hay que aprender a sortear. Desde el aire nuestra primera parada en Barcelona se veía bella de verdad. Rodeada de un mar brillante, lleno de chispitas que coqueteaban conmigo mientras nos disponíamos a aterrizar. El Mediterráneo toma colores bien diversos en una corta superficie y pasa del azul profundo a un turquesa sucio como de barro y luego de frentón a un verde que lo acerca más a agua de laguna que al legendario escenario de la historia de la humanidad. Barcelona es marrón de aspecto y ningún otro color se puede destacar. Busqué verdes o blancos, pero de eso nada se puede apreciar. Son miles de cuadritos de color ladrillo que más me parecen legos de barro que otra construcción más moderna o especial.
Ya en tierra y para revertir la primera impresión, el aeropuerto se esmera en compensar con vidrios y sólo líneas futuristas en su materialidad. Inmenso, amplio y diverso, pero aún no logro captar el carácter de esta ciudad donde en mis primeros meses de vida me tuve que asentar. Antes de traer al papel esa vivencia, no puedo dejar de resaltar lo mucho que me desagradan los aeropuertos con toda su higiene e indiferencia existencial. Me carga el abuso de la autoridad, me carga la falta de humanidad entre un turista y otro; como si fuésemos robots en tránsito hacia una máquina de transportación y nada más. Qué energía más densa es posible palpar; creo que se asemeja al egoísmo y al narcisismo en su más cruel realidad. A eso se suman los que ahí tienen que trabajar; miles de rostros congelados los hacen invisibles y ni siquiera los quieren saludar. Puede ser pesimista mi visión, pero entre la seguridad, las colas, los policías, las comidas plásticas, los horarios trastornados, la gente anestesiada y el sonido de Babel desde el subterráneo vital, me producen una suerte de nauseas y dolor de cabezas difícil de tolerar. Supongo que es el precio mínimo que implica el utilizar el sistema y adaptarse a las reglas de la actual sociedad. Qué ganas de saludar al policía para saber cómo le va; qué ganas de no sentirse delincuente aunque no tengas nada que ocultar; qué ganas de ver sonrisas, en vez de escaleras mecánicas en el rostro de las gentes como si fueses un fantasma que no pueden divisar; qué ganas que la comida fuese casera y que los que ahí trabajan, se vieran radiantes y llenos de felicidad. Supongo que es mucho pedirle a la vida y que es suficiente en mi divagar.
Cuando logramos salir de la manga y pisar suelo español, no puedo sino sentir como una ráfaga de angustia se apodera de mi humanidad. Sabía que había sido duro venirnos a vivir acá; pero ahora lo sentí en la piel y casi me dieron ganas de llorar. Arrancando del caos de Chile, muy jóvenes mis papás se vinieron buscando una oportunidad. De una mano llevaban un niñito enojado y en los brazos una niñita que hacía pucheros pero sin llorar. El ninguneo y ser don nadie es brutal de verdad; las autoridades gozan haciéndote sentir un sudaca y que jamás pertenecerás a la alta alcurnia de su sociedad. Los sentí tratando de darse ánimo, pero sin poderse sintonizar. Capítulo triste y desolador pude atisbar en mi alma y sé porqué después de casi tres años decidieron regresar. No tengo registros conscientes pero sí me traspasa una sensación de abismo que me hace tiritar. Quizás por todo esto no estoy tan feliz al llegar. Tengo el estómago apretado y como broche de oro, dicen mi nombre en los parlantes porque mi maleta no alcanzó a llegar. Se quedó en Colombia y habrá que esperar. Quizás es el tiempo justo y necesario para que mi alma se anime a encarnarse nuevamente y desde el gozo en este lugar. Cada día me sorprende más la cantidad de información inconsciente que nos afecta en nuestro actuar y como actitud vital. Espero poder integrar rodas mis dimensiones y cerrar con salud estas hojas escritas de mi historia, que tanto me han podido interpelar. Espero cambiar de ánimo y de opinión en un ratito más, pero espero que nuestros ancestros hispanos sean más sabios y más “alegres” que los que hemos tenido el gusto de encontrar al aterrizar.
A la salida es un caos infernal; los taxistas están en huelga y son cientos, quizás miles los que tocan sus bocinas sin parar. La verdad la contaminación acústica logra el objetivo de asustar y molestar. No es una linda bienvenida y me parece que ya el carácter del barcelonés le gusta mucho gritar, alegar y sobre todo hablar. El gallego que nos ha llevado, lleno de palabras, pero sin una información certera la verdad. Todo com si com sa. Ni chicha ni limonada. Un buen político podría ser si se quisiera candidatear. Los tacos son contundentes, pero desde ahí se puede apreciar una ciudad moderna que viene a pintar con edificios lindos y arquitectura antigua lo que del aire no se podía apreciar. Hay colinas a lo lejos y uno que otro palacete se puede degustar; pero quizás lo más lindo son los árboles grandes y pacientes que deben albergar a millones bajo los túneles que sus ramas han sabido armar. Hemos llegado a un hotelito justo al medio de la rambla y vecino de la boquería que es un mercado fenomenal. Sólo ruego que el ruido y el comercio nos deje descansar.
Saliendo medios aturullados con el horario nos pusimos a caminar. Se oye una verborrea de palabras y en cualquier idioma te puedes fijar. El catalán es inentendible y se les da muy fácil gritar. Son millones las personas que caminan y compran en este paseo de mundanidad. Justo al principio del paseo una iglesia pudimos encontrar y no será grande Diosito, que justo estaba el cura esperándonos para comulgar. La Virgen coronaba el altar sólo alumbrada por un foco y escondida en las sombras de esta loca urbe que poco la debe admirar. Sólo un puñado de viejitos y nosotros nos acercamos para recibir a Dios y si bien le di las gracias, me dejo con la inquietud de cómo sobrevive él en la gran ciudad.
A sólo metros de la capilla, hervía un recorrido de voces, pieles expuestas sin pudor y cuánta pinta extraña podamos imaginar. El comercio ambulante convive con el oficial, hasta que llega la guardia civil y disparan los comerciantes como con paracaídas muy hábiles en escapar. Muchachos negros o árabes apenas el español saben hablar. Venden carteras, zapatos, pañuelos, joyas y de todo lo que se pueda vender y arrancar. A varios le pregunté de donde venían y las respuestas fueron sorprendentes la verdad: Senegal, El Congo, Pakistán u otro reino de más allá. Qué fuerte es el tema de la migración obligada; me conmueve de verdad. También sorprendía la oferta de cosas raras que sólo al oído a Andrés le sabían cantar: marihuana y cocaína sólo por dar un ejemplo de lo que pudimos escuchar. La sensación es muy fuerte la verdad; siempre en las grandes ciudades yo al menos me achico e inevitablemente me pongo a pensar con profundidad. El propósito de la vida se me hace más evidente en medio de la inmensidad. Debemos ser como un pequeño sol en medio de la noche y el infinito total. Consumir la vida dando luz y nada más. Poseer o acaparar grandes títulos es el peor engaño la verdad. Ni siquiera la belleza ni la juventud se pueden atrapar. Ver tantos cuerpos y formas, me dice que tampoco por ahí va la vida la verdad.
Comimos un pan crujiente y delicioso con un jamón serrano espectacular. Luego lo completamos con aceitunas y un ceviche de pulpos que despertó el paladar. El recorrido por la rambla me trajo recuerdos de palomas que solíamos alimentar, pero sobre todo me fue preparando para la diversidad a la que vamos a llegar. Puede ser obvio y tonto mi comentario, pero la mente es muy pueblerina la verdad. A veces nos quedamos encerrados en nuestro pequeño barrio, sin percatarnos del mundo con un gran angular.
Es conveniente ajustar los husos horarios porque aquí son como 7 horas más. Así que haciendo caso a los españoles, me tendré que acostar. Bueno, no sé si españoles españoles es la santa verdad; he visto mucho más extranjeros que personajes nativos de verdad. Mañana será otro día en el que espero mirar con sol la vida y contemplar todas las maravillas de esta ciudad. Sé que las hay y que en este viaje las vengo a recuperar; sólo debo darle tiempo al tiempo y dejar de extrañar.
Día 2:
Hoy Barcelona amaneció con menos sol y calor, pero para compensar el frío, se puso más linda y mostró su mejor cara; ¡me encantó! Comimos un desayuno españolísimo que le dio todo el mérito a la panadería local y un café delicioso que me hizo retomar el ánimo, aunque fuesen vitalmente las tres de la mañana para mi cuerpecito que apenas se percató. La verdad se me había olvidado el buen pan que se cocina acá: es crujiente, sabroso y a la baguette nadie le tiene que envidiar. Salimos caminando por la rambla y una brisa suave no alcanzaba a congelar; es rica la sensación de aroma a mar, aunque esté muy impregnado de ciudad y las olas no se oigan jamás. Llegamos a la plaza de Cataluña y ahí sí vimos un mar pero de palomas, que no se corrían ni alteraban con nada. Un deja vu fuertísimo me invadió sin piedad. Me vi de niña corriendo tras ellas y tratándolas de alimentar. Qué emoción el recuerdo; hasta unas lágrimas se me asomaron en contra de mi voluntad. Eran miles y miles y todos los niños jugaban sin parar. Es loca la mente en verdad. No sé si recuerdo la vivencia, pero el alma de nuevo se mandó sola y una emoción especial no se pudo quitar, como si yo también me hubiese quedado pegada en algún lugar de la plaza esperando regresar. Deben ser los fragmentos del alma que se quebró por primera vez en este lugar y hoy en un acto sagrado, los vengo a pedir de vuelta para poderlos restaurar. Qué misterio es la infancia y los abismos del alma en los que no podemos entrar conscientemente; sólo con un pequeño fósforo que alumbra, pero no te permite esclarecerlo todo porque seguramente esa información quedó muy guardada. Con la lágrima en la garganta, me fui como Zalo Reyes caminando por medio de una ciudad de un celeste que empezaba a repuntar. Las nubes blancas, blancas, parecían algodones recién hechos y con ganas de reventar. Si hay algo hermoso en esta ciudad es que el aire es muy limpio y todas las siluetas de los edificios y parques parecen recortarse a la perfección para destacar. Los balcones de fierro son una obra de arte que vale la pena contemplar; también las veredas anchas donde todos caminan sin toparse y con una amplitud total. Las terracitas flacas de cada departamento son deliciosas de verdad. Parecen escenas de un desayuno romántico donde sólo unas flores y un café humeante podrían bastar. El tráfico es súper civilizado y me hace desdecirme de algunos juicios que me hice al llegar; hay muchas bicicletas y transitan bastante armónicamente con los peatones y los autos que apenas se notan y son respetuosos de las luces y nadie te parece atropellar. También hay muchas scooter y niñitos pequeños que en coches salen a pasear. Me tinca muy lindo para vivir y de mucha riqueza cultural. Así que vamos al epicentro de belleza que también me dejó a punta de lágrimas, pero esta vez extasiada por la creación de un hombre que tuvo la libertad de plasmar todo lo que pasó por su cabeza y sin coartar lo más mínimo su voluntad. Fuimos a la casa Batlo de Gaudí. Qué casa más increíble desde todo punto de vista la verdad. No me referiré a la arquitectura en sí misma porque entiendo poco la verdad; pero si a la creatividad en la formas donde no tuvo nada que escatimar. Las paredes son escamas de pez y las puertas son verdaderas branquias que si te fijas bien se ponen a respirar. La piel de azulejos del patio se pinta de azules en degradé y se mueve graciosa como si estuviese nadando bajo el agua, pero con oxigeno libre para respirar. Los techos son caracolas y sensuales pechos de mujeres suelen del techo asomar. La madera es una silueta que se rinde fácil como si cera fuese en manos del fuego que lo funde al tallar. Sin embargo lo que más me cautivó fue el juego de luces y las claraboyas de vidrio que pintaban de colores como brillitos en el océano y altamar. Círculos de color púrpuras, amarillos y turquesas sin parar, hacían que todo bailara como en una fiesta de sirenas listas para celebrar. Todo fue fantasía con dragones, antifaces y ventanas que se movían sin cesar; que belleza más loca y exuberante, sin miedo a espantar. No había nada simétrico y todo parecía una exageración preciosa que mucho me hubo de agradar. Seguro un gen de Gaudí llevo en la sangre porque su casa la sentí en mi alma palpitar. Será por lo loca y/o por la posibilidad de plasmar su única forma de sentir la realidad. La suerte que tuvo él es que muchos lo siguieron en su inspiración y sólo un tranvía –al atropellarlo- lo pudo parar. Toda esta ciudad esta grabada y marcada con su sello particular: Qué increíble lo que un solo hombre con convicción y conexión con su debir pueda crear. Podría hablar mil horas de su creación, pero seguro las guías turísticas superarían mis descripciones, pero no la emoción que el lugar en mi supo provocar. Respiré colores, formas preciosas, asimetría total; percibí perfeccionismo, un poco de obsesión y una locura por salirse del camino en el que va todo el resto de la humanidad; olí madera de roble y artesanos convencidos de estar pasando a la posteridad; vibre con los movimientos y se sentía una frecuencia límpida casi con olor a sal. Todo era armonía y magia sin límites… pura sintonía divina, sin filtros, bajada desde el cielo sin ningún recorte humano: pura fecundidad…
Dejamos la casa mágica con su dragón atrás y caminamos otras cuadras más para cerrar otro hito de mi infancia para poderlo integrar. Provensa (se escribe así en catalán) 242 en el segundo ático es donde viví casi por tres años antes de aprender a caminar. Una vez más una partecita de mi supo que había llegado al lugar. Lamentablemente nadie nos abrió para poder subir a esa terraza alta donde solía jugar, pero recordé a mi tata cuando nos vino a visitar. Con él hicimos rondas y lo sentí junto a mi la vereda pisar. Los pavimentos guardaron su energía cariñosa y mis patitas llenas de rollos que junto a él no paraban de jugar. Creo que lo que bailábamos eran sardanas o un baile típico catalán. Movía mis patitas, dando saltitos sin parar. Yo creo que como Einstein dijo el tiempo es sólo una invención de la humanidad. Todo se siente en presente y los huesos no tienen idea de lo que es el amor en verdad. Me sentí amada por él una vez más; no importaba que no lo viera, pero su mano peluda y tibia no podía soltar.
Con esa alegría en el cuerpo nos fuimos a la Sagrada Familia, una obra majestuosa que lleva 130 años en construcción y aún le falta un año más para terminar. La inició Gaudí cuando apenas tenía 31 años de edad. Nadie lo conocía y ahora es un genio de la humanidad. Qué increíble la locura de juntar lo que jamás podría combinar. Aquí todo se ver bello y es una catarata de belleza que no acaba de manar. Las torres parecían torrecitas de arena a punto de caer, como esas que uno hace en la playa y que nunca cansan de mirar. Los agujeritos parecían hormigueros en construcción en los pilares, coronados finalmente con decorados como de azúcar y mazapán. Pelotitas de colores, racimos de uvas, esculturas modernas y columnas en forma de hueso solo para algo nombrar. Todo es una locura de ángulos, santos, frases, arcos y un Cristo que no tiene rostro y no te puede mirar. Ah, y está desnudo y eso es muy raro la verdad. Ver a Jesús despojado hasta de su ropa fue una novedad que no me dejó de asombrar, sobre todo después de ver a tanto enfermo la plaza atravesar. Nunca había visto tanta dolencia extraña en la piel o en el caminar. Creo que vimos a Cristo caminando por las calles y lo deje pasar… Sé que es tarde, pero al menos podré rezar por esos hombres tan solos y a los que nadie quería ayudar.
Ya con el sol en alto, seguimos recorriendo las callecitas coquetas que no me paraban de hacer guiños para encantar. Cada cafecito una delicia y los panes parece que cantan sin cesar; van hipnotizando a los paseantes que caen redonditos al pasar.
Así llegamos al Arco de triunfo que es una nueva maravilla a contemplar. Ladrillos esculpidos como si fuesen joyas, no dejan nada al azar. Los plátanos orientales siguen de cerca todo esta maravilla humana como queriendo compensar el equilibrio con lo divino, moviéndose como odaliscas con el viento al pasar.
Las callecitas nos llevaron al mercado de Santa Caterina y fue una pena en principio ya que por la hora no nos dejaron entrar, pero para pasar la pena unas ricas tapas nos fuimos a almorzar. Qué éxtasis de sabores, un manjar para despertar al más apático paladar. Las aceitunas gordas y verdes, parecían chocolates derritiéndose en la boca y no podía resistirme a unas berenjenas con miel que parecían galletitas de niños para gustar. Los sabores de los pimientos padrón también fueron como caramelos para almorzar; pucha que hay cosas ricas y bien preparadas que son una delicia que agradecer y degustar. Me sentí como el ratón de Ratatouille quedando en el cielo con cada aroma y sabor sin igual; me encanta esa sensación de presencia absoluta cuando uno come lento y disfrutando cada que llega a la boca como si al cielo mismo se le hubiese desprendido un pedacito para confirmar su existencia y generosidad.
Con el cuerpo feliz de tanta disfrutar, llegamos a la catedral de Barcelona pero no pudimos entrar, había una cola que parecía una culebra petrificada así que nos fuimos a sentar a uno de sus muros para oír a un músico cantar. Qué bendición es poder cantar lindo aunque sea por unas monedas y por necesidad. Fue un momento muy lindo en que el pavimento de la ciudad una vez más me regaló felicidad. Estuvimos un buen rato rodeados de gente, que más parecían palomas curiosas queriendo el suelo picotear. Se me congeló una vez más el horizonte y me dejé llevar seducida por el gozo que Dios me regala en esta oportunidad. Vi niños pequeños bailando al compás de las moneditas que caían con mucha abundancia para placer del artista que a pesar de su tendinitis y cansancio evidente no paraba de cantar. Engolosinados por los muros antiguos hicimos otro recorrido más hacia la famosa Catedral del Mar. Es imponente la verdad, pero no nos quedamos ahí a misa porque era en catalán. Volvimos nuevamente a la catedral y ahí mejor suerte tuvimos para comprender la predica que el cura quiso enseñar. Muy imponente todo, pero lo que más me llegó fue el Cristo de Lepanto donde mi mamá me contó me solían llevar. Me vi colgando con mis patitas en el banco y mirando esa escultura negra y torcida que me parecía más dolorosa de lo habitual. Ha sido linda esta ciudad finalmente con tanta imagen que no es recuerdo, pero que me hace vibrar.
Ya anocheciendo a la boquería fuimos a parar. Los puestos lindos y coloridos fueron una delicia a la vista por toda su diversidad sensible que embriagó a todos los sentidos que uno tiene y más. Los jamones serranos compiten con los aromas de frutas de todos los colores y variedad; más de atrás atacan los mariscos y los peces que parecen saltar. Los quesos apenas se hacen notar y unas tiendas mononas de chocolates y dulces son un arcoíris precioso para mirar. También hay carnicerías y hueverías o como han de llamarse donde se exhiben huevos de todos los colores y tamaños para hacer tortillas y demás.
Resumen, este día ha sido una orgía preciosa de belleza y fecundidad por el que doy gracias y no me paro de admirar. Hasta los quiscos pequeñitos me gustaron y las campanas de las iglesias no terminaron nunca de repicar. No todos los días hay tanto para ver y gustar. Una bendición demasiado grande y que de rodillas, ofrezco con gratitud y humildad.
Día 3:
Último día de acostumbrarnos al jet lag y ya listos par zarpar a Oriente con toda su diversidad. Gracias a Dios llegó mi maleta cerca de las 1 de la madrugada y por lo menos en ropa no tendré que improvisar. Ah y lo más importante, los remedios chilenos por si la guata de estos viajeros se llega a soltar frente a tanta multitud y amenazas que nos han sabido contar.
Barcelona amaneció radiante como si se quisiera ¡cachetonear”. El azul del cielo fue de una luminosidad muy linda; insisto en que crea un efecto como de destacador muy particular. Todo parece dibujado y marcado como por un lápiz finito que hace todo más bonito y especial. Después del desayuno fuimos a la Sagrada Familia para poder entrar y ya una vez encima de este monumento me quedé sin palabras para hablar. Las puertas de fierro tallado por si solas ya eran para enmarcar. Caracoles, chinitas y pájaros estaban fundidos junto a flores y hojas de un color muy intenso y particular. Qué notables son los artistas que crean tanta belleza para donar. Probablemente nadie tiene idea sus nombres o cuántos dolores de cabeza debieron pasar, pero merecen un tributo de rodillas por plasmar con tanta armonía y humildad. Así también los escultores, orfebres, albañiles y carpinteros anónimos que en estas murallas pasaron toda su vida sin descansar. Toda una ofrenda a Dios y una alabanza metida entre columnas de concreto y cuantas molduras y estructuras se nos puedan imaginar. Además de la sagrada familia que tiene imágenes de una dulzura fenomenal, se suman unos guerreros de cantos toscos y muy angulosos que no me gustan de verdad. Dan como miedo y contrastan con la sonrisa del niñito Jesús al entrar. Así también hay lagartijas, culebras y cuanto animal extraño se pueda divisar; todos congelados en la roca como esperando que una bruja los venga a despertar. Sin embargo todos los techos y ángulos de por sí imponentes y de una armonía sin igual, se quedan convertidos en migajas si tienes la oportunidad de entrar. Entrar al útero de Dios sería poca cosa para comparar, pero más parece un bosque lleno de hadas y luces que te envuelven entre sus troncos gruesos que buscan incansablemente el cielo sin poderlo lograr. Podría asemejarse la estructura interna a un esqueleto de ballena que te acaba de tragar; cada columna una costilla o fémures con rodillas a punto de doblegarse para adorar al Cristo que cuelga en el centro del altar. Las luces de los vitrales compiten de una ventana a otra y no paran de brillar. Todo fue pensado para seducir y encantar con cascadas de colores que bailan sin parar. Si te sientas y contemplas serás abducido por un caleidoscopio inmenso que no para de moverse ni tragar a los diminutos seres humanos que lo vienen a despertar. El murmullo de las voces se pierde entre el hormigón de distintos colores y piedras majestuosas que combinan bien a pesar de su diversidad. Una vez sorprende Cristo con una forma muy particular. Está nuevamente desnudo y casi de cuclillas colgado en el madero central. No puedo dejar de preguntarme si realmente le gusta este lugar y si será verdad que a ratos viene aquí a alojar. Confío que la fe de tantos hombre y familias lo supieron encantar, pero todo tan grande y tan frío me hace a ratos dudar. El cielo es dorado y blanco y parece como ardiendo cuando el sol le da. No hay espacio sin detalles y todo refleja una libertad creativa para envidiar. Gaudí aquí desplegó todo su talento y originalidad, pero sin duda sus sucesores han estado a la altura en el imitar. Tiene con todo algo de nave espacial y pareciera que en cualquier momento los vitrales son controles electrónicos y todo comienza a girar. No pude hacer oración en este lugar, me faltó recogimiento e intimidad, pero sí le di gracias a Dios por el poder del hombre en su manifestar. Ojalá que cuando lo terminen sea un centro de peregrinaje y no sólo de turistear. Tanta belleza y magnificencia sino tiene espíritu, puede convertirse en un templo de dinero y vanidad. Pobre Gaudí y los constructores si eso pasara; espero no haber aportado con mi visita a esta falta de fe y rebeldía natural frente a la opulencia y la falta de pureza en el propósito que puede ser una parte probable de la verdad de esta catedral.
Alucinada y embriagada por las luces, nos fuimos en metro al otro lado de la ciudad. La culebra metálica quedó exenta ciertamente de la huella de Gaudí y su creatividad. Los de Barcelona podrían haber pintado cada carro como un dragón o serpiente, tragándose a los paseantes en las entrañas de la ciudad. Pero no, cada carro era gris y no tenía nada de particular. Salimos escupidos cerca de los cerros donde se encuentra el Palacio Nacional. Apernado a una colina, está lo que hoy es un Museo y tiene una vista majestuosa de la ciudad. Volví a ver el marrón que envuelve las casas y no apareció verde de ninguna parte como si a los pintores se les hubiese terminado ese pastel al crear. Bueno, dicen que la lluvia ha estado muy escasa la verdad. Con sangría en el cuerpo y una que otra tapa española ya no nos queda más que despedirnos de esta hermosa ciudad. Se acaban la comida rica y con su olor a ajo tan fuerte como especial. Se acaba el idioma asequible y ya haremos esfuerzos por entender la verdad. Se acaban los rostros conocidos en la etnia y pasaremos a ser bichos raros al caminar. En fin, una estupenda parada para iniciar la segunda parte de este viaje que nos tiene emocionados a no más dar.
De Bogotá a Barcelona y de Barcelona a Dubai; de Dubai a Nueva Delhi y ahí habrá mucho que escribir y contar. Por mientras miro nuevamente a los pasajeros del aeropuerto y no sé si me animaría a hablarles o preguntarles a dónde van. Por lo menos no a los policías que son insoportables la verdad. Bueno aquí termino este primer reporte antes de comenzar un nuevo retorno al origen, si es que alguna vez ya anduve por la India y aprendí de toda su riqueza espiritual.
Día 4: En viaje hacia el misterio…
Puede ser interesante de compartir porque aún a mi edad, yo nunca me había subido a un avión de dos pisos que pueda volar. Qué monstruo más grande, se acaba de tragar a 800 pasajeros y ni un sal de frutas le dieron a tomar. Todo el primer piso para los que nos gusta economizar, pero la verdad más lujos hasta ahora no había podido degustar. Todo el segundo piso con petrodólares lo tienes que pagar; ya sea en primera clase o en business es la elegancia y ostentación total. Spa, duchas, bar y demás, de todo había cuando al bajarnos lo pudimos visitar. Andrés como cabro chico hasta una frazada y bolsito de cosas lindas se quería llevar, pero lo contuvo la vergüenza y la señora que no lo podía aguantar. Jaja.
Más de mil películas y botellitas de licores te daban sin cobrar. Bien valdría no haber tenido tanto sueño y ser ebrio de verdad. Bueno estuve tentada de tomarme alguna para ver si los calambres de mi patitas se me podían pasar. Qué desesperación el ir tan incómoda en medio de la noche y que la única salida fuese las arenas del desierto y los ronquidos de los 800 pasajeros que parecían palomas en su arrullar. Ya tendré que “hacerme ver” y analizar si algo en mi alimentación me puede faltar. Por lo menos mañana buscaré plátanos si es que el potasio es lo que me está cobrando la cuenta o es pura vejez y nada más.
De Dubai es bien poco lo que vimos, pero me quedo con el prejuicio de mi ignorancia que pensaba todo lleno de arena encontrar. La verdad sólo vi cemento por todos lados y las letras árabes que parecían gusanitos invertidos queriéndome saludar. Ya el idioma español se vuelve silencio en este lugar; sólo el inglés nos salva de una gerigoncia a mis oídos que ninguna palabra conocida pueden captar. Muchas j e ll y sonidos que se atragantan en la lengua y que son difíciles de pronunciar; así me suena el indio y el árabe que es lo que más frecuenta en la sala de espera para abordar. Emirates árabes es bien admirable en su transformación real; hasta hace muy poco era un arenal sin destino y uno de sus jefes lo ha vestido de lujos, excentricidades y locuras que lo han hecho destacar. Dice él que si se acaba el petróleo, igual por turismo lo vendrán a visitar. Interesante su apuesta; ojalá que le vaya bien porque a mi me da la sensación que es un elefante blanco (o camello si prefieren) sin espíritu ni alma y eso me hace dudar.
Sólo unas poquitas horas y vuelta a embarcar para el destino final. Ya los ojos me duelen de sueño, más que mis patitas de calambre que de tanto dolor, se pusieron a descansar. Tres horas más sosteniendo la cabeza después del mundo entero atravesar. Qué emoción siente mi alma y que hasta en la duermevela sueño con Delhi de una forma muy especial. Como la mente no pone fronteras, mezclo la arena del desierto con la India ancestral. Vi en mis sueños personas de piel azul y túnicas del mismo color que me veían con distancia al saludar. También había gente enterrada de cuerpo entero en la arena, según yo para refrescar; bien diversa la gente con muchas mujeres y niños que escondidos detrás de sus túnicas me veían con ojos profundos, como si no fueran humanas, sino de una dimensión más lejana que no alcance a notar. Bueno eso fue el sueño, muy distinto a la realidad. El aeropuerto de la capital política de la India es igual a cualquier otro occidental. Muchas escaleras mecánicas y grandes alfombras –bien feas de diseños- escoltaban nuestro peregrinaje hacia fuera sin molestar. Lo único de choque inicial fue el baño el que tenías dos escusados y dos hoyos y a mi me tocó de los últimos y fue un desastre total. Tendrían que poner un esquema o imagen para entender cómo hacen esta gimnasia las locales sin dejar la embarrada. Por suerte son misericordiosos y tienen un ducha al lado para todo limpiar. Donde fueres haz lo que vieres y así que obligada a regar muerta de la risa, sin poderle a nadie comentar mi bienvenida en el baño que dejo mucho que desear.
Luego en policía no nos preguntaron nada; ni siquiera la vacunas nos pidieron y pensaron que Chile era europeo, así que bien poco valemos los 18 millones de chilenitos en esta inmensidad. Sólo para hacerse una idea la ciudad de Delhi nos gana por dos millones de personas y se nota apenas sales del aeropuerto y puedes el calor respirar. Un chiquillo lindo con ojos de almendras nos esperaba con un cartel; muy educadito y peinado, fue a buscar al chofer de un auto que tenía el nombre de Andrés. El chofer pura sonrisa, pero hediondo a no más dar; por suerte a todo se acostumbra uno, ya que Dios no se equivocó en el programar.
La primera impresión es que es mucho menos caótica de lo que yo esperaba al aterrizar. Es un caos es cierto y en cualquier segundo un tuc tuc o una moto te puede atropellar, pero entre esto y Bali esto parece un Londres total. Bueno los manubrios están en el otro lado del asiento y todo es al revés de lo acostumbrado así que los nervios hay que volver a acostumbrar. Nada respeta ninguna señal pero a punta de bocinazos todos se hacen el espacio para pasar. Las veredas existen pero son para estacionar; la gente camina por la calle y eso parece les da más seguridad. Todo tiene mucho escombro y ladrillo botado como su la constructora nunca vino a limpiar. Hay basura, pero nada que me logre espantar. Sí es curioso que la tierra gredosa y amarilla ocre al observar es bien abonada a vista y presencia del tránsito por muchos hombre que sin ninguna vergüenza ahí de pie, se ponen a hacer pipí sin inmutarse del gentío que los puede mirar.
Sólo fotos sueltas son las que puedo hasta ahora contar; supongo que mañana las podré articular mejor y comentar. El ruido es alto pero no alcanza a cansar; hay gente pidiendo en las esquinas, pero aún no se han convertido en ese dolor espantoso que nos habían descrito antes de llegar. Recuerdo las sonrisas y bellezas preciosas de una niñita y un niño que vendían globos en un semáforo donde Sabir –el chofer- llegó a parar. Esos ojos esconden miles de años y profundidades en un solo mirar. Uff fuerte y bello en verdad. La piel oscura y parejita los hacía muñecos de porcelana pintada de una elegancia y tallado magistral. Sí era pobrísimos y preciosos al mismo tiempo, sobre todo la niñita que iba vestida con telas combinadas con todo el estilo y el clásico punto entre sus dos ojos casi en cinco segundos me lograron hipnotizar. No así un cortadito que se puso la ventana a tocar. Su mirada llena de dolor y rabia, difícilmente la podré borrar. Dicen que si uno ayuda a uno, una multitud aparece detrás; sé que hay que estar por encima de todos nuestros códigos y adentrarse con respeto y reverencia a lo que no entiende mi mente occidental.
Los árboles al principio eran tímidos y sucios, pero después fueron recuperando terreno y algunos hasta de verde intenso se prendieron para dejarnos pasar. Reconocí los arbolitos de flores blancas de Bali y fue pura emoción de verdad. No sé ven más flores que buganvilias y aquí de jardines, nadie supo nada. Sí vi cuadrillas –como familias- escarbando la tierra como para plantar. Eran paños de colores intensos, amarrados a la superficie ocre que bien los sabía acunar. Parecían como esas gitanas que en el norte de Chile suelen bailar; sólo que éstas estaban de rodillas y sus herramientas de trabajo eran sólo las manos y nada más.
Las letras de los letreros aquí se volvieron a girar; van al revés de las árabes y según los mismos indios nadie las sabe utilizar bien de verdad. No pude aprender ninguna palabra porque son difíciles de pronunciar; salvaré con el namaste hasta que pueda alguna recordar.
Entre el chofer y el chiquillo lindo, no sabían cómo encontrar el hotel en el que nos íbamos a quedar. A pesar de no entender lo que hablaban, supimos que estaban igual de perdidos que nosotros y llamaban a un tercero sin parar. Finalmente por casualidad vi el letrero y seguro que la Virgen nos debe haber venido a salvar. Ya no sé a qué hora rezar el ángelus porque aquí para peor las horas se han corrido otra media mitad. ¿Quién entiende eso? Lo voy a tener que averiguar.
En una calle bien atochada, el hotel y la agencia virtual existían y eso hay que agradecerlo la verdad. Así, un lugar que defino como café y antiguo, pero limpio y de buen servicio nos vino a alojar. Inevitablemente hubo que dormir un rato porque o sino me iba a desmayar, me desperté para comer (o almorzar; ya no entiendo bien qué decirle a mi estómago para que se pueda ubicar), así que de comida india nos fuimos para aterrizar. Platos ricos y sencillos, acompañados de un pan , que no es otra cosa que el pan del pobre que los scouts suelen cocinar. Harina, sal y agua y de ahí a un horno sin levadura ni amasado y ninguna cosa más. A pesar de pedir sin picante mi lengüita y cuello saltaban por dentro de las especies que picaban igual. Todo rico y liviano, en base a verduras y nada más. Ni se nos ocurra buscar carne porque sólo pollo y pescado se vende, nada más.
Creo que eso es todo por hoy porque mañana sí tenemos un guía que nos podrá todo explicar. Resumen; sólo a primera vista, Delhi y Nueva Delhi (porque son dos sectores en verdad), no me ha parecido nada mal. Venía preparada para mucho más impacto, aunque la victoria está lejos de contar. Siendo alguna hora de la noche que ya no entiendo, es bueno irse a acostar.
Día 5: Delhi: difícil de procesar sin juzgar
El reporte de hoy no será fácil de verdad. Hay tantas imágenes en mi retina; tanta información, tanto rostro en la retina que necesitaré decantar para ser lo más fiel posible a la realidad. Quizás antes de describir cada cosa, lo más fuerte sea la sensación que tengo en el alma y que no puedo evitar. Tengo el espíritu cubierto de un polvo sucio, pegote, manchado de miseria, de suciedad, de un calor pegote y de una emoción muy parecida a la tristeza y a la desolación existencial. De los 20 millones que viven en esta ciudad, sólo vi una carita de ángel que irradiaba felicidad; el resto –casi todo Chile- más me pareció resignado y tristón. Puede ser el efecto esperado de una ciudad tan grande donde todo se puede encontrar, pero la verdad aquí se sumaron demasiados elementos como para no impactar el ánimo y dejar una sensación amarga que será necesario meditar. Puede que sea mi juicio occidental o de mujer burguesa y eso no lo puedo negar; pero la mezcla de todo lo visto fue un batido que mucho me afectó. No quede triste, quedé como en estado de shock y con un profundo ruido interno que trato aún de acallar para aceptar la diferencia y no darle una connotación. Podría haber sido pobreza la que más me afectó o bien el hacinamiento humano o el dolor, sin embargo apuesto por la mirada que percibí en la totalidad y en la suma de individualidades lo que me mató. Ojos sin brillo es un buen resumen de todo lo que mi alma hoy percibió. Ojos sin fondo ni esperanza; como anulados por la condición en que viven aunque muchos no tengan punto de comparación. Es como la acedía que una vez aprendí. No sólo los cuerpos yacen echados dormitando a la primera sombra que encuentran, sino también el entusiasmo y la pasión. No vi risas ni canción; no vi romance ni amor; no vi ilusiones ni sueños en los niños ni en los adolescentes que mi ser encontró; no vi sabiduría en los mayores ni dulzura en las viejitas de precioso color; no vi alegría ni paz en medio del caos que aquí se construyó. No vi a Dios ni a ninguno de sus dioses chicos dando vueltas por derredor… Sé que apenas es la primera impresión y que hay un 99% que no conozco y que peco de la típica turista con su ignorancia y prejuicio interior, pero bueno este reporte es eso; una bitácora y no una enciclopedia con toda la información.
Vamos por parte para que los que lean puedan sumarse a mi percepción.. Lo primero el tráfico que es uno de los mejores signos de esta desesperanza generalizada que se siente aquí. La selva es poco decir. Las calles son todas de doble vía y por ella transitan autos, motos, tuc tuc (motos acondicionadas como pequeños vehículos para llevar pasajeros), triciclos humanos que son taxis, bicicletas, buses grandes, furgones de pasajeros que van saltando al aire libre y peatones, que poseen iguales ínfulas de dominar las calles olvidando la capacidad de sus motores o el tamaño de sus vehículos. Todos arremeten con igual agresividad y gana el más atrevido u osado para intervenir. Dicen los lugareños que para sobrevivir en las calles, debes tener una buena bocina, un buen freno y una buena suerte y la verdad es que no están muy lejos de la verdad. No hay líneas divisorias y todos se dan vueltas donde se les ocurre y se estacionan donde quieren sin hacer caso a un más mínimo orden o sistematización de nada. Mirado desde arriba se me ocurren carreras de conejos astutos y bulliciosos que van aprovechando cada mínimo espacio para sacar ventaja de los demás vehículos y sin importar si en ese avanzar pasas a llevar espejos, puertas o botas al vecino que va tratando de sobrevivir en su moto. Pasas a milímetros del vecino y todos los segundos estás en peligro de chocar, atropellar o ser atropellado por cualquier cosa. Las bocinas son un infierno acústico y no tienen vergüenza en ocuparla en todos lados como si hubiese una suerte de placer en quedarse pegado produciendo el molesto ruido ensordecedor. Nuestro chofer realmente es digno de Fitipaldi y goza con cada riesgo que tomamos y se mete por donde no se debe muerto de la risa, como si fuese un niño arrancando del colegio detrás de un inspector. Es un gordo gozador, que transpira como camello, pero parece de buen corazón.
El tráfico es cosa seria en toda la ciudad, pero donde se volvió sobrevivencia fue en la Old Delhi que literalmente me mató de miedo, sobre todo cuando nos convertimos en peatones por unos cinco minutos de terror. Pidiendo por favor con la mano, logre que no me atropellara ninguna cosa pero vi mis zapatos pisados por una moto y por otro señor. De verdad una experiencia única que mucho me estresó. Sólo imaginen como si cruzaran la Alameda en plena congestión, caminando por entre medio de todo, porque aquí los pasos de cebra nunca nadie los concibió. Se cruza por todas partes y ten cuidado con los hoyos y las piedras que también son parte del desafío de hoy.
En esta parte de la ciudad la pobreza me impresionó. Las “casas” estaban arriba de almacenes muy viejos y eran mezcla de barro y mugre para ser exactos en la construcción. Las ventanas sólo barrotes de fierro o palos, pero casi cayéndose para el lado que se les dio. Las calles son sólo pavimentos rotos y las veredas cerros de escombros con basuras y una que otra tiendita callejera cobijada en su interior. Los puestos no son más que un palo con una tela de plástico cubriéndolos del sol. Abajo muy pocos productos, en su mayoría frutas o quién sabe Dios, pero sus tienderos viven ahí, se nota por los colchones y la ropa sucia amontonada alrededor. El piso es de barro y ahí es donde ves a muchos durmiendo como esperando que se acabe esta vida que tan poco les dio.
Muchos indios duermen y reposan sus delgados cuerpos y menudos esqueletos donde se les ocurre sin ningún pudor. Los ves como niños acurrucados en el pavimento sin ninguna protección, arriba de un puesto metálico de bebidas o si tienen más suerte en un asiento viejo de un tuc tuc o en la moto llenando toda su superficie horizontal con pequeño cuerpecito como si fuesen momias que el tiempo congeló.
Las siluetas masculinas son muy angostas y de músculos o espaldas nunca conoció. Son bajos, muy morenos y sin ningún encanto en su rostro, más que unas ojeras muy pronunciadas que hace aún más oscura su expresión. No vi a ninguno reírse, como si su alma se hubiese ido a otra dimensión. Hay muchos que parecen homosexuales y van de la mano con su amigo como buscando un poco de cariño en medio de todo este dolor. Muchos jóvenes visten de blue jeans, pero no así el hombre mayor que va con su túnica o un pantalón de tela con brillo de gastado y un zapato viejo que ya perdió su color. No vi ricos ni elegantes en ninguna de las paradas a las que el tour de hoy nos llevó. Sólo hombres trabajadores y otros –muchos- mendigos apenas sosteniendo sus huesos que colgaban dentro de su gastada piel. Las mujeres en sí mismas sí son más atractivas que los hombres pero más por su vestimenta que por otra cuestión. Llevan trenzas largas y sari si son casadas y una túnica con pantalón si son solteras que les tapa casi todo con extrema precaución. Los saris miden 8 metros de largo y en el campo son los que más se suelen usar. Las mujeres viudas están malditas y deben vestir de blanco como señal de su mala suerte. Las féminas son más dulces y guardan cierto misterio en su caminar y mirar. Tienen las caderas más anchas y son más abultadas en general que los hombres. Pero también las hay esqueléticas y que se acuclillan como si fuesen un clip humano doblándose sin ningún impedimento, como si los músculos jamás hubiesen crecido en su interior. Los colores de las ropas son preciosos y las combinaciones llaman mucho la atención. Si son casadas además llevan una mancha de tinta en la partidura del pelo y sólo como bendición un puntito en el entrecejo de cualquier color.
Pasando a temas culturales un poquito de todo para aprender de lo que aquí se estila, siempre será interesante como cuestión: aquí para casarse todo lo arregla la familia y es por el arreglo económico que supone la unión. La mujer paga una dote de 6.000 dólares promedio a la familia del novio y se va a vivir con ellos después de los 5 días que dura la celebración. Sólo una vez se casa el indio común y ya no supera los 2 o 3 niños porque es muy caro la crianza, según se nos informó. La novia tiene que gustarte porque o sino se pierde la dote y perjudicas a la familia, que permanece viviendo siempre junta y la independencia de los recién casados no es tema es discusión. Se vive con los suegros, con los abuelos, con los cuñados, con los sobrinos y todos deben comer juntos y hacer juntos la oración… Suena lindo o lo más próximo al infierno si es que estuvo mala la elección.
En religión es muy difícil entender bien cómo funciona el tema porque supone una comprensión mucho mayor. La mayoría aquí en hindú, el resto musulmán y otras más pequeñas como budistas, cristianos o sijs. Estos últimos se reconocen por sus abultados turbantes que esconden sus cabelleras que jamás deben cortar. Así también su barba que parece un chivo listo para embestir. Sólo esos hombres son grandes, corpulentos, narigones, de un aspecto un poco temible para mi. Capaz que sean re buena gente, pero tampoco vi a ninguno sonreír. Los musulmanes no son muy populares por aquí. Visten sus gorritas blancas y sus túnicas blancas los hacen ver como delgadas velas siempre listas para encender; no así los niñitos chicos que se ven lindos y siempre se ven corriendo a pies pelados por ahí. Sólo niños muy pobre vi. Iban detrás de sus mamás que se dedicaban a desmalezar el pasto, dobladas bajo el calor. Ellos eran verdaderas guaguas que apenas sabían caminar, pero se quedaban quieta echadas en la acequia seca o en la sombra de un árbol que se apiadó. Había también niñitos más grandes, pero estaban aparentemente solos en las calles tocando los vidrios de los autos para recibir una moneda. Eso si que me partieron el alma y sufrí con su carita, sobre todo con una jovencita que evidentemente había recibido un fuerte golpe en su ojo y cuyo sufrimiento conmovió mi corazón. Tanto nos han advertido que no cedamos a la “tentación” de ayudar porque aparecen miles alrededor, pero en este caso hasta el chofer abrió la ventana y le dio. Uff fuerte la verdad la impresión.
Aun en las informaciones generales, quiero agregar la cantidad de jotes que sobrevuelan la ciudad causando una fea impresión. No ayudan mucho el canto de los cuervos que parecen película de terror ni tampoco las feas palomas que están en todas partes como dueñas de la situación. Vi muy pocas vacas caminando como Pedro por su casa y un caballo hecho huesos que apenitas se sostenía en medio del calor. Perros sólo uno pocos, bien destartalados, gatos no vi y sí muchas ardillas flacas y simpáticas que no combinaban demasiado bien con el exterior. Dicen que hay miles de ratones y que nadie los mata porque también tienen algo de sagrado para su religión. Yo no tuve el gusto, pero sí Andrés que los vio paseando por una tienda de textiles y ni se inmutaron con su interrupción.
De la vista de las viviendas y edificios no corre mejor suerte la impresión. Las construcciones son de mediana estatura llenas de moho negro en su exterior. Muchas no están terminadas y/o tienen escombros a su alrededor. Los cables parecen verdaderas serpientes truculentas tragándose todo a su paso sin inhibición. Aquí no existió la estética ni nada parecido dándole a las calles y casas una apariencia futurista de muy horrible condición. Como si fuesen lianas gruesas y negras de algún animal malévolo que las escupió toda la ciudad vieja sucumbió. Nada de balcones, maceteros o plantitas para poner más lindo todo lo que vi. Había también hoteles muy altos y aparentemente elegantes, pero a no muchos metros de ahí, también había verdaderos campamentos hechos solo de tablas, latones y piso de barro para vivir. Veías la ropa tendida y la pobreza que tiñe todo como de un gris grafito imposible de no sentir.
No voy a latear más con los baños en forma de hoyo, pero hoy nuevamente por ahí sucumbí. Las gringas y alemanas estaban peor que yo así que ya la experiencia me hace un master en hacer pipí.
Pasando a temas más doctos, les puedo contar a todos los lugares que fui: partimos en la mezquita Jama Masjid que la hizo el mismo arquitecto del Taj Mahal. Había que entrar sin zapatos a una gran explanada de cemento que quemaba de mirarla así que casi me morí. Mis patitas de princesa ardieron hasta que una sombrita o un género de pésima reputación encontré para poder andar. El lugar pobre, muy masivo y muy difícil de percibir ahí a Dios. De ahí seguimos al Fuerte rojo que lo hizo un sultán mogol. Era una gran pared de ladrillo escarlata que escondía un parque detrás de sí. Tenía foso y antiguamente agua, pero hoy es de los militares así que solo la foto de la fachada y a seguir.
Algunos datos duros de la India nos aportó el guía que era bien desanimado y pesado, pero tenía la gracia de hablar español. La India tiene 29 estados y aproximadamente 1.200 millones de habitantes. La educación y la salud es gratis y según él, muy buena. Su independencia fue en 1947. Tienen buena relación con los ingleses; no así con Pakistán con el que siempre pelean porque es ayudado por China.
Como era de esperar el guía nos llevó a una fábrica de amigos para “obligarnos” a comprar. Nos vino bien el té verde y la botellita de agua, pero gracias a Dios esta vez me pude salvar del regateo incansable con el que Andrés disfruta porque no estaba el precio ni para pelear. Eran lindas las alfombras de Cachemira, pero no se nos da bien el comprar tan caro con la tribu que no lo sabemos apreciar. Fuimos después a un minarete que estaba a punto de caer por su antigüedad. Medía 347 escalones y era digno de contemplar, pero la verdad que el caos y el cansancio nos empezaron a afectar. Así que ahí fuimos a un templo de la religión Bahai que se llama Flor de Loto, que es una fe que partió en Irán y tiene una arquitectura en forma de Opera House, llena de mármoles blancos por donde la puedas mirar. Llena de restricciones en su interior sólo puedes meditar o rezar, pero poco invita la multitud y ese vacío total. Ni una flor había para contemplar; más me pareció una sala de espera de un hospital.
Algo lindo del recorrido dentro de todo fue el monumento a Gandhi que fue cremado y sus cenizas se guardan en ese lugar. Flores y parques, reflejaban su espíritu pacífico y su libertad. Sin embargo, una vez sin zapatos, el cemento me volvió a quemar.
Algunos últimos comentarios por si alguien se anima a leer más. Acá no hay supermercados y todo se vende en pequeños almacenes o en una especie de vega central que tiene mil frutas y verduras que se ven lindas, pero nos da susto comprar. Finalmente compramos algo occidental y nos vinimos al hotel a descansar después de un día tan complejo de procesar. ¿Feo Delhi? La verdad no lo podría juzgar. No me gustó su energía ni tampoco fue muy especial lo que fuimos a visitar. Me quedó con la niñita hermosa que nos sonrió y para colmo nos regaló una rosa como ofrenda de respeto y admiración. Siempre en medio de la suciedad, la pobreza, la basura y el caos evidente que aquí mana, también puede surgir la belleza, la pureza y la paz del corazón (eso que se me olvidó contar de un muerto que llevaban en andas pegadito a nosotros, apenas tapado con un género blanco y sin ninguna protección). Bendita sea esa niñita y su vida y que Dios la cuide para que conserve su belleza interna que hacia fuera hoy se le traslució.
Mañana el espectáculo no sé si será peor. Vamos al epicentro del espíritu indio según se nos explicó, Varanasi que es como un altar gigante donde este pueblo entierra, crema y ofrenda la muerte como opción. Sin duda, miles de aprendizajes e imágenes nuevas nos sorprenderán, así que será mejor descansar.
Día 6: Vanarasi: otro mundo para digerir
De todo lo leído, lo vivido y lo aprendido en todos los medios habidos y por haber, jamás hubo información en mi cerebro que me permitiera decodificar e integrar dos días llenos de estímulos e imágenes como las que aquí sentí y vi. Ni el más pobre de nuestros campamentos tiene algo así, tampoco sé bien cómo procesar y poner lo que voy a escribir. Se me ocurre que lo inefable e inimaginable se da mejor con postales y alguna forma de poesía porque me supera de principio a fin.
Trataré de discernir en el espíritu la moción que aquí se dio; es una mezcla de desolación profunda por tanta miseria y horror; también se suma sorpresa por ver cómo el ser humano aún vive en tan precaria condición y con todo parece acostumbrado y hasta agradeciendo lo poco que se le dio; el caos se da en todos los sentidos y debes estar siempre atento para no caer en un surmenaje por sobreexposición; los sonidos de las bocina realmente asustan y debes sobrevivir a una contaminación acústica que no descansa en ningún momento. Todo es ruido alrededor como si fuese una burbuja de tortura perfectamente creada para esta ocasión. Los ojos deben estar siempre alertas para no ser atropellado o chocar con una vaca o un camión. Debes mirar a todos lados siempre rápidamente para dar un paso del que no te vayas a arrepentir. El tacto tampoco se salva de la locura que aquí se sembró. Ves pieles curtidas en exceso, tocas el suelo lleno de mugres con los pies descalzos y rezar para que las bacterias milenarias se apiaden de tu piel suave y expuesta al roce y al desgaste que aquí nadie parece conocer. Es mas muchos no usan zapatos y ves como la planta se la ha endurecido al punto de creer que verdaderos plásticos van adosados a sus pies. Muchas veces debes hacer vista gorda y aceptar que el agua que te moja los pies o la cara, es del más mal origen pero lo debes de aceptar. Pensar que el olfato en Varanasi se podía salvar, es el peor error que se puede pensar. Hay olor a podrido, a caca de perro, a caca de vaca, a orina humana, a muerto, a basura, a alcantarilla, a incienso, a sándalo, a flores marchitas, a pobreza humana, a aguas servidas que corren sin destino recogiendo en sus entrañas el hedor. Y si de gusto se trata, tampoco es buena la cuestión. Todo sabe picante y debes abstenerte de probar cualquier comida que te ofrezcan por grave riesgo de intoxicación. Fríen cosas, venden tés en vasijas de barro, venden yogurt en vasitos de aluminio, unas pelotas infladas que parecen soufflé, comen tabaco mascado y lo escupen a la calle también. Objetivamente aquí no hay nada lindo, ni armónico, ni estético, ni puro, ni claro, ni fresco, ni limpio como podría buscar nuestra sensibilidad normal para apreciar. Es un caos de toda índole que invade todo tu espacio vital. Solo la pieza del hotel parece un seguro refugio a la avalancha de sensaciones hechas una melcocha que te acosa sin cesar. ¿Es por eso poco interesante o digno de descartar? Jamás. Esta ciudad te descoloca absolutamente y esconde un misterio muy difícil de expresar.
Ubiquémonos primero en lo más parecido que se me ocurre para graficar. Estamos en las calles detrás de la Vega de Santiago, pero aquí no hay servicio de basurero ni aseo local. Las calles son apenas visibles porque desde las 5:30 de la mañana ya están llenas a rabiar. Hay basura vieja y nueva como un puñado de colores que no puedes descifrar. Todo está manchado con un hollín negro que yo al menos relaciono con la suciedad y la pobreza que no es posible superar. Es esa pobreza que ves en los viejitos de la hospedería del hogar de Cristo y que solo con mucho remojo podrías sacar. Así camina casi un 20 por ciento de la población local, pero camina además pintada con pastas de colores, con los pelos tomados o pelados y con los huesos al aire como si fuera normal. Los hombres en general serían todos viejitos de la calle que te miran fijo y pocos saben sonreír un poco más. Seguro no tienen dientes, porque la salud aquí no es tema en realidad. Esta ciudad es de tres millones de habitantes y vienen de toda la India para morir e irse al cielo ya que Shiva, es el dueño de esta ciudad y así lo prometió. Sigo con la ubicación espacial para que alguien más lo pueda imaginar. Las calles fuera de las más comerciales que no tienen espacio sin un pequeño almacén, son callejuelas como medievales donde la luz hace mucho rato se olvidó de entrar. El suelo varía de baldosas rotas a pastelones mojados donde cualquier cosa puedes encontrar. Todo está lleno de recovecos que parecen un calabozo del infierno si te pones a admirar. Caminas atentos a la vacas que también por ahí suelen transitar y no es extraño que además una moto, te deje apresado debajo de la cola o de las patas de tan sagrado animal. De pronto de unos balcones sucios y llenos de moho, qué pensarían están abandonados, surge un rostro de un viejito o una señora que emerge desde la oscuridad y te revelan que viven aquí, en verdaderas cuevas de yesos milenarios que hace mucho dejaron de ser dignos de un hogar. La ciudad se cree tiene al menos 6000 años de antigüedad y la verdad cuesta imaginar tanto tiempo en mi mente, pero se sienten de alguna forma como un peso que la historia sí te sabe cobrar. Todo lo que pisas, respiras y hueles no conoce hace milenios la virginidad; todo está ajado, gastado, que hasta sientes que te falta oxígeno al inspirar. La mayoría de los que te topas te penetran con su mirar. Es una mirada profunda, antigua, como si fueses un ignorante que se asoma a almas muy antiguas que aquí se vinieron a encarnar. Algunas te sonríen con dulzura y logras apreciar una belleza nueva que es un bálsamo en medio de tanta adversidad. Sin embargo, la mayoría está como ido, ensimismado en su pobreza o enfermedad y su dolor te cala de tal forma que no sabes bien como atinar. La ayuda material algo aliviaría pero no es tan fácil todo de arreglar. Ves cortados, ciegos, tullidos, desnutridos, ciegos y todo lo que te puedas imaginar. Las mujeres en general son lindas de mirar. Van marcadas por el trabajo durísimo que seguro desde que caminan les tuvo que tocar. Arrastran sus pies llenos de callos y sus manos toman sus abultados estómagos, como si la comida hubiese compensado en parte tanto esfuerzo y sacrificio para sobrevivir acá. La mayoría viste el Sari tradicional de muchos colores que alegran la postal, pero es raro verlas sonreír o mirar. Hay viejitas tan flaquitas y pobres que crees se van a quebrar. Las cuencas hundidas revelan pronto sus cráneos que van a cremar. Trató de volver a alguna lógica para desplegar un tsunami de sensaciones para no marear.
Las vacas son sagradas porque una de las diosas se representa así como casi todos los 33 millones de dioses que aquí han podido crear. Las vacas siempre tienen un dueño y vuelven solas a su hogar. Las hay flacas hasta los huesos que más parecen perros con tiña que cualquier otro animal, pero también hay unas gordas inmensas que dan miedo y tienen jorobas muy altas que ostentar. También hay búfalos pero no son sagrados y los musulmanes se los comen. Si llegas a matar una vaca 7 años de castigo te saben dar y si se pueden ordeñar para sacar de ella la leche y manteca que ocupan regularmente para hacer velas de manteca con alcanfor para iluminarlas ceremonias y las ofrendas en el rezar. La inmensa mayoría de esta ciudad es hindú pero también hay un porcentaje musulmán, por eso no es raro ver a muchos hombres con los típicos atuendos árabes y las mujeres con gurkas negros o velos que solo sus ojos dejan revelar. La mayoría de los hindú son vegetarianos, pero algunos pollo y pescado se dan permiso de comer sin ofender su fe.
La comida no es muy rica la verdad; mucha legumbre y cremas de verduras que no tientan mucho, pero son suaves al tacto y no cansan tanto el paladar. Es pobre en sus ingredientes y pobre también en su procesar; mucha arroz y papas y casi nada más. No hay chocolates, galletas o helados sino son extranjeros porque aquí eso no se da.
Sigo con el ambiente para después empezar a contar más detalles de esta ciudad. Aquí se percibe la vida cruda, desgarrada, sin ningún tipo de anestesia vital. Se duerme en la calle mucha gente, se trabaja en el suelo y no hay mucho donde sentarse (tampoco está limpio). La muerte es cotidiana y se te cruza como quien va a comprar. Los llevan en unas camillas hechas de palos de bambú y ahí los cubren con una mortaja blanca y se los llevan en andas o arriba de la moto por medio del caos que no respeta nada. Ves las siluetas del muerto como un modelo de momia sin avergonzar; les cuelga la cabeza y a las primeras 24 horas los llevan a quemar a la orilla del río Ganges junto a los familiares hombres, porque a las mujeres se les impide por sensibles o por temor a que la pira se puedan tirar. La madera de los crematorios se apila en las calles aledañas al río y parecen verdaderos edificios zombis, con un color oscuro y un olor a humedad muy fuerte. Suelen poner primero unos leños (normalmente de árbol de mango) luego el cuerpo y luego más leños, que demoran cerca de cinco horas en arder casi completos. El pecho de los hombres y las caderas de las mujeres son más resistentes y muchas veces las tiran así no más al agua. Las cenizas se les dan a las familias que siguen el rito por al menos 12 días más en que hacen ritos y ofrendas, terminando en una comida por el alma que se fue. Aquí todo me parece en primer plano revelando la humanidad en su más brutal condición: la gente hace su vida en la calle, lava su cuerpo en el río, hace pipi donde pille y hasta las guaguas chiquitas juegan en el pavimento como si fuese su jardín. Choca fuerte la verdad y parece que todo se limpia y se arregla con un buen balde de agua que a todos les encanta tirar. A los ojos míos, la suciedad solo se traslada unos metros más allá. Como que nuestro valor se convirtiera en algo pequeño y desechable perfecto para recordarnos que todos, todos, somos iguales en verdad. Nacemos desnudos y vulnerables, luego la nutrición física y emocional será una ruleta del azar, lo que nos llevará a una juventud en que todos podemos soñar. Más tarde solo unos pocos conservan la ilusión y la convicción y la mañana solo se dedicará a sobrevivir y a trabajar, de acuerdo a las necesidades que se ha autos puesto para ser feliz. Entre medio tendremos que comer, dormir, hacer nuestras necesidades, tener hijos los que quieran y puedan, criarlos y finalmente yacer en un lienzo para convertirnos en cenizas e ir al mejor lugar que Dios nos quiera donar. Así se ve la vida en las calles de Vanarasi: simple, lineal, cruda, sin seguros ni garantías que nos puedan engañar. Nada de lo feo ni lo enfermo está oculto; todo lo humano se ve y se siente en la piel.
A propósito de reflexiones más profundas, el hinduismo como religión me ha parecido que es una receta fácil y simple de la felicidad y explica como para niños el propósito que cada uno tiene que desear. Todo se reduce a ofrendas, estados de semi alienación a través de mantra y canciones. Me parece que Cristo le dio una vuelta buena a esta religión, lástima que tan pocos viven la profundidad del mensaje y han captado su comprensión. Al igual que aquí, parece más fácil cumplir ritos y repetir, pero sin una verdadera capacidad de discernir . El budismo es fuerte también por aquí. Buda dio su primer sermón aquí a los primeros cinco discípulos que tuvo y por eso también es lugar de peregrinación. Quizás diga una herejía de tamaño mayor, pero todos los iluminados y el mismo Señor nunca son comprendidos en su visión y eso me da pena y frustración. Supongo que yo estoy también años luz de una verdadera fe como el enseñó, pero al ver cómo se dividen por el día en que celebran o por su alimentación, me baja una gran rebeldía interior. De cuando la forma supera al fondo de la cuestión de la existencia; aquí se siente fuerte la discriminación contra los musulmanes y qué decir de los de Bangladesh. Los indios los relegan por ser pobres ( sí más que ellos, cómo será eso por Dios) y viven debajo de los puentes como gitanos, con niños piluchos y mujeres con la cara rasgada por el dolor. Están también grupos desprendidos de cada una de las religiones madres, como el Jainismo que a su vez también se dividió. Así ves santones hindúes, sacerdotes, monjes de Naranjo y hombres raros que leen el horóscopo o se dedican a la adivinación.
La energía con todo es mucho más linda que la de Delhi y supongo que radica en esta misma espiritualidad milenaria que, además de básica, es muy fuerte en su aplicación. Ya en las grandes ciudades, los jóvenes están perdiendo la tradición, pero aquí el que se sale es mal visto y genera mucho dolor para su familia. Una de estas tiene que ver con la ofrenda hacia el Ganges, donde asiste una multitud después del atardecer. Nos llevaron ahí, después de llegar y atravesar el caos que es total. El agua del río es verde café y está contaminada con todo lo que antes vimos deambulando por la ciudad. El río sube y baja su nivel de agua, según la estación, y deja el borde vomitado de un barro abundante de color gris que todos pisan como si fuese una alfombra preciosa. En ese ritual, los siete jóvenes sacerdotes – que en realidad son estudiantes- se suben a unas plataformas de cemento para orar, mientras los acompaña música de flautas y canto que hipnotiza de solo escuchar. Es un tono cadencioso, como si una ola suave te empezará a envolver en sedas y aromas lindos, pero eso es solo lo ficticio, porque en la realidad, estás rodeado de mil personas, basuras, flores viejas y muchas cosas imposibles de reconocer en verdad. Todos los asistentes estamos desplegados en escalones semi formales que bajan a la orilla y te cobran por sillas extras para mirar. Fuego e incienso es el epicentro para agradecer a la madre Ganges, toda su bondad y la salvación que regala a quien ahí se quiera quedar. Impresionante porque si bien captan el interés de muchos turistas, no es un show, es real devoción tanta los que celebran como los que los acompañan con el rezar. Lenta y repetitiva, como esas ceremonias de los chinos del norte, pero tienen miles de seguidores que aplauden suavemente animando el ritmo o entonando un mantra parecido al «om».
Decenas de niñitos astutos y sobrevivientes de esta pobreza, hablan mil idiomas con tratar de vender. Solo pensar en la Trinita o a Aki en esa situación, me apretó el corazón. Dónde vivirán todos esos chiquititos de mirada deliciosa y picarona. ¿comerán? ¿Serán víctima de una banda? ¿Les habrán arrebatado su dignidad e inocencia? Algo les ayuda el que la ciudad sea espiritual y que el castigo a la violación sea muy brutal, pero comparado con los cuidados americanos, aquí los niños no valen nada. Solo al recordar la cantidad de luces, sirenas y cortes de tránsito que hacían allá para cruzar la calle, sorprende que aquí deban hacerse espacio como ratones pequeños para avanzar. Es como en los tiempos de Jesús; los más pequeños de los pequeños y que solo regalan su sonrisa llena de dientes brillantes y chuecos que contrasta con su piel tostada como de madera fina, recién pulida. Cuando se ven los niños con uniformes, realmente son preciosos y se esmeran en su presentación. Hay miles de uniformes diferentes que regala el gobierno, pero no varían los peinados engominados de los niñitos y unas trenzas gordas y encintadas con lienzos blancos en pelos muy oscuros y brillantes de las niñitas. Parecen muñecas tímidas, pero dulces y llenas de esperanza en su mirada que se achina de alegría al saludarlas. Pucha que me gustan los niños en verdad, lástima que no me entiendan para poder hacerle cuentos o hacer reír con miles de locuras que se me ocurren al verlos pasar. Les haría historias de un país lejano que queda más allá de su río o de las montañas más altas que puedan recordar. Seguro agregaría una que otra hada o enano, porque aquí no son tan populares como allá. Pero seguro le haría pinturas con sus caritas si me dejaran retratar; son un testimonio encarnado del amor de Dios que me conmueve a todo dar.
La ceremonia nocturna fue como una visa al pasado, donde cada elemento tenía hilos enrollados y hasta los «palacios» que bordeaban el río, parecían coludidos a mantenerse vivos mientras la tradición siguiera en pie. Las construcciones tienen cerca de 400 años y da gusto escuchar al guía cómo presenta a cada una con orgullo magistral, como si fuese el mismo Taj Mahal. Yo solo veo unos edificios como de arena, deslavados en su pintura, llenos de moho y suciedad, a punto de sucumbir peligrosamente por su vejez. Lo asombroso es que en esas ruinas vive gente hasta hay un hotel, donde se pasean los monos como gatos como si fueran los dueños del burdel. Sí, eso parecen burdeles de mala muerte, con caras ajadas y suplicantes a la vez. La orilla del río es sagrada y así se siente y se ve, pero no quita la extrema miseria combinada con vejez.
Arrancamos segundos antes que terminara para no ser comidos por una multitud de peregrinos a los que no les extraña nuestra presencia; la acogen gustosos porque valoran que otros quieran conocer su tradición. Pero esta es una caja de Pandora y siempre tiene algo nuevo que ofrecer.
A las 5:15 de la mañana, atravesamos Varanasi por callejuelas semi en penumbras y recién abriendo los ojos a un nublado amanecer. En serio que fue un laberinto y sin el guía hubiese terminado perdida entre las fauces de esta milenaria ciudad. Llegamos a un bote muy sencillo, que apenas se sostenía bien. Despintado y gastada la madera por el tiempo, parecía una balsa de cañas luchando diga por sobrevivir y no sumarse al cerro de escombros que había por doquier. Un hombrecito- así tal cual- flaquito, moreno, que con suerte alcanzaba mi hombro, remaba animado, haciéndonos recorrer toda la costa sagrada, que ofrecía generosa miles de espectáculos dignos de ver. Había mujeres lavando sus saris o metiéndose con ropa al agua para recibir su bendición; había lavanderos de paños sagrados que solo ocupaban el agua para «purificar»; había hombres haciendo ritos metidos hasta la cintura en el agua o de frontón flotando en medio de este lecho, que cálculo de unos 2 km de ancho y unos 100 metros de profundidad. Así llegamos al crematorio más antiguo ( hay muchos y queman cerca de 200 cuerpos al día), que tiene un fuego sagrado que nunca se debe apagar. Tampoco se recuerda quién lo encendió por primera vez y cuenta la tradición que el mismo Shiva lo inició. Desde arriba de nuestro enclenque bote tío, compramos velas para hacer ofrendas y oración. Pequeños platos de cartón con pétalos de flores y una vela de manteca que duró menos que la oración. Fue lindo y emotivo el momento y más vale la pena creer y seguir la tradición que desconfiar de la fuerza de miles de años sumados por esta religión. Fue increíble visualizar a través de la magia de esta pequeña luz en el manto café, cómo ha habido millones de peregrinos que como nosotros vienen a revitalizar su fe.
Es común ver también ver en la orilla, sentados en los peldaños de la ladera, como los hombres se hacen masajes con aceite, preparando el Rito de la purificación. En silencio interior (porque el de afuera es imposible) observo tantos cuerpos y rostros que quedó absorta en la diversidad en plena ebullición. Cráneos diferentes, peinados diversos, complexiones óseas de la A a la Z, ojos brillantes o nublados, chicos y grandes, esqueléticos y gordos… n buen exponente humano se ve con todos evolución y deformación. Los tendones y huesos son un espectáculo conmovedor; casi es posible conocer la vida de la persona por su curvatura o formación. Muchos tienen cicatrices en la cabeza o huesos torcidos puestos donde Dios no los creo y solo se tapan con un paño viejo o un calzoncillos lleno de hilachas que lucen un ninguna inhibición. Me acorde que también vimos unos travestis vestidos con saris y pintados con toda dedicación; uf fuerte la impresión, pero como aquí todo es sagrado, ellos también tenían un don especial por su condición. Su bendición trae suerte a las familias que los invitan, así que rudos y enormes -los únicos hombres grandes que he visto- lucen orgullosos su situación.
No se definir como miedo lo que se siente en las calles, pero sí un estado de shock y alerta permanente que se parece mucho a ese sentimiento de inseguridad y terror. Perdí por segundos de vista a Andrés y el piso en serio se me movió de angustia y de desprotección. Si los niños aquí valen poco, una viuda es lo peor… ¡Qué injusto no!.
Vuelvo al bote porque me dispersé ( perdón son tantas las imágenes que mi cerebro aún no recupera el control de su función). Los hombres que nadan en el río se me antojaron parientes cercanos de los lobos marinos ya que su color de piel y sus estómagos fuera del agua, así los hacían parecer. Más aún cuando de contentos, se ponían a gritar e invocaban a la divinidad. Sus voces hacían eco en los muros de la antigüedad. Uno de verdad se siente fuera de lugar, observando desde muy lejos y trato infructuosamente de recordar si alguna vez estuve en este lugar. Siento que aquí el ser humano como individuo no existe como tal; es solo un engranaje de este mar café que hoy nada y mañana ya no está. No me gusta eso; me hace sentirme lejos de un Dios persona que me ama a mí y cada cual en forma especial. Aquí, la vida más parece una fábrica defectuosa y vieja de humanos que transita produciendo aun más restos a la suciedad. No parece haber lucha ni evolución espiritual solo resignación a lo que te hubo de tocar. No hay demasiado espacio para salirse del camino conocido e innovar; tampoco para cuestionar. Todo se hace como siempre se ha hecho y a nadie le parece molestar. El tema de las castas así se logra explicar. Dios es muy humano y caprichoso en este paradigma y si bien lo respeto, no me calza en mi pensar.
Tratando de sacar conclusiones de la vivencia espiritual el hinduismo me parece deja poco espacio a la libertad personal. Si se ve gente muy buena y que cree de verdad, pero no se ve grandes cuestionamientos ni discernimiento individual. Es importante para mí al menos, desmitificar la imagen pre hecha de tanta espiritualidad. Aquí se vive mucho, es cierto, pero desde lo que podríamos denominar prácticas de piedad más que una profunda transformación personal. Es una religión muy popular y de ritos ancestrales, pero mucho de tocar, de pintar, sin saber mucho que pasa por adentro y cuánto eso es real para la liberación del ego y la santidad. De hecho los santones más dan miedo que reflejar una mayor altura espiritual. Parecen viejos mañosos y enojo es que te cobran por las fotos o por si mucho los has de mirar.
Abandonando la embarcación de palos destartalados, que atracó junto a un centenar igual, vimos el cuerpo quemar. Luego caminamos por las callecitas que se habían prendido de más vida para algo de energía vital tomar. Recorrimos «escuelas» donde los chiquillos chicos van a estudiar sánscrito y otras cosas sagradas como vocación. Se veían lindos, como jugando a repetir y a cantar. Todos estaban en el suelo e imitaban a un maestro que les enseñaba sin parar. Me pareció legítima esta posibilidad como un escape posible a la miseria y a la orfandad. Vimos también cobras en un canasto y solo de lejos me atreví a apreciar su cabeza ancha, como si se la hubiesen aplastado para matar. Estaban vivas y coleando y eran capaces de matar. Uf en cada esquina, había una nueva sorpresa para admirar. Pequeños templos sucios y con unas figuras irreconocibles adentro, todos querían tocar. Muchos tenían pintura naranja fresca que luego se pintaban la frente y las mujeres además el cuello para alabar.
Es importante aclarar que este es el epicentro de la ciudad, pero alejándose un poco de ella, es posible ver un poquitito más de orden y silencio, pero sin hacerse mayor ilusión porque vienen las vacas locas o un tuc tuc que loco atraviesa la vereda, como si no hubiese nadie más. Nos llevó el guía a un templo de oro, que está al medio de este caos humano y por primera vez sentí que me faltó la fuerza para continuar. El cuerpo se me partió en dos primeramente por el olor; luego con el hacinamiento y finalmente la revisión de al policía que deja mucho que desear. Lo hacen para evitar atentados porque hay mucha tensión con Pakistán y acaban de encontrar envidias de su terrorismo y que siempre están dispuestos a atacar. Todo estaba apretujado, mojado, hediondo y un techo bajo de plástico y géneros roñosos me aplastaron mi humanidad que quería escapar. Me dio como claustrofobia y asco ver como todos escupen sus fluidos como si fueran azahar. Finalmente solo queda entregarse a la costumbre y caminar como una vaca más. De todo se aprende y esta no es una excepción. Hay que aprender a respetar otras costumbres y saber que lo obvio no lo es tanto en realidad. Tal como dije antes aquí se ve la humanidad con toda su fealdad en primera plana y eso es lo normal. ¿Qué aprendo? Aún no saco bien punta a la lección más profunda de esta situación. Intuyo tiene que ver con el interior y el exterior y la necesidad de equilibrar los dos. Aquí se privilegia lo que viaja dentro del alma y el ser es el factor principal de la ecuación. De ahí que veas a muchos como en un eterno estado de contemplación cuando podrían estar limpiando y poniendo un poco de belleza o trabajo al lugar en que se encuentran, pero no les interesa. Todo está bien en el mismo estado que ven. Por el contrario en Occidente, se ha privilegiado tanto el exterior y el hacer, que se ha descuidado lo esencial, pasando a una carrera vertiginosa por transformar, poseer y asegurar un mejor estado que el actual. Somos interior y exterior, ser y hacer, espíritu y cuerpo y a ninguno podemos descuidar. Sería interesante hacer una buena mezcla y ambas sabidurías poder combinar. Espacios de ocio y contemplación, pero otros de trabajo y superación. Sería lindo soñar un mundo bello, ordenado y digno como el que la riqueza de Europa o de la naturaleza en estado puro suele regalar, con personas persigue rana capaces de orar, ayudarse y cooperar en la creación sin destruir ni ensuciar. Cuando se idealiza este lugar como la única respuesta a los problemas que la cultura del rendimiento suele provocar, creo que es un error, porque se va al otro extremo y eso tampoco es bueno en la profundidad. Ni tanto ni tampoco diría San Ignacio o al Cesar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, aportaría nuestro Señor. En India el entorno poco importa y como no entiendo claramente el interior, me causa ruido y dolor. No puede uno acostumbrarse tan fácil a hacer normal la miseria y la suciedad. Me aprietan el corazón los niñitos botados apenas tapados, a pies pelados y con sus guatitas infladas de hambre y orfandad. Sé que esa es mi lectura y no la de esta sociedad, sé que hay que aceptar y navegar más arriba para entender la lección de fondo que esta vivencia me viene a regalar. No me amarga, sí me conmueve y me hace cuestionarme por el sentido de la vida – tanto en lo personal, como en lo universal. La pobreza debe ir con dignidad y belleza para dar testimonio de Dios. No creo que a él/ella le agrade ese hollín y el sufrimiento como sello de su creación. Tampoco creo que le guste el malo y el olor artificioso de lo plástico e higiénico que Occidente desarrolló. Natural, bueno, bonito, sencillo, verdadero, compartido, cuidado, sano, respetuoso, creo que por ahí va la combinación que debiese lograr el hombre para su máxima evolución, sobre vivencia y salvación. ¿Será posible construir el desarrollo humano sin el paradigma único del consumo, la competencia y la pérdida del centro esencial del ser? Aquí la cosa es mejor que en Delhi , pero también hay mucho dolor; lo sientes como fisuras profundas que marcan los rostros con surcos por los que sientes han corrido lágrimas sin control. Los templos que visitamos eran súplicas que confirmaron la teoría anterior; solo que la responsabilidad se la endosan al karma y a Dios. Este se manifiesta con mil rostros, nombres y parientes y con un enredo pataguinos que ni los hindúes entienden verdaderamente y lo aplican por partes según su conveniencia y ocasión. Los templos son ruidosos, sucios y no ayudan al recogimiento ni a la oración. Todo se toca, se pinta, se bendice y no puedes hacer una ofrenda sin dejar una moneda al que te ayudó. No sé cómo encuentran el silencio , la serenidad y su paz interior. Quizás son mucho más privilegiados por la simpleza de su corazón; se pintan el punto Naranjo en la frente y ahí se cerró el tema en cuestión.
Finalmente como si fuera poco, el guía nos llevó a la típica tienda del amigo para ganar una comisión. Él nos mostró sus fábricas de telares y realmente inhumanas las condiciones e inexistentes los derechos del trabajador. Los pobres hombres estaban enterrados en sucuchos oscuros y mal olientes, se sacaban los ojos haciendo telares a mano o perdiendo la audición con máquinas infernales que parecían monstruos ennegrecidos de aceite engulléndose a sus víctimas humanas que no tenían otra opción. Nada de luz, ni un asiento les proveyó el empleador. Me acordé de las protestas del salitre o las del carbón; cuánta sangre y muerte exige la lucha por la justicia y dignidad del trabajador… Por supuesto que desligarse del negociante era cosa difícil de sortear, así que después de todo su macabro show, salí con un pañuelo y un Sari que al menos me parecieron un reconocimiento al esfuerzo de esos hombres y sus familias a los que tan dura la vida les tocó.
Pensando que ya había sido suficiente para un día de aprendizajes, nuevamente este pueblo me sorprendió y confieso que también me superó. Fuimos a la estación de trenes y el espectáculo fue aún mayor. Los rieles y los andenes son el fiel reflejo de la idiosincrasia que antes se expresó. Todo es basura, agua servida, escombros y miles de escupitajos se mezclan con personas sentadas o acostadas en el suelo. Había vacas comiendo en los basureros de la estación y una mujer gangosa no paraba de hacer anuncios por un micrófono que nadie era capaz de descifrar por la contaminación que aquí se da. Para imaginarse la cantidad de gente, podría servir el metro de Santiago, pero sumándole maletas, maletitas, bolsos, animales y todo lo inimaginable por Dios. El panorama comenzó a ser amenazantemente y por primera vez quiero bilocarme de la India y aparecer en un espacio vital sin tanta invasión. Muchos se sentaban en cuclillas, como doblados en sus propios huesos asemejando gárgolas humanas petrificadas por la espera y la desnutrición. Pero tantos otros prepotentes que como vacas de dos patas, arrasaban con ellos y lo que encontraran a su alrededor. A la pobre viejita enana que estaba como durmiendo al lado mío un tipo como tres veces la pisó y nada le importó. Irresponsablemente salí en su defensa, pero aquí todo se discute a gritos y hasta ahí no más llegué yo. Me sentí impotente ante la falta de respeto y el abuso del señor. Es curioso, porque en medio de este caos donde el riel es atravesado como paseo y corredor, los niñitos y guaguas están sentados en el cemento, recibiendo cuanto bicho e infección. Sin embargo y con todo eso, hay una suerte de protección implícita que igual sientes alrededor, ¿será Dios o solo la irresponsabilidad de Andrés y yo?. Finalmente apareció el famoso tren y toda esta masa humana despertó de su letargo y una vez más me asustó. Nuestro guía estaba encargado de embarcarnos así que en algo nos alivió, pero cuando vi la famosa cabina de primera clase, el alma en la estación se me quedó. No sé en qué parte de mis expectativas me imaginé un tren bonito y limpio en el que pasaríamos la noche como una gran aventura; solo quedó la aventura y el temor y el asco continuó. Qué difícil ser tan mal acostumbrado a lo limpio y a lo bueno digo yo; nosotros íbamos en la mejor cabina de casi 400 metros de tren y así y todo era bastante insalubre y de dudosa vida anterior. Nos encerramos con llave y luego otro hombrecito nos entregó unas sábanas limpias – así olían al menos- para tapar la litera que nos tocó. Todo el resto, preferimos dejarlo tal cual se nos presentó. Mientras yo respingaba la nariz como niñita bien sacada de su burbuja, no sin vergüenza, pero incapaz de disfrutarlo todo pensando en bacterias y el pasajero anterior, también pensaba en los miles de pasajeros que viajaban conmigo y en condiciones mucho peores, lo que más me dolió. La culpa se me sumo al asco y esa no es una buena combinación, por lo que la dormida fue a saltos, como de estación a estación. Añoré una camita limpia, un jardín lleno de flores, un silencio y paz alrededor. Soñé con gente sonriendo y con una rica ensalada verde con aceite de oliva y limón. Solo galletas, agua y un pedazo de chocolate nos quedaba de comida, porque no nos animamos a ir al «comedor», ya que eso implicaba luego ir al baño y ese si era del terror. Perdonen si me reveló en mi mal acostumbrada burguesía, pero supongo que necesitaré más tiempo para acostumbrarme a tantos olores humanos y toda su expresión.
En resumen, un día de humanidad vivido al extremo en todo su esplendor. Agotador de todas las energías del alma y los cinco sentidos entraron en total colapso por la sobreexposición. La vida y la muerte tan de cerca me mareó. Interesante, profundo, intenso, misterioso y lleno de códigos que seguro apenas capto mi ser interior. Sin embargo el exterior se cansó. Necesitaré días para volver al centro y reencontrarme conmigo y con el propósito de todo lo que vi hoy. Me llevo en el alma la miseria y esta forma de religión; creo que aprendí por contraste y me ubicaré como ciudadana de occriente; una unión y mezcla de la riqueza que en ambos lados por extremarse se perdió. Soy un ser bisagra o al menos eso anhelo de corazón, integrar el fondo con la forma y el exterior con el interior; integrar al ser con su hacer y generar belleza, crecimiento y fecundidad espiritual al mi alrededor. No me gusta la miseria espiritual ni material y adoro la belleza y armonía natural y sencilla de la creación. Me gusta ayudarle a Dios en ser creadora y continuar humildemente sembrando amor. Voy a inventar un nuevo hemisferio que esté al medio de los dos; solo me falta el territorio y alguno que otro discípulo digo yo, jaja. ¿Con qué sensación me quedo? Con una falta de hogar real en esta tierra que se desangra por los extremos del hacer y el tener versus el ser y el dejarse llevar. Somos responsables de nosotros mismos y de lo que nos rodea por ser hijos de Dios, cómo seguir adelante sin perder la esperanza del corazón. Supongo que eso empujó a Gandhi y a tantos que quieren anónimamente un mundo mejor; no se puede renunciar al anhelo que viene bordado con hilos de fuego en nuestro corazón. Cansarse sí es permitido, pero rendirse y renunciar no. Ahora a dormir en el bamboleo del tren para mezclar todo en una batidora de sentimientos, visiones y mociones que darán para largo en su digestión. Gracias Señor por cuidarme y por dejarme ir en esta cabina tan sencilla y no en la última esquina sucia del vagón de este tren de la vida con tantas lecciones misteriosas de dolor y paradas preciosas donde he sentido tu amor.
Día 7: Jhansi y Orcha
El tren nos dejo en una estación muy pobre donde unos hombrecitos literalmente se pelean por llevarte las maletas, que las echan sobre la cabeza sin importa el peso o la cantidad. Es fuerte oír a los indios discutir; claro que no entiendo nada pero no escatiman en expresar sus sentimientos – hombres y mujeres – con total libertad. Sin embargo, no parecen usar la violencia física para atacar; solo palabras y siguen caminando como si nada.
Ahí nos esperaba un auto para llevarnos a Orcha, pero sin antes desayunar. Bueno, la verdad fue una comida muy poco higiénica y muy mal presentada en un hotel que era de una Maraha. Todo venido a menos , me recordó enseguida la película del exótico Marigold Hotel. Todo en estado potencial, pero sin acabar de ser. No había frutos, no había mucha comida y la que llegó estaba llena de dudas sobre su origen y proceder. Hasta del café dude y ciertamente al ratito un poco me enfermé. Nada grave, por suerte porque no me interesa conocer la salud d este pueblo esta vez.
Ya de camino al pequeño poblado de Orcha, por primera vez en muchos días disfrutamos de un preciado momento de silencio y soledad. Está bordeado por un río muy hermoso, de aguas verdes cristalinas que dejan mostrar el fondo y las fenomenales piedras rosadas que hacen la corriente bailar. Se ven muchos niños bañándose con calzoncillos y riéndose desde adentro; una maravilla en verdad. También hay muchas mujeres que aquí vienen a lavar. Es como el Ganges pero sin contaminar; bueno dicen que ya no hay cocodrilos y las cobras escasean porque se van a la selva lateral. Efectivamente detrás del río se ve un manto verde muy abundante, del que salen preciosas mariposas volando para recordarme que en India hay mucha belleza y naturaleza aún por observar. De lejos se observan templos maravillosos que iremos a visitar. Hay mogoles ( de sultanes musulmanes) y otro hindúes y se distinguen por las cúpulas de sus techos. Las primeras redondas y las segundas como tortas de novia, en varios pisos que se van adelgazando hacia arriba, terminando en un palito o algo similar.
El templo mogol seguro que antes fue mi hogar. A pesar de estar muy mal conservado y que la mantención se reduzca a barrer las hojas y el polvo de aquí para allá, se logran ver los decoros en turquesa, azul y verde, como si los hubiese elegido yo sin dudar. Hay flores, mándalas y mosaicos hermosos que se pueden reconocer en el edificio de tres pisos y de planta rectangular. Miles de piezas, de salas, corredores y hasta una piscina al centro se construyó el sultán. Todos los lujos inimaginables y prácticamente ya no queda nada. Muy cerquita caminando está su competencia hindú, que me gusta un poco menos, pero no deja de sorprender también por toda la vida que se siente aquí se pudo dar. Plataformas de baile, baños, piezas, aposento real. Lo más impresionante fueron las pinturas detalladas de los techos que aún se conservan sin borrar. En ellas se veían distintas razas y costumbres de la época como cazar o bailar, sin embargo hoy las únicas que cantaban y bailaban, eran miles de golondrinas muy ruidosas que se creían dueñas del lugar.
Otro poquito en auto donde comentábamos la pena que da el abandono de monumentos tan increíbles que ya quisiéramos nosotros en Chile cuidar. No tenemos ni siquiera algo cercano a esta arquitectura y lujo sin par. Solo 400 años y ya casi se viene abajo y no sé si alguien tendrá la suficiente plata para restaurarlo y llevarlo de nuevo a su gloria y majestad. Por eso nos sorprendió gratamente el ultimo conjunto de templos de este lugar. Había en la puerta un hombre como sacado de un cuento antiguo que pedía monedas del país de origen para poderlas coleccionar. Es conmovedor sentir cómo todo aquí es un tesoro para los locales y así me vi regalando todos los lápices que tenía en la cartera a unos niñitos preciosos que se venían de bañar. También me pedían dulces y hasta mi cartera querían intrusear. Cabros chicos llenos de vida, mojados con alegría y paz. Bueno al entrar al último templo, fue una sorpresa linda ver los jardines verdes, llenos de flores y casi un mariposario natural. Había miles, amarillas, negras, pequeñas, gigantes, blancas, salmones… Un espectáculo de belleza y libertad que me alimento mucho de verdad. Solo nosotros pudimos apreciar y contemplar este remanso, que fue un refugio urgente y necesario después de Varanasi y todo su mirar. Extasiada mire al río cercano y vi las mariposas en parejas coquetear junto a un verde intenso que enmarcaba el lugar como una corona de vitalidad. Dos hombres cuidaban el jardín en medio de un calor infernal. Su piel estaba tan oscura y su cuerpo tan doblado que al rato, al lado mío se fueron a sentar. Fue bonito verlos sonreír igual y celebrar como niños cuando encontraron un pedazo de un panal.
De Orcha me fui muy contenta y con más paz. Reuní la energía necesaria para hacer el camino en auto a Khajuraho, que dura casi cuatro horas y es toda una odisea para transitar. Imaginen un camino de no más de cinco metros de ancho, sin berma ni nada; solo barro y arbustos a su lado donde se salpican pequeños pueblos con almacenes y puestos de verdura y un centro donde sus habitantes van el agua a bombear. Manualmente ves como extraen del fondo del pozo comunitario el elemento vital. Obvio que no hay cañerías ni alcantarillado por este lugar. El camino está lleno de hoyos del pavimento y así debes sortear además vacas, búfalos, cabras, motos, peatones y unos gigantescos camiones que se creen en autopistas de alta velocidad. Los camiones son un espectáculo por sí mismos ya que cada dueño «enchula» literalmente su máquina y la llena de colores, luces, fluorescentes, campanas y todo lo que pueda pillar. Además hay micros humanas en los «panes de molde» que antes solíamos en Chile usar. Les sacan las ventanas y meten 10 o 12 personas fácilmente súper apretadas. El arte del bocinazo es un código bien especial. Un toque para decir cuidado y dos que te voy a pasar. Una bocina larga es que la estás embarrando y hay otras que parecen morisquetas por los raros ruidos que hacen sin parar.
Los pueblos que vamos viendo son pobres, muy pobres, pero con todo mejor que en Varanasi y Delhi que no logro olvidar. Aquí hay mucha basura y las construcciones son de ladrillos a medio terminar. Sin embargo lo que más sorprende en la delgadez de todos, que más parecen zombis envueltos en telas que seres humanos en realidad. Los hombres se ven todo el rato sentados conversando sin hacer nada; no así las mujeres que están en el campo, en la tierra o llevando cosas en sus cabezas con un equilibrio espectacular. Se ven lindas a pesar de su miseria y cansino caminar. Aquí casi todos viven de la agricultura o del turismo que es muy fuerte, pero no hay más. En uno de esos pueblos quisimos comprar algo para comer y no pudimos reconocer nada; solo una Pepsi y pare de contar. Todo el resto sería un acto temerario e insisto no nos queremos enfermar.
El campo tiene tierra roja y gredosa y solo se ve cultivo artesanal. Nada de grandes potreros o riegos industriales; solo acequias, seres humanos enjutos y secos de tanto trabajar. Solo espero que sobrevivamos a esta locura que es manejar. Nuestro chofer es muy hábil, pero ha parado varias veces a milímetros de atropellar personas o oliendo el parachoques de otro auto o de un camión.
Solo para terminar este día, creo importante resaltar la dignidad y belleza natural de las mujeres indias que no tiene edad. No importa si son jovencitas o viejitas desdentadas. Bajo sus pieles de saris de colores, parecen verdaderas reinas a pesar de su miseria y osamenta que apenas las deja enderezar. Se ven tristes quizás, pero una tristeza vulnerable que resalta aún más su profunda esencia y postura real. No así los hombres que son feos a matar. Está lleno de propaganda política con carteles de todos los candidatos y podrían participar en un ranking de fealdad. Me va a retar el Pipe seguro por este comentario, pero son sus expresiones las que más los afean y sus bocas al hablar. La mayoría tiene los dientes teñidos por mascar tabaco y muchos padecerán cáncer por este vicio mortal. Andan vestidos muy sencillamente y son tan menuditos, que parece se fueran a quebrar. Muchos usan bigote o una barba sin cuidar, que no hacen muy buena combinación con ojeras muy oscuras que le quitan brillo en su mirar. Son muy negros de piel, de pelo y algunos para no mostrar las canas, se tiñen con Henna rojo y se ven fatal. Suficiente pelar. Me voy a acostar en una camita limpia que se agradece más que nunca en forma especial.
Día 8: Khajuraho: Espectacular
Una vez más el cambio de horario nos jugó una mala pasada. Despertamos a las cinco y después nos quedamos dormidos para desayunar. Con todo alcanzamos a probar unos dulces hechos con lentejas que saben rico, como puré de castañas que con el helado de vainilla quedaba genial. Eso en realidad fue en la comida, pero ya llegué a la etapa del paseo donde las marraquetas empiezas a extrañar. La lluvia se desató en el cielo y es un verdadero diluvio el que vamos a atravesar. A nadie parece inquietarle así que las buenas chalitas y a arremangarse no más. Por unas pocas rupias te arriendan paraguas para pasear. Se aprecia la creatividad local, porque o si no hubiésemos quedados empapados en menos de 5 minutos sin poder disfrutar todo lo que esta ciudad esconde que es precioso y magistral.
Primero fuimos a unos 17 templos hindúes hechos de arenisca que es una piedra muy especial. Por una parte es muy fácil de tallar, pero con el tiempo toma la dureza y consistencia del metal. Su color sin embargo varía del marfil a un rosado suave, pasando también por el ocre y por el gris. Todo con la lluvia se ve muy luminoso y el verde que los rodea creo que fue un privilegio al fin. Los templos demoraron 20 años en construir y 16 mil hombres trabajaron ahí en el siglo 11.
Las cúpulas van ascendiendo como con tallados de marfil, llenos de recovecos y hoyitos que hacen ver todo como si fuera esos juegos de madera para construir. Tienen entre 20 y 35 metros de altura, pero lo más famoso e impresionante son sus pequeñas esculturas que representan todas las formas en que se puede hacer el amor. Se cree que eran lecciones de Kamasutra para los jóvenes y la verdad fueron bien explícitas las lecciones que aquí se plasmaron para su educación. Hay 84 formas diferentes, alcanzando así una semana al mes por año para, dejando descansar los domingos. Lo que sí hay que ser de goma para seguir las instrucciones ya que doblan piernas, brazos, espaldas y todo como culebras en búsqueda del más inédito placer. Sorprende ver que necesitaban ayudantes en algunas posiciones y estos aprovechaban de mirar la entretención y sacar algún provecho de esta extraña situación. Las mujeres bellas debían tener pechos como limones, cara de naranja, boca de tomate, pelo largo, vientre plano y un ombligo muy hundido para sobresalir. Usaban ropas cortitas, estrechas y mucha desnudez. Se las traían en el siglo 11 todos por aquí, ya que varios hacían fiestas entre varios y hasta animales sumaban a falta de la mujer. Todo esto está descrito en un libro que un hindú escribió hace mucho tiempo y que aquí los escultores graficaron con gran dedicación. Para compensar un poco supongo que hicieron otro lote de animales, de dioses y de caras de demonio para espantar el mal de ojo. Es interesante esto último ya que es una creencia muy aferrada entre la población actual. Muchos almacenes cuelgan ají con limón para espantarlo y a los niños chiquititos les pintan los ojos con líneas negras para protegerlos de este mal. Hay ceremonias especiales además para este mal espantar. Yo me pregunto quién podría desearle mal a un niño recién nacido; es difícil entenderlo en verdad.
Todo el parque se seguía inundando con la lluvia, pero los turistas seguían entrando y los buenos paraguas seguían cumpliendo su función sin fallar. A la salida decenas de vendedores listos para atacar. A mí por lo menos se me quitaron las ganas de comprar; no se, no puedo no ponerme en su lugar sobre todo cuando de su mala racha te empiezan a contar. Son hábiles lingüistas y te sacan conversación de nada, pero luego si no les puedes comprar parecen niños sentidos y tristes dispuestos a llorar. Según uno que vendía te, le partí el corazón, supiera el hombre que en realidad fueron dos. Debo ser una ingenua por pensar así, pero casi prefería quedarme en el auto que pasar por el estrés de regatear y después no comprar.
Al otro lado de la ciudad había otros tres templos para visitar, que si bien eran bien parecidos a los primeros, tenían una particularidad: eran templos jainistas, una religión que se desprendió del hinduismo el siglo VI AC. Esta me gustó un poco más; no cree en los millones de dioses sino que sigue a monjes que han alcanzado un desprendimiento total de lo material. Son vegetarianos y no permiten la división de castas ni tampoco la violencia como forma de actuar. La mayoría de sus monjes andan completamente desnudos hasta el día de hoy y sus únicas posesiones son un plumero para espantar mosquitos y una tetera con té. Con sus presas al aire, lo único que se cortan es el pelo y la barba, pero no entendí bien porqué. No se ven muy bien, pero se ven buenas personas y los siguen sus discípulos de blanco, para bajar un poco tanta piel al aire. También duermen siempre en el suelo y son célibes. Buena vocación de entrega completa a su religión que sigue un 6 por ciento de la población.
Ya recorrido lo más precioso que escondía este recóndito pueblo que ni el invasor mogol encontró, nos subimos de nuevo a nuestro auto para partir de vuelta a la carrera de locos por el campo y llegar a la estación. A todo lo dicho creo que solo me falta agregar el zig zig permanente que al rato te llegas a acostumbrar. No hay línea intermedia que separe los autos en una u otra dirección. Todos son dueños del terreno mientras tengan una bocina y buenos frenos para atacar. Caerse a la berma ( que en realidad no es tal sino el borde del camino que tiene barro, piedras o pastos que la gente pone a secar) es de lo más normal. Tan loco el manejo que me puse el cinturón, pero no da tanto miedo como risa nerviosa esta situación. Al final hay una suerte de equilibrio en el que todos dejan espacio para no causar accidentes o chocar a un camión. Es raro pero funciona casi a la perfección. Finalmente hay un implícita coordinación y comunicación que esta ajena al individualismo o la agresión. Aquí todos se cuidan unos a otros y jamás usarían la bocina para molestar o tener la mejor opción. El tráfico caótico da cuentas de una tremenda organización humana en la que todos van pendientes de cuidarse y no de sacar provecho o una mejor posición. Todos dan la pasada y hacen espacio si hay riesgo de chocar; es una suerte de solidaridad al no existir terceros que pongan orden externo y por eso lo interno debe primar. No hay semáforos ni policías para regular, así que el sistema debe solo funcionar y lo hace a la perfección. Curiosa la reflexión para nuestra cultura donde en dos segundos habría seguro un taco o una tremenda discusión. Acá no. Aquí prima el sentido común que en Occidente se extinguió…
Algo curioso que jamás en nuestros países vamos a encontrar, es que cuando un turista entra a un pequeño restaurante los dueños prenden las luces y parece todo el hechizo despertar. Te dan una servilleta para ir al baño y te ofrecen todo lo que tienen con verdadera ansiedad. En uno de estos locales, se me ocurrió volver rápidamente y al dueño no le di tiempo de reaccionar. Al entrar al baño vi al encargado durmiendo la siesta en el suelo del baño de mujeres y me estremeció no sólo despertarlo sino el lugar que había encontrado para descansar. Uf, fuerte en verdad.
Creo que si hay algo que no puedo sinceramente recomendar a nadie son las estaciones de trenes y toda la dinámica que aquí se da. Miles de seres humanos hacinados me dan fobia real. Si para peor hay que compartir el baño, la experiencia es radical. Por suerte encontré uno exclusivo de mujeres, pero que solo tenía los famosos hoyos y un tarrito para limpiar. Debo confesarme que la angustia me empezó a visitar y los estímulos fueron dando las razones para llegar a un extremo que casi no pude tolerar. La mugre ya me fue casi normal, los hombres recogiéndola quizás podía imaginar, pero los ratones me mataron y el flechazo mortal fue el contemplar un tren «normal» transportando gente como animal. Las ventanas eran solo de barrotes de fierro, sin vidrio ni puertas para proteger toda su tripulación. No había espacio libre para ningún ser humano más. Todos apretujados, colgando en cada milímetro de este macabro cilindro de metal. Me pareció horrible ver los ojos de la gente como si los fueran a matar. Viejitas, niños y sobre todo muchos hombres iban prendidos como murciélagos a la carcaza que los iba a trasladar. Se me estranguló de dolor el alma y no tuve códigos para entender ni aceptar. En extremo frágil espere nuestro tren; al verlo aparecer supe que teníamos mejor suerte, pero no imaginé que sería tal el caos para entrar. Sé que es parte de un tour que uno lee en un papel y que jamás podrá a la distancia imaginar, pero por primera vez en este viaje me puse a llorar. Unos indios muy prepotentes se pusieron a pelear y para peor una familia italiana no tenía asiento porque estaba vendido con anterioridad. Varios chiquillos van parados al lado nuestro y eso que es First Class. Todo aquí es tan diferente y pobre que hasta lo más elegante, para nuestro parámetros más sencillos, está años luz de verdad. Los asientos del tren son de felpa y ya todo me dio escozor, hasta un bicho parecido a una cucaracha tengo dando vuelta cerca de mis patitas y me da terror. Supongo que la adrenalina y la aventura no son mi fuerte y le pido perdón a Dios. Me siento una vieja cuica ridícula aún teniendo lo que aquí es lo mejor. Debería hacerme jainista a lo mejor. Andar pilucha por la vida sin depender de tanta cosa y confort. Supongo que necesitaré otra encarnación porque en esta – al menos hoy- la situación me superó. Puse música en mis orejitas para sentirme en casa, aunque al menos un sentido solamente pueda conectar con lo que es nuestra tradición. Todo aquí es extraño para mí corazón. El color de la piel de las personas, el olor que se juntó en el vagón, la comida que parece que están cocinando… Todo resulta ajeno y si bien aprendo también no alcanza a acostumbrarse todo mi ser a esta condición. Vamos a Agra y ya termino medió acongojada el relato de hoy.
Perdón si lateo un poco más, pero mi acompañante Vip me pide agregar su percepción sobre esta realidad y puede que en el medio esté la verdad. La gente apelotonada y sucia no se veía intrínsecamente infeliz; cómo saberlo interpretar. Cada uno con lo suyo y acostumbrarse es parte de la vida y eso no lo puedo negar. Cuando en mi más tierna infancia colgaba a duras penas de la micro Ovalle Negrete que me llevaba al colegio, no tenía pena en verdad. Lo que sí es feo y que vale la pena comentar es que existe mucho abuso de la autoridad. La pelea inicial al subirnos al vagón tuvo que ver con un militar que se aprovechó de su posición y replegó al original pasajero a cualquier otro lado que pilló. Eso es una ventaja enorme que trae el desarrollo, que es la igualdad y la justicia para poder defender los derechos de todos sin excepción. Una vez más me declaro ciudadana del medio tomando de cada cultura lo que mejor cultivó; la danza preciosa del tránsito me costó entenderla pero finalmente me fascinó. No así la mugre y el abuso del prepotente que me cargó. Es complejo administrar el mundo para que funcione con sabiduría frente a tan diversa evolución. Supongo que es imposible y que moriré Quijote con el anhelo en el corazón. Me acordé a propósito de un templo que también nos mostraron hoy; fue un rey que quiso en el siglo 19 integrar las tres religiones en un solo edificio para a los hinduistas, budistas y musulmanes sumar. Hizo una cúpula de torta, otra de mediana altura y la redonda para el musulmán. Lástima que fuese un desastre y que nadie lo siguiera en realidad. Quizás fue el primer Quijote del ecumenismo que hoy debiese reinar. A todo esto mi acompañante vip está más feliz que todos los chanchos negros que en el camino vi. Se pasea feliz mirando todo como si fuese un mochilero en su primera expedición. Lástima que la señora le salió pituca y aún no goza con toda la situación. A todo esto la primera clase se desplegó en toda su expresión; nos trajeron una bandejita con comida como de avión. Pero la verdad no me atrevo a degustar la cocina sin pasar a ser una raza en extinción. Me abstengo del arroz frío y de unos pocillos de aluza foil en el que bailan unas sopitas de dudosa gestación. Ya me voy riendo un poco más por si alguien con mi relato se angustió.
Día 9: Agra: Vamos equilibrando el andar
Después de todo lo visto y vivido, la verdad -sin querer- uno se empieza a acostumbrar a todo y a parecerle normal el tráfico, las vacas y la pobreza reinante del lugar. Sin embargo, con todo en Agra hay un mejor pasar que en Varanasi o el campo que recorrimos para llegar hasta acá.
Tomamos desayuno y partimos al famoso Taj Majal que merece gran parte de su fama mundial. Lo primero que hay que tener en cuenta es que al menos en esta época del año, el calor es fatal. Al menos unos treinta cinco grados no aflojaron durante todo el día, aún con unas nubes gordas y lindas que armaban esas típicas imágenes de las películas religiosas donde Dios se pone a hablar. Junto a 50 mil personas más entramos al famoso mausoleo que construyó un mogol para cumplir la promesa en el lecho de muerte que le hizo a su mujer favorita al casar. La verdad que se merecía un buen honor la señora porque a los 30 años ya le había dado 12 hijos, aunque solo seis pudieron sobrevivir. Ella después del último enfermó y de una infección se murió. 20 años, veinte mil hombres se dedicaron a construir el más bello templo para su memoria recordar. Al principio me dio una rabia sulfúrica porque los policías de la entrada no dejan entrar nada por seguridad y me confiscaron mi cuaderno de notas y -de no ser un delito- lo habría querido matar. Intransigente el hombre, al menos en una tienda de afuera me lo dejó guardar, pero pasó un buen rato el que el ánimo me volviera a la cara y pudiese disfrutar. Al principio hay un arco edificio gigante de color rojo, con un jardín muy lindo en la entrada para después entrar de lleno a mirar la alba loa al amor de verdad. Es realmente impresionante la vista y como que cuesta caer donde estás. Una fuente larga hace de espejo de agua para que el cuadrado de mármol blanco y decorado se pueda reflejar, como una novia vanidosa que se sabe bella y le gusta su imagen mirar. A la mole del centro se le suman cuatro torres de minaretes de gran altura, que se me antojaron parecidos al alfil, las torres y el peón del tablero de ajedrez. La cúpula es tan grande que hasta varios elefantes se podrían ahí guardar, pero quizás lo más bello de todo es el trabajo de incrustaciones de piedras que hacen de cada pedacito del mármol una obra de arte para contemplar. Flores nítidamente dibujadas están hechas de piedrecitas pegadas que no superan en superficie un grano de arroz. Más tarde veríamos a los artesanos imitando este trabajo y es para matar a cualquiera con la paciencia y la vista que tempranamente se gasta de tanto forzar.
El mármol aquí utilizado es muy especial. Es más duro que lo normal, no se raya, es traslúcido y no absorbe ningún líquido en forma especial, por eso se conserva hasta hoy como si lo acabarán de instalar. Algo divertido que nos volvió a pasar es que son muchos los hindúes que nos piden estar en sus fotos como si fuésemos populares o la suerte les pudiésemos regalar. Al principio uno, luego dos y después una decena o más. Es lindo como te lo piden, con una humildad e ilusión que logra conmover el alma y cansar los pies. Sí, porque hay que andar con unos zapatitos ridículos que te dan porque es santo el lugar. Yo, fiel a la vieja cuica que llevo dentro, me preguntaba cuántas patitas más con sus respectivos olores y bichos, me venían a visitar. Muchos andaban a pie pelado, pero no era digno de imitar. El calor era insoportable y seguro que con mis pies de guaguas hasta ampollas me podían brotar.
A cada lado del Taj Majal hay unas mezquitas muy grandes que construyeron para cuidar la simetría del lugar. Eran de arenisca y tallados lindos, pero desmerecían al compararse con la bella del lugar. La novia no sólo Lucía bordados de colores, sino filigranas en las ventanas y tallados en el mármol duro que no sé cuántas vidas habrán debido costar. Muchas familias hicieron su vida aquí por años y aprendieron el oficio de plasmar belleza con increíble habilidad. Al ver a los artesanos hoy en día, cuesta pensar que cada pieza, muchas veces les costaba cortarse o herirse las manos por el filo del polvo de diamante que usaban al trabajar. El río principal de Agra rodeaba el mausoleo y dice la leyenda que el gran jardín a su alrededor fue hecho solamente por el capricho de ver el espejo de agua esta imagen reflejar.
Una sola reflexión me salta en el alma al ver tanto trabajo que solo la muerte quiso celebrar y es cómo el amor mueve montañas en forma literal. Las piedras del Taj Majal las trajeron de una cantera que dista al menos 80 kilómetros de este lugar y fue tanta la plata que gastó el viudo, que luego su hijo al ver el derroche lo hizo apresar. Bien poco comprensivo el niño con el amor de su papá, que al menos tuvo la bendición de ser enterrado al lado de su amada 9 años después de terminar su obra magistral. Es increíble en verdad lo que la fuerza del amor puede lograr; ojalá nos sirviera para unir a todas las personas con sus formas y distintas maneras de vivir, porque apena ver – sobre todo con la religión- cómo todo se destruye en nombre de Dios la humanidad.
Después de visitar el mausoleo, algunos detalles que no vi antes y que a pesar de ser fuertes, reflejan la idiosincrasia de la India. En la entrada, estaban cambiando el pavimento y poniendo unos pástelo es de piedra chicos que con fragüe había que sellar. Solo las mujeres, con sus cuerpos flaquísimos y sus saris hermosos, eran las encargadas de realizar esta detallista faena con un tarrito como quien echa salsa de chocolate en un wafle que se acaba de cocinar. El tema era que todo el trabajo era de cuclillas y a 40 grados de calor; no sé cómo no se derritieron junto al pavimento de tanto esfuerzo y dedicación. No había ni agua, ni sombrero ni ningún tipo de protección. De verdad aquí es muy fuerte la desprotección legal del trabajador.
En la tarde el guía nos llevó a dos templos más y seguimos rompiendo el ranking de fotos a todo el que nos vio. De lo nuevo que vimos, lo que más me sorprendió fue el trabajo artesanal de las bóvedas de los salones que tenían un color precioso, como un patchwork de tintes muy fuertes, «cocidos» con una franja dorada gruesa que aún más lo resaltó. Todo estaba invadido por monos -tipo mandriles- que competían custodiando su territorio entre los humanos, las palomas y las ardillas que vivían en el lugar. Le colgaban los monitos guaguas en la panza y las mamás se movían con total libertad por tejados y murallas sin ninguna dificultad.
Como hoy era domingo, pedimos si nos podían llevar a una iglesia católica al menos para rezar un ratito y tuvimos una suerte preciosa que encontráramos un templo de la madre Teresa de Calcuta que justo iniciaba una procesión y una misa para celebrar a su Santa con gloria y majestad. La iglesia parecía piñata mexicana porque no le cabía una cinta más. Tenía serpentinas, flores, luces de neón y hasta un velo con flores de papel colgando en el lugar. Maximalista y alegre a rabiar. Había muchas monjas de la orden y de varias órdenes más. Abundaban muchas mujeres y niñas que esperaban pacientemente a que entraran los veinte curas que iban a celebrar. Los patos se caían asados, pero igual la energía linda del lugar me dio escalofríos al rezar. Hubo una corriente linda amorosa que necesitaba para volver a centrarme y a pesar de la diversidad de la gente, me sentí un poco en casa al ver signos y formas que me eran familiares. La virgen, Jesús y la madre Teresa hecha una estatua fueron un bálsamo que me hizo llorar, sobre todo cuando un gran letrero de la Santa me dijo «No sigas buscando a Dios en tierras lejanas, él está contigo y siempre lo estará». Fue una experiencia linda que agradezco a Dios porque entre tanto dios y monje, echaba de menos su presencia evidenciar. Los sacerdotes eran bien del terror, pero supongo que aquí es normal. Todos con caras de enojados, muy morenos y un par amanerados a no dar más. No hubo ni uno solo -ni siquiera el obispo- con sus dorados y mitra roja que me convenciera con su presencia de amor para la comunidad. Supongo que es el autoritarismo y las clases que aún son tan fuertes en esta sociedad lo que aún los aleja tanto de una misericordia que se pueda más fácilmente palpar. Cada cosa a su tiempo y en su lugar; no tengo códigos para juzgar. Sí fue bonito que antes de entrar, al menos la procesión de hombres de albas doradas y rojas se dejaran bendecir por flores y por un puntito de pintura en la frente como es la usanza de esta sociedad. Antes también una jovencitas bailaron una danza hermosa para alegrar a Dios y celebrar a la madre Teresa que tanta ayuda vino a este pueblo pobre regalar. Muchos de los feligreses andaban sin zapatos y se notaba gente muy sencilla de verdad; de hecho Andrés y yo, los pasábamos a todos por al menos una cabeza en altura y no estábamos dignamente vestidos para la ocasión, así que después de como de media hora de oración, el auto con el guía nos llevó apenas recibimos el perdón.
Ya en el hotel, en tuc tuc salimos a pasear y fue entretenido ser parte activa del caos y del tráfico que casi bocinas nos salieron en las orejas para sobrevivir a la ciudad. Terminamos el día contentos y agradecidos de todo lo que se nos va abriendo la mente con todo este peregrinar. Ha sido fuerte y elástico el cerebro para tratar de ir integrando toda esta información nueva que dista tanto de todo lo que antes pensaba de la India y su realidad. Las imágenes y las expectativas no son lo mismo que la vivencia y probablemente son el 0,1 por ciento de todo lo que podemos captar. India ataca todos los sentidos e impacta tu ser esencial. Te cuestiona, te mueve, te remece, te hace reír y también llorar. India te choca con su miseria y te asombra con su grandeza y belleza sin par. Te duele con sus injusticias y te conmueve con sus miradas profundas que te calan el alma sin cesar. Te agota por su contaminación de sonidos y te hace ver con nuevos ojos una humanidad más niña y que recién comienza a despertar. Tradición milenaria y caos total. Cero higiene y orden, pero elegancia y dignidad en la pobreza de sus mujeres que parecen reinas sin trono ni hogar. Abundancia y riqueza cultural, combinada con hambre y sed de equidad y libertad. Tráfico del demonio, pero que tiene cuotas preciosas de solidaridad y equilibrio orgánico que tanta falta hace en nuestro países cultivar. Cuervos, vacas y monos deambulan con humanos como si fuera de lo más normal, pero solo ponen en evidencia la misma diversidad humana pero un poco más disimulada. India, un rebaño abundante de niños hombres a los que les gusta más dormir, comer tabaco y reír, que trabajar; al menos no toman ni parecen agresivos físicamente aunque sí les sale fácil con la lengua insultar. En fin , como los mismos indios dice, aquí todo pasa y todo puede pasar. Son demasiados años vividos en el mismo territorio y el mosaico humano es demasiado amplio de verdad. Que Dios – como quieran llamarlo- los bendiga hoy y los proteja del mal desarrollo que puede su ingenua riqueza humana malograr. Ya se ven algunos signos de como la cultura americana está empezando a entrar; no me gusta; me da pena, porque la mezcla será fatal
Día 10: Camino a Jaipur: algunas lecciones de humanidad
Después de visitar Agra y su famoso Taj Majal, el tour tenía dispuesto seguir en auto a Jaipur donde nos queda lo último por conocer y disfrutar. Cinco horas en auto debíamos transitar cruzando hacia el estado de Rajastan que es al norte de la India y que se ve un poco más próspero en verdad.
Sin embargo, en este camino más o menos tranquilo – si es que así se pude llamar así a la locura de tráfico y a la forma de manejar- hubo varias lecciones muy potentes de humanidad que me gustaría graficar como postales que aún no logro del todo procesar.
Lo primero que me sorprende es la precariedad del desarrollo fuera de las grandes ciudades. Por ejemplo, están intentando colocar agua de cañerías a algunos pequeños poblados que atravesamos y los cerros de tierra de las excavaciones al camino de los autos vienen a tirar. Apenas hay espacio para pasar. No hay ninguna cinta de plástico aunque sea de seguridad; están los hoyos gigantes, las vacas, los niños, los obreros, todo en un conjunto caótico que no parece dialogar muy bien. De hecho nuestro chofer se mete contra el tráfico en lo que podría ser nuestra carretera principal ( ojo sin berma, sin pavimento y sin ninguna señalética en que aparezca nada) y al verse al frente de una barrera de palos y tarros sobre no pasar, simplemente se baja, corre todo a patadas y sigue dejando abierto una vía que antes estaba clausurada. ¡Plop! Pero aquí parece muy normal.
Siguiendo con las postales a Agra antigua nos llevaron para conocer un nuevo fuerte mogol y su respectiva mezquita para rezar. Hacia un calor de los mil demonios y la ropa a los cinco minutos se comenzaba a pegar. Bueno lo anecdótico es que el guía nos trató de estafar. Nos llevó por caminos rarísimos por donde ningún otro turista andaba y nos metió casi por la puerta de atrás. Lo delicado es que eligió como vía un monstruoso basural, murallas de basura centenaria apretada con el tiempo fue un impacto muy difícil de integrar. Miles de plásticos de colore, géneros y cuanta cochinada uno se pueda imaginar, pero convertida en un túnel humano que nos abría sus puertas para pasar. Como Andrés es astuto rápidamente entendió el truco que planificaba el timador de nuestra buena voluntad. Nos cobraba los tickets a nosotros pero nos metía sin pagar. Fue fome y compleja la decisión de si dejábamos pasar la falta o lo desenmascarábamos para que a otros no les fuera a pasar. Supongo que hubo varios riesgos en su maniobra, así que por suerte no nos pasó nada. Bueno un poquito, ya que una vaca loca me siguió para atacar. El resto fue todo bueno y pudimos aprender mas cosas de la historia de este pueblo tan particular. Al entrar al fuerte, me sentí transportada al templo de Jerusalén cuando Jesús se enojó con todos los mercaderes por convertirlo todo en un homenaje al vil dinero y al acosar. La verdad no podíamos caminar en paz. Cada turista era perseguido por al menos 10 vendedores de pulseras, monitos, postales o cualquier cosa que iba a bajando evidentemente frente a la negatividad. Llama la atención no sin tristeza, la astucia que los niños pequeños logran desarrollar. Hablan muchos idiomas y hasta saben adular para que algo les compres antes d abandonar el lugar. Son atentos y te persiguen por toda la hora en que vas a caminar. Hay algunos más pesados, pero si cedes en uno, yo creo que nos convertíamos en carne dibujares sin piedad. Lo fuerte vino al final cuando a uno de los niños más lindos y amorosos quisimos ayudar. No teníamos más que tu billetes chicos, porque estaban todos malos los cajeros de la ciudad y al querer regalárselos, él dijo con todo orgullo que no, pues era vendedor y no vivía de la caridad. Me dejó afectada de verdad. Era menor que Iñaki y su dignidad me pareció de un príncipe o Maraha. Una vez más solo podía rezar por su vida y su prosperidad. Ente los decentes e indecentes que aquí son muchos, él niño fue un ejemplo para imitar y admirar. Qué ganas de haber arreglado el maldito cajero y haberle hecho al menos el día a él y su mamá. Aquí todos tienen muchos hermanos y tú sabes que detrás de esos pies pelados vienen al menos cinco más. Muchos de los comerciantes tenían guagüitas botadas en el suelo, durmiendo piluchitas y aprieta el alma pensar cuál será su porvenir y si sobrevivirán.
En el fuerte rezamos a Ala y tiramos pétalos de rosas para desear según la tradición del lugar. A pesar de ser muy básico como rito, me logre encontrar con Dios y rezar unos ratitos como una genuina musulmán. De hecho tuve que ponerme sombrerito blanco por respeto y quitarme mis zapatos para empezarme a quemar. El suelo parecía una parrilla para pasar, pero no fue obstáculo para ver familias muy lindas de la India con las que nos pudimos fotografiar.
A todo esto el estafador al verse atrapado y sin más excusas que dar, se rindió a los alegatos y retos de nuestro chofer que apareció como guardaespaldas con vehemencia e indignación real. Con eso también dañaban su reputación y dignidad. Saber -que así se llama- ya es nuestro amigo en verdad. Es hediondo a no poder más y habla bien poco inglés, pero es decente y muy de fiar. Un hombre noble e inteligente que supimos además es musulmán.
De las pocas postales que me falta contar, hay una muy loca que me dejó congelada. En plena carretera en la que todos van al menos a 80 o 90 ; lo que es mucho para acá al sumarle todo lo que ya he descrito con anterioridad, vimos a un hombre joven en una moto grande hablando con las dos manos por celular. El problema era que el conductor de su transporte era un niñito que no tenía más de tres años y él llevaba el control del manubrio a toda velocidad. ¿Irresponsabilidad extrema, locura total o simplemente normal? Aquí en la India se pierden los parámetros sobre lo que es ficción o realidad. El niñito iba muy concentrado y el papá como un pacha. Qué paradoja más increíble, casi no pude creerlo hasta que lo fotografiamos para que nadie pensara que fue solo un espejismo por el calor infernal. Un poco más adelante, otra imagen medio escalofriante nos hubo de conmover. Hay muchas «micros» informales que son unos especies de jeeps antiguos, como el Yagan que era un típico auto militar. Bueno ahí por cinco o diez rupias ( 50 o 100 pesos), se traslada gente ya no sólo apretujada como sardina, sino que literalmente colgando del fierro al que se puedan agarrar. Conté 15 personas adheridas -no sé cómo- a una de estas micros que para peor andaban a gran velocidad. Un viejito muy pobre, iba apenas afirmado de un parachoques que saltaba como si fuese en cualquier momento a volar. Sé que no puedo juzgar con mis ojos o solo debo integrar, pero mi alma se rebela y me da una impotencia feroz mirara. Lo mismo pasa cuando el auto para en el camino para cualquier trámite de peaje o de pagar, ya que se te acercan a la ventana los pobres y te comienzan a mirar y golpear mostrándote la boca para que les des alimentos o plata y te hierve por dentro el corazón de la frustración de no poder ayudar. No teníamos plata ni comida porque con cajero malo no podíamos hacer nada; resistir esa tensión durante tu o cuatro minutos fue una buena tortura para la humanidad…
La última y quizás más bella de las postales es la de las mujeres que son la esperanza de la India y su prosperidad. Caminan suavemente a la orilla del camino, vestidas todas con sus saris de hermosos colores como flores humanas listas para sembrar su dignidad. Llevan en sus cabezas cántaros perfectamente equilibrados que alargan aún más sus esqueletos y huesos de manso transitar. Su piel es muy oscura y sus ojos negros brillan tímidos al interior del velo con el que se suelen tapar. No importa la edad deben por respeto a su familia, la cara tapar. Creo que si no fuera por ellas, sería muy distinto todo y poco habría para contar. Un homenaje a ellas seguro a mi vuelta tendré que pintar.
Finalmente llegamos a Jaipur cuando la tarde caía cansada de acalorar. Las nubes y rayos del sol se apiadaron un rato de la humanidad. Así que mañana será un buen día con elefantes y demás. Veamos qué nos depara esta ciudad y sus diez millones de habitantes, que nos acogerán.
Día 11: Jaipur: éxtasis total.
Sin duda los organizadores del tour tienen todo planeado correctamente para epatar. Partimos aterrizando en Delhi para el primer aterrizaje energético conquistar y que no se vaya uno de boca en asombro por la pobreza, el hacinamiento y la suciedad. De ahí a lo más fuerte que humanamente haya podido asimilar: Vanarasi con todo su dolor y miseria acunando el misterio más radical de la vida y la muerte descarnada. Luego templos en Kajuraho y otras de similar belleza y espectacularidad y para ultimo, Jaipur que se me antoja como un acordeón poblado de mariposas que lentamente empiezan a volar y te regalan mucha paz.
El hotel en el que nos alojaron también es el más lindo y más acorde con la experiencia de la India porque es maximalista total. Las puertas de las piezas son de vidrios de colores y todos está pintado, o con espejos o con fuentes de flores y agua que aromatizan suavemente el lugar. No hay nada que haya quedado libre, pero no llega a cansar. Aquí los colores y las formas excesivas, se suman con gracia y originalidad. Hasta los tambores de la música combinan perfecto con una atmósfera mágica que te traslada a tiempos de marahajas y polleras de colores con espejos que logran hipnotizar.
Partimos a las 8:30 de la mañana y ya el calor se hacía notar como celoso de tanto gozar. A esta ciudad se le ha denominado la ciudad rosa porque de ese color fue pintada en su mayoría, cuando un príncipe inglés la vino a visitar. Efectivamente ves todos los balcones y fachadas de esa tonalidad, solo que el sol una vez más ha ido desgastando el tono y hoy se ve más salmón que nada. En la India también existe la ciudad azul y la ciudad dorada que se conservan con esos colores hasta la actualidad. Yo podría soñar Santiago, o al menos Chicureo, turquesa y blanco, sería lindo en verdad… Ya está haciendo efectos el calor en mi cerebro… Jaja.
Primero fuimos a ver un palacio en forma de pavo real, son 954 ventanas y balcones que van formando algo muy parecido a la cola de este sagrado animal. Aquí es muy venerado el caballero emplumado y te venden plumas y abanicos con sus preciosos colores como si fuesen un suvenir real. Lo que no es muy sagrado – y coherente al lugar- es el tráfico nuevamente ya que es un acto heroico cruzar una calle ya que hay que tener mucha personalidad. Metida en ese aprieto, Andrés me tuvo que ir a salvar; estaba metida entre dos jaurías de ruedas y vacas y no me atrevía a cruzar. Suena fácil y bonito, pero fue una buena prueba a lograr.
Esta ciudad está mucho más limpia, ordenada y desarrollada que ninguna de las anteriores que pudimos visitar. Si bien hay basura, esta barrida y ordenada y parece que alguien la pasará a buscar. Lo mismo las vacas, están más domesticadas en su transitar. Por lo menos no son tan flacas y feas y se ubican mejor para estar. Lo mismo el suelo, ya casi todo es de cemento y ya no hay más barro o escombros para saltar. Jaipur, casi casi, es una ciudad ordenada; antigua y mal mantenida, pero años luz de las demás. Cada espacio disponible está invadido por un almacén más amplio y con mucha variedad de textiles, zapatos, colores que se despliegan como una lava recién salida del volcán. Cada tienda es como un Irán; son tan lindos los trabajos que te poseen llenos de una belleza medio naif y excesiva que causa un efecto genial. También hay paraguas de géneros, cojines, manteles y todo lo que uno se pueda imaginar. Dan ganas de convertirse en elefante volador para llevárselo todo como regalo, para alegrar el gris que a veces en Santiago cunde de más.
De ahí fuimos al fuerte de Ámbar que es uno de los tesoros más escondidos de la India para la humanidad. Diez y seis kilómetros de murallas de veinte metros de altura y cada 250 metros una únase para vigilar. Una verdadera muralla china absolutamente intacta y de un rojo viejo que se encumbraba por las montañas que rodeaban el lugar. Pensar en el esfuerzo que implicó edificar tamaña seguridad, se sobrecoge el alma y te prepara aún más para el corazón que palpita dentro de este palacio real. Para completar el paisaje desde lejos un río venía todo a hidratar. Agua mansa y verde esmeralda donde los búfalos se bañaban como niños relajados y sin que nadie los moviera de su tranquilidad. No sé si ellos son oriundos o no de acá, pero su color negro intenso no es una buena idea para este hábitat ya que se derriten de calor y se convierten en carnes vivas disponibles para asar. Pobres animales, yo tampoco cedería en un milímetro la oportunidad de refrescarme ya que ellos no tienen ningún privilegio como las vacas. Son la casta más despreciada de todo el conjunto animal.
Subimos por las rampas de piedra antigua y ahí un verdadero acoso tuvimos que soportar. Pulseras, manteles, paraguas, láminas, fotos, sombreros, todo lo que se te ocurriera te querían endosar. Ni diez «no» eran suficientes para amainar su insistencia y/o necesidad. No sé si fui muy cristiana, pero ni siquiera hice contacto visual. Solo el hecho de mirarlos, implicaba la rendición total. Mientras intentas caminar entre estos decenas de vendedores que dominan todas las artes del negociar, vas escuchando sus historias y el corazón se me iba con ellos pero no podía aflojar. Uno es lo mismo que ninguno y al ceder, se abren las puertas para todos los demás. Así que escondida debajo de mis anteojos me convertí en ciega, sorda y muda para no rendirme a las cosas que ofrecían y a su perseverancia para acosar. Entre medio de toda esta chimuchina, llegamos a la cola para montar las elefantas y subir a lo más alto del lugar. Solo las hembras sirven para trabajar; los machos son muy agresivos y solo tienen uno que otro para procrear. Una vez más, en este país -al menos- la regla es clara en todas las especies y no es justo la verdad. Las elefantas viven hasta 90 años y las visten con unas monturas cuadradas donde caben dos personas al menos para cabalgar. Deben medir desde tres a cuatro metros y medio y son mansas y pacientes en su ascenso sin alegar. Lo único que a veces asustan es que se ponen a tirar líquidos muy asquerosos por sus trompas y salpican sin avisar. El hombrecito que la conducía se veía muy chiquitito y sentado en una especie de cojín sobre sus orejas para guiarla o apurar. La montura se les afirmaba de la guata y debajo de la cola le amarraban la cincha lo que supongo era una gran incomodidad. El conjunto de elefantas era un espectáculo dantesco que valía la pena observar. Tan grandes y hermosos, majestuosos como si fuesen más evolucionamos que el ser humano en realidad. Sus ojos me parecían resignados pero no tristes en general. Un ejército de estas creaturas es imponente y con una dignidad muy particular. No sé porqué me gustan tanto, me acuerdan de la poesía que me cantaba mi tata sobre «Margarita está linda la mar…». Deben haber sido unos trescientos metros de ascenso, pero no los pude admirar como quisiera porque los vendedores te tomaban los pies y te tiraban las cosas arriba de la montura para que se las pagaras no más. María y Pepe nos gritaban cuando nos oyeron en español comentar; ahí me vino un ataque de risa y me hice un bollito humano en la silla de montar, aplastando al pobre Andrés que apenas me sostenía en medio del bamboleo fuerte que hacen los elefantes al caminar. Mirando hacia abajo era un buen espectáculo digno de asombrar: estaban las bostas de estos animales que tienen el tamaño de un coco verde, entre medio peatones, motos y los vendedores ambulantes que ascendían al paso del animal.
Ya una vez arriba llegamos a una plataforma de piedra muy amplia y preciosa, llena de columnas y mármoles junto a la piedra rosa del lugar. Justo nos tocó el día del turismo internacional, así que había muchos bailes, músicos y decenas de escuelas públicas de niños y niñas que visitaban para aprender y disfrutar. Qué imán me provocan los niños aunque no les entienda su hablar, sus ojitos brillantes, sus trenzas negras o su sonrisa amplia y blanca que en su tez oscura mucho se ha de destacar, son de una belleza única que dedicaría horas para contemplar. Son muy dulces y todos te saludan, te sonríen y te piden fotos como si fuese un trofeo para guardar. India tiene una tasa de analfabetismo cercano al 40 por ciento porque los padres prefieren que sus niños aprendan un oficio o que se dediquen a trabajar. Aún cuando está cambiando, es una pena muy profunda, ver cómo muchos de estos chiquititos ya desde la cuna no tienen la oportunidad de desarrollarse y crecer con libertad. Todos los que vimos van de uniforme muy disciplinado y pobre del que se vaya a desordenar; los profesores se ven firmes pero preocupados por enseñarles y su vocación es muy real.
El guía de hoy era muy religioso y puso especial énfasis en que participáramos de una ceremonia a la diosa Kali que es la madre por excelencia a la que hay que adorar. Sin zapatos, sin cinturones ni cámara se permitía ingresar a un pequeño patio de mármol blanco que se cerraba con un altar donde estaban cinco sacerdotes listos para celebrar. Nos pintaron la frente como bendición de la madre, después de que tocamos la campaña que servía para despertarla e iniciar un rito muy fuerte y envolvente en realidad. Partieron los tambores metálicos y luego como un bombo escondido en el altar. Todo el lugar eran solo vibraciones intensas que me comenzaron a girar por fuera y por dentro, llevándome a un estado de trance casi total. Pensé en la virgen y en su maternidad y reverencié el momento con mi oración a la Kali occidental, que me pareció la misma energía y femenina divinidad dispuesta a jugársela entera por nuestra paz y libertad. Kali se representaba azul, con muchos brazos y con un collar de cabezas de demonios a los que había logrado vencer. Nada muy distinto a la Virgen con la serpiente y el arcángel san Miguel venciendo a Lucifer. Luego en su estado de paz, Kali se vestía de rosa y sobre una flor de loto regalaba mucha dulzura y amor a la humanidad. Nada más parecido a nuestra Virgen de los rayos o cualquiera de las apariciones donde se le ve en plenitud y una realeza angelical. Las flores se me antojaron las de la Guadalupe o las que solemos en su mes usar. En todas las culturas anhelamos tener una madre protectora, dulce y amorosa, pero a la vez valiente y fuerte para luchar contra el mal. Fue un regalo místico en que sentí su presencia y la unión preciosa que se esconde en toda nuestra diversidad.
Recuperado el ritmo normal de la respiración, fuimos a las diferentes piezas del palacio del Marahaja. Tenían spa, baños turcos, piscinas y 400 concubinas por si alguna de las 12 reinas le llegaba a fallar. Fresquito el hombre, pero es que tenía mucho que trabajar, jaja. Los lujos increíbles, desde aguas que enfriaban las paredes o murallas de hierba para aromatizar el palacio, son algunos de los detalles que logro recordar. Los jardines también son preciosos y usan mucha geometría para todo calzar. Los decorados era de pintura, de incrustaciones en el mármol, de espejos de Bélgica o incluso detalles de marfil para todo en belleza realzar. Hasta un observatorio tenía para mirar. La arquitectura es una maravillosa mezcla entre hindú y arábica que da un estilo propio, de suaves arcos y cúpulas, más todo el detalle en el minucioso decorar.
Extasiados por toda esta belleza, nos llevaron a un «pequeño palacio» del lago donde el maharajá iba a pescar. Curiosa en todo caso la historia de esta nobleza que aún está vigente como figura de autoridad. No tienen poder político, pero si son queridos y cuidados como los de Inglaterra. El actual tiene solo 18 años porque es el nieto adoptado por el abuelo que murió hace unos años, porque la única hija de este rey se enamoró y casó con su chofer de una casta inferior. La única salida digna a esta situación fue que el tata asumiera la paternidad como opción y el chiquillo hoy estudia para poder ejercer pronto como rey. Su mamá sigue con el chofer, que ya tiene algún título noble que se le dio por su relación. A su palacio nos llevaron luego para visitar. Deben tener más riqueza que pelos en su cabeza ya que todo se rendía en cuidados y belleza sin igual. La galería de los textiles, la de armas, la de los artistas, fueron solo unos ejemplos para mirar. Las túnicas tejidas en hilos de oro de verdad son solo una muestra de la creatividad real.
Ya extasiados y profundamente derretidos bajo unos 35 grados de calor, cerramos el día por hoy. Insisto en la buena energía de este lugar que gratamente me sorprendió. Es un privilegio haberla conocido y por eso le doy gracias a Dios. Bueno y también a la Virgen que tan curioso y misterioso rostro hoy adoptó para su aparición.
Ya se va acabando esta aventura al corazón milenario de la humanidad. Sostiene. Algunos libros que venden acá que hasta Jesús los visito y que mucho aprendió de todo lo que aquí vivió. Quien podría saber la verdad de todo nuestro recorrido por la existencia y qué pertenece exclusivamente a cada cual. Todos son los mismos anhelos de padre, de madre, de protección y de seguridad para sentir que no estamos solos en la encarnación. Hay similitudes misteriosas que me hacen pensar, sobre todo cuando a los niños quería explicarles lo que era la Trinidad. Buen parecido a Brama, Visnú y Shiva al final. Qué entretenido sería tener los ojos sabios para ver más allá. Lo que sí puedo decir que al ampliar la mirada, más certeza del peregrinaje humano se me da. Es siempre la misma búsqueda de plenitud, paz y libertad la que une al hombre sin importar su cultura o lugar. Es muy tarde y poco podría elaborar en forma inteligente sin pecar, lo único que puedo afirmar es que la presencia de Dios se siente fuerte aquí y eso es una gracia que no puedo dejar de anunciar. Es un Dios vivo y encarnado en millones que viven en el extremo de la sobrevivencia y cuyos ojos delatan hambre y sed de amor y dignidad. Claro que aquí se hace un grito desgarrador el «tengo sed» que la misma madre Teresa escucho.
Día 12: Conclusiones para cerrar
El avión acaba de despegar del suelo y parece que junto con él un peso acabó de liberar. La misma sensación tuve al dejar Israel; son países y culturas demasiado potentes que te cargan de una u otra manera en la que solo te das cuenta al salir y zafar. Puede que sea sufrimiento acumulado por milenios o tal vez una gran carga espiritual, llena de conflictos e intensidad. Habría que medirla científicamente, pero mi cuerpo y mi alma van más livianos y aliviados de una especie de karma adherido a las calles, a los cerros, a los cuerpos y hasta las aguas de los ríos en las que se suelen bañar. India es como un tatuaje, es difícil de borrar. Yo creo que lo vivido y lo aprendido acá, jamás podré olvidar.
Quiero degustarlo lento para no equivocarme en mi reflexionar. Este pueblo es como sus tejidos, un pachtwork donde en cada esquina, te deslumbras con un color, te ciegas con el reflejo de un espejo o hay un agujero por donde la mente se puede escapar. Todo es vertiginoso es su máximo expresar. Como dije al principio, no parece haber nada virgen ni natural. Todo me parece como esas viejitas sabias y morenas que cargaban sus cántaros con su lento caminar. India tiene la piel curtida y en el alma se le trasluce una cierta resignación vital que no puede confundirse con infelicidad; es solo que le falta el brillo y el entusiasmo del niño que tiene espacio y libertad para jugar. Los mil doscientos millones de habitantes de alguna forma los sientes aunque obviamente no los puedas ver ni escuchar. La tierra está ajada de tanta batalla, invasor, abuso, conflicto y un hambre que hace hasta sus entrañas sonar. Sí, diría que la tierra tiene sed de unidad, de orden, de cierta armonía y una belleza al natural. Todo lo lindo que conservan, está a medio caerse, a medio convertirse en hogar de palomas o golondrinas y luchando por seguir sosteniéndose con cierta dignidad. Es cierto que todo mejora en el último tiempo, pero me preocupa el vector con que esta mejora se da. Se está metiendo Occidente con sus costumbres de consumo, de libertinaje y no sé si le hará bien en su esencia más profunda en verdad. Temo que sea un engendro donde la juventud se aleje de sus dioses, de su familia y de su tradición, seducidos por nuevos dioses como la imagen o el individualismo en el vincular. Es difícil que eso no pase porque el espejismo del «rendimiento» tiene demasiadas vueltas que dar en una sociedad tan grande y diversa, antes que se den cuenta del mal que están criando dentro de sus casas sin siquiera notarlo en su ferocidad. Probablemente igual que nuestra cultura y nuestra población, que en menos de 25 años es irreconocible en su rostro, aunque esté mejor maquillada. No sé bien cuál sería el camino del medio para crecer sin desertar a lo que realmente somos y no apartarnos del verdadero camino de la felicidad.
India contradictoriamente me pareció niña desde otro punto de vista muy particular; me pareció ingenua, confiada, feliz con lo mucho o lo poco que le puedan dar. Me pareció que aún juega con el barro y hace casitas de palos para armar. Su tráfico era lo más parecido a niños traviesos y astutos que no paraban de jugar a correr tratando de no chocar. Todo era como un juego que se resolvía con un griterío y nada más. Los únicos que ejercían la fuerza física y muy brutal, eran los toros y vacas que en medio de la calle solían pelear. Su fe también me pareció un poco de niños en preparación para recibir, sin cuestionarse, toda una milenaria devoción. Besaban pisos, templos, árboles, estatuas, flores, cualquier elemento definido como sagrado que los llevará a Dios. Hasta pintarse de tantos colores la frente se me antojó un ritual de primaria, hermoso y poderoso, pero más por costumbre que en verdadero recogimiento interior.
También me pareció adolescente probando límites y buscando nuevos caminos para su expansión. La vi tentada con la tecnología y sin ningún límite en su uso ni siquiera como precaución. Los celulares y pantallas los abdujeron a casi todos y sin ninguna precaución, tanto que hasta el hombre de la moto a su hijito chico, le entregó el control a cambio de una conversación.
India sería lindo meterla en una tina con agua de rosas para sacarle la muy acumulada y darle todo su brillo y esplendor. Me la imagino más verde, con sus artistas sonriendo y no sucumbiendo debajo de sucuchos enterrados por el agobiante calor. Sería lindo pintarla de nuevo para que recuperara su original color y poner mucho anti hongo en los edificios para que sus ventanas y muros puedan seguir siendo cuna de tan misteriosa y maravillosa población. Sería mágico meter a todo este pueblo en los preparativos que recibían las princesas antes de ser entregadas al Maharaha para hacerles evidente su belleza interna y también la exterior. Sobre todo a las mujeres que reciben una vez más toda mi admiración. No es por ser feminista, pero a muchos de los hombres indios los pondría en clases exhaustivas de buena educación, que hagan pipi donde corresponda, que no escupan sus calles y que hagan algo por sacar adelante a sus familias por favor. Probablemente es un juicio lleno de ignorancia y de injusticia, pero vi a demasiados durmiendo la siesta, comiendo tabaco, conversando con los amigos; cosa que con las féminas, nunca se dio.
El paisaje de la India no fue motivo de asombro ni de contemplación en el triángulo de oro que visitamos en esta ocasión. No así en otras zonas, donde al parecer la naturaleza se vengó desplegando todo lo que en el centro no dejó. Aquí todo está empolvado y descuidado y solo el turismo atrae la inversión. Lo que sí debo destacar son las mariposas que aquí Dios creó. No sé cómo se las arreglaban para ir sembrando belleza en medio del hollín urbano, de la suciedad y del desorden que el hombre creó. Impertérritas lucían sus colores y diseños como las mujeres de esta nación. De los más lindos tonos y formas, lucían orgullosas como si estuviesen dibujando con pinceles invisibles una poesía de amor.
De la comida India, tampoco me llevo una gran impresión, pero si la delicadeza y amabilidad con que era ofrecida, como si fuese un gran banquete en nuestro honor. La actitud de la gente quizás es el gran plato que degusta uno en esta zona, ya que no hay quien no te sonría y trate de entenderte aunque apenas sepa de ir «hello». Lo más fuerte eran los vegetales y un queso semi blando metido en una especie de salsa de tomates que era rico, pero que luego de varios días empezaba a cansar. Se extrañaba mucho las verduras frescas porque solo pepinos, cebollas, tomates y zanahorias puedes encontrar. Que decir obviamente de la carne y del buen pan. Era raro ver algún indio obeso, aunque las mujeres oscilaban entre los huesos y otras que intimidaban al andar. Inmensas con sus saris se me movían bamboleando las carnes que se muestran a la altura de la cintura y dejaban mucho que desear. Todos comen con la mano y les gusta sopear el Nan, que es el pan sin levadura que es como un panqueque puesto directo al fuego y se les suele quemar. Masala es el condimento que casi todo posee y que a un occidental le sabe a curry y picante sin parar. Los dulces solo son de crema y uno que otro bizcochuelo, pero si son los reyes con unas frituras en el almíbar que son una bomba y delicia para el paladar.
Alguien podría pensar si me gusto este viaje al final, y digo con todas las letras que si. India estiró al máximo el elástico de aprendizajes en todas las dimensiones de mis ser. Obviamente la corporal fue la primera en caer, pero puedo decir con orgullo que invicta de enfermedades regrese (creo jaja). En lo corporal jamás pensé resistir las tensiones de tanta diversidad de olores, de visiones, sensaciones y hasta el tacto me vino a impactar. La piel de los indios es dura, como de plástico, como los que están acostumbrados a mucho trabajar. Extremos de miseria y belleza se sumaban sin anticipar; polos de colorido y bajeza se matizaban no más mirar. Bueno en lo afectivo emocional, también fue una buena prueba y no me voy tranquila con mi actuar. Dicen que no hay que involucrarse con los ojos de uno a la pobreza del lugar, pero si bien fui obediente en la conducta, no lo fui en el amar. En cada niño, viejita o enfermo que pedía se me iba quedando un pedacito de mi alma con una deuda a saldar. Quedé endeudada y movida de por vida, porque pequé de omisión pudiendo haber hecho algo más. Claro que les regalé en mi forma toda la atención en la mirada que los pudiera dignificar, pero seguro que ellos vieron lastima en mis ojos y eso mucha pena me da. Salvaron mis afectos los niños que son almas puras, que no saben condenar. Si no fuera por las responsabilidades ya comprometidas, me hubiese quedado contándoles cuentos o bailando con ellos sin parar. También me habría gustado enseñarles de un Dios bueno que en su alma siempre está; quizás me hubiese ido mejor en la India que en Chile, donde siento que nadie quiere escuchar. De la dimensión cognitiva, el cerebro estuvo a punto de reventar; se me tupían mogoles con hindúes y lo del siglo XVII ya me parecía muy nuevo para mirar. Comparado con lo poco y nada de historia conocida que tenemos nosotros, miles de años antes de Cristo, eran un buen reto para asimilar. Templos, dioses, batallas, dinastías, reinas, invasores, divisiones y miles de hitos demasiado grandes y potentes eran pequeños fragmentos en mi mente que trataba de armarse un holograma más o menos sencillo para poder ubicar a cada ciudad y personajes en su lugar. Este país, o al menos el que conocí, se parece a Estambul, en el sentido de que toda la historia parece haberse concentrado aquí. Los libros sugerían que hasta el mismo Jesús paseó por aquí, como si no le bastará tener a todos los otros fundadores en su cuna para parir. De la dimensión espiritual, es la que aún no logro decantar. Me costó mucho entender los códigos profundos de cada fe que aquí se vive y sobre todo me costó aceptar la división que producen en el pueblo y en el ser. Musulmanes con sus ritos y verdades apenas se hablan con hindúes siendo que son hermanos y vecinos de la misma comunidad. Lo mismo entre Jainistas y Sij y todas las miles de variantes que existen y que no fue posible percibir. Cada uno celebra un día diferente, le reza a un Dios diferente, mira para un lado diferente para adorar, se viste diferente, come diferente, nace, se casa y se muere en su tribu y castiga severamente al que se atreve a vitrinear. No sé, pero me rebela profundamente toda la división por la forma sin poner importancia a lo esencial. Todos son hermanos e hijos del mismo creador y son los códigos los que tenemos que aunar. Si a uno le quedo mejor el sábado para estar, bienvenido sea, lo voy a respetar, pero aquí se muere todos los días por el distinto credo y devoción en general. Muchos de los cristianos pecan de la misma soberbia y vanidad; al final es el pecado original del hombre que por miedo y control lo hace vivir desde el temor y no desde el amor de verdad. Leyendo a cada uno de los profetas, no es mucha la distancia esencial; son los seguidores y discípulos los que entienden y viven apenas un porcentaje de la visión original. Aún creo que no he contestado a la pregunta original, ¿me gustó venir a la India?. Sí, pero me costó. Sí, pero me desafió constantemente a reconocer nuevos paradigmas y flexibilizar. Sí, pero me tensionó al extremo de tener que cerrar los ojos para dejarme llevar. Sí, pero extrañé los códigos conocidos que no me hicieran vivir en permanente inseguridad. Sí me gustó porque me di cuenta que en medio de todo está la verdad y que aquí hay aún mucho por crecer y aportar. Sí me gustó porque vuelvo un poquito más sabia y un poco más humilde para aceptar que soy una pulga en medio de un infinito pajar. Sí me gustó porque me sirvió para valorar lo mucho de bueno que tenemos en Chile y no puro quejar. Sí me gustó porque en nuestro país aún hay mucha desigualdad y miseria igual a la de la India y creo que desde la educación puedo aportar. Sí me gustó porque fue un stop obligado a toda mi cotidianidad. Una vez más le doy gracias a Dios y a las millones de formas que en la India supo adoptar. Sé que sin él/ella no habría llegado hasta acá y que sin su ayuda tampoco estaría de vuelta a mi anhelado hogar. Namaste para todos los que tuvieron la paciencia de leer estos escritos con lo que pude vivir y comentar.
Desde los arrozales de Bali
Día 1: Las afueras de Denpasar.
El verde intenso y la sonrisa pintada en los ojos y la boca de los balineses son la bienvenida a esta isla de magia y recogimiento. Sus calles atochadas de motonetas que aparecen como hormigas desde todas partes, son el preámbulo a una cultura atiborrada de detalles, de olores y colores que seducen el alma de puro verlas. Desde el aeropuerto en adelante no terminaras de ver las pequeñas flores blancas con amarillo que son un verdadero símbolo de estas tierras rebosantes de pureza y energía. Sin duda habrá dificultades y gente con malas intenciones, pero la inmensa mayoría refleja bondad y una paz que yo al menos creía extinta.
Denpasar es una ciudad muy poblada en donde las calles más parecen serpientes pavimentadas que avenidas. Ninguna tiene nombre y hay que ir atento a los hoyos y a los desniveles del cemento ya que entre medio no es raro cruzarse con árboles que no le hicieron caso a la civilización o arroyuelos que quisieron seguir su curso a pesar de las casas.
Las tiendas se entremezclan con pareos y vestidos de los colores más hermosos junto a fritangas y puestos de chucherías como del siglo pasado. La bencina de las motos se vende en botellas de vodka y los zapatos de los dueños se exponen en la entrada de todos los lugares como trofeos de la sencillez. Sí porque se ven los pies y dedos de todos. Nadie oculta sus piernas ni sus cuerpos que son menudos y graciosos. Su piel es desde el café con leche al café cargado. Sus ojos achinados, pero no tanto como los orientales. Sus pómulos son salientes y su sonrisa blanca y amplia.
Algo que llama mucho la atención son sus altares y ofrendas. Como pequeños barquitos de diferentes formas, confeccionados con hojas de palma, van cobijando alimentos, inciensos y aromas para sus dioses y antepasados. No hay esquina ni hogar que no tenga un altar vestido con telas de colores y con especial cuidado son atendidos todos estos homenajes a lo largo del día.
Las personas del pueblo tienen nombres de acuerdo al número de hermano que son. Así todos los primeros tienen el nombre Wayan, los segundos Made, los terceros Nyoman y los cuartos Ketut, en donde se comienza a contar de nuevo. Un nombre de mujer que se repite es Aiyu. Todas las que he conocido sonríen desde el alma hacia fuera.
Las motos son las que mandan las calles. Los autos –como en ninguna parte del mundo- deben replegarse ante su paso y esperar pacientemente su turno. Los autos y las motos andan lento; nadie parece apurado o yendo para alguna parte. Parece más un paseo. No se ven autos lujosos ni grandes diferencias sociales. Es una isla linda, donde se ve sencillez, pero no pobreza ni miseria.
Como buena colonia, todo es manejado desde la derecha, lo que supone un gran esfuerzo de acomodación cerebral. Es complejo y peligroso los primeros días; qué increíble cómo somos un animal de costumbres.
La comida que hemos probado hasta ahora es profundamente sabrosa; como que tiene espíritu, a pesar de ser sencilla y poco abundante. Llama la atención el sabor del arroz que sabe mejor que en nuestras tierras y las salsas que condimentan todo con un dulzor picoso muy agradable.
No se ve pan ni leche ni muchas carnes. De todo poco y muy bien presentado. Tampoco se ven pasteles, helados o muchos chocolates. Supongo que el calor espanta tanta caloría de las dietas balineses y los hace a todos mantener cuerpos muy estilizados, fibrosos y musculosos. Es una raza muy digna; no son muy altos y sus ojos son siempre cafés o negros. Sus labios son gruesos y su pelo liso y oscuro.
Hay muchos hombres que usan pareo cotidianamente y un especie de turbante blanco que no les tapa toda su cabeza. Son muy respetuosos y parecen más bien niños curiosos que hombres.
Sus familias valoran mucho a los niños hombres ya que son ellos los que cuidarán de sus padres cuando sean mayores. No así las mujeres que se van a las casas de sus suegros. Bendita sería yo aquí en Bali que conservaría a todos mis regalones cerca…
El mar es tibio y movido. Sus olas no se quedan quietas y son el deleite de surfistas y nadadores. Se aleja mucho de las imágenes de playas caribeñas, pero seguro las hay y aun no las conozco a lo largo de la isla.
Se ve mucha artesanía en piedra que da forma a preciosas mujeres con sus pechos al aire como bailarinas o especies de buda. Ya aprenderé qué significa cada una de ella, pero sorprende su belleza y la tranquilidad que emana de ellas. También esculpen animales como elefantes y tigres y luego vienen los hombres extraños, mezcla de dioses con máscaras y poderes extraños que a ratos atemorizan y envuelven.
Aún no he escuchado la música, pero vislumbro instrumentos de percusión preciosos que hacen del metal un arte creando bailes y danzas como sacadas de una novela.
El aire es siempre tibio y húmedo. Sólo a ratos la lluvia lo enfría un poco, pero en general es como un sauna suave que exhala aromas dulces, ahumados y con toques de jengibre y limón. No hay malos olores en las calles, sólo en las aguas estancadas o los canales que cruzan a ratos la ciudad en donde se nota que las alcantarillas dejan mucho que desear.
El agua es de temer. Ni siquiera hay que tentarse a lavarse los dientes con ella. Todo debe ser con agua purificada, ya que nadie asegura de dónde viene ni para dónde va…
Las casas se mezclan hasta ahora entre las más sencillas y las más pitucas como parte de un conjunto bastante armónico. No se ven grandes rejas ni separaciones entre unas y otras y están muy pegadas. Muchas de ellas están coronadas en sus techos con estatuas de piedra y los altares a sus antepasados. Domina el color naranjo, la piedra, el bambú y las tejas también de piedra.
El paisaje es plano hasta donde llevamos recorrido. No se ven montañas ni valles a diferente altura. Sí muchos árboles de hojas muy coloridas, florcitas de color rosado, blanco, amarillo y muchas palmeras de plátanos y árboles de mango. La vegetación es abundante y libre; nadie parece querer dominarla mucho y se manda sola entre calles y veredas (cuando las hay).
El idioma es difícil de retener aunque se escribe igual al nuestro y se lee como se escribe (tremenda ayuda!!!), pero aún así es complicado. Muchos balbucean el inglés, pero nadie hasta ahora sabe español. Somos minoría absoluta en estos lugares del mundo.
Hasta ahora los bichos y animales no han sido tema. Espero no verlos mucho y que sólo los apreciemos como parte de un espectáculo. Atemoriza pensar en todas las enfermedades que han dicho y los posibles ataques de monos, arañas, culebras y tiburones…
Estas son las primeras impresiones a dos días de haber llegado a este mundo tan diferente al mío. Una cultura misteriosa, medio encriptada bajo las miradas dulces de los balineses. Según algunos llenos de mafia, corrupción y desorden. A mi me han parecido más sabios, más pacientes y más dulces que cualquiera otra civilización que haya conocido hasta ahora.
Día 2: Ubud.
El caos aparente es otra de las imágenes que se vienen al recorrer esta isla. Las ofrendas a poco andar, terminan como un gran cerro de basura que se empieza a acumular en las veredas. Miles de florcitas de colores, entremezcladas con totoras y palitos de inciensos de todos los grosores son parte del suelo que uno empieza a pisar.
Las veredas son también un peligro inminente; a cada paso hay que ir atento ya que debajo de ellas corre una acequia de aguas sospechosas a las que fácilmente uno puede caer.
Entre vereda y vereda, salen callecitas preciosas decoradas con musgos verdes y piedras esculpidas pero ya deshechas en donde se vislumbran rostros y cuerpos de diosas. A su alrededor arrozales lindísimos que ponen el acento en el verde contra la piedra gris y negra de las construcciones.
Este pueblo es un pueblo de artistas y de paciencia. En cada esquina se ven esculturas de madera de ébano, caoba y otros árboles aromáticos y nobles que son presas de artesanos muy meticulosos y dedicados. Más de una semana trabajan en una pequeña figurita llena de recovecos y adornos. Así también la piedra es un tallado minucioso donde cualquier error se paga caro.
Los templos hechos por estos artistas milenarios son un espectáculo por si solos. Los hay de todos tamaños y te sorprenden en cualquier lugar. Sus faldones de género escoces más las trenzas de palma como farolas, son el anticipo de un espacio sagrado muy especial.
En algunos de ellos es posible encontrarse con verdaderos duendes humanos; viejitos con dientes irreconocibles, miradas dulces y perdidas, cuerpos casi desapareciendo entre los huesos que te miran y te bendicen con inciensos y agua sagrada.
En uno de los templos pudimos conocer el origen del agua sagrada. Una maravilla de la naturaleza que encerrada en una piscina de piedra, enmarcaba estas vertientes constantes y abundantes de agua que salía de la tierra acompañada por arenas turquesas oscuras. Luego esa misma agua iba a las fuentes donde las personas hacían su baño de purificación. Belleza pura para el cuerpo y el espíritu. Más abajo en este circuito el agua llegaba a una piscina de peces de todos los colores y tamaños. Deben haber sido miles, un millar quizás, desde el tamaño de un zapato hasta el de un niño de dos años. Blancos albinos, rojos, amarillos estridentes, naranjos fluorescentes y las combinaciones de todos los anteriores. Un paraíso de abundancia y vida.
La lluvia aquí es parte del paisaje de esta época. Cuando viene parece un diluvio; las calles se hacen ríos en cuestión de segundos y las pozas se hacen profundas hasta la pantorrilla. Pero nadie parece inmutarse y hasta se agradece el masaje natural ya que pasado el chaparrón la tierra absorbe todo como una esponja y vuelve a verse la tierra firme y el agua se fue como por un callejón hacia el más allá. Sólo es posible reconocer su destino cuando llegamos a las terrazas de arroz. Ahí está toda al servicio de la creación.
Las terrazas son pequeñas y a veces a diferente altura. Los juncos varían de colores y parece que todas las estaciones del cultivo están juntas en la misma locación. Arroz recién germinando, arroz seco, arroz cortado, todo en el mismo espacio y tiempo.
Los arrozales conmueven por la precariedad de su sistema. Apenas un motorcito que mueve el barro; todo el resto a pura fuerza de hombres, cobijados en amplios sombreros que los protegen del sol y el agua. Los pies van directo a la plantación que debe tener unos 25 cm de hondo. Ahí desde la mañana a la noche están plantando, limpiando y cosechando. El trabajo es duro; se nota en los cuerpos. Todos enjutos, llenos de fibra y cubiertos de una piel oscura, curtida y cansada. No obstante sus sonrisas siguen siendo el saludo habitual y sus cigarros, su compañía.
Los arrozales son de un verde intenso que tira hacia el amarillo cuando sale el sol. Son de escasa estatura y no se mueven con el viento. La verdad no hay viento; solo una brisa húmeda que los hace bailar. Dicen que no esconden peligros de serpientes ni bichos; a mi me asustan un poco todavía.
Los pareos son parte del paisaje y de la vestimenta para entrar a los lugares sagrados. Un manto multicolor que refresca y adorna. Los hombres se ven imponentes, dignos como reyes a pesar de su humildad. Para los extranjeros deja de ser un disfraz y se convierte en el atuendo que nos une a este entorno maravilloso de riqueza espiritual y artística.
A ratos da un poco de temor tanta precariedad; qué pasaría en caso de un accidente, de una enfermedad. Supongo que hay que encomendarse y confiar en que de alguna manera siempre el hombre se las arregla para sobrevivir y salir adelante.
Los lotos y las flores son imponentes no sólo por su tamaño si no por la intensidad de sus colores y su dignidad. También hay albahaca muy aromática, orégano gigante y todo tipo de flores que mantienen su forma sin que el tiempo pase sobre ellos.
Día 3: Ubud y sus alrededores.
Me preguntan por cómo son las personas aquí en Bali. Cómo saberlo en realidad. El idioma es una tremenda barrera que nos separa casi infranqueablemente. A pesar de eso se intuye que hay muchas cosas buenas en sus vidas. Lo primero la capacidad de servir con alegría y sin interés aparente. Te abren sus casas, te muestran sus tiendas y te ofrecen sus productos con cariño, como si no esperaran nada a cambio. Es extraño. Uno ya está acostumbrado a que te sonrían por marketing, interés o que esta dure lo que dura tu respuesta. En nuestros países si no compras, si no accedes, las sonrisas suelen borrarse con mucha facilidad.
Es extraño que el que está sembrando o cosechando arroz a menos de dos metros tuyos, te sonría genuinamente mientras tú estás al lado más amable de la vida. No se ve envidia, rencor ni resentimiento alguno. De verdad es muy extraño y mágico. Tanto así que te regalan libertad; no te sientes culpable… es bonito y conmovedor su paz interior.
Se ve una gente acostumbrada a servir como si les fuera natural, pero al mismo tiempo no parece rebajarles en nada su dignidad. Es como si estuvieran en una dimensión diferente en donde sin importar el trabajo que estés haciendo o tu posición social, posees un porte como real. Dicen que efectivamente así se sienten; descendientes de la realeza de la isla que emigró a Bali después de las invasiones de distintos pueblos.
Son orgullosos de sus tradiciones, de su arte, de su comida y su cultura; parece que no necesitaran nada más. No se ven ambiciones en el aire, se valora lo cotidiano, lo sencillo… qué distinto sería si hoy estuviera en New York no es cierto…
No parecen tener temor al ridículo; cada uno se viste como puede y quiere y hace gala de su vestuario mezclando mil colores que juntos hacen un todo muy armónico. Muy raramente se ven mujeres viejitas con su pecho al desnudo, como antiguamente se usaba según las fotos. A lo más se tapan con un paño, llevando dignamente su especie de turbante en la cabeza que les permite soportar grandes pesos como bidones de agua, cañas o leña sin usar las manos. Sin duda aquí reina el equilibrio en todo sentido.
Los niños hombres pequeños se ven en todas partes; manejan motos y vespas aún sin alcanzar los pedales y juegan libremente a hacernos bromas o asustarnos en las calles o veredas. Sus caritas son chispeantes, sus cuerpos menudos y de color tostado. Ninguno parece acordarse de los zapatos y tienen la libertad de bañarse piluchos en las acequias o riachuelos que corren al lado de los pequeños caminos pavimentados.
No parecen tener la misma suerte las niñas pequeñas. No se ven en las calles ni en las veredas. Sí manejando diestramente sus motos y llevando parados adelante a sus hermanos o hermanas más chicas. Pareciera que las mujeres jóvenes se pasarán de un viaje a ser viejas ya que no se ven fácilmente mujeres de mediana edad. O son menuditas jóvenes de ojos y cuerpos coquetos o viejitas de pelo blanco, cuerpos chupados y sonrisas lindas. Son una delicia las ancianas; sus cuerpos no parecen quejarse de ningún cansancio y caminan por las calles conversando y cargando sus pesados bultos en la cabeza.
En las calles es muy frecuente encontrarse con caravanas de niños ataviados con lindos trajes e instrumentos de percusión, que hacen sonidos similares a los de las ollas, pero más dulces y afinados. Los preceden dos niños más ocultos bajo un disfraz de dragón que va saludando y bendiciendo a los transeúntes y tiendas. Así también finísimas mujeres vestidas con ropas ceñidas de colores, bailan en su propia procesión, cantando Hare Crischna o como se escriba. Es muy sorprendente tanta devoción alegre; se ve como un panorama de fiesta, más que a una de las oraciones que acostumbramos en occidente.
Fuimos a ver un parque de monos, macacos para ser exactos. Miles de pequeñas creaturas semi humanoides que no sobrepasaban el tamaño de un perro, pero en su ferocidad parecían tigres. Si bien se mostraban juguetones y tiernos a lo lejos, apenas te acercabas, se asustaban y atacaban mostrando todos sus dientes. Sus manos pequeñitas eran muy diestras, partían, pelaban, tomaban, trepaban, mostraban, como si fueran manitas de niños descuidadas pero traviesas. Al final no se ve tanta diferencia con nosotros. Sus miradas eran muy expresivas, casi todas tristes o cansadas. No se veía sonrisa ni intención de comunicarse. Es más parecían estar soportándonos y haciéndonos el favor de recibirnos para obtener su preciada comida. Los monos estaban libres en 27 hectáreas de bosques preciosos, rodeados de lianas gruesas de color verde musgo y lianas muy finas de color rosadas. Yo creo que ahí se escondían las hadas y los duendes, atemorizados de tanto mono chico y grande (nosotros).
Las piedras de todos los lugares están talladas hasta el cansancio. Cuántas horas de trabajo Dios mío. Cuantas manos rotas, cuántas vidas invertidas en dragones, perros chanchos, diosas deformes, lagartos y miles de formas que hoy son la cuna de musgos verde y vegetación hambrienta.
Las frutas son verdaderos misterios que sorprenden. Ayer probamos una llamada Dragon Fruit; una especie de alcachofa más turgente de color rosado fuerte. Muy protegida del exterior y aparentemente impenetrable.
Pero al cortarla, salió una pulpa de un color frutilla intenso, preciosa, similar a la textura de un kiwi, más desabrido, pero suave y refrescante. Su jugo igual al de la betarraga. Corría como sangre en nuestras manos y lo manchó todo. Una delicia en forma y color; más que en dulzura y sabor. Hoy probamos una que no sabemos el nombre, pero se parece a una alcayota gigante llena de pinchos verdes como un pequeño puercoespín. Su carne es parecida a la de una chirimoya, pero la probamos frita en un puesto de la calle. Parecía papa frita pero dulce, un poco fibrosa y pegote pero sabrosa. También comimos plátanos verdes y amarillos chiquititos. Los primeros eran más fibrosos, flacos y un poco ácidos; los segundos fieles copias de los que conocemos. También los comimos fritos envueltos en un betún amarillo suave y pegoteado; muy rico la verdad.
Y si de fritangas se trata, la verdad las hay por todos lados. Con unos pequeños balones de gas de no más de dos litros, se instalan unos carros equivalentes a nuestros carros maniseros y ofrecen fritangas de origen incierto. Aún no nos atrevemos a comerlos, pero se ven apetitosos. Lo mismo con los puestos de comida callejera que venden porciones de arroz frito o tallarines en pequeños saquitos hechos de palma verde reemplazando platos o servilletas. Es como una humita callejera…
Pasando a los animales, les puedo contar que las lagartijas son transparentes, con una cola corta, como si no acabaran de crecer todavía. Aguardan en todos los techos y paredes de las casas, como esperando el momento para entrar. Sólo se aprecian sus ojos negros y su columna vertebral debajo de su piel, lo que les da un aspecto alienígeno muy raro –al menos para nuestros parámetros. También hay lagartos gordos y de cola muy larga, que lucen su pecho amarillo como si fuera de oro. Corren rapidísimo y se esconden en los pastos altos. Las arañas hoy hicieron su aparición produciéndome escalofríos. Se veían siniestras urdiendo sus telas a la espera de sus víctimas. Eran grandes, de patas flacas y de varios colores; escalofriantes para mi fobia. Las hormigas existen de la A a la Z; las hay unas súper chiquititas que apenas logras ver en tus manos, hasta unas gigantes que tienen el tamaño de un poroto y paran la cola para atacarte. Hay negras, rojas, cafés y de cola colorada. Me recuerdan a las arañas así que tampoco me gustan mucho.
De los animales más grandes, hoy tuvimos la oportunidad de conocer a los elefantes asiáticos. Estaban en un parque aparentemente natural en donde se paseaban, pero al afinar la vista, se veían sus piernas atadas con gruesas cadenas a un poste de cemento. Triste la verdad… Sus caras se veían como resignadas a este destino y a hacer el show de comerse los pedazos de palma que les dimos. Su piel realmente es muy dura; parece un plástico áspero, peludo y tibio. Su trompa era muy hábil y como su único “cable” de conexión con el resto. Sus pelos eran duros como alambre y crecían desparramados en su pequeña frente. Su color era café grisáceo, pero en las orejas y en la trompa se veía algo de naranjo fuerte. Sus orejas bailaban todo el rato para espantar a las moscas y parecía que su única entretención era comer y mover las hojas de un lado a otro. Para defenderse de sus ataques los que los cuidaban traían unas especies de picotas de acero que se notaba que las usaban con más frecuencia de lo que uno quisiera. Es finalmente la lamentable sensación que producen todos los zoológicos y parques, que hacen preguntarse cómo sería si fuera al revés… Empeora las cosas el ser cómplices de esta brutalidad y a la vez saber que están en peligro. Interesante finalmente pero con un dejo de amargura la visita.
Si hay algo que encanta de Ubud es el olor a jazmín que te persigue por todas partes. Lo encuentras en los jabones, en las cremas y por sobre todo en las flores que aunque mucho más pequeñas que todas las demás flores con las que compiten, se imponen por su dulzura que recuerda a azahares y a tiempos pasados.
Día 4: Camino a Lovina
Para llegar a este lugar hay que atravesar toda la isla y adentrarse por caminos preciosos donde el verde te absorbe el alma. Es un camino de subida, lleno de curvas y de cuestas donde todos se pasan como si fueran en plano. Las hojas que adornan el paisaje son de plátanos, bambús, árboles gigantescos, helechos, musgos, flores blancas, de campanas gigantes, y los tradicionales arrozales que ahora se empinan en terrazas más pequeñas y puntiagudas. Es una verdadera selva muy tupida que a ratos se llena de ruidos de chicharras tan ruidosas, que llegamos a dudar si son artificiales.
En el camino está lleno de puestos de frutas callejeros y ferias ambulantes. Dentro de las maravillas que hoy probamos, hay una especialmente rica que se llama mango steel (o algo así). Por afuera es muy fea. Parece una betarraga de color, pero con cáscara dura y áspera. Para abrirla hay que partirla como quien parte un huevo y salen unos gajos maravillosos de color blanco, más dulces que los nísperos, jugosos y pegotes. Deliciosos. Otra fruta es el rambután que por fuera parece una pelota de ping pong entre fucsia y roja, pero llena de pelos duros. Podría ser un perfecto adorno de pino navideño. Al pelarlo (que es fácil) sale sólo un gran grano semi trasparente, parecido a una uva. Es un poco insípido pero se deja comer bien. También está el mango, la maracuyá y una prima de ella, llamada la fruta de la pasión, que es más dulce pero con las mismas pepas. El problema es el precio; probablemente se aprovechan de nuestra cara de turistas evidente, pero salieron caras las seis frutas.
Llegando a la punta del cerro, paramos en un mirador muy lindo de todo el valle y guau, sorpresa había un señor con unos animales muy locos. Primero que nada un murciélago gigante colgando de una pata frente a nuestras narices. Debe haber medido como una caja de zapatos y era negro, sus alas parecían de plástico y de verdad dormía plácido en medio de los autos y bocinazos. A su lado dos lémures que se pasearon por nuestros cuellos y brazos como si fuera su cama. Eran suaves y pequeños, como lo que uno imagina de una nutria. Lo nervioso vino con una serpiente de más de dos metros de largo y del grosor de un brazo de niño que nos colgaron en el cuello a todos los que quisimos. Su piel era realmente suave y medio sedosa. Uff, fuerte tanto bicho en la cabeza o los brazos de uno, pero vale la pena atreverse.
Es muy loca esta isla ya que en la cumbre del cerro nos encontramos con un lago. Sí, un lago en la punta de todo. Era un entorno mágico donde la niebla se movía a gran velocidad y competía con las nubes para ganarse el horizonte. Gracias a Dios, el sol también apareció por segundos y nos permitió ver el contorno de este lugar de cuento. Cerritos muy bajos y tupidos de vegetación rodeaban el agua como para que no se le arrancara detalle. El agua estaba calma y sólo la interrumpían lanchas que llevaban turistas de un lugar a otro. Paramos ahí a visitar un templo que está en la ribera del lago y se llama Ulun Danu Beratán. Más allá de las construcciones y el parque que eran muy amplios y bien cuidados, lo que más nos impresionó fue la gente. Había miles de turistas de todas partes del mundo, pero el 99% eran orientales; quizás por lo mismo éramos verdaderos focos de atención. Nos persiguieron como atracción de feria pidiéndonos decenas de fotos con cada uno de nosotros. Nunca supimos bien porqué era, pero la sensación fue muy divertida y amorosa. Nos pedían fotos como para querer sacar de nosotros algo sagrado; algo único. Al principio pensamos que era la Trini, luego los “buen mozos”, pero en realidad creo que era algo que veían en nosotros que les llamaba la atención. Nos reímos mucho con ellos y disfrutamos la visita como niños chicos. Los niños nos pedían que les hiciéramos cariño y los grandes nos tocaban la cara como si fuera chocolate. Loco y lindo la verdad…
Llenos de buenos recuerdos e historias para contar hasta viejos, salimos de este templo también cargados de una energía linda para seguir camino a Lovina. El camino empezó a bajar por cuestas igual de inclinadas y peligrosas que las de ascenso y el auto se nos calentaba muy seguido. Llama la atención cómo los niños de ahora no están familiarizados como los grandes a las típicas fallas de los autos de antes….
Casi a una hora de llegar, vimos un letrero de cascadas. Nos estacionamos y nos adentramos por un caminito minúsculo de cemento que nos llevó a la boletería. Tres balineses con mala cara (los primeros que vemos), nos regatearon el precio hasta que finalmente entramos. Es fome el tema de saberse “asaltado” a cada rato sólo por el hecho de ser turistas, pero no alcanzan a ser abusadores si uno lleva su contraparte dentro del equipo. Yo al menos no tengo guata para regatear.
Para llegar a las cascadas –que eran tres- caminamos como 30 minutos por medio de la selva, bañados por una garúa constante que venía de las mismas caídas de agua. Finalmente vimos la primera que si bien era normal de tamaño (no más de 6 metros) tenía una gran poza, profunda y medio verde cobriza donde había que bañarse. Nos cambiamos ahí en medio de las rocas y los helechos y contra todo miedo o pudor, nos fuimos al agua pato. Todos estaban fascinados; yo que odio el peligro, me demoré más pero me sobrepuse a las posibles arañas acuáticas, lianas y demases y me tiré una bomba en esa poza que no se le veía el fondo. El agua estaba semi helada pero fue una osadía temeraria e inolvidable. Así mojados y felices seguimos el camino a las otras dos caídas de agua y tuvimos que caminar por el suelo de la selva en estado natural. Aquí no hay gringos ni senderos identificados. No hay baños, ni camarines, es la naturaleza protagonista que te da permiso para entrar en sus entrañas y disfrutar todo lo que en ella habita. Fue interesante encontrarnos con muchos arbustos de cacao y una alfombra de hojas secas que nos recibía en vez del barro que había debajo de la vegetación. Caminamos rápido para no encontrarnos con ningún “visitante” de más de dos patas, pero nos costó algunos resbalones y caídas en la selva.
Muy cansados y mojados, tomamos el auto para ir a Singeraja, la ciudad más grande al lado de Lovina. La ciudad no parecía especialmente interesante, casi como para no entorpecer la belleza de Lovina.
En este pequeño pueblo rodeado de aguas de mar que parecen espejos, está lleno de música suave que te seduce como esas de meditación. Hay menos turistas y menos comercio. Todo es más chico, más lindo, más intimo. Tanto así que hasta los delfines eligieron este lugar para vivir.
Caminar por este borde es una delicia para el espíritu; la temperatura es perfecta, la gente amorosa y el olor del mar te llama como si fuera sirena. En la arena está lleno de botecitos tipo catamarán de madera que te ofrecen el paseo por los delfines que sólo se hace a las seis o a las ocho de la mañana. Así que a madrugar se ha dicho.
Día 5: Lovina
De día este pueblo confirma lo que mostraba de noche. Una zona menos comercial pero igual de pintoresca que Ubud y sus alrededores. No tiene artesanías como las que se ven en las ciudades más grandes, pero sí un encanto propio de un lugar de descanso y relajo. El mar rodeándolo todo es una postal eterna que la bordean árboles con flores y palmeras de cocos. Una maravilla.
Partimos al paseo a hacer snorckle en nuestro auto que cada vez está más loco. No sé si nos durará los cuatro meses, pero de verdad ha sido un volver a mi infancia el mantenerlo andando más o menos correctamente. Ahora se volvió loco con los intermitentes por lo que tuvimos que buscar el fusible y el cable que se habían soltado. Los niños para variar aprendiendo cómo funcionan de verdad las cosas y ayudándonos a señalizar con los brazos como pájaros. Si a esto le sumamos el manejo al revés y la locura con la que la gente maneja, de verdad es una osadía andar por las carreteras. A todo esto la máxima velocidad que uno puede andar es a 70 Km/hora, no porque no den más los motores o uno no quiera, si no que porque no dan las calles ni el tráfico. Los autos manejan siempre al medio (que no tiene líneas marcadas) sin importar para qué lado vayas y casi todo es doble vía. O sea hay ir con 50 sentidos atentos para poder sobrevivir, pero parece que a todo se acostumbra uno, así que ya estamos pasando a otros y tocándole la bocina a los más perdidos, jaja.
Bueno después de 1.30 minutos viajando por la selva de autos y motonetas, llegamos a unos de los extremos de la isla desde donde es posible ver Java. Se comunican por ferris pero por ahora no iremos allá. Sí nos subimos a un bote bastante destartalado que nos llevó a la isla Menagan, que significa ciervo en bahasa. Nos demoramos como 40 minutos navegando por un mar color turquesa maravilloso, las costas estaban rodeadas de mangrows que son esos árboles bajos que meten sus raíces en el agua. A lo lejos divisamos ciervos y la verdad como que no combinan aquí, pero son habitantes naturales de las islas.
Finalmente llegamos a una zona más baja donde armados de gualetas y snorkels nos tiramos al agua para empezar la contemplación de un mundo maravilloso. Primero que nada el color del agua se hizo más claro e intenso en el mismo turquesa, lo que convirtió al lugar en un especie de paraíso. Luego la primera impresión es la imponente vegetación y los corales del fondo; qué deleite tanta forma y color bailando bajo las aguas. Todo parecía tallado con mucho cuidado y horas de creatividad. Había unas plantas (si es que así se llaman) que parecían hongos y callampas gigantes; otras eran como dedos de color azul o violeta intenso; las había otras que parecían pelotas, otras palos gruesos de colores… un verdadero paisaje lunar lleno de cimas y quebradas de diferente profundidad y textura. Algunos se quebraban de sólo tocarlas y otras que te cortaban a ti por su dureza. La poca arena que dejaban libre era blanca y parecía como resto de una explosión de un volcán.
Pasando a los peces que divisé; qué maravilla Dios mío cuánto has creado. Tantos colores en un mismo animal, tan bellamente combinados; tantas formas y especies en un mismo lugar. Qué perfectos e inconscientes a la vez de su majestuosidad. De verdad es ver una sinopsis de la creación divina sin filtro… Un privilegio que muy pocos pueden darse probablemente, pero una lección para la fe sin duda. Bajo el mar todo es silencio y eso ayuda a sentirse cobijado en una especie de vientre divino sin igual. La temperatura, el silencio y la luz son como volver al origen de nuestra vida y conducen a una experiencia muy profunda y conmovedora.
Si bien buceamos por encima, también era posible vislumbrar la oscuridad de las quebradas más hondas de muchos metros de profundidad. Nunca deja de funcionar la fantasía de que aparezcan extrañas creaturas desde el fondo de este misterio. Por eso sorprendió mucho el que desde ahí salieran miles de pelotitas como de plata subiendo hacia la superficie. Nos rodearon creando un momento mágico en donde parecíamos rodeados de perlas que nos acariciaron el cuerpo con mucha suavidad. Después supimos que eran las burbujas de oxígeno de un buzo con tanque que nadaba a varios metros más profundo que nosotros, sin embargo eso no achicó lo lindo del espectáculo ni la sorpresa que sentimos.
Bucear resulta finalmente un viaje hacia adentro de uno mismo que nos permite conectarnos con Dios y con todo lo que quiere regalar y decirnos.
En el viaje de vuelta paramos a comprar comida para la noche buena y compramos puras cosas locas. ¿Cómo describirlas? Lo más conocido fue plátano frito, lo demás miles de pastelitos y frituras de arroz de texturas semi plásticas, con colores chillones y sabores dulces y salados al mismo tiempo. Rico casi todo, algunas cosas insípidas y unas pocas viscosas e incomibles. Todo por 5.000 pesos chilenos.
No he contado de lo que valen las cosas acá, pero es como estar en Disney de contento ya que todo vale un tercio que en Chile. Un jugo natural delicioso vale 250 pesos; lo mismo una bebida. Un plato de comida rico y abundante vale entre 1.200 y 2.000 pesos. Los hoteles en que hemos alojado pueden costar entre 18 y 25 dólares la noche la pieza, con desayuno incluido y son muy buenos!!! Es rico que todo valga tan poco a ojos nuestros!!!
En lo que a comida se refiere es parecida a la comida china que nosotros conocemos. No hay pan ni muchas verduras frescas. Todo es como un champsui y el arroz es blanco y en forma de cono o cerrito. No es posible encontrar carne de vaca, suponemos que porque es un animal sagrado del hinduismo y aquí son mayoría. Sí venden mucho pollo, pescado, chancho y pato. Todos los animales aquí son como sus habitantes: más flacos, fibrosos y chicos que los nuestros. Los pollos son de patas más largas y hay que pillarles la carne con una lupa. Lo mismo los gatos, son todos pelados, con cabezas más chicas y cómo escuálidos; los perros son escasos y hay mucho que parecen tigres en el color de su piel. He visto sólo un chancho caminando que también tenía patas mucho más largas que los gorditos nuestros. Hemos visto ardillas muy flacas y saltarinas y qué decir de los ratones que también recorren los árboles si uno se fija bien. Estamos en los días en donde uno ya empieza a echar de menos un buen beef steak o un pollo que tenga más carne que huesos. Y qué decir de un pan crujiente y una ensalada mixta de verduras verdes. Hoy me comí una ensalada de tomate y lechuga y hasta ahora cruzo los dedos de que no tenga consecuencias ya que las lavaron con agua de la llave… Los jugos son deliciosos; los hacen de mango, de piña, de sandía, de plátano, de limón y naranja, entre otras cosas. Son ricos y abundantes, deliciosos!!! Y si se trata de extrañar vicios occidentales, falta un queso rico, un helado de chocolate o chocolates trencito. Aquí parece que todo lleva algún arroz o tallarín escondido, jaja!!! El café tampoco es el café que conocemos; es rico, pero siempre deja borra y es un poco harinoso. Los niños no toman leche de ningún tipo, ni hay yogurt ni cereales. Sólo frutas ricas, galletas de arroz o algo hecho en base a huevos. Por suerte no son más flacos ni desabridos; saben igual!!! Jaja. Aquí el azúcar es más gruesa y una mezcla entre rubia y refinada en su color. Nadie tiene idea de sucralosas o endulzantes artificiales ni parecen necesitarlos. El té aún no lo pruebo caliente; sólo bebidas heladas de té que hay muchas y son muy ricas. No hay miel de abejas; sólo de palma y es compartida con recelo, como si hubiese poca. Bueno todo se da de a poco; nadie sirve en exceso y pareciera que nada se pierde. Puras buenas costumbres a las que el estómago hambriento de los Goycoolea le ha costado asimilar. Es una dieta muy distinta la verdad, con harto curry, jengibre y ajo desde el desayuno a la comida. Ya veremos como son los supermercados más grandes, pero lo tradicional indonésico es eso.
Noche buena y Navidad aquí no existen. El mundo sigue trabajando y celebrando kalunga y no tiene idea de lo que sucede en occidente. No hay adornos más que unos pocos arbolitos o pascueros falsos para atraer turistas. Los locales se aprenden uno que otro villancico y dicen Merry Christmas pero ni saben de Jesús ni de la locura que se da en nuestros países con el consumo y las corridas de fin de año. Por eso la celebración familiar fue sólo nuestra e inolvidable. Trajimos a un niñito Jesús desde Colina, lo rodeamos con flores del lugar y compramos un pinito hecho con fierro en donde se metía una vela. Nos conseguimos incienso y nos apoderamos de un lugar donde se medita, rodeados de cojines y cortinas de tules. Nos tomamos de las manos y rezamos en familia por un largo rato dando gracias a Dios. Le pedimos regalos del alma al Señor y nos regalamos bendiciones unos a otros, sentados en la penumbra. Como paradoja nos acompañaba de lejos el canto de una mezquita con sus oraciones. Al lado nuestro (pegado a nosotros) teníamos un templo budista con flores e inciensos. No puede ser casualidad que Jesús también nació en tierra extraña, alejado de su familia y fue acompañado por extranjeros y gente sencilla. Nuestro pesebre obviamente es un lujo, pero el sentirse con un tesoro en las manos en donde nadie lo reconoce es una sensación extraña que nos llena de responsabilidad y desafíos. A veces no es tan distinto en occidente que a pesar de conocerlo, no lo acogen verdaderamente como es. En nuestro encuentro familiar hubo tanto amor, tanto cariño, tanta confianza, tantos corazones abiertos y entregados, que sin duda Jesús si estuvo con nosotros y nos regaló su paz. Una bendición sin palabras….
De las reflexiones que hicieron los miembros de la Tribu, llamaron profundamente la atención la intención real de llevarse el espíritu balinense a Chile en el sentido de que menos es más, que uno vale por lo que es y no por lo que hace o tiene y esa capacidad de ser feliz con lo que se esté viviendo sin la esquizofrenia de la aspiración y el consumo permanente. A ratos parece que aquí no sólo es posible tocar a Dios en la naturaleza exuberante y en la sonrisas de las personas, sino también en el corazón de esta isla que está conectado a lo importante y a la vida real. Si eso de verdad se sembró ya en nuestra familia y esta experiencia sirve para que brote y crezca en ellos, ya me puedo morir tranquila; Dios ya ha llegado a su corazón y se está haciendo espacio en ellos.
Día 6: ¡Cómo tanto!
Hoy temprano en la mañana salimos caminando hacia la orilla de la playa en donde nos esperaban dos especies de botes para ir a ver los delfines típicos de Lovina. Más que botes eran dos piraguas de madera, pintadas de color celeste que se transformaban en un especie de catamarán con dos palos de bambús pegados a los lados. Parecían como unas arañas acuáticas muy rústicas y pintorescas, pero que cumplían perfecto con la misión que tenían. Por supuesto que no habían salvavidas ni ninguna medida de seguridad. Zarpamos empujados por un ruidoso motor fuera de borda hacia mar adentro cortando el espejo de agua que plácidamente se dejaba atravesar. Después de unos 40 minutos nos encontramos con una decena de “arañas bote” que al igual que nosotros querían ver los delfines. Llamaba la atención el fondo del mar de un color turquesa oscuro que con el reflejo del sol y nuestra cabeza en el centro se convertía en un verdadero batik en movimiento. Miles de rayos de diferentes matices dentro del mismo turquesa salían en la imagen desde mi sombra; una maravilla que permite comprender de dónde han creado tantas pinturas y combinaciones.
Luego hicieron su aparición los delfines y el asunto se convirtió en una semi cacería. Apenas se veía una aleta cortando el mar, todos los motores se prendían y salían a pillar el primer lugar. Daba un poco de pena, pero a la vez la curiosidad por verlos parece que justificaba el acoso. Probablemente unos cincuenta delfines no más grandes que un niño de cinco años, cumplían con su rol de dejarse ver con sus pieles sedosas y su vientre blanco para el gozo de las cámaras y de nuestros ojos. Son unas creaturas preciosas, con una dignidad como real, que andan en comunidad todo el tiempo (probablemente como una defensa ante tanto humano loco) y de vez en cuando saltan con cuerpo completo a tomar el sol y el aire de la superficie. Son mucho más pequeños que los que uno ha visto en la televisión; quizás como el propio pueblo balines: más menudos, más dulces, más sencillos.
Y por si fuera poco la delicia de verlos, se nos ocurrió tirarnos fuera de la piragua arácnida para bañarnos en mar profundo. Qué delicia, cómo tanto!!!. El sol ya calentaba fuerte, pero aún no picaba la piel. La sal se pegaba a la piel como si fuera miel y la amplitud nos rodeaba como en la película de Pi. Los ojos dolían con tanta sal, pero era tanta la maravilla de estar ahí, que todo mínimo dolor se suprimió por arte de magia.
Sí fue un esfuerzo grande para algunos volver a subirnos al bote; cómo pesamos Dios mío fuera del agua. No eran más que 50 o 70 cm que había que flexionar con los brazos, pero lo míos estuvieron pasando vergüenza y una que otra ayuda tuve que tener por la retaguardia para poder subir.
Y la vuelta hacia la costa, la guinda de la torta!!! El viento en la cara, el silencio imponente (el ruido del motor ya no lo escuchaba); la Trinita acurrucada en mis pies, el Benja parado en la proa de la piragua, hicieron de esa media hora un tiempo de no tiempo. Todo y todos vinieron a mi presencia como en una comunión. Cuánto le hubiese gustado a mi tata Marcos tanta libertad y amplitud. En un momento me convertí yo en él y la Trinita en mí cuando chica y estuvimos juntos por un buen rato. Cuanta gente querida, visibles o invisibles, cuánto amor que se siente… Lo primero que viene es el no sentirse digno ni merecedor de tanto, sobre todo cuando se es consciente de cuánto sufrimiento y pobreza hay alrededor. Por qué tantas bendiciones y regalos para mí; cómo tomarlas sin culpa y poder disfrutarlas intensamente. Pura gratuidad, sin mérito; puro amor de Dios que hay que recibir sin cuestionar, pero si con una infinita gratitud… Sólo tranquiliza un poco el hecho de cuánto uno lo quiere a él también. Obviamente nuestro amor es pobre, herido, enredado e inconstante, pero sí es genuino y fiel.
Después de llegar a la orilla y comenzar a caminar hacia el hotel por una calle que no medía más de cinco metros de ancho, otro regalo que nos abrió la mente y el espíritu (como si ya no fuera mucho). De pronto se nos vino en frente una caravana de muchas personas (por lo menos mil) que venían vestidas muy elegantes, traían más ofrendas de las que ya estamos acostumbrados y venían cantando y haciendo una procesión. Primero pensamos en alguna devoción u ofrenda por el fin de Kalunga, pero luego en andas traían al muerto. Sí era un funeral que iba de camino hacia la playa para su ceremonia de cremación. El cajón iba en un especie de carro alegórico y dos niños iban tirando pétalos. Más atrás venían centenares de motonetas y por último los autos. Cuando ya llegaron al borde, los equivalentes a unos sacerdotes vestidos de blanco, procedieron a ubicar el cajón metálico (con el cuerpo) al medio de la plaza. Con todo el mundo alrededor, prendieron un soplete súper potente que le daba por los pies y luego cuando el fuego arrancó prendieron otro por el lado de la cabeza. Entre medio se ofrecía comida y los deudos acompañaban en silencio. Era un hombre de 53 años que había muerto de la nada y dejó tres hijos. Su viuda estaba muy triste, pero el ambiente lo sentimos bastante diferente al de nuestras ceremonias.
Lo que más me llama la atención es que la muerte se vive de frente; no se le esconde. Porque probablemente el cajón metálico, el horno de cremación, es muy similar a lo que hoy se está usando en nuestros países, pero nadie lo ve. Nadie presencia la despedida y la desaparición del cuerpo a cenizas. Cuánto más nos falta aprender de toda esta cultura …
Salimos de Lovina con destino a Amed tratando de encontrar la única iglesia católica que nos habían dicho. Imposible!!! Ni siquiera se vislumbran campanarios, torres o algo que nos ayude a ubicarnos. Sólo templos y el sonido clásico de las mezquitas que ya se oye con más frecuencia. El camino fue con lluvia intensa; esa que no permite determinar por dónde uno va y que hace que yo me coma las uñas de nervio. Por suerte el chofer que traje está cada vez más diestro y domina la situación muy bien.
El paisaje poco a poco fue cambiando y se fue haciendo más selvático aún. Menos terrazas de arroz y la aparición de los primeros espacios con tierra cultivada con choclos, pepinos y otras verduras desconocidas. Vamos bordeando todo el rato la costa y los arbustos verdes como de cuentos, llegan hasta el borde. En uno de esos bordes bajamos a un restaurant que era de un inglés casado con una balinesa. Se usa mucho por lo que vemos; seguramente los extranjeros desencantados de muchas cosas, se enamoran aquí de la belleza y del corazón de las personas.
Finalmente en el atardecer llegamos a Amed, un poblado mucho más chico aún que el anterior y bastante más rústico. Se ve pobreza en las caras de algunos y por primera vez algunos rostros angustiados o desesperanzados; hay patios llenos de basura y semi construcciones que apenas logran ocultarse en un entorno paradisiaco. Su principal atracción es el buceo, pero yo apuesto más por la tranquilidad y el reposo del alma. El aire tibio y el sol mezclado con nubes, invitan a irse hacia adentro y estar; simplemente estar.
Día 7: Amed, un paraíso rodeado de contrastes
Probablemente aquí debe haber lugares llenos de lujos y excentricidades, pero la cara más visible es la de un balneario que trata de sobrevivir del turismo con gran esfuerzo. La parte de la única calle que lo atraviesa que tiene más comercio y restaurantes, logra verse bien, simpática y con estilo, pero ya alejándose de ahí, se empiezan a ver ranchas con niños piluchos jugando a la par con unos pollos y vacas más flacas que gordas. Sus casas apenas tienen muros que revelan colchones tirados y una higiene muy ausente. Los cuerpos se ven más flacos que nunca y revelan hambre. Duele verlos y aún más cuando te sonríen a pesar de todo. Cómo ayudarles…
La respuesta vino rápido. Los masajes. Cuando pasamos esa barrera y ya nos encontrábamos en una playa de arena negra y llena de restos de coral, mujeres de mediana edad o de frentón mayores, se acercaron a ofrecer sus servicios. Más que por querer hacernos masajes era la forma digna en que podían alimentar a sus familias, así que los ocho nos fuimos haciendo masajes recostados en un pareo en una especie de esterilla que se armó para la ocasión. Sus manos – a pesar de su delgadez- eran muy fuertes y su ánimo inquebrantable. Cada paso de sus manos por mi espalda fue un viaje al dolor que las habitaba y a la vez la certeza de que –aunque minúsculo- algo les aliviaba su sufrimiento.
La mayoría de las mujeres dicen tener en promedio tres o cuatro hijos y no es raro que alguno ya esté muerto. Debe ser muy duro sobrevivir así y no deja de soltarse un remordimiento muy profundo por todo lo que uno alega por puras leseras. Aquí nada es obvio; ni siquiera tener un plato y un cubierto al frente. Es increíble cómo tenemos incorporados en nuestro ADN tantos lujos como parte del paquete, cuando para tantos son privilegios inalcanzables.
Aún así, es un esfuerzo grande sobreponerse a las incomodidades naturales de este entorno y preguntarse cuán mal acostumbrados estamos y cuán esclavos somos de cada cosa. El privilegio que sí disfrutan los habitantes de Amed es una costa única, con un mar tranquilo de corales y peces de colores. El sol y la lluvia se turnan para acompañarlos y no falta un plátano o coco que se pueda sacar de alguna palmera. Lo mismo sucede con los peces que se ponen a disposición de pequeños pescadores como alimento. Es como si la naturaleza se compadeciera de ellos y quisiera aliviarles un poco su lucha diaria.
Nos sumamos a esta gratuidad todo el día y nos ubicamos en medio de unos botes “arañas” para nadar sin apuro, recoger restos de coral y mirar el horizonte que se confundía con el cielo. Fue un día de relajo y de unión a lo que los habitantes de Amed suelen hacer a diario.
Algo que llama la atención de este pueblo y de todos los que hemos visitado, es que los balineses no se meten al mar. Sólo se ven sus niños nadando en calzoncillos y poleras, pero no se ven sus papás o mamás. Por una parte puede explicarlo el trabajo, ya que es un pueblo que no descansa o bien la tradición de que hay que alejarse del mar porque se quiere comer al hombre. Muy similar a la tradición mapuche…Buena coincidencia no es cierto…Qué poco sabemos de nuestra verdadera historia. Creo verdaderamente que estamos bien perdidos con nuestras teorías y datos del recorrido que ha hecho la humanidad hasta ahora.
Algo que no me gusta y que coincide una vez más con el pueblo mapuche (sin caer obviamente en la generalidad) es que se ve harto hombre joven ocioso. Se sientan en unas especies de tiendas de totora con varios amigos y ahí están echados por mucho rato. Lo bueno es que no se ve alcohol y quizás no tienen en qué trabajar, pero no sucede lo mismo con las mujeres…
Esta será la última noche en este pueblo, pero me quedan en el alma los ojos de sus habitantes…
Para terminar el día con detalles más superfluos, hoy probamos el jugo de plátano. Es rico y espeso. No sabemos si tiene leche; probablemente no porque sería carísimo. También probamos el panqueque tradicional de Bali hecho con plátano. Una delicia. Lo que no convence ni a un ciego son las mermeladas; son un desastre en todas partes. Sólo hay de algo de color frutilla, pero más parece una crema pastosa y plástica comible sólo como sacrificio.
Día 8: Saliendo hacia el desarrollo
Unos últimos detalles que me llamaron la atención de la gente de Amed, es cómo se sientan muchas mujeres. Como si estuvieran acostumbradas a no contar con sillas, se sientan en la nada, doblando al máximo sus piernas que quedan pegadas a su pecho, hueso con hueso. Si pudiera uno sacar una radiografía a sus cuerpos, la verdad no vería más que eso; una delgadez que abisma y una vida de sacrificio grabada hasta en las posiciones que usan.
Después de dormir anestesiados por una exótica mezcla musical de canto de mezquitas árabes y de gringos carreteados, con gargantas afinadas pero gastadas por cigarro y quién sabe más, nos levantamos para irnos de Amed rumbo a Nusa Dua, la cabeza de la isla de Bali que tiene una de las mejores playas de arena blanca y aguas turquesas
En el camino nos encontramos con nuevos arrozales que mirados desde las cuestas se veían increíbles. También llegamos un lugar maravilloso, un templo de agua llamado Tirtta Gangga que lo hizo un señor en 1948 para su familia y los habitantes de los alrededores. Él diseño los jardines y fue súper complejo conectar todas las fuentes y piscinas. Los patios eran muy lindos y amplios y la verdad, se respiraba un aire muy especial ahí. Ni siquiera se imagina uno que todo fue casi completamente destruido en los años 70 y fue su nieto quien consiguió los fondos para reconstruir todo.
Ya acercándonos a Denpasar (porque por ahí hay que atravesar para llegar a Nusa Dua), es como si nos fuéramos cambiando de país. Primero aumentó mucho la densidad de gente en las calles y por primera vez vemos calles de doble pista. Un detalle que llama la atención para nuestra cultura es la de la seguridad. Aquí nada de eso existe porque la necesidad no lo tolera. Las guaguas van apretujadas entre tres o cuatro personas a veces, en las motonetas y muchas veces sin casco varios de los tripulantes. Las mujeres si van de copiloto van de lado y llevan encima desde puertas hasta atados de bambú. Todo se traslada en motos. Un negocio genial es el de los puestos motos ambulantes. A las motonetas le adosan un mueble en la parte trasera con varios compartimentos y una cubierta en donde luego cocinan. Llevan los aliños y todo lo necesario para instalarse en cualquier parte a vender. En algunos autos y camionetas van más amontonados que carretón de feria, con muchas personas y niños apretujados. Los policías se ven poco y no parecen controlar el tráfico con mucho esmero; menos la seguridad.
Como nunca se empieza a ver el desarrollo con sus beneficios y perjuicios. Caminos más buenos pero tacos; más variedad de comercio (mucho más internacional), pero también un poco más de inseguridad.
Finalmente todo nos llevó a una autopista de primer nivel (con una pista especial para motonetas) que nos llevó a un puente larguísimo que unía a la isla de Nusa Dua con Bali. El peaje (también primero de esta travesía) era imitando un templo y las luminarias tenían forma del escudo de Indonesia. Full modernidad que nos hicieron sentir por unos segundos como en Miami. Pero al otro lado del puente, reapareció Bali, con su caos y chimuchina entretenida. Lo que fue nuevo fueron los hoteles resorts. Verdaderos paraísos de lujos y all inclusive que no conocíamos por estos lados. Nosotros nos fuimos a un hotel muy rico, familiar, en donde los piezas son muy luminosas y con vistas preciosas a la selva, pero son divertidas a la vez. Un poco destartalados en el servicio, como “circo pobre”, pero súper cariñosos y serviciales. Los baños son cuadrados en donde se mete todo sin divisiones. Me explico: está el escusado, el lavatorio y la ducha, todo en el mismo espacio mirando para distintos lados, pero sin que nada en el piso los separe, entonces cuando uno se ducha, se llena todo el baño de agua y después por alguna pendiente se vacía. Será no más, aunque no se entiende mucho la lógica. Lo otro es que los pasillos del hotel entre las piezas no miden más de 45 cm. A prueba de gordos; por suerte todos pasamos aún bien por todos lados. A punta de arroz y tallarines de arroz, no sé donde vamos a llegar. Compensa que no hay pan, pero las verduritas se echan cada vez más de menos!!!
Atrás quedan los poblados llenos de artesanías, historias, cuerpos muy flacos y costas reservadas de la locura, aquí llegamos al epicentro mismo del turismo playero y se nota. Entrando a algunas calles que dan a condominios más elegantes o a hoteles, nos revisan a cada rato el auto para ver si hay explosivos. El 2004 hubo un atentado aquí que fue muy terrible!!!
Como buenos Goycooleas (Spicys) nos metimos a ver el mejor hotel de la isla que se llama Mulia Villa Resorts. Pusimos cara de “huéspedes” y atravesamos todas las barreras de seguridad y nos estacionamos en el hotel. Ahí empezamos a recorrer unas piscinas increíbles, llenas de estatuas, pasillos de 10 metros de ancho, restaurantes súper elegantes y escalones de mármol, miles de personas trabajando, salvavidas que parecían “chapulines colorados” vestidos todos de rojo, guardias de seguridad por todos lados, tiendas de joyas y puras cosas sofisticadas y carísimas. Los frescos nos fuimos a la playa y como no desentonábamos tanto, nos ofrecieron toallas y tumbonas, así que casi todos (menos Andrés Jr. y yo que nos morimos de vergüenza) se metieron al agua y se creyeron “ricos y famosos” por un buen rato. Un poco asustados que nos pillaran y nos echaran con la cola entre las piernas, nos fuimos después de una media hora. Para hacerse una idea, la pieza costaba 1.100 dólares la noche y tenían de show de año nuevo a Earth Wind and Fire. Para terminar de hacer el show de millonarios, fuimos a preguntar cuánto salían las entradas y la verdad encontramos “que están muy viejos estos músicos ochenteros” (la entrada más barata salía 250.000 pesos jaja!!!)
Asumiendo nuestro verdadero presupuesto, nos fuimos a la playa pública llamada Genger, que era la continuación de la playa del hotel , así que al menos la arena y el agua eran las mismas. La onda era súper entretenida; las tumbonas las tuvimos que pagar a una señora mañosa y las toallas las llevamos desde el hotel. La playa era como en bajada y daba un poco de resaca, pero el resto era delicioso. La temperatura del agua era perfecta, el horizonte muy amplio y las nubes gordas de todos colores le daban un toque muy lindo al día. Había gente de todos los países, aunque las que más llamaron mi atención fueron las de origen árabe (al menos por los velos de las mujeres) que se bañaban con ropa, tapadas enteras. Ahh, a propósito de tapadas, aquí en la tele a todas las mujeres les ponen censura hasta por el escote más chico. Si fuera la televisión chilena, habría más espacios tapados que imágenes a la vista… Ni tanto ni tampoco sería un buen equilibrio.
Como verdaderos ricos y famosos, pedimos comida a las tumbonas y fue riquísimo!!! Aparecieron panes y hamburguesas casi de verdad y papas fritas con kétchup. Los niños estaban chochos!!! ( y yo también!!!!)
Estuvimos toda la tarde entrando y saliendo de un mar delicioso hasta que se nos hizo tarde; nos cerraron los quitasoles y nos cobraron la cuenta. Un día de verano inolvidable, relajante y reponedor.
Día 9: Precaución: El otro extremo a la vista
Hoy fuimos a ver dónde vamos a vivir estos tres meses y para eso nos fuimos de vuelta por el puente miaminesco hacia el sector de Kuta. Si ya habíamos visto locuras en el manejo, aquí nos sacamos un master. Qué esquizofrenia de autos y motonetas juntas, sin Dios ni ley!!! Es la ley del más fresco, más entrador, más grande o el más ruidoso. Ni siquiera es un tema de tamaños la verdad; hasta la motoneta más chica tiene ínfulas de tolva gigante y te tira el motor encima. Tanto es así, que hay sectores en donde los letreros te advierten de posibles accidentes. Gracias a Dios nos salvamos por esta vez, pero estuvimos varias veces a punto de caernos a la acequia que iba pegada a la calle (aquí no se conocen las bermas y las veredas tampoco) o bien cruzar los dedos y cerrar los ojos al pasar entre medio de autos donde nos rozábamos los espejos.
Superado este impacto, llegamos a un sector donde la ciudad ha ido tomándose los campos de arroz como de a pedacitos. Es raro porque se ven casas buenas y bonitas, que colindan directamente con el arrozal y el agricultor que está criando sus vacas. No hay muros, distancias ni “bermas” de ningún tipo entre una realidad y otra. Aquí el espacio es acotado y se nota. Para nuestra mentalidad santiaguina cuesta pensar cómo se resguardan de los robos; los campesinos tienen disponible todo a la calle; ¿nadie les robará su cosecha? Probablemente debe funcionar bien, pero no deja de inquietar por ellos. Nuestras invasiones al suelo agrícola, son un poco más respetuosas dentro de todo…pero también más higiénicas y llenas de cercos y barreras para separarnos. No sé que es mejor al final…
Llegamos finalmente a nuestra casa, un regalo más. Es un lugar súper bien pensado dentro del espacio donde está emplazada (entre arrozales) y logra crear un ambiente íntimo y amplio a la vez, dentro de las murallas que la forman. Son como dos casas que se unen al medio por un pasillo en el segundo piso y una piscina que las enmarca en el primero. Es moderna y bien armada desde todo punto de vista. Fácil de limpiar (lo que no es un tema menor con tanta bestia caminante) y segura. Es la casa Nº7 dentro de cómo 20 iguales y queda a 10 minutos en auto de la playa. Es parte de un condominio que pertenece a un Club que está cruzando la calle.
Debe ser por nuestro estilo medio hippie, ermitaño y rebelde, pero nos chocó mucho el famoso Club. Fue como una cachetada feroz a todo lo que hemos visto aquí en la isla y su espíritu. Fue como encontrarse en medio de la naturaleza y el verde como un pedazo de Epcot. Todo es plástico, perfecto, armado para “la diversión” de grandes y chicos. Tenía piscinas, cancha de fútbol (a Tomás se le iluminó la carita de felicidad), toboganes para el agua, bowling, camas saltarinas, restaurantes, pero parecía un gueto de “ricos y famosos”. Es fuerte ver cómo estas “sirenas” seducen rápidamente a los niños y cómo es un ejercicio fuerte de voluntad sostenerse con sabiduría y sin fanatismo. Una tensión que habrá que canalizar para no perder el foco de lo que vinimos a vivir y para no juzgar con tanta dureza porque la vida hay que tomarla como es, sacando lo que se pueda de cada contexto y lugar…
Las calles de los alrededores de la casa se veían normales de Bali; chimuchineras, entretenidas, locas, aunque sin duda se ve notoriamente el aumento de extranjeros y su vida occidental. Se ven tiendas de comida francesa, japonesa, creperías, carne de vaca, lo que supone un alivio para los estómagos Goycoolea pero también un dejo de nostalgia, por lo potente de la contaminación cultural que producimos. Los más grandes ya vieron anuncios de trabajo, así que en una de esas, es posible…
Para digerir la visita al otro extremo de la isla, fuimos a la playa que nos queda más cerca y por primera vez vimos a los surfistas de los que tanto hablan. Son hombres jóvenes, muchos extranjeros, cuyas pieles muy tostadas y cuerpos musculosos, revelan cuántas horas tratan de conquistar las olas. Es todo un mundo desconocido del cual no tengo información; parece medio místico y a la vez evasivo de la realidad; cada uno solo acompañado de su tabla, el sol y las olas. La amarra de la tabla a su pie, me resuena como un ancla que los devuelve al mundo, pero se me imagina que son almas que no están cómodas ni a gusto en tierra y añoran casi literalmente volver al océano que es Dios. Seguro también hay snobs y vagos que quieren vestirse de “surfistas”, pero el original se me antoja un ser muy espiritual.
La playa era muy parecida en aspecto a las playas chilenas del norte. El mar movido, con grandes olas y otras más suaves para nadar en la orilla. El horizonte muy amplio y sin mayor intervención humana. Muchos troncos y cocos que iban y venían, junto con un local muy astuto que nos ofreció quitasol y unas peras para instalarnos en la playa. También tenía cervecitas heladas y agua. Un panorama perfecto y genuino, dentro de todo.
Para terminar con las invasiones europeas contemporáneas (de hecho Bali fue colonia holandesa) fuimos a ver un gran supermercado francés, el Carrefour. Siempre es entretenido ver las comidas de otros países y aquí es un despliegue infinito. El arroz no lo venden sino en paquetes de 10 kilos y hay una mezcla de productos locales con importados muy loca. Venden frituras de origen desconocido, patos, pollos enanos, muchos queques como inflados de colores macabros (verdes, fucsia, entre otros), carnes que no podías reconocer de qué animal venían ni tampoco a qué parte correspondían. En nuestro anhelo de recuperar algo de “patria estomacal”, compramos unas baguettes (el único pan que no era inflado, fuera del pan de molde), jamón y queso (por primera vez los encontramos) y nos fuimos rumbo al taco para llegar al hotel.
Antes de partir esta nueva etapa del viaje, que coincide justo con el año nuevo, es un tremendo desafío lo que está por venir. Si bien no hay expectativas ni planes claros, sí hay en todos un anhelo de crecer con todo lo que vamos a vivir. Da un poco de vértigo y misterio el estar aquí y que ya sea real. Dejó de ser un proyecto o sueño; mañana parte!!!. Es diferente a andar turisteando por los distintos paisajes de la isla; esto ya es instalarse y por ello, estamos todos un poco nerviosos. No puede ser casualidad el estar tan lejos y en algo tan diferente. De alguna forma intuimos que Dios nos quiere mostrar y enseñar algo más, y nos queremos dejar sorprender. La incertidumbre de todos genera un poco de ansiedad, y nos obliga a estar súper atentos a todo lo que se presente, para no perder ninguna señal. Intuimos aprendizajes personales, matrimoniales y familiares, pero no sabemos por dónde se irán desplegando. Por eso no nos queda más que encomendarle al Espíritu Santo lo que mañana comienza, para que lo bendiga y lo haga fecundo para nuestra misión. De verdad esperamos encontrarnos con todo lo que vinimos a buscar a este país, pero parece que eso está más adentro que afuera. Dios nos cuide!!!
Día 10: El último día del 2014
En el último día del año 2014 fuimos a pasear después de almuerzo a la playa preciosa de Nusa Dua. La verdad era lindísima y paradisíaca como las postales. Primero llegamos caminando a un especie de parque con unas estatuas de unos guerreros en fierro, de unos 25 metros de alto, muy imponentes que vigilaban esta puntilla de verde y de mar. Este se metía en la tierra muy suavemente, como en ondas de arena casi blanca y aguas turquesas muy tranquilas, por donde paseaban cientos de familias balinesas haciendo pic nics y tomándose fotos. Vendían frituras en la calle de arrollado primavera y fritos de coliflor. Nos tentamos con los dos, pero fríos dejaban harto que desear.
Por una peatonal de piedra que rodeaba un lado de estas curvas, nos fuimos adentrando en el paraíso del relajo. Los habitantes locales no se metían por ese camino, pero nosotros, frescos como siempre, seguimos de largo y empezamos a visitar uno por uno los hoteles más lindos que uno pueda imaginar. Nadie nos respingó la nariz y al contrario fueron muy amables, así que caminamos como dos kilómetros por este lugar lindo, con farolas colgando de los árboles. Todos llegaban al borde del mar y competían por la belleza de sus jardines y servicios de masajes, tumbonas, música y restaurantes entre otros. Muchos estaban preparando su fiesta para la noche y nos invitaban (por una módica suma!!!).
Finalmente cuando se nos cansaron las piernas y el estómago parecía macaco, almorzamos (como a las 5 de la tarde) en una mesa bote, fuera de la línea de los hoteles, donde la gente fue muy amable y la comida un poco escuálida para tanto apetito. Ahí nos quedamos bañándonos y conversando esas tertulias maravillosas que estos lugares producen hasta que se nos hizo de noche. Mágicamente aparecieron los mosquitos, así que nos bañamos en repelente y miles de cangrejos transparentes que nos rodeaban por todos lados, Un espectáculo único, realzado por un infinito de fuegos artificiales que comenzaron a explotar como desde las 6 de la tarde por el cielo de toda la isla.
El tema de los fuegos artificiales es realmente alucinante. Desde hace ya unos días veníamos oyendo petardos y viendo luces por las distintas ciudades en que anduvimos, pero esta tarde la ciudad se volvió loca. Desde todos los puntos inimaginables salían fuegos todo el rato. Unos más chicos, otros llenos de colores y formas. Es evidente que aquí nadie ha visto el tema de la seguridad ni de los quemados, ya que todos –desde los niños más chicos- manipulan fuegos artificiales y petardos como si fueran juguetes. Así fue que al llegar a nuestro hotel, la isla más parecía en guerra que de fiesta por la cantidad de explosiones ininterrumpidas hasta las 12 de la noche. Y justamente ahí, empezó el gran espectáculo. A pesar de que llovía fuerte, era posible ver el cielo de todo Bali iluminado por millones de luces. No era un punto centralizado desde donde provenía todo; era como si de la tierra se hubiesen abierto miles de poros que dejaban salir un volcán de fuego y ruidos increíbles. A propósito del tema de la seguridad, uno de ellos se ladeó en nuestro piso y comenzó a disparar para todos lados. Nuestros ángeles tuvieron mucho trabajo, porque de verdad fue por 15 segundos un arma muy letal. Sin embargo, la fiesta fue alucinante; más primitiva que las nuestras, pero exuberante y alegre como es esta isla. Un nuevo privilegio para agradecer.
Día 11: Instalados y listos para partir
A duras penas nos pudimos dormir con tanta explosión sonando por todo
Bali, pero ya de tanto, nos acostumbramos y pasamos de largo hasta las 11:00. Tuvimos que salir corriendo para ir a recibir nuestra casa definitiva!!!
Probablemente por el año nuevo, había mucho menos gente en las calles y logramos atravesar el caos del tráfico con menos esfuerzo que la vez anterior. Un bus, casi nos acribilló en la rotonda nuevamente, pero fuera de eso, ya no nos caímos a las acequias de los lados ni a los arrozales que volvieron a aparecer. Nunca dejan de conmover con su belleza…
Nuestra casa nos recibió literalmente con las puertas abiertas, ya que no había nadie y simplemente nos instalamos. Somos vecinos directos de unos arrozales que deslindan a este bloque de casas y hay gente campesina trabajando todo el día en ella.
Con los espacios asignados y los closets medianamente dominados, nos fuimos a recorrer el barrio y el colegio donde van a ir los niños.
La verdad no se puede comparar con nada conocido de Chile. Las calles son siempre como de una vía y un poco más, pero son todas de doble sentido por lo que hay que turnarse para pasar. Está lleno de locales chicos, mezclados con centros de yoga, frituras, ropa, estatuas de piedra, mini templos de piedra negra, restaurantes familiares, restaurantes más sofisticados, mini markets,…. Es como vivir un poco en el centro de Ovalle, pero sin semáforos, sin bermas, con los verdes y los árboles metiéndose en la calle. También hay puentecitos con unos canales que podrían ser venecianos, pero más destartalados y sin góndolas. A ratos se nos cruzan las vacas balinesas que tampoco tienen carne; son esas café que parecen cabras gigantes. Me encanta todo esto!!!! El Club ridículo que miro desde mi ventana es sólo eso; un club. El resto es real; tiene gente de verdad y vida a borbotones.
Yendo hacia el colegio para conocerlo, paramos en una feria de verduras y frutas. Fascinante!!!! Estaba todo lo que habíamos visto y diez veces más. Venden desde pescaditos enanos secos hasta verduras que parecen pasto de vacas. Muy parecido a la vega nuestra, ordenadita y caótica al mismo tiempo. Muchos colores lindos, sin olores malos y una variedad que ya iremos probando una por una. De lo novedoso que probamos fueron unos pepinos cortos, unas cebollitas moradas enanas y berenjenas larguruchas. La verdura es realmente barata; la fruta es mucho más cara que la nuestra.
Fuimos de copuchentos a ver el colegio HighScope y nos encantó. Nos recibieron Manuel y Tito Balineses; muy sonrientes y amorosos aunque no hablaban nada de inglés. Igual eran muy rápidos y algo entendieron de quiénes éramos y nos dejaron recorrer todo el colegio. Como es en Bali, todo es acotado en espacio, pero tiene de todo. A primera vista es full HighScope. Qué maravilla!!! Tanto que vamos a poder aprender. Las fotos de los profes estaban en todas las salas y se veían sonrientes y felices. Buen augurio!!!
Ya de vuelta a cocinar en nuestra cocina, la “comida real”, hecha por nosotros.. Salvo que encontremos un budista desertor, la carne vacuna no estará en nuestra dieta y terminaremos odiando los pollos, pero por el momento estamos felices cocinando más tallarines con verduras y lavando la verdura con agua pura para no enfermarnos. Sí compramos leche y pan para los niños, porque ya seguir tomando de desayuno arroz con huevo frito, nos tenía medios locos a todos. “Otla vez aloz!!!!” ya estaba a punto de ser nuestro grito de Ipiranga.
En la primera noche en nuestra casa, podemos oír el canto de las ranas pegadas a nosotros; nos rodea un manto muy oscuro sin estrellas, pero a ratos vuelven a verse fuegos artificiales rezagados que iluminan parte del paisaje. La temperatura es tibia, pero sin ser pegote y la verdad todos tenemos nervios en la guata.
Hicimos una oración muy bonita bendiciendo el lugar y lo que aquí vamos a vivir, así que a invitamos a todos los ángeles, a los santos, a la Virgen María, al Padre, al hijo y al Espíritu Santo, para que se instalaran con nosotros.
Día 12: La vida puertas adentro
Ya con menos parafernalia o fotos para tomar, nos hemos instalado definitivamente en nuestra casa que se llama “Anakin`s House” y es la Nº 7 de esta larga copia de casas que parece como un edificio construido en plano. ¿Se entiende?. Deben ser unas veinte casas en serie, que forman este edificio largo y flaco, que eliminó una franja de arrozales del planeta. Cada vez que camino por el segundo piso veo el arrozal que sobrevive a mi lado y me pregunto cuántos años más tendrá de vida.
Frente a mi ventana y en medio de los arrozales están cinco hombres “intentando” construir una casa. Recién están haciendo las fundaciones, pero es una locura. Sólo sacan y sacan agua, que vuelve a meterse como en un gesto de venganza hacia la civilización. Los pedazos de pavimento o algo así que han tenido que romper, los destruyen a punta de golpes con un especie de mazo gigante. Muy precario e ineficiente. La “casa de obras” si es que se puede llamar así, son cuatro paredes de una especie de plancha de OSB, donde lo único que ofrece es un techo. Nada de baños químicos ni siquiera letrinas a la vista. Nada de luces, mesas o alguna comodidad para los maestros. Duermen en el suelo y comen desde un fueguito que hacen en la puerta. Son todos jóvenes, curtidos, fibrosos y risueños. Ya empezaron a decirme good morning cada vez que me ven. Lo demás no lo entiendo (lo que es mejor a estas alturas de la vida, porque pueden ser piropos o insultos a la “viejita loca que los mira”). En otro lugar, la situación me habría dolido más de lo que me duele acá, pero una vez más, se ven contentos y entusiasmados con lo que hacen.
En la noche, con nuestros especiales vecinos (ya que a los demás no los hemos visto), compartimos el canto de las ranas y las chicharras. Las primeras hacen un ruido como de pato muy divertido que acompaña con un ritmo definido; las segundas ponen la melodía de base que envuelve todo con una canción antigua, como de campo. No se oyen sirenas, ni bocinazos, ni ruidos de aviones u otros elementos de la civilización, lo que es un deleite para la meditación y la oración.
Nuestra casa tiene un árbol de los que dan las flores blancas con amarillo. Cada mañana aparece el pasto bendecido por unas 10 florcitas que arrastró el viento y las ponemos en nuestro altar. La trinita también las pone en las escaleras dándole un aire femenino y “tropical” a nuestra casa muy lindo.
Cocinar es muy entretenido cuando se trata de experimentar con alimentos nuevos. Ya hice mi primer intento del Nie Goren, un arroz lleno de especies y verduras, a las que yo rebauticé como nuestro arroz “Chaufán”. Según yo iba a sobrar para tres días, pero el apetito de todos, no dejó ni un grano con vida. Los sabores fuertes y los aromas aún más. Me he pasado un limón varias veces por las manos para sacarme el olor de las famosas cebollitas balinesas. Parecen tener una maldición: “somos buenas pero no te olvidaras de nosotras, jaja!!”.
Todo lo que se abre desaparece en esta casa, por eso hay que buscar momentos sagrados para poder disfrutar tranquilamente de un té helado o mi viciosa diet coca (aquí no existe la coca light). Cuando ya todos están acostados o seducidos por una pantalla, hay que ir sigilosamente a sacar el “tesoro” sin ser visto ni escuchado para no ser asaltado por los cuatreros de la tribu. Qué decir de los chocolates, hay que esconderlos bajo siete llaves. Aún así, hasta ahora siempre nos han pillado por lo que un cuadradito es un bien equivalente al oro. Una buena noticia, al menos para nosotros, es que probablemente el tipo de cambio con el dólar no está favoreciendo mucho. Felipe está vuelto loco porque los chocolates snickers y los M&M valen 250 pesos chilenos. No sé porqué me trae malos recuerdos de nuestra época del dólar a 99. Cuánto daño se produjo después de esta “burbuja económica”…
A nuestra casa viene Made cinco veces a la semana. Es un chiquilla preciosa, de mirada dulce y una sonrisa con dientes muy lindos. Silenciosa, entra al entorno de cuasi guerra que dejan todos los hombres de la casa (aún a pesar de las reglas que he impuesto de orden) y empieza a conquistar cada espacio como una hormiguita. Apenas habla inglés, pero no debe tener más de 25 años y dice que limpia tres casas al día. No cocina porque no sabe ni tampoco lava la ropa; limpia y lo hace muy bien. La casa no tiene lavadora de ropa (qué raro no es cierto!!!) por lo que Made se lleva nuestra ropa en una maleta para el servicio de Laundry a alguna parte y vuelve en dos días. El kilo de ropa vale 500 pesos y vuelve a los dos días olorosita y planchada. Lo mismo sucede con el bidón de agua potable. El repuesto vale 750 pesos y Made lo va a buscar en su motoneta a algún otro lugar desconocido. La verdad es un lujo que se agradece en el alma, porque de lo contrario pasaría muchas horas del día intentando dominar toda la situación de limpieza y lavado de este campamento tan abundante y lejano al orden. Cocinar me fascina, lavar platos me relaja, pero ya entrar a los baños me quita bastante la emoción. Además me permite hacer lo que más me gusta: escribir, contar, plasmar todo lo que siento, pienso y veo. Made se ve feliz y la viene a buscar un novio muy gordo y grande en otra motoneta. (lo del novio lo inventé pero lo parece… Ya lo sabremos en el futuro…)
En Indonesia, según el que administra el condominio, la gente no cocina mucho en las casas más allá de lo cotidiano. Por eso no tenemos batidora, ni juguera, ni horno, ni embudo, ni rallador ni muchas otras cosas para hacer cosas ricas. El tostador de pan no existe (obvio, si el arroz no se tuesta pensarán ustedes!!!) ni tampoco los moldes de nada. Ya me las tendré que ingeniar con el microondas que conseguimos que nos trajeran!!! Compramos una juguera en un supermercado chico a 15 dólares, así que ya nos aventuramos con el primer jugo de mangos que nos quedó muy bueno.
Otra experiencia loca y necesaria es la famosa motoneta o scooter. Arrendamos una para todo el mes y nos sale 30.000 pesos. De verdad para una inexperta como yo, es de primeras un caballo un poco chúcaro. Coordinar las dos manos y los pies para no caerse ya fue un desafío en la callecita con autos ni peatones que tengo afuera de los “Anakin`s House”. Sólo imaginarme en las calles interactuando con la locura de afuera, me da bastante pánico. Dios nos guarde!!! O el auto o la motoneta son mi destino y las dos cosas me dan terror. Será toda una osadía vencer ambos miedos en esta jungla de Bali…
A pesar de que el Club no es nuestro estilo más cercano, ya varios han ido de visita al lugar y han llegado fascinados de los resbalines de agua y de la piscina de “Epcot”. Es divertido el sistema porque sólo tenemos dos pases diarios y para entrar te sacan una foto, pero el mismo señor nos dijo “estamos en Indonesia” y que nos pusiéramos gorro para poder intercambiarnos. Tan deliciosa la Trinita me dijo: mamá las dos usamos el mismo gorro y nadie nos va a pillar porque las dos somos mujeres. Qué ilusión la inocencia de los niños. Me tendría que hacer quinientos tratamientos y cirugías para acercarme a verme como mi princesita.
Sin transgredir mucho las reglas, ya han podido ir casi todas las parejas que hemos armado en la familia. Sólo falto yo, pero no hay mucho que me seduzca de ese tipo de lugares. Los toboganes me dan vértigo y la adrenalina no es mi gusto preferido. Tampoco las máquinas del gimnasio que me miran con cara de odio ni los turquesas artificiales de las piscinas gringas, que me repelen un poco en el alma. Más estoy en la búsqueda de encontrar un rincón donde haya meditación, inciensos y personajes locales con cara de sabios… Ojalá los encuentre!!! Hoy bucearemos por las calles la iglesia católica que añoramos. De verdad queremos encontrar un pedacito de hogar en estas tierras alucinantes, pero igualmente extrañas.
Salimos en nuestro querido auto a cumplir nuestra misión, pero él no quiso. La verdad nos avisó varias veces pero no supimos leer su lenguaje automotriz balinés. Así que a medio andar, nos quedamos en pana de batería y hasta ahí no más llegó nuestro paseo. Pero como Dios es muy grande, justo nos habíamos estacionado en la casa de Juanjo (el chileno que nos ayudó en la llegada) para ir a buscar una tabla de surf que nos prestó. No nos atrevimos a la clásica empujada chilena, porque aquí las calles son muy locas, así que llamamos a Nyomar. Él es un personaje digno de presentar. Es como el mayordomo y mano derecha de Juanjo (que a todo esto está en Chile veraneando con su señora y sus tres niñitas) y el marido de la persona que ayuda a la Manuela con su casa (mientras ella trabaja en un centro de yoga). Nyomar es el balinés por esencia; cuesta borrarle la sonrisa de la cara, aún en las cosas más tristes, como cuando su hijo de siete años se murió ahogado al caer un río mientras elevaba un volantín, sin que nadie lo cuidara. Tiene tan buena voluntad que se nos instala a conversar como si fuéramos sus mejores amigos. Como todos aquí es muy moreno y similar en facciones a lo que serían nuestros pascuenses. Bueno, él llamó al dueño del auto y lo empujaron para hacerlo andar hasta nuestra casa. Ya veremos cómo continúa nuestro romance con el pan de molde balinés que tan dignamente se ha portado con nosotros.
Ya que quedamos sin auto, obligados a un nuevo acto temerario: salir en motoneta a buscar la iglesia. Cuánto te queremos Diosito. La verdad da aún más susto que ir a pie ya que sólo imaginar el porrazo o las consecuencias de un choque hacen poner los pelos de punta. Aún así, y ya casi anocheciendo partimos con Andrés, armados con nuestro casco a recorrer las calles. No sólo hay que mantener el equilibrio, sino también ir con el radar abierto en 360 grados. La sensación además de nerviosa, es deliciosa. Me acordé de las pocas veces en donde navegué en una lancha a gran velocidad. El aire tibio en la cara me hizo irme a cualquier dimensión, casi como el buceo, sólo que esta vez el despertar era un poco más violento: o un bocinazo o un mosquito o mugre en los ojos. No obstante eso, me gustó el vértigo. Me encomendé a Dios y disfruté el paseo amarrada a Andrés como colegiala para no caerme. Y como broche de oro de la aventura, la lluvia. Linda, ella llegó al final, pero fue rico terminar bendecidos por ese rocío antes que se enojara con nosotros.
A todo esto encontramos la Iglesia pero cerrada. Se veía muy linda y bastante amplia para estar en Bali. Lo único malo es que son muy madrugadores en este país, así que mañana a las 7 veremos cómo es la comunidad y la vivencia de la fe por aquí (si es que logramos llegar en la moto).
Día 13: La fe católica en Bali
Hoy realizamos una nueva hazaña que casi nos costó la vida; fuimos en motoneta a misa. En las serpientes de pavimento irregular ya conocidas la situación es bastante soportable, pero en las esquinas en donde se cruzan calles grandes (bueno, las más grandes que hay acá), de verdad hay que encomendarse a todos los ángeles para salir invicto de un choque, una caída y algo nuevo que descubrí hoy: los perros y el agua. Esos perros flacos y desteñidos que hay en Bali, también salen a la calle y con tanta amenaza de rabia que nos dijeron, no fui precisamente discípula de Francisco de Asís esta mañana. Lo otro son las pozas que se forman con las lluvias nocturnas. Las “serpientes” nunca conocieron de niveles así que son buenas para juntar agua con un poco de barro muy reponedor. Había que levantar las piernas no más, lo que supuso una nueva maniobra en mi posición de copiloto asustado. Es tan divertido auto mirarse asustado porque pasan niñitos y viejitas a toda velocidad que te miran con cara de lástima por toda tu ignorancia en algo que para ellos es innato.
Volviendo al tema de la misa. No sé porqué son tan madrugadores para la celebración. Llegamos a las 7:05 y ya estaba llena. Por supuesto nunca supimos que no había que estacionarse en la entrada ni entrar con el casco en la mano, pero fueron muy amorosos y sólo lo supimos al terminar la eucaristía. Nunca me había sentido tan evidentemente extranjera y en casa a la vez. Extranjera porque éramos los únicos dos blancos que superábamos a todos por lo menos por una cabeza. Mi vestido sin mangas tampoco tenía un similar en la audiencia y me dio miedo que el sacerdote no me diera la comunión. En casa porque a pesar de no entender más que “amin (amén), Jisas (Jesús) y aleluya”, sentí a Jesús muy presente. De verdad lo echaba de menos!!!
Vamos por parte. La iglesia estaba repleta de familias de todas las edades. Debe haber habido unos cincuenta niños que asumo estaban en la catequesis y que cantaron precioso. Un poco demasiado ordenados para mi gusto; asumo que el padre además de inteligente y enérgico, debe haber sido un poco enojón. Ah, sí porque en la prédica repitió varias veces con mucha vehemencia “tidak” que significa no. En todo caso son puras elucubraciones porque no entendí nada. Las personas muchas estaban sin zapatos en la misa y estaba lleno de monaguillos de todas las edades ayudando con velas, inciensos, ofrendas y colectas. Eran chiquillos jóvenes que también muy sumisos se hincaban y hacían gestos después de cada movimiento. Como se podrán dar cuenta, el rito es muy conservador acá y me pareció que el clericalismo es muy fuerte. El sacerdote era muy distante, reverenciado y un poco temido. Habló muy largo y no dio espacio a ninguna mujer a dar la comunión. Sólo el canto del salmo y las lecturas. Las imágenes eran de piedra y al estilo balinés, pero estaban un poco deshechas y no era posible ver el rostro de lo que parecía una Trinidad. Sí habían ramas de pino con luces y guirnaldas y un pesebre, pero no ayudaban a crear un espacio muy acogedor.
Lo que sí ayudó a crear un espacio para Dios fue la música. Partía todo con un órgano un poco tímido, pero después aparecían las voces de los niños que entusiasmaban a todos a sumarse y ahí comenzaba la maravilla.
Aún sin entender la letra, las voces y la melodía te envolvían como en un espiral amoroso que erizaba la piel. La dulzura de la isla se colaba en esas voces y te llevaba al regazo del Señor. Con los ojos cerrados, lo vi sonriendo, tan lleno de gozo al sentir a los niños cantarle. Qué bendición son los niños; de verdad permiten ver, sentir y escuchar a Dios con sus ojitos achinados, sus risas ahogadas (para que no los viera el cura) su pelo negro brillante y muchas veces parado, sus piernecitas delgadas y descalzas. Hasta podía sentir su olorcito a jabón y a jazmín. Que el Señor los cuide de los bandidos que quieran aprovecharse de tanta belleza e inocencia.
Al igual que los americanos, aquí todos teníamos que hacer lo mismo. Nos hincamos más veces que lo acostumbrado en Chile y había que comulgar por orden, sin derecho a rebeldía alguna o a no cooperar con algo en la colecta. A pesar de eso, nadie parecía obligado a nada; muy por el contrario, la devoción se veía muy auténtica y el recogimiento genuino.
El hecho de recibir al Señor fue una bendición única. Apenas lo vi en mi mano (nadie comulga directo a la boca), mi conmoví por su pequeñez. No sólo por el tamaño de la ostia (que era más chica), sino cómo con el pasar de los años, algo tan sencillo puede haber llegado a tantos lugares y transformar tantas vidas. El tiempo de no tiempo junto a él fue maravilloso; a pesar de haberlo visto de tantas formas en este viaje, extrañaba en el cuerpo y en el alma su presencia.
El vínculo que nos une es fuerte y nos invita a seguir anunciándolo como lo hicieron tantos en el pasado. De verdad es un acto muy heroico el de los misioneros. Cómo a punta de convicción, amor y la fuerza del espíritu, lograron llegar y convertir a tantos pueblos, es un milagro. Además deben haber resistido el calor, las enfermedades, el idioma, la comida extraña, el sentirse bichos raros… Bueno supongo que al final, no es tanta la diferencia hoy al tratar de llevar a Jesús a nuestras vidas. Somos unos locos y hay mucha resistencia en el ambiente. De hecho me dio pena no ver a ningún blanco en la misa; habiendo tantos por aquí…
La fe católica balinesa aún tiene mucho que crecer en libertad y cercanía, pero tiene el encanto de reunir a toda la comunidad como era en antaño. Afinando la vista, fue posible discernir quiénes eran los que tenían más medios económicos y los más humildes y como deben ser pocos los católicos de la isla, estaban todos reunidos en el mismo lugar. Me dio cierto temor tanto monaguillo sumiso y vestido tan de blanco y engominado, pero supongo que en todos lados pasan cosas… Con libertad o sin ella.
Finalmente después de una hora y media, sin incluir los extensos avisos parroquiales, salimos renovados y felices con el madrugón. No sé qué vamos a hacer con el resto de los feligreses de la tribu que difícilmente podrán entusiasmarse con un rito inentendible y eterno; sólo confiar que encontremos otro horario más seductor y con una celebración más corta, para que nuestra misión familiar no fracase tan abruptamente. Si no, con permiso de todos los amigos curas, tendremos que inventar ceremonias en la casa… ya veremos…
Y hablando de fe, hoy tengo que encomendar a varios de mis retoños que están resintiendo los primeros ataques estomacales de la isla. Fuertes dolores, vómitos y otros innombrables, ya están haciendo de las suyas. Espero resistir dignamente a todos los bichos y parásitos que hay por todos lados.
Día 14: The “real Bali”
Si bien esta bitácora está dividida en días, corresponden a etapas o procesos que abarcan más horas que un día y ahora me toca asumir de alguna forma todo el otro lado de esta isla maravillosa. Se nos acabó el turismo propiamente tal y comenzamos a tratar de insertarnos en la vida cotidiana de un pueblo que obliga a cambiar muchos paradigmas.
Vamos por parte. Caminar por las calles de verdad es suicida. Salvo en avenidas grandes donde hay veredas, al menos donde vivimos no hay ni siquiera suficiente espacio para los autos y las motos que se desplazan, por lo tanto los peatones no están considerados. Intenté ir a pasear junto con la Trinita y me sentí la madre más irresponsable de la tierra. Primero aprendí que debo ir a contra corriente –una vez más jajá- del tráfico y que debo ir atenta a los 360 grados del entorno y también mirando el suelo para no caerme a un hoyo ni ser atropellada. Lo otro es que no se puede ser temeroso ni tímido. Como un loco que había en la carretera de Colina en mi infancia (el Pepe camión), me tuve que sentir auto y casi tirar la carrocería encima para que me dejaran volver sana y salva a la casa. Me faltaba eso sí la bocina y la luces. También hay que creerse carabinero y parar el tráfico para que te den el pase y “torear” con los autos y motos al mismo nivel. Aquí el poder, de verdad el que tiene un silbato en la boca y una bandera en la mano. Eso además si no hay pozas, invasiones del arrozal a la calle (que te quita el no espacio para poner el pie) o la lluvia que te empieza a mojar sin vergüenza ni misericordia. En fin toda una osadía que no volveré a repetir salvo en caso de riesgo vital.
Comprar comida para todo este regimiento, es una tarea entretenida pero no exenta de dificultades y cambios en nuestra forma de operar. Lo que más hay son supermercados locales no más grandes que los mini markets chilenos como los que hay en las bombas de bencina que tienen de todo un poco, pero no son muy tentadores. Sirven para los no perecibles, pero no tienen carnes ni verduras. Para eso hay dos opciones, el Pepito Market (algún mexicano también llegó a estas tierras) o la feria. En el primero sí es posible comprar carne, pero es escasa y cara. Hay pollos, embutidos y pescados. La carne de vaca prohibitiva. En la feria es para salir arrancando; hay más kilos de moscas volando que carne en los mesones. Del terror!! Cuesta mucho en general encontrar harina, los huevos son todos de campo (me acuerdo todo el rato del peligro de la Salmonella) y el pan es verdaderamente plástico. No sé si lo harán con algo de arroz, pero es como comer sustancias sin sabor. Raro y desagradable. Así que el clásico pan de molde es la alternativa posible. Vienen sólo como diez panes por paquete y la tribu se los devora sin piedad. Entonces comer y alimentarnos ya es diferente; hay que comprar de a poco, y comer menos cantidad, lo que puede resultar muy bueno para algunos..
Dentro del “real Bali” tuvimos la experiencia fuerte de ir a la playa donde la gente de Bali va normalmente y también la mayoría de los turistas más jóvenes. Fuimos a la playa de Kuta y sus alrededores. Y no es que esté loca, fue una experiencia que me conmovió todos los sentidos y me dejó reflexionando muy profundamente. Imaginen la playa más sucia que hayan visto en Chile y multiplíquenla por diez. Sí por diez. Cerros literales de basura en los bordes de la playa que a su vez estaba invadida de desperdicios humanos desperdigados como después de una marejada violenta. Para que se hagan una idea no había espacios de más de 15 cm sin algún plástico. Tanto así que entraron dos máquinas a moverla; pensamos que a llevársela, pero no, era sólo juntarla. Dios quiera que algún día lleguen unos camiones… Dentro de lo que traté de retener encontré: todo tipo de envases de jugos, botellas, comida, cajas, zapatos, platos, troncos, balones de gas chicos, baldes, maceteros, sandalias, escobillas de dientes, cocos partidos, peinetas, tarros… Uff triste la verdad. Supusimos que el mar mismo se salvaría de tanto daño y craso error, tenía hasta tallarines flotando. En vez de peces o conchas que te tocaban el cuerpo o los pies, te asaltaban pedazos de plásticos, palos o cualquier resto de nuestra “civilización”. Me pareció una imagen apocalíptica que me llenó el alma de desesperanza. Más aún cuando supimos que no era la gente que venía a la playa la que dejaba tanto suciedad, sino el mismo mar que venía cargado a dejarnos nuestras porquerías a la tierra. Como en una ofrenda macabra venía de devolver todo lo que el hombre ha echado en su vientre y como un vómito lo traía de vuelta en cada ola. Dicen que son las lluvias y las corrientes de esta época las que traen este “problema” a las playas. Probablemente esa es una razón, pero la de fondo está en el origen de tanta barbarie donde todos somos cómplices. Había leído sobre la basura que alberga el mar, pero nunca la había visto en primer plano. Las reacciones del alma son muchas; desde el ánimo de empezar a recoger todo y al menos salvar un pedazo a la impotencia frente a la magnitud de la tragedia. Son miles y miles de hectáreas contaminadas hasta las entrañas más profundas del océano. Me pregunto si ese estado en que hemos dejado parte de nuestro ecosistema será el reflejo del alma de la humanidad. Un mundo lleno de porquería espiritual y material de la que nadie se quiere hacer cargo y que más temprano que tarde se nos vendrá encima…
Pero como la esperanza nunca debe morir, en vez de irnos decidimos quedarnos y explorar un poco más. Nos pusimos a caminar un buen rato y empezamos a ver cómo la tragedia iba disminuyendo poco a poco. Aún hay lugares lindos y puros donde el mar (y nosotros) podemos recuperar la belleza original y contemplar la maravilla de la creación. En ese lugar había mucha vida. El sol estaba a punto de ponerse y había chiquillos de todas las razas jugando un partido de fútbol a orillas del mar que me regaló bendiciones para el corazón. Jóvenes de todos los colores y contexturas: orientales, europeos, hindúes, latinos (Tomás y Felipe) que se distinguían en sus equipos por ir con o sin polera. El idioma universal de la pelota y el gol fue suficiente para que lo pasaran increíble y nos cambiara la perspectiva del lugar y el ánimo de la tarde. Por mientras mirábamos, una vez más fuimos centro de atención de todas las familias locales que nos pedían sacarnos fotos con ellos. Como verdaderos ídolos posábamos para grandes y chicos regalando nuestra mejor sonrisa. Qué dulzura la expresión de todos ellos. No hablan ni una gota de inglés, pero sus caras lo reflejan todo: esfuerzo, amor, capacidad de asombro y trabajo.
Nos fuimos de Kuta cuando ya era de noche, atravesando nuevamente la jungla de basura, pero con más esperanza en nuestro futuro y en encontrar aún lugares -físicos y espirituales- en donde podamos crecer.
Todo esto me hizo pensar en la propia basura que llevamos dentro. Primero que nada, si no nos hacemos cargo, tarde o temprano el “mar interno” lo traerá a la orilla y tendremos una tragedia inminente. Segundo, que no hay que desesperarse a la primera; hay que seguir buscando e ir más allá para ver cómo podemos empezar a purificarnos sin perder la esperanza ni la alegría. Hay mucho más de bueno que de malo dentro y fuera de nosotros, eso nunca hay que olvidarlo. Hay más belleza en el mundo externo e interno, que fealdad y contaminación; sólo tenemos que ir más lejos y más profundo.
Otro cambio de paradigma es el de la seguridad. Más allá de las calles y los peatones; hoy volví a experimentar la vulnerabilidad que uno tenía cuando era chico frente a los autos. Sé que hay miles en Chile que no tienen auto o si tienen, son viejos e inseguros, pero en mi vivencia hacía tiempo que no me daba incertidumbre mi destino al andar en un auto que no es seguro. Ya nos habíamos quedado en pana de batería a la hora de almuerzo para lo cual el dueño nos trajo una nueva (antes ya nos había traído una vieja) y se suponía que nuestro cacharrito ya no nos daría problemas. Pues no, en Bali no funciona tan así. Ya de vuelta, por las calles locas, y a una hora del destino final, nuestro auto comenzó nuevamente a perder fuerza y a ir soltando todos los controles. Primero nos quedamos sin bocina, luego son ventanas, después los señalizadores e intermitentes, nos quedamos sólo con las luces bajas y definitivamente luego a oscuras. Sí manejamos a oscuras, en las serpientes de Bali, con el vidrio empañado y mirando por las ventanas. Y no es que fuésemos suicidas; estábamos buscando dónde poder dejarlo medianamente estacionados y que nos pudiéramos bajar sin que nos mataran. Fue fuerte la sensación de peligro sobre todo con tanto niño y en un país extraño. Aquí ni siquiera puedes ver el nombre de la calle donde estás así que lo cerramos a la fuerza (ya que las ventanas eléctricas no funcionaban), sacamos todos nuestros cachureos y nos fuimos para la casa. La inseguridad se acentuó probablemente por la noche, por el desconocimiento de dónde y con quién estás, por el idioma y por sentirse responsable de toda una tribu que no quieres que nada le pase. Nuevos aprendizajes para todos que seguro no están de más. En Chile más de alguna vez se pasa por algo parecido, pero como que todo se va volviendo más higiénico y lejano del mundo real. Hay más recursos, más servicios, más garantías, más resguardos…Esto es un acercamiento que aunque asusta, finalmente se agradece porque permite recordarme de cómo viven muchos y lo bendecidos que somos.
Otro cambio de paradigma fuerte es el de cómo funciona todo acá. Probablemente mi pensamiento mágico me hizo pensar en contextos más idílicos y en donde las expectativas o planes para cada uno se iban a dar más fácil. Justamente ahora estamos en la fase donde todo es incertidumbre y por ello más que nunca hay que confiar todo en las manos de Dios. Los que te iban a llamar para las clases de inglés de Andrés Jr. no llaman, el que te iba a conseguir trabajo para el Benja no vino, el que te iba a arreglar el auto no lo hizo y así algunos bemoles de una realidad más integrada que estoy empezando a asumir. No le ha quitado ni un ápice a la belleza antes vista ni a la dulzura de la gente; sólo supone un esfuerzo diferente de adaptación y aprendizaje. Paciencia y confianza que todo va a fluir pero obviamente por derroteros muy diferentes a los conocidos. No puedo dejar de traslucir cierta tristeza en todo esto, que es además el terreno perfecto para que nazca una sensación de soledad… puros malos espíritus que hay que cortar de raíz con un machete afilado. ¡Qué increíble como la basura mental abunda y crece casi tan fácil como el arroz!
Dentro de lo nuevo que viví estos días fue el yoga (o se dice la yoga). Fuimos con Andrés Jr. a un centro que se llama Desa Sani que es un paraíso espiritual armado para los turistas. Si uno hace cuenta aparte del “show” de la relajación y el SPA permanente que te tratan de vender, puedes apreciar un lugar donde de verdad reina la armonía y la paz. Hay plantas preciosas y un verde que te persigue junto con el incienso y el silencio para todas partes. Hubiese sacado a tanto turista hambriento de “paz y amor” pero supongo que son prejuicios muy malvados de mi parte.
Y si sigo con el prejuicio, encuentro que todos estos medios son buenísimos (el yoga, la respiración, los tratamientos de todo tipo, los chacras, los alimentos sanos, el “Om” y todo eso) pero por sí solo se pierden de lo fundamental, Dios. Como que rodean la fuente de todo pero no se adentran en ella. Se busca ese “estado de plenitud” desde afuera haca adentro cuando el camino es justamente en sentido inverso. Me produce una vaga sensación de tristeza todo este mundo que –aunque fascinante y muy seductor- no llega a la médula de lo que somos. Como que tuvieran todos los ingredientes, pero no logran hornear el queque. Si peco de soberbia, de verdad perdoooón; pero me dan ganas de mostrar a Dios con fuerza y como que también es tema prohibido. Por supuesto que soy la primera “cura Gatica”, pero es la intuición que recibo de este tipo de ambientes. Es como una energía buena, pero perdida en la periferia de la presencia de Dios… Qué ganas de sumar todas estas fuerzas a él y aprovechar tanto conocimiento para expandir SU amor.
Volviendo al yoga, creo que fui un desastre. Resistí heroicamente todos los estiramientos y posiciones que me fue indicando la profesora, pero mis caderas se resistieron como un candado y mis rodillas crujieron como cáscaras de nueces. El pobre Andrés que parecía camello transpirando al lado mío, hizo un gran esfuerzo por seguir todo y tengo esperanzas de que pueda ayudarlo a integrar todo lo que él es. Yo mi parte tengo harto que trabajar y soltar por lo visto, así que a seguir estirando mi elástico que no sólo está viejito si no que debe tener algunos nudos arcaicos de los cuales debo empezar a hacerme cargo. Dios quiera que también me ayuden a integrar mejor lo que soy y aquietar mi espíritu tan inquieto y hambriento. Al final soy una gringa más… Jajá!!
DÍA 15: Dejar que la cosa suceda
Después de ir integrando las expectativas con la realidad e ir haciendo un mix más saludable de ambos, hemos pasado a una nueva fase que he denominado “dejar que la cosa suceda”. Esta frase salió hace miles de años de una pariente media o entera hippie de mis papás y la verdad que en estas circunstancias calza perfectamente.
Fuera de ciertas obligaciones y/o responsabilidades mínimas de la casa (orden y cocina) el resto del día va surgiendo como una acuarela en donde de un color nos vamos a otro y se van formando diseños que nunca planificamos. Es una sensación rarísima para mí y deliciosa a la vez, el no saber si es jueves o viernes (no me he perdido por más de uno o dos días hasta el momento), estar peleando con adivinar qué día del mes es y así, a veces hasta con la hora nos perdemos.
Vivir así da mucha libertad ya que las expectativas quedaron afuera de la puerta y sólo debemos ir abriéndola a cada sorpresa que se va dando. Creo que a nivel personal ese es el gran regalo que debo conquistar en este viaje. Por cierto me cuesta mucho, tanto como flexibilizar mi cadera, pero anhelo lograrlo. Menos susto y planificación de lo que viene por delante e ir confiada surfeando las olas que la vida traiga. Sé que muchas veces lo he escrito y ahí nuevamente mi cura Gatica tan amado (el que por tanto que predica, es que anhela en el fondo del alma practicarlo… no su hermano, que se queda sólo en las palabras…jajá). Se me viene la imagen de la Trinita, tan libre, tan sin miedo por la vida, qué maestra me has regalado Dios mío. No es que sea loca o imprudente; todo lo contrario ella piensa muy bien antes de actuar y no hace tonteras donde se ponga en peligro, pero toma todo lo que la vida le da sin ningún temor. Todo lo disfruta intensamente y vive el presente como si abriera cajas de regalos en todo momento. En algún momento a mí me empezaron a dar susto las cajas que tenía al frente y las guardé. Supongo que este viaje es para empezar a sacarlas del clóset (no yo, jajá, por suerte!!) y a ver qué traen para mí y para compartirlas luego con los demás. Dejar que la cosa suceda en el fondo es una filosofía bien profunda que implica confianza en Dios y una sana aceptación de lo que uno es. En el fondo la sabiduría…
Y a propósito de surfear por la vida, el Benja y Tomás ya descubrieron la magia del surf literalmente y eso los alucinó. Partieron a las 7:30 de la mañana en la motoneta y pudieron dominar en parte una cuota del mar. Este fue benévolo con los novatos y los hizo disfrutar de esa adrenalina mezclada con paz tan particular que sólo él puede dar. De verdad la inmensidad de la playa y el mar ha permitido que en ellos surja una expresión muy linda que me alegra el alma. Es una mezcla entre el hombre que va a ser cada uno y la libertad del niño que siempre llevarán dentro. En el fondo es su identidad y eso para una mamá es motivo de gozo y orgullo que llena de esperanza.
Con Andrés Jr. nos aventuramos a la revancha con el yoga. Esta vez aparentemente fuimos un poco más dignos, pero surgió en mi la inquietud profunda de cuánto me falta por conocerme e integrar todo lo que soy. Tantas partes del cuerpo que no me obedecen, tantos músculos que desconozco, el equilibrio tan complejo de mantener, la belleza y el estilo tan lejanos a mi destreza actual. Para peor, uno siempre mira para el lado y hay unas verdaderas culebras de goma haciendo malabares en su Mat (la goma que ponen abajo). Si ese estado físico lo homologo al espiritual, inevitablemente se ve la inmensa brecha que aún falta. Lo importante es que mi vista esté llena de entusiasmo por todo lo que puedo crecer y no caer en el pensamiento opuesto de torturarme por cuánto no tengo. Fue potente sentir en varias posiciones cómo se iban abriendo como vasijas en mi ser (no en mi cuerpo que se salvó por suerte de los paparazzi) en donde un torrente de energía empezaba a fluir con abundancia. Así también una especie de culebra de colores danzó por el centro de mi cuerpo (pero tampoco el físico, es muy raro no…) y me aquietó y vitalizó a la vez. Siento que me falta todo el lenguaje y el conocimiento, pero la vivencia se está produciendo y eso se agradece.
Se me olvidó contar que ya tenemos auto nuevo. Devolvimos a nuestro querido cacharrito que tan dignamente se portó hasta su muerte súbita y pudimos arrendar uno que parece su evolución 3.0. Del mismo tamaño y modelo similar, tiene todo más apretado, todo suena menos, es más blandito, más limpio y espero que más seguro. Yo creo que andando por las calles nos debemos parecer al auto de Pedro Pica Piedra, ya que no sólo vamos los ocho en este especie de pan de molde moderno, sino que además el bolso de paseo y la tabla de surf. Yo hubiese preferido el pedazo de carne gigante, pero ese es un bien extinto en estas zonas. De hecho ayer tuvimos nuestro primer festín de carne de vaca. Es tan divertido como nos reímos de tanta tontera; a cada uno le tocó un pedacito de bistec como del tamaño de un kiwi, flaquito como del alto de una moneda y medio duro. Definitivamente no es el tema acá, así que vamos a desistir definitivamente creo yo. Nos vino a la cabeza el querido Barros Luco; aquí el distinguido caballero y su sándwich no habrían tenido futuro: no hay pan rico, el queso no existe y la carne es de palo. A lo más habría salvado el kétchup y la sal. Hubiese sido un éxito si al señor le hubiese fascinado el arroz frito, con verduritas salteadas y un huevo frito arriba.
Dentro de las acuarelas preciosas de este día, partimos a la playa que queda cerca de la casa. Para entrar en cada boca calle que le da acceso hay unos hombrecitos sentados con una mesa de madera que te cobran 150 pesos por estacionarte. La playa aquí está menos contaminada, pero aún se ven vestigios de nuestro impacto ecológico. Sin embargo, poco a poco la vista se acostumbra y se puede empezar a contemplar nuevamente las olas y la amplitud de todo. El color del mar – con tanta lluvia y viento- es de un verdoso poco atractivo. Como medio pastoso y las olas se forman sin descanso debido al fuerte viento que corre todo el tiempo para delicia de los surfistas. No obstante nunca da frío ni calor; es la temperatura ideal. Tampoco sentimos ya la humedad; ya como que somos parte del clima al menos. Se nos olvidaron en el pasado los bloqueadores y repelentes de insectos (mala cosa por cierto) pero es como si todo fuera nuestro estado natural.
Las playas son de tiro corto, es decir no hay mucha distancia entre la última ola y desde donde termina la arena, por lo que se forma como un corredor muy largo y angosto donde uno se instala. El público es local y extranjero. Los locales son en su mayoría hombres, que se dedican a la conversación más que a nada. Una vez más las mujeres no aparecen ni siquiera en su versión pequeña. Hasta los niños chicos son todos hombres. Me encanta esa libertad de bañarse con calzoncillos y hasta piluchos y llevar siempre la sonrisa en la cara. Es como si estuvieran en una fiesta todo el tiempo. Con un poco más de edad se los ve dominando las cumbres de las olas con una destreza increíble. Son muy flacos y morenos y parecen como artistas pintando en el mar hasta que desaparecen debajo de una goma de borrar blanca y revoltosa, que los devuelve a la realidad con más ímpetu que con el que se hundieron. El surf pareciera que no cansa…
Los extranjeros se notan por su piel obviamente; por sus perros de raza reconocible y/o por sus guaguas en mochilas o pareos. Vamos explicando un poco: los perros de Bali son como que tuvieran sarna todos ellos o bien como que no les hubiera alcanzado la pintura para todo el cuerpo. Tienen un poquito de café, con rayas atigradas negras, pero en la cabeza otro poco de blanco y así como una pintura de sobras que los hace ver muy feos y aporreados. Los perros de extranjeros son más gordos y de colores definidos: blancos, blancos; color caramelo; negro brillante; amarillo dorado, café moro y así… Hasta ahí se nota el desarrollo perruno. No es que compare las mascotas con las guaguas, pero también se ve mucho gringo relativamente joven con un niño chico envuelto y amarrado al pecho (ya sea el papá o la mamá) en un género o bolso desde donde sólo salen las patitas del niño. Es como si fuera lo permitido; tener guagua y una aún es “chic”. Somos los únicos locos con un lote de niños alrededor y ya ninguno me cabría colgado en mi pecho sin quebrarme la mitad de la columna. Y es que no se ven familias extranjeras por aquí.
De las locales, se ven unas pocas familias, pero se ven muy pobres. Algunas pasean por la arena y otras buscan entre los palos que botó el mar algún bien que desconozco. Volví a ver esos cuerpos flacos que sólo he visto algunas veces en Tirúa o en el campo de Chile. Muy morenos y curtidos por el sol y niñitos bailando en sus caderas al son del caminar y el trabajo. Aquí no se ven vendedores ambulantes; sólo de vez en cuando puestos de bebidas y cervezas playeros o arriendos de tablas de surf.
En el borde de la arena que va cambiando de color hasta un negro intenso y pegote que te deja tiznados los pies, de repente aparecen unas especies de santuarios naturales para hacer contemplación del océano. Piedras negras, esculpidas por el tiempo, que se han transformado en verdaderos altares para ofrecer la vida y ver la inmensidad. Algunos también pescan en esos lugares y deben compartir su espacio con los cangrejos que los custodian. Y por si lo natural fuera poco, a continuación en el borde emerge un templo de piedra negra hecha por el hombre a quién sabe qué dioses. Sus puertas son como naves espaciales custodiadas por extrañas esculturas que dejan entrar a un patio abierto, rodeado de pequeñas casetas de oración. En ellas es posible observar ofrendas recientes y flores. Otro misterio que me gustaría conocer y entender porque se invierte mucho tiempo –de las mujeres en este caso- para cuidar todas las ofrendas. ¿Costumbres, devoción, espiritualidad? Cómo saberlo…
Divagando en las caminatas por el piso negro y suave de la playa, cuesta dimensionar primero la distancia de la que nos encontramos de la casa. Cuán lejos de todo lo conocido, a cuántas miles de horas de distancia de los que queremos y nos quieren, cuán alejados de todos nuestros roles y responsabilidades. Sólo pensar que allá duermen cuando nosotros estamos de día produce una especie de barrera o distancia que no deja de apenar. Siempre he sentido que uno está unido a los que ama desde el corazón, como por hilos tejidos desde la eternidad que permiten como el juego de la red saber cómo está y en qué está el otro, pero al estar durmiendo, la unión parece debilitarse un poco y se siente nostalgia del vínculo. Ojalá por lo menos lleguen mis buenos deseos a los sueños de todos los que lean esto porque sí están en zurcidos a mi alma profundamente.
Al caminar y tener que cuidarme de los desechos, no puedo dejar de pensar en la Fran Cooper y el tsunami de Tailandia y la magnitud del sufrimiento que ahí se vivió…Qué caos e infierno se debe haber dado Dios mío…
Dentro de las conversaciones que el mar regala, además de hacer consciente la tremenda bendición que estamos viviendo, es significativo también ver cuán envueltos estamos en una sociedad de rendimiento. Inspirados por la lectura del filósofo coreano alemán Byung Chul Han, nos damos cuenta que esa es la lógica que ambos llevamos insertadas como un chip en las entrañas. Por eso esta experiencia es tan potente, porque nos está obligando a saber que lo tenemos incorporado, por una parte, e intentar desconectarlo por lo menos por unos meses disfrutando de lo cotidiano, de lo sagrado de cada rito y de lo que no produce nada evidente a los ojos de la sociedad occidental. Ya vendrá también el desafío de apagarlo a ratos cuando volvamos a la “realidad” y aportar desde esta nueva mirada a los entornos donde nos vamos a desenvolver.
Ahora volvemos al rito precioso de cocinar un Soto Ayam para la tribu. Es una sopa con curry y jengibre más tallarines de arroz que voy a hacer para todos. Para compatibilizar tanta influencia indonésica, haré unos esperados panqueques con manjar (leche condensada hervida por muchas horas) que ayudarán a la nostalgia estomacal de todos.
Día 16: Una acuarela bicolor
Anoche tuvimos el primer apagón completo en la ciudad. No supimos el motivo, pero sí fue imponente la noche a solas, sin el subsidio de la electricidad artificial. Pareció que los animales tuvieron más tribuna para hacerse oír y por primera vez en mi vida, oí a las lagartijas cantar. No es que me haya vuelto loca o que mi oído se esté mandando solo producto de los esfuerzos del yoga, sí esas creaturas alienígenas que recorren nuestras paredes emiten sonidos iguales a los de los zorzales. Es como si aquí tuvieran más fuerza y perdieran la timidez para decir lo que piensan. En el día se silencian como queriendo guardar energías para la serenata nocturna, probablemente su fiesta parte de noche en donde los terrícolas despejan sus dominios. Finalmente para la tristeza de las lagartijas y la alegría nuestra (sobre todo porque volvió el aire acondicionado de las piezas y se fue el pegote de las sábanas) volvió la luz a la ciudad y todo recuperó el rostro conocido. De no volver la luz, se nos complicaba además el panorama porque se cortaría el agua y las calles serían el epicentro del caos.
Al dar la vuelta la noche al día y siguiéndonos al futuro nuestro querido Chile, despertamos con un espectáculo de National Geographic. Nuestros vecinos del arrozal armados con los clásicos sombreros que recordamos de las películas de Vietnam, figuraban haciendo atados de almácigos de arroz. Sólo una de las terrazas se destinó a esta misión, mientras todos las otras figuran pacientes con un lodo negro, recién arado, esperando ser plantados por estas varillas de color verde intenso. Primero sacan de la tierra un puñado de varillas de no más de 20 cm de alto y hacen un especie de ramo atado con algo que no veo bien y van dejando estos pequeños montoncitos de vida al borde del arrozal. Cientos de atados que se quisiera una novia para entrar al altar; es tan intenso el color y tan bella su forma que sólo eso sería un centro de mesa para lucirse. Pacientemente y con su espalda en diagonal a la tierra, van avanzando en su tarea que parece interminable. Otros por mientras cortan las terrazas con pequeñas heridas que permitirán que se filtre el agua entre ellas. Todo un arte que iremos apreciando día a día y que nos permitirá valorar todo lo que encierra un grano de arroz. Me acuerdo parte de un refrán que comentó la Dra. Amanda Céspedes a propósito de esto: decía si quieres trabajar un año dedícate a plantar arroz y si quieres trabajar toda la vida, dedícate a la educación. No deja de asombrarme efectivamente el dimensionar trabajo de “chino o balinés” que implica cultivar este alimento y cuánto más aún cultivar “los granos de la vida”, con el agravante que muchas veces ni siquiera se ve la cosecha. Es un acto heroico y precioso del que hay que sentirse orgulloso, aunque se nos quede el corazón y los pies enterrados en el barro las más de las veces.
Siguiendo el día que hoy Dios nos regaló, nos salvamos de una tragedia al detectar que el balón de gas de la cocina estaba con una fuga de gas muy grande. No era nuestro destino pasar a mejor vida en esta isla, así que todos los ángeles se apiadaron de nosotros y nos permitieron oler la fuga y poder solucionarla sin dormirnos eternamente ni tampoco explotar. Del cielo deben estar agotados con nosotros o seguramente han mandado refuerzos extras para esta aventura.
Para que la casa se aireará bien y para conocer más los secretos de este lugar hemos hecho una lista de todo lo que queremos ver y el destino de hoy fue el zoológico de Bali. Atravesamos media ciudad, con orientación a Ubud y comenzamos a ver nuevamente los canteros y artistas de piedras. Así que fuimos escoltados un buen rato por Budas, lindas diosas, elefantes y cuánto engendro de humanos y animales extraños. Finalmente llegamos al parque que era un típico zoo con una amplia variedad de animales casi todos originarios de estas islas, la India y África. Más que cada animal vuelve a aparecer la pesada sensación de tristeza que se ve en sus rostros. Salvo las aves, todos los demás nos miran con ojos apagados, resignados y hastiados de una vida que parece carecer de sentido para todos ellos. Los más evidentes son todos los tipos de monos y el orangután. A pesar de sus cuerpos ágiles y pelajes llamativos, sus caritas y sus manos se ven sin vida. Sólo imaginar esa vida de encierro duele. Ni siquiera juegan o se mueven en los hábitats que les han creado. Los columpios, los troncos y/o pozas que poseen están como intactos. Se sientan en las rejas y nos miran sin esperanza alguna. Es más. La verdad no miran; sólo ven… Se parecen a algunas miradas hastiadas de humanos que también se han encerrado en mundos tan pequeños y perfectos, pero que no vibran ni se iluminan con nada. para
Legítimamente podrán preguntarse para qué voy a un zoológico si puro sufro y critico. La verdad, esta situación de cómplice me incomoda mucho, pero ya dentro intento empatizar con cada uno y darles aunque sea con una reja de distancia, algo de energía y preocupación. Probablemente además, es la única forma que tenemos de admirar tanta belleza y diversidad. Me aumenta la fe al ver todo lo que Dios ha creado y cómo el abanico de colores, formas, texturas, etc. se abre sin fin.
Algunos de los animales que más llamaron mi atención fueron las aves. Qué combinación de colores más increíble. La intensidad de sus plumas es para dejar mudo al mejor comercial de fotos. Verdes, turquesas, rojos, amarillos intensos… Es ver la paleta de Dios recién salida del taller… Lo mismo sucede con sus picos y plumajes: las formas son increíbles como si hubiesen estado horas en la peluquería enroscando crestas, haciendo cachirulos en la cola o tallando nuevos diseños en sus “sombreros”. Me dejó helada la mirada del halcón. Qué fuerza Dios mío; se imponían sus ojos amarillos intensos como láser en medio de la noche. Qué decir de sus fuertes garras que pude sentirla aún bajo la protección de los guantes de cuero. Sin duda un animal digno y real como pocos.
Había unos pocos tan feos, que parecían los actos fallidos de la creación. Medios pelados, con cara de buitres pero enanos; de verdad una rareza… Porqué será siempre tan misteriosa la repartición de belleza en la creación…
En cuanto a tamaño, el primer lugar se lo llevó un cocodrilo de agua salada que debe haber medido al menos unos cinco metros de largo. Ladino, parecía un tronco grueso y tosco semi escondido en el agua, con ínfulas de inocente, pero sus ojos nunca dejaron de estar atentos y darse vuelta en muchas direcciones para vernos. Francamente creo que en dos mordidas de él pasamos a mejor vida.
En cuanto a la locura que demuestran, los más tristes una vez más los elefantes. Sus trompas no dejan de moverse sin sentido y es que están como desquiciados dando vueltas a un circuito de no más de 100 metros, a punta de pequeñas torturas que le hace un hombre en la frente con la misma hacha metálica que vimos antes. Sus ojos ya no te miran; caminan siempre con la vista al suelo mientras su cuerpo revela las marcas de una montura y cinchas que no le asientan a un animal tan grandioso. Otro loco, pero triste, es el orangután. Su cabeza está encuadrada por una forma ósea parecida a un plato que lo hace más cabezón e imponente que cualquier otro simio, pero su cuerpo está tirado en su jaula como un gigante derrotado. Como un King Kong cualquiera, sometió su cuerpo, pero sus ojos miran como si te estuvieran esperando para una venganza. Da miedo y culpa a la vez.
Al final cada animal parece tener un par en la especie humana; los hay locos, cuerdos, tristes, entregados, indiferentes, bellos, feos, peligrosos, insignificantes, venenosos, curtidos, frágiles, tiernos, ágiles… Quizás en parte Dios experimentó con cada uno de ellos previamente y su mano quedó grabada también en nuestra especie. Así se ven personas con ojos de lagarto, expresiones feroces de serpientes, la simpatía de las ardillas, las manos de los canguros, la nariz de los ciervos, la melena del león… Se nota su estilo en cada uno de nosotros la verdad… Habrá que ver con qué animal nos identifica el resto…
Lo que habría que tomar conciencia ahora es dónde vivimos y cómo. Somos libres y nuestros ojos reflejan brillo o estamos encerrados en el propio zoológico que hemos construido en nuestra mente. Distintos en forma, pero iguales todos en cuanto a lo que nos habita… Ya hace días vengo reflexionando en torno a eso. Al ver tanta diversidad de cuerpos y huesos y ahora más con los animales que me exponen el extremo de la materialidad, me convenzo más que no podemos perder tanto tiempo en lo externo; que lo importante es lo que viaja por dentro. Me he sorprendido mirando piernas, costillas, omoplatos, caderas, pómulos, pelos, pieles, brazos, manos, troncos, etc. no con afán de voyerista, sino como auscultando la verdad de su y mi existencia. Constato también mi estructura y su singularidad: sus achaques (producto del yoga ahora) y particularidades que me gustan y disgustan en la misma proporción, y me sorprendo a mi misma habiéndole dado demasiada importancia a lo material. Es como si recién lograra ver más allá de las piernas y esqueletos de todos (incluida yo) y se me trasluciera su esencia, que es como una película de luz semi transparente. Es la misma sustancia en todos, pero diferente en la fuerza que irradian, incluso de diferente intensidad entre animales y humanos y entre ellos también. Se ve clara y amplia en unos y en otros apenas perceptible, casi como muriendo. De ahí que el cuerpo se me está antojando un verdadero espejo de lo que pasa en el mundo interno desde nosotros hasta en los orangutanes. Es como si estuviera a punto de poder entender algo más grande pero que aún veo borroso. Me asusta un poco, pero es una sensación cierta y muy fuerte que a la vez me permite unirme o alejarme casi instintivamente de cada presencia. Mejor lo dejo aquí porque me da pudor seguir…
Y a propósito, el último “animal” que quiero contar, lo encontramos fuera del zoológico. Veníamos en el auto y sin querer nos paramos unos metros más delante de la línea de cebra del semáforo porque no vimos a tiempo la luz roja. Para nuestra suerte salieron cinco “hienas” vestidas de azul y con un peto amarillo de policía en el pecho. Con mucha arrogancia nos hicieron corrernos a un lado para darnos el zarpazo sin testigos. Habíamos cometido una pequeña falta como buenos turistas, pero descaradamente nos obligaron a pagarles una coima para no quitarnos los documentos. El peor de todos, el jefe, quien con su cara sonriente y hasta amable, estrujó el bolsillo de sus víctimas sin asco. Indefensos frente a tanto abuso y frente al tamaño de la jauría hambrienta de plata fácil, tuvimos que sacar todos los billetes que llevábamos y entregarlos como precio a la libertad. Qué impotencia y violencia produce el abuso de la autoridad. Se me asemejaron fieras carroñeras asquerosas, de cuyos dientes largos podíamos ver caer una saliva repulsiva. Lo peor de todo, explicarle esto a los más chicos del auto. Cómo mostrarles el lado feo del mundo sin quitarles la fe en las instituciones y en las personas. Un nuevo aprendizaje del lado oscuro de nuestras sociedades que tanto mal nos hacen a todos.
Y para el colmo de la vergüenza de estas hienas, al salir del asalto, nos paran todo el tráfico para que lleguemos a nuestro destino original: el Kentuchi Fried Chicken (que nos decepcionó con unos pollos con crispy muy picantes y escuálidos). Hasta saludos parecieron hacernos al despedirse ya saciados de su almuerzo.
Sin embargo, a pesar de todo, quizás fue lo mejor que nos pudo pasar dentro de la filosofía de dejar que la cosa suceda. Si no ahora, podríamos estar sin carnet, con una multa ante un juzgado local (no me lo quiero ni imaginar!!!) y conmigo como única piloto autorizada para atravesar la jungla balinesa. Prefiero ser atacada por las hienas que eso…
Ahora a dar de comer a todos los animales propios y a disfrutar de una noche tibia con sonidos de grillos al fondo. Qué más se puede pedir!!! (A la familia y a los amigos más cerca, pero creo que sería un poco loca esa importación…)
Mientras ustedes duermen yo me comprometo a cuidar sus sueños en mi día… Buenas noches o Buenos días, qué más da; el corazón no conoce el tiempo ni el lugar!!!
Día 17: Siguen los contrastes: Una pena grande, un aprendizaje fuerte
Hoy madrugamos nuevamente para llegar a la misa de 7 de la mañana, pero nos dimos el permiso de llegar a las 7:30. Llegamos justo al evangelio que era de Juan el Bautista (lo único que entendimos), así que no fue tan terrible. Fuimos solo los dos en la moto y ya el susto va bajando un poco al manejar. De hoy recojo una comunidad muy acogedora que nos sentó con el coro e intentó hacernos cantar. No leemos ni música ni bahasa, pero nos sonrieron muy amables como si hubiésemos sido un aporte cantando. El coro no fue de niños, sino de adultos que tenían voces preciosas por lo no bajó en nada la emoción ni la hermosura de las melodías. Al cerrar los ojos, mágicamente comenzaba un balanceo cadencioso, medio pascuense, muy envolvente que me llevó a ver a Jesús dichoso. El pesebre aún armado y el templo ya vacío fueron un regalo en donde pude orar sin la presión de los feligreses que a punto de amabilidad coartan un poco.
Se veía venir un día lindo y bendecido, pero no fue tan así. Ya llegando a la casa quisimos organizar el primer paseo familiar al famoso club vecino. Para eso había que averiguar cuánto salía y se nos ofreció un lindo mensajero (mi Tomás). Salió confiado y seguro en la moto y no pasaron más de 3 minutos cuando volvió corriendo, con la cara desarmada y muerto de miedo. Acababa de chocar con otra moto. Como todo es al revés y la visibilidad de nuestra salida está bloqueada por un poste, al salir no vio que venía otra moto y chocó a un señor con un niñito.
Qué fuerte son esas caras; justamente en esos instantes es cuando sientes que un rayo puede haber caído en tu vida cambiándola para siempre. Azar, destino, casualidad… Nunca lo sabremos. Sólo podemos elegir cómo continuar…
Gracias a Dios y a los ángeles, que ya estoy cierta están con doble turno con nosotros, sólo hubo daños materiales. Nuestra moto no prendió más porque se le descuadró la rueda delantera y la del señor, después de pagarle por los futuros arreglos, se fue tranquila. Esta vez no nos tocó una hiena, sino un alma honesta que sólo pedía su legítima reparación por el daño causado.
El tema fue la pena que se abrió en el corazón de Tomás. No pudo resistir la tensión y se puso a llorar desconsoladamente, conmigo detrás. Qué dolor ver a un hijo sufrir… Cómo habrá sido para María; de verdad inimaginable… En lo personal siempre me pasa con sus heridas o cortes que literalmente me da una fatiga y se me aprieta el estómago doliéndome el cuerpo; aún peor cuando lo que sufre son sus corazones. Multiplicado por seis, las estadísticas no están a mi favor…
Andrés y yo lo tranquilizamos, pero estaba aterrorizado. Probablemente la experiencia del día anterior se sumó y pensó lo peor. Se vio preso, detenido por policías corruptos y su mente se fue al infierno por unos segundos. Por una parte fue súper humana su reacción y sano sacarla fuera; sólo que ver a un hombre casi grande llorando, conmueve. Su aprendizaje sin duda ya es colectivo: no confiarse ni creer que uno ya domina todas las situaciones. Siempre van a ver imponderables y accidentes que nos sacan del camino planificado. Cuando se deja que las cosas sucedan, pasan muchas cosas y de ellas habrá que siempre sacar una lección. Mi niño, bajó sus revoluciones, se conectó con su vulnerabilidad y pidió ayuda.
Con todo optamos por quedarnos tranquilos en la casa y no movernos más, porque quedamos todos asustados. Nos dedicamos a escribir, a leer y a cocinar rico. Experimentando con postres locos hechos en base a leche de coco y arroz con leche; parece trabalenguas pero ambos nos resultaron bastante bien y se dejaron comer sin problema. Como ven el arroz se nos cuela por todos lados.
Mañana ya van a colegio los tres más chicos y se abre una nueva puerta que no sabemos que traerá detrás. Dios nos cuide!!!
Día 18: Una escuela de vida
Seguramente con los días me iré informando de cómo es la educación aquí en Bali con más detalle, pero no por eso deja de ser interesante compartir las primeras impresiones…
Los colegios públicos se meten a la fuerza entre medio de las atochadas calles y construcciones de la isla. Nada de avisos especiales, ni pasos de cebra de precaución. Las escuelas se aparecen frente a tus ojos igual que los supermercados o los warung (restaurantes familiares muy pequeños y llenos de platos típicos y frituras) por lo que ir atento para encontrarlos y no atropellarlos. La cultura americana en ese sentido, está a milenios de distancia, donde los menores son intocables y todo el mundo se detiene por ellos tanto literal como mentalmente. Los más pequeños son como dioses y muchas veces víctimas y tiranos de un sistema que se ha desequilibrado a su favor. Y no es que esté a favor de no verlos (todo lo contrario), pero aquí parece que el cuidado ha estado mucho más en el fondo que en la forma. Los niños viajan paraditos delante de las motonetas sin casco, caminan solos –cuando pueden- por las calles, comen de todo y en cualquier parte, juegan en los patios abiertos de sus casas (muy chiquititos), pero sus ojos se ven llenos de vida y se ríen desde adentro con mucha transparencia. No son los dioses, pero sí son sagrados. Qué ganas de llevar un poco de esto a nuestra cultura tan americanizada y con una fuerte tendencia hacia “lo plástico” donde los niños adquieren fácilmente opacidad en su mirada.
No he visto a ningún niño balinés hasta ahora conectado a una pantalla. Bendito subdesarrollo el que les permite inventar juegos con nada y con otros, en vez del ensimismamiento e individualismo brutal en el que muchos niños nuestros se encuentran. Quizás dentro de sus casas sí se conectan (lo desconozco), pero no se ven en los espacios públicos. Bueno, lo que uno logra ver de público, porque por lo menos en nuestro barrio no existe el concepto de plaza o parque. Las área verdes son arrozales y ahí sólo entran quienes las cultivan.
Los niños usan diferentes tipos de uniforme, pero con todos se ven muy lindos y ordenados. Hay unos café o color zapallo que los hace parecer niños scout. Otros de cuadrille rojo u otros blancos con azul, pero nada de corbatas ni menos chaquetas. Sólo poleras y polleras o bermudas para los hombres. No sé por qué pero no se ven jóvenes en uniforme ni tampoco chiquillos más desordenados como los “lolos” que vemos en nuestro país. Aquí la deferencia y la autoridad también se revelan en esos detalles. No se ven chiquillos fumando, ni menos tomando. Sí se ve mucha gente joven trabajando de todo un poco, en el área de servicios. El sueldo de ellos promedio al mes es de 1 millón de rupias; es decir 50 mil pesos. Obviamente acá todo es más barato, pero cuesta creer cómo se la arreglan con eso.
Volviendo a la educación, los colegios se ven ordenados y bonitos. Cada uno no pierde ningún metro para hacer algo ya que el espacio es limitado. Los niños reciben mucha instrucción en inglés y deben hacer un examen nacional una vez al año. Sorprende ver su entusiasmo por pasarlo y a la vez los nervios que traen. Un día que estábamos en la playa (la de la basura), vinieron literalmente un millar de niños que estaban haciendo un proyecto para su examen. Para eso debían entrevistar extranjeros en inglés y grabar su trabajo. En lo personal, me deben haber entrevistado uno 10 niños (en su mayoría mujeres), que tímida pero eficazmente ejecutaron su trabajo. Por supuesto, después venía la sesión de fotos con los “modelitos latinos” que traje de Chile. Es lindo ver en esas jovencitas el pudor y la coquetería que muchas de nuestras niñitas han perdido…
Ya en una mirada más específica del colegio donde van a ir los niños (el HighScope), la primera foto que saco es la acogida y la sonrisa de todos los que ahí están. La dulzura y la autenticidad se derrite por las paredes de un edificio nuevo, que tiene de todo, pero muy apretado como un tarro de sardinas metidas a presión. Tiene cancha de basquetbol, pero de la mitad del tamaño reglamentario y sin “bermas”; tiene piscina, pero de tope a tope para que quepan máximo unos 20 niños, sin jardín o espacio alrededor; el patios de los chiquititos es el camino que lleva a la piscina y es de pavimento; en ninguna parte se ve verde ni áreas verdes. Todo es techado, puertas adentro, parece como un colegio rodante en el sentido que todo espacio es utilizado al máximo y tiene variedad de usos. Falta apretar el botón para desplegar todo lo que está empaquetado.
El colegio tiene un total de 400 niños desde jardín infantil a primero medio y son todos “multi age”, mezclando dos niveles por sala (k y 1ª, 2 y 3º y así). Los cursos son pequeños y los niños utilizan diferentes uniformes dependiendo de la edad, ya que cuando son más grandes tienen la opción de elegir. Hasta 6ª los niños almuerzan adentro de sus salas y los grandes en un comedor que no es más grande que dos salas nuestras. Como explicarlo mejor… Todo es un cuarto o un sexto de nuestros espacios –que privilegio menos valorado- y sin mucha iluminación, ya que las ventanas sólo dan al corredor interior. La normativa chilena estaría absolutamente fuera de lugar aquí. Y es que parecemos gigantes en un mundo reducido. No podían creer la edad de Felipe ni la de ninguno de los niños. Es más ni siquiera soñamos en encontrarle zapatos ya que el número más grande del mercado es 42.
Los niños de todas las salas me parecieron muy ordenados y silenciosos; se trasluce de alguna manera el carácter nacional aunque hoy era el primer día de clases del último trimestre del año (para salvar el honor de los nuestros..) y podían estar más controlados que lo normal.
Para mis niños el desafío es precioso y grande. Notoriamente son los únicos extranjeros en el colegio; son más grandes, hablan otro idioma, son rubios y blancos, son más ruidosos y extrovertidos, más desordenados, más inquietos… más libres o “sueltos” quizás. Qué misteriosa bendición la que están recibiendo al abrir tanto sus mentes desde tan chicos… Si bien están todos nerviosos, están contentos porque la curiosidad por conocer es parte de ellos. Me hace sentirme muy orgullosa de ellos esta amplitud de criterio que ya es parte de su ADN, su capacidad de adaptarse a cualquier entorno, de entrar con respeto y simpatía, de tomar lo que venga y darse con libertad, de reconocer a otros diferentes pero iguales, de aceptar todo lo que pase con alegría (desde la comida hasta el uniforme…)
Ya mañana partimos oficialmente esta aventura de insertarse en el corazón del país en una jornada de 7:30 a 3:00, en donde también me inscribí para aprender y acompañar a mis retoños a la escuela de la vida.
Otros regalitos de este día fueron dos pajaritos que cayeron de su nido por la lluvia y hoy los estamos criando en una cajita de mimbre. Apenas unos pollos, destartalados y no muy agraciados pero nuestras mascotas oficiales. Por suerte los niños eligieron eso y no los murciélagos que también aparecen como pequeños fantasmas todos los atardeceres en nuestra terraza. Como verdaderas nubecitas negras cargadas de malas energías, estos roedores alados no pueden ser queribles.
Además hoy aparecieron todos nuestros campos vecinos absolutamente enhebrados con un hilo fino de color verde. Como esas puntadas torpes del costurero principiante, aparecen y se hunden en el barro, pequeñas hebras de arroz que hacen del paisaje un manto precioso de estilo rústico y étnico que evoca algo pasado y remoto. De verdad conmovedor.
Dentro de lo regalos más sutiles pero que hacen la diferencia de un día vivido con más conciencia, estuvo la lluvia intensa que nos ahogó casi como a los pajaritos pero que refrescó mucho el ambiente. Llevamos dos noches con un calor que sofoca y el agua baja la temperatura y la humedad a las acequias por un rato. Lo malo es que el calor se venga rápido y después de la lluvia, viene nuevamente un calor intenso que aplasta con una humedad que parece sombrero de plomo.
El último regalito para compartir, la comida juntos. Un festejo rodeado de chacotas y risas en donde hay que cuidarse para que no te roben la comida. Aquí nada se pierde y el reciclaje culinario pasa de plato en plato con o sin permiso de sus dueños. Los más perjudicados sin duda los chicos a los que hay que defenderle el plato de los depredadores hambrientos. Nuestro menú ha ido cada vez orientándose más a nuestra comida acostumbrada, así que las rarezas ya están quedando reducidas a jugos con jengibre o postres.
Día 19: La escuela puertas adentro
Ya llevamos dos días yendo al colegio de Bali y la experiencia parece un caleidoscopio de imágenes y emociones muy fuertes. El aventurarse a mirar siquiera, genera una suerte de mareo porque todo es diferente y no es menor el esfuerzo de todos por captar los códigos y pasarlo bien siendo extraños. Yendo desde más afuera hacia adentro, el colegio es moderno y ordenado en cuanto a su seguridad y disciplina escolar. Los guardias te reciben y te piden el nombre para vestirte de la consabida identificación de visita. Ya adentro los niños silenciosos de ayer, parece que fueron reemplazados por los verdaderos niños y gritan muchísimo. La verdad la contaminación acústica es muy grande ya que al estar rodeado de muros y cielos de concreto, sin patios ni jardines, el sonido se entusiasma con los niños y se transforma en una caja de resonancia ensordecedora.
Al principio la sensación es claustrofóbica y al rato se atenúa con el don divino de la costumbre y adaptación de nuestros sentidos. Por suerte el olor es normal… El colegio es un reflejo del hacinamiento habitual de Bali; no hay lugares separados para grandes o chicos y todos comparten los espacios, subiendo y bajando los tres pisos por escaleras, mientras no entren a clases. Es como si quisieran aprovechar la libertad de la que disponen en sólo breves momentos del día ya que el recreo propiamente tal es sólo uno y es a la hora de almuerzo. Ya entrando a clases el colegio recupera su compostura y todo queda puertas adentro.
La sensación de una autoridad fuerte se siente en la obediencia automática de los niños por los ritos cívicos, las filas que arman para entrar a sus salas y una serie de momentos de oración y orden que en nuestro país ya se extinguieron. Ya entrando en la dinámica de aprendizaje propiamente tal, hasta ahora HighScope está muy presente en la forma pero en el fondo no lo he visto. Sé que aprender y enseñar como enseñamos implica un cambio de paradigma y de compartir el control que no sé si los indonésicos están listos para integrarlo. Es interesante ver cuánta democracia y administración de la libertad está en juego con nuestra propuesta pedagógica… Y es que mirando de lejos la experiencia del colegio, la conclusión preliminar es que quizás más que venir a aprender, debí venir para confirmar que lo que estamos haciendo está bien y que tenemos un tesoro inédito escondido en cuatro hectáreas de un lejano país que nadie conoce… Sí son pocos los que saben dónde estamos en el mundo; sólo al nombrar Brasil o Argentina, se le iluminan los ojos.
Las salas son sencillas dentro de todo: los muebles, los materiales y los recursos son muy elementales pero tienen algunos lujos como aire acondicionado y computador. Todo es como de hace 40 años atrás en nuestro país: los lápices, los pizarrones, los juegos de la sala… Es como ir por una feria de provincia alucinando con los cachureos plásticos y made in China.
La rutina tiene incorporado un momento de snack donde a cada sala entra una señorita con una bandeja de sorpresas comestibles para todos los niños. Nadie lleva lo suyo, todo es comunitario y equivalente. Y digo sorpresa porque es difícil saber qué se está comiendo pero los dos días ha sido rico. Poco, pero sabroso. También está el almuerzo que varía desde bandejas servidas en las salas, fuentes con platos en las salas y para los más grandes un pequeño casino. A los ojos nuestros, Sodexo no aplica aquí y es que los restos se sacan en un balde y se dejan fuera de la sala hasta que viene una nueva señora que retira eso y los platos. Probablemente estamos muy mal acostumbrados en Chile, pero da un poco de nervio la higiene y el servicio, pero los niños no se quejan, se comen todo y siguen todas las instrucciones con mucha facilidad. Los representantes de la tribu están contentos –dentro de- porque les ha tocado comer camarones apanados muy ricos.
Yendo a lo más profundo de la experiencia el primer día fue duro y lo sufrimos todos. Qué increíble cómo nos cuesta ingresar a un entorno desconocido; cuánta presión por ser bien recibido, por entender, por darse a entender, por no parecer tonto, por tener amigos, por demostrar que eres alguien… Seguramente a todos nos ha pasado en la vida, pero el estrés no es menor sin contar la dificultad del idioma y las costumbres. La pena más grande la recibió Iñaki cuyo corazón sensible no soportó la tensión y se dejó vencer por la negatividad y pensamientos muy tristes. Felipe sólo tenía flojera y nervios y la Trini un poco de pena cuando yo me iba y el susto de no entender las instrucciones. Es interesante constatar cuán diferentes somos frente a estímulos aparentemente similares. Qué misterio esconde cada alma Dios mío; más parece una caracola llena de vericuetos que un plato raso fácil de asir y entender. Es curioso como cada uno se fija en detalles distintos que lo impactan y disponen de manera diferente frente a la vida. Los positivos por naturaleza, los seguros, los que gozan con la adrenalina; los tímidos, los pesimistas, los que les gusta sufrir… Nada puedo decir ahora, más que asumir mi responsabilidad por la carga genética que le pueda haber heredado a cada uno tanto en lo bueno como en lo que los limita o hace sufrir.
Así también sigue la diversidad en cómo reaccionamos nosotros los adultos frente a este nuevo desafío. Andrés desde la lógica de un proceso y yo desde los afectos y la afectación. No pude dejar de irme por el río de la angustia y la pena junto a mi Aki por un buen rato. Por supuesto que disimulé frente a él e intenté graduarme como psicóloga infantil, pero para mis adentros tenía el alma hecha pedacitos. Fue como si hubiesen torturado con unas tijeras gigantes sacando un mordisco con cada lágrima.
Ha sido fuerte en general el acompañar el mundo interno de cada uno en este viaje; con más tiempo y dedicación han ido saliendo “las borras” que cada uno esconde en el fondo de sí mismo y ha implicado un complejo ejercicio de orientar, confiar y lo más difícil, soltar. Creo que eso no venía en mi manual de instrucciones y ha sido un aprendizaje desafiante. Sí porque me doy cuenta que no puedo convertirme en parche de cada pena, inquietud o rabia de mis hijos o de Andrés; es imposible para mí y perverso para ellos porque no les permitiría crecer y hacer brotar sus propios recursos. No obstante el soltar me ha cansado internamente. No me es natural; me tensiona… no me es normal dejar a la Trini triste en su sala sin entender inglés ni indonésico; no me es normal aceptar que Felipe está aburrido por tener que ir al colegio y dejarlo medio amurrado en la puerta del edificio; no me es natural pedirle a Aki que confíe y goce cuando yo misma llevo la procesión por dentro. Así con cada uno supone ejercitar un músculo inexistente en mi cuerpo emocional, por eso creo que en mi curso “dejar que la cosa suceda”, estoy reprobando…
Soy capaz de soltar a mis pollos, pero con un desgarro interno más intenso que el que me produce el yoga. Hasta que no vuelven y veo sus caritas animadas hay un pedazo de mi que no está en paz. Probablemente tengo que crecer mucho más en mi fe y en la confianza de sus capacidades, de lo contrario no sé cómo estos “pajaritos” podrán volar del nido sin que su madres los coarte. Dentro de los parámetros actuales de mamá, debo ser de las menos aprensivas en muchas cosas, pero aquí la exigencia es más alta que lo común y me he sentido cual “mamita histérica” de cualquier criatura de nuestro país.
Quizás no había dimensionado que la tensión no sólo la han vivido ellos. Para mi también es una tensión todo esto. Hay miles de cosas buenas, pero también dinámicas que implican un desaprender y aprender nuevos hábitos conductuales y mentales. No puedo pretender que todos estén felices y a gusto siempre, pero es la inercia que debo parar. Así como estoy manejando en las calles y aprendiendo todo lo que encierra este caos del tráfico, debo aprender que la vida –sobre todo con una tribu tan numerosa- es un lindo caos que funciona a pesar de todo, conmigo o sin mi.
Después de esta noche oscura, el cansancio y la tensión no se han ido, pero ya se ve un poco más de alivio y aire fresco dando vueltas. Conversando con las mamás extranjeras me doy cuenta que debo estar orgullosa de lo que estoy haciendo (nadie lo haría según las estadísticas que pude sacar. De partida nadie tenía más de un hijo)) y el acto temerario ya dará los frutos que el Señor disponga para cada uno y para todos. Sólo hay que soltar, SOLTAR, confiar y perseverar!!!!!!
Quizás no es casualidad la frase que nos recibe en una pizarra del colegio que dice “nunca te rindas en el cumplimiento de tus sueños, aún cuando parezca que te van a tomar mucho tiempo, finalmente el tiempo pasará de todos modos”.
Trataré de no ir de frente contra esta dificultad adosada a mi como una lapa y buscaré endulzarla con un poco de humor y amor a lo que he sido. Ninguna pieza ha sobrado y sé que todo ha sido necesario para llegar a hoy. Ya mañana será otro día.
Para terminar con banalidades locas, estoy experta en comprar ropa de la calle para mis niños. Como los uniformes no llegan, he comprado poleras, shorts, calcetines y zapatillas a unos precios ínfimos. La calidad con suerte va a alcanzar para nuestra estadía, pero es lo que necesitamos ahora. Así que están todos los colegiales “trajeados”, listos para ir mañana lindos -y espero contentos- a su tercer día de colegio.
Día 20: Cambio de paradigma
Hay paradigmas externos como los que he comentado anteriormente y que tienen que ver con el subdesarrollo. Así hay que ir adaptándose desde el punto de vista más negativo a situaciones como el caos del tráfico, la falta de seguridad, el relajo, el hacinamiento, la basura, la falta de confianza en las instituciones y/o en los servicios. Así también da gusto ver cómo aquí persisten conductas extintas en nuestro país como el respeto a la autoridad, la sencillez, la amabilidad gratuita, la dulzura, la honradez, la ausencia de límites o rejas por todos lados y un ambiente pueblerino que acoge a pesar del desorden. Todo esto es como la vestimenta de entrada que uno debe ir cambiando para aprender y ampliar el criterio que posee, lo que por cierto no es nada de fácil. Hay muchas que damos por obvias y que en realidad no lo son. Nunca lo han sido. Siempre han sido una bendición y un regalo, desde el agua potable en las llaves hasta el pan recién horneado y crujiente en las mañanas. Una vez más qué lastima tener que ir tan lejos para valorar todos los beneficios con los que vivimos a diario.
A propósito de lo anterior hoy tuvimos un nuevo choque. Esta vez de Andrés papá. Manejando despacio por las culebras de pavimento y sin decir “agua va”, una moto se le incrustó por detrás aboyando nuestro flamante “cacharrito” nuevo. Gracias a Dios nuevamente sólo daño material, pero logra generar una inseguridad difícil de describir. Qué pasaría si fuera algo más grave, cómo será acá la justicia, qué hacer, será conveniente que llegue la policía o en mejor arreglarse tipo Far West. Después de lo vivido, Andrés se convirtió en un perfecto John Wayne y viendo que el chofer estaba bien, que era culpa del otro y que el nuevo hoyo de nuestro auto será parte del inventario, siguió andando sin hacer más lío. No obstante la sensación es ingrata. A pesar de ir con todos los “sensores mentales” prendidos, es imposible evitar que alguien te ataque por detrás. Eso sí que es imposible!!!! Gracias a Dios no iba manejando yo, porque de lo contrario no sé si me atrevería a manejar de nuevo.
Sin embargo, junto a toda esta información que hay que comenzar a procesar, hay un cambio de paradigma mucho más profundo y exigente. Se trata de la lógica con la que vivimos cada día. En el mundo occidental, estamos contaminados hasta los huesos de una lógica del rendimiento y productividad. El tiempo es un bien preciado y escaso al que hay que estrujar con productos y frutos medibles y presentables. Podría pensarse que se limita al mundo laboral, pero la verdad está en todos los ámbitos en que nos movemos. Debemos ser eficientes y productivos en nuestras vacaciones y en nuestro tiempo libre porque de lo contrario nos sentimos inútiles, incompetentes, fracasados y vagos. El ocio de verdad desapareció de nuestro horizonte y se escapó a un pedazo reducido del oriente. Se cuentan hasta los libros que leemos, las fotos que tomamos y/o los panoramas que podemos hacer. Hay que HACER siempre algo y eso debe ser medible y presentable. Todo lo que sucede dentro de nosotros durante la vida pareciera que ya no existe o no vale. Los pensamientos, las divagaciones, la creación, la imaginación, el silencio, el diálogo con Dios, el diálogo con nosotros si no es cuantificable pareciera que en la lógica del rendir no vale nada.
Por eso el cambio de paradigma más profundo que estamos viviendo en este viaje está costando un poco más. Es una ropa que llevamos pegada a la psique y al cuerpo y que no deja lugar para el mundo interior se pueda expandir a sus anchas. La angustia es el primer efecto que notamos; es sentirse desnudo frente a la vida tal cual es. Me imagino que es una sensación parecida a cuando estamos enfermos e invalidados o bien cuando ya la vejez nos quita mucha de nuestras habilidades y competencias. ¿Dejamos de valer porque hacemos menos productos medibles para nuestra sociedad de consumo y éxito? Ciertamente en el papel y en el discurso decimos que no, pero en la carne y en los huesos la canción suena distinto. Es un desapego fuerte al espejismo de vida en que nos hemos metido y un enfrentar cara a cara lo que somos verdaderamente. Somos seres espirituales por lo que todo lo que hagamos será polvo e historia en mucho menos tiempo de lo que pensamos. No así lo que seamos, que nos seguirá después de la muerte física y será el capital acumulado para la plenitud y felicidad eterna.
Una buena forma de entrar al vestidor y comenzar a modelar esta nueva ropa, más liviana, linda y luminosa es la contemplación. Desde una puesta de sol hasta los ojos de quien amamos, son escenarios donde fundir la mirada y quedarse ahí sin tiempo ni lugar en un presente infinito. Son esos momentos que te quitan el aire y a la vez te insuflan recuerdos para la vida entera. Son esas fotos que no se suben a ninguna parte, pero que quedan grabadas en el alma como el nacimientos de un hijo o un abrazo bien dado. Es energía que se plasma en el ser grabándolo con amor. Sin embargo, contemplar se nos ha hecho cada vez más escaso. Si estamos con alguien es para algo, si estamos en un lugar es para recorrerlo… así se nos va escurriendo la vivencia de estar y limitamos nuestra existencia a la mitad de todo. Es como si viviéramos en una sola mitad de la luna o con sólo un hemisferio de nuestro cerebro. Hoy el paradigma del rendimiento y la razón han infartado al de la contemplación y el espíritu.
No se trata por lo tanto de ir al otro extremo, pero sí de ir reconquistando un espacio en nosotros que nos hace mucha falta. La ropa debe ir combinándose y dejando que el traje oscuro y elegante, de paso al pareo y al color. Así funciona todo en la creación y parece que a nosotros se nos olvidó. Todo es un equilibrio; un eterno movimiento de in y out, de ser y hacer, de dar y retener, de inspirar y de expirar, de nacer y de morir…
Ojalá pueda y podamos todos los miembros de mi preciosa tribu aprobar esta nueva lección, tan profunda y desafiante. Si llegamos a lograrlo, con la gracia de Dios, estoy segura que seremos seres más completos, más felices y más fecundos para el mundo visible y el invisible.
Día 21: En el pre kínder de la vida
Tratando de ser consecuentes que el golpe recibido en los días anteriores, hoy intentamos practicar la contemplación y el relajo en cuanto al rendimiento y las exigencias autoimpuestas. Fue un ejercicio drástico de salirnos de la rueda y vivir en presencia con lo que esta isla maravillosa tiene para ofrecernos.
Todo el universo fue cómplice de nuestro esfuerzo por sintonizar con la frecuencia más profunda donde viaja Dios y nos regaló un día luminoso y tibio. El calor perfecto y la brisa necesaria a ratos, como si los ángeles nos echaran viento cada cierto rato para refrescarnos. Coordinaron también a unas pequeñas nubes, golosas, redonditas llenas de agua y azúcar que le dieron un descanso al sol y llenaron el ambiente de olor a incienso y jazmín.
Para no forzar más el destino, decidimos hacer una cimarra colegial y no madrugar tanto. Las “vacaciones” nos vinieron estupendo a todos y pudimos reponer el cuerpo y el alma que estaba descompuesta.
Así que decidimos hacer lo que nunca habíamos hecho y nos dimos permiso para partir al Club de al lado con los dos chicos y Andrés. Del subdesarrollo nos fuimos al mundo plástico y perfecto de Epcot, pero nos hizo muy bien por un rato. El tumbarse en unas sillas ricas, el nadar en una piscina de color falso, los juegos perfectos y unas papas fritas gringas, fueron el panorama perfecto para sentirnos seguros y con un universo controlado por unos momentos, aunque sea un espejismo, aquí en
Indonesia o en cualquier lugar del planeta.
Con este viaje hemos logrado tomar conciencia en carne propia de la transición que hemos experimentado como generación y como país. Antes, cuando yo era chica, Chile era como Bali ahora con lo bueno y lo malo que hemos vivido acá. En todos estos años, a través nuestro se han ido construyendo autopistas, mini markets, malls, tiendas de lujo, servicios y bienes que jamás hubiésemos ni siquiera imaginado, pero con ello también se nos fue llenando el pozo de la vida y hoy estamos bastante rebalsados. Con menos parece que es más fácil compartir, empatizar, sonreír y gozar con el agua que mana desde dentro nuestro.
Qué dilema Dios mío; cómo transitar al desarrollo sin perder lo humano. Quizás es inevitable y la única forma de volver al equilibrio….
Después de este “batido de proteínas de occidente”, nos fuimos a nuestra casa a continuar nuestra terapia de recuperación. Los más grandes se fueron a surfear y los demás a descansar y finalmente a la playa que nos queda cerca.
Es en ese lugar donde el equilibrio parece esconderse. La inmensidad del mar, los colores preciosos del cielo, el movimiento de las olas, el reventar de la espuma en la arena, el entorno natural y no intervenido, la temperatura ideal, la música que suena a lo lejos, el sol suave llegando a los ojos, los surfistas bailando como peces saltarines, los perros persiguiendo palos en el borde del agua, la carita bronceada de nuestros niños, el pelo revolviéndose con el viento, los juegos espontáneos de los más jóvenes, la foto romántica de los enamorados, la risa coqueta de las mujeres, el caminar pausado de los más viejos, los murciélagos comenzando a despertar como golondrinas redimidas, los aviones que cruzan el cielo en silencio, las luces que comienzan a prenderse a lo lejos, los pies apoyados en la arena húmeda y temperada, la piel que te tironea con la sal, los pensamientos lindos que empiezan a florecer, los sentimientos gratos que comienzan a surgir, las emociones cálidas que te envuelven… Todo esto y más se convierten en un pesebre, en una cuna que te mece en los brazos amorosos de Dios. El color rosa, turquesa y amarillo del cielo, confirman la presencia de su pincel y el amor hacia lo que eres, lo que vives, los que amas y los que extrañas. Todo se hace una sola canción en el corazón que te permite agradecer la maravilla de estar vivo.
Junto con este pesebre de arena, mar y cielo, el caos persiste en las calles y el peligro en cada esquina; de hecho por tercera vez estamos sin luz (el sistema no es suficiente para la necesidad de la isla), pero permite integrar mejor de qué se trata todo esto de existir.
Termino este día agradecida de la pausa, esperanzada del mañana y dispuesta a enfrentar lo que venga con fe y alegría. Hoy Dios me bendijo con su paz y me permitió degustar la libertad que sólo él puede dar; qué más pedirle a la vida!!! Creo que ya estoy cursando el pre kínder de la verdadera razón por la que hemos venido.
Día 22: El templo de la naturaleza
Saliendo de la rutina y aventurándonos nuevamente al azar, esta vez escogimos como destino uno de los lugares más famosos de Bali para visitar: El templo Tanath Lot. Ya armados de coraje, volvimos a atravesar la jungla de autos y motos y comenzamos a alejarnos de la ciudad. Los arrozales conquistaron más espacio con su verde intenso y el campo recuperó su lugar. En los caminos –siempre muy delgados y peligrosos- nos deleitamos la vista con puestos de frutas lindísimos que consistían en camiones pequeños o camionetas que en su parte posterior exhibían orgullosos dragon fruits, rambutanes o imponentes mandiocas. Así también por primera vez divisé invernaderos de plantas. Había muchos. Parecían entradas a un mundo mágico de duendes y hadas. Todos llenos de pasadizos pequeños, coloridos, con túneles de plantas que protegían el encanto que ahí dentro parecía darse. No los visitamos pero realmente me acordé de una selva viviente, llena de lianas, ramas y hojas luchando cuerpo a cuerpo por ganar espacio. Algunas flores locas se divisaban desde el pavimento, pero era el conjunto de verde y color lo que cautivaba la atención. Por primera vez vi barracas de bambú; como tallarines gigantes de color verde, amarillo y café (según su estado), se erguían majestuosos, perfectos a la orilla del camino. Ya tendré la oportunidad de inspeccionarlos más de cerca, pero es una planta maravillosa. Basta verla como andamio en todas las construcciones para dimensionar su fuerza y su estilada figura. Otro elemento que nunca cansa de mirarse es el trabajo en madera: como si no costarán días o meses de trabajo, puertas, esculturas y retablos se apoyan en las estrechas veredas, como esperando alguien que valores este arte. No hay espacio sin un tallado, sin una figura minúscula que se haya formado bajo las manos diestras de algún artesano que no se divisa. Sólo sus obras son testigos de nuestras miradas.
Ya acercándonos a nuestro destino, comenzaron a impactar la vista centenares de locales para turistas. Dicen que este lugar es el más concurrido de todo Bali y nos asusta con cuánta gente nos vamos a encontrar. El despliegue de colores, olores y formas seduce cada paso y la verdad la tentación no da salida. Hay cosas preciosas a precios que jamás pensaríamos. Ya armados casi todos con algún trofeo de turista, cruzando un portal de piedras, nos encontramos con el templo. Se dice que lo mandó a construir un iluminado que reconoció este lugar como un espacio sagrado. Por ello mandó construir siete templos del mar, que en cadena pudieran verse uno a uno.
Vamos parte por parte desmenuzando esta maravilla. Primero que nada el iluminado tuvo razón. Este es un templo de la naturaleza, realzado por un templo humano. La costa escarpada de piedras negras con vetas doradas y grises se ha dejado atacar por milenios por las olas del mar. Estas son agresivas y su paso no se deja de notar. Formas, cuevas, agujeros, socavados y erosiones en la tierra dan muestra de su furia sin cesar. Pero más que furioso el mar ha sido un artista que ha esculpido una obra de arte para mirar. La arena y las piedras son negras, pero salpicadas de un incipiente musgo verde, que le alegran el rostro a esta tierra sagrada. Las olas revientan y llenan el ambiente de espuma, de brisa salada, de viento delicioso de mar. La llovizna también se le une y completan un entorno majestuoso, dramático y lleno de nostalgia.
No resulta difícil imaginar a cientos de hombres construyendo este templo de roca azotada por la inmensidad. Lograron apaciguarla y edificaron escaleras y superficies que comunican el cielo y las profundidades del mar. Caprichoso el templo, sólo se deja visitar a ratos, cuando la marea le da tregua al caminar. Se cruza por un mar tibio y se llega a esta especie de nave encumbrada y escarpada. Nos esperan los hombres sagrados de hoy en día para bendecirnos y recibirnos. El rito es con agua sagrada, arroz en nuestra frente y una flor para decorar. Seguro es mucho el negocio, pero no deja de ser sagrado el momento y el lugar. La nave negra esta coronada por arbustos verdes y buganvilias rosadas que se dejan mirar desde lejos. Nadie puede entrar a este templo, sólo sentir sus pies de piedra y pasar. En la cumbre se ven altares coronados por sombreros de paja negra, se huele incienso, se escucha el viento sonar.
Antes que el mar se acordara de volver a aislar su templo, nos pusimos a recorrer la costa. Cada socavón de piedra era una delicia, que escondía sonidos, conchitas y cangrejos. Fue inevitable cerrar los ojos y durante un rato dejar que el viento lleno de lluvia nos purificara y nos conectara con el más allá.
La costa negra estaba rodeada de verde intenso. La última capa antes de hacer cumbre, cambiaba al pasto turgente, al arbusto generoso y a las raíces de los árboles que aquí prefieren vivir fuera de la tierra.
De lejos comenzamos a ver cómo los pequeños turistas de colores se acercaban a la planicie de roca que antecedía al templo. Las olas parecían furiosas con ellos y les reventaban en la cara dando un espectáculo precioso y aterrador a la vez. Parecía como que en cualquier momento se llevaría uno como sacrificio.
Saciados de tanta maravilla natural, nos fuimos a almorzar para hacer hora para el atardecer (que es lo más lindo del lugar). De lo nuevo que compartir, destaco los choclos a la parrilla con o sin picante que son deliciosos. Los venden en unos carritos y valen 500 pesos. Son una maravilla digna de llevar a Chile. También nos aventuramos con el famoso jugo de palta con chocolate que fue una sorpresa bastante agradable. Suave, como leche y con un dulzor especial del cacao que si bien no quitaba para nada la sed, se dejaba tomar con mucha facilidad. Además el color verde y café juntos eran muy lindos juntos.
Sigue siendo un misterio el tema de las fotos que nos piden. Cada cien metros viene una carita tímida pero ansiosa a pedirnos por favor si podemos salir en sus cámaras o teléfonos. No hay un parámetro que nos permita adivinar el motivo. Si bien las sospechosas jovencitas locales son muy evidentes con nuestros exponentes latinos, también es muy cotizada la Trinita, Iñaki y yo misma. No me atrevo aún a preguntar el motivo, pero observando no es frecuente con otros turistas. En todo caso es una dulzura cuando te lo piden y puras risas que te regalan agradecidas, así que a ser siendo famosos no más.
Dentro de las novedades que hoy degustamos fue el famoso café Luwak; el más raro y caro –dicen- de todo el mundo. Está hecho con la semilla de un fruto que se come un Luwak (un especie de lémur o zorrillo muy puntiagudo de cara y cola frondosa) y que luego la hace por el otro lado. Limpiecita, la muelen y la hacen café. La tacita nos costo 1.300 pesos y la verdad era bien rico. Era aromático, sabroso y medianamente denso, sin embargo puede ser que mi paladar no sea digno de tal elegancia, pero no me pareció proporcional tanto esfuerzo para un café bien parecido a cualquier otro.
Dentro de las esperas para el atardecer, fuimos a ver un parquecito de pájaros, serpientes y otros animalejos extraños. Los niños tocaron una pitón de 5 metros, había dos búhos custodiando la entrada y un papagayo blanco muy enojón. Los que no me dejan de convencer –aunque sean elegantes y perfectos como la seda- son los murciélagos gigantes. Se cuelgan de una mano y se esconden con sus alas como una capa de raso negro que les da su maquiavélico aspecto. Sólo queda fuera su cabeza de forma triangular y unos ojos muy poco amistosos que te miran solapadamente.
Finalmente entre medio de más fotos y murciélagos, llegó el soñado atardecer. Cuando parecía que las nubes no le darían tregua al sol; este se abrió camino a manotazos y salió imponente a menos de unos 20 cm casi antes de hundirse en el horizonte. Como un plato dorado se fue dejando caer derritiéndose entre medio de las nubes llenas de formas. Fue un espectáculo de naranjas, dorados y rosas que se contagió al resto del cielo por unos minutos. Las nubes antes grises, comenzaron a llover como algodones de azúcar rosados que caían al mar como cortinas. El paisaje se hizo de un tono dorado y se dibujó todo con muchísima nitidez. La nave del templo cortaba el mar con su penacho verde y rosa de buganvilias; el agua se volvió de un verde y grafito muy brillantes; los árboles de la costa respondieron con mayor intensidad en sus colores y por un segundo todo pareció una fiesta. Ya viajando hacia la cordillera chilena, el sol se alejó de nosotros pero dejó una estela rosada y amarilla que duró por mucho rato.
Tanto que cuando salimos ya era de noche y hasta los murciélagos se habían ido. Desafiando la suerte volvimos serpenteando entre los arrozales, agradecidos de haber contemplado el templo que Dios creó en estas islas.
Esto fue lo que ahí escribí:
Los templos están vivos, con el hombre o sin él. Las piedras esconden sus misterios, la sangre y el sudor de la humanidad. El mar intenta ocultar la historia pero la naturaleza verde se rebela y crece así, sin más. Las escaleras esculpidas a pulso suben al cielo, bajan a las profundidades del mar. Oh templos sagrados; oh, altares de Dios, bendigan nuestra presencia humilde, agradecida, mientras alabamos al Señor. Todos los autores sucumben al tiempo; se borran como ecos contra el mar. Se olvidan sus nombres, se diluyen sus voces; su mirada se esconde, sus huellas se vuelven a borrar. Errantes por el tiempo y el espacio, nuestro ser se pierde en un aparente azar. Venimos aquí a respirar hondo, a mirar lejos, a escuchar los sonidos del más allá. Venimos a tocar la humedad en nuestros rostros, a degustar la sal, a gozar con el andar. Nuestras obras nos confunden y nuestros nombres queremos grabar. Sin embargo todo pasa; sólo nuestra vivencia podemos atesorar. Gracias Señor por estar vivos. Gracias por respirar. Que en el ocaso aprenda a qué he venido y aprenda a vivir en paz.
Día 23: Tormentas y días de sol
Después del oasis de paz que la naturaleza nos regaló el fin de semana, tuvimos que ir volviendo a la ciudad y su dinámica de contrastes permanentes. Y es por eso que Bali puede explicarse anímicamente con su clima: en las noches las tormentas pierden toda inhibición con la ciudad y cumplen el contrato pre establecido de llenar toda la tierra de agua tan abundante que se cuela por todas las rendijas y se acumula en los campos de arroz. Llueve con tanta intensidad que no parece haber espacio ni siquiera para la vista. Es una cortina semi sólida que te corta el paso y te expone la pequeñez que te pertenece. Pero luego, como un cambio de escena, el sol se hace día y todo reverdece y la tormenta pareciera no haber existido. Las nubes se pintan de algodón nítido y apetitoso y la pequeñez se convierte en potencia, en aventura, en poder… Los únicos dañados que logro percibir son los maestros de la construcción del lado nuestro. Sus fundaciones se llenan de agua cada noche y deben sacar el agua en balde para comenzar nuevamente su tarea. Realmente parecen como esclavos modernos; su cuerpo es muy delgado, su espalda está siempre a la intemperie y sus brazos no paran de trabajar. Si nos levantamos a las 6:30 de la mañana, ya están ellos baldeando su obra, a las 12 de la noche, se afanan a punta de una pequeña luz que cuelga de una ampolleta. Todo parecen hacerlo a mano, no se ven máquinas, no existen horarios, ni baños, ni siquiera una mesa o cubiertos para comer. Se duchan con un tarro, se cocinan y comen en el suelo y duermen a nuestra vista en el suelo, en un colchón. A pesar de tanta miseria y aparente explotación, nunca dejan de sonreír ni de trabajar…
Bueno, así es Bali. A ratos te asusta y te ahoga con su tormenta y luego te asombra y acuna con su sol.
Dentro de los soles que hemos vivido esta semana pudimos ya estar más tranquilos con el colegio de los niños. Si bien no van fascinados, por lo menos ya no van llorando ni torturados como antes. El corazón respira un poco más aliviado y ellos vuelven contentos y llenos de historias cada vez que los vamos a buscar. No sé qué tanto estarán aprendiendo ya que más parecen estar ocupando su tiempo en leer o en el computador, pero la experiencia se le cuela por los poros y las semillas que vinimos a sembrar en ellos se comienzan a ver brotar. Primero el ayudarse y cuidarse es un privilegio lindo que atesorar: a la Trinita se la pelean sus dos machos rubios, como un tesoro que cuidar. Ella, regalona, se deja querer, pasando de sala en sala y de mano en mano entre Felipe y Aki.
La tormenta viene con el camino que nos conduce a él. No pudimos encontrar un sendero más flaco y concurrido, lo que supone una tensión cada ida y venida a él. No parecemos acostumbrarnos al peligro, porque las acequias nos acechan, los camiones impacientes nos tocan la bocina, las motos salen como de alcantarillas escondidas y los hoyos se contagian unos a otros en profundidad y dimensiones. Ahí fue donde chocaron a Andrés, ahí es donde hemos visto choques.. Sólo encomendarse y cerrar los ojos hasta que salga el sol…
A los grandes el surf los sigue conquistando aunque ya de cerca supone gran esfuerzo y dedicación. Los estereotipos bronceados y diestros de las olas han desaparecido y han surgido pequeños puntos, miles, que están horas de horas intentando agarrar una ola y cabalgar en ella con gracia. Pero la verdad son muy pocos los que lo logran y muchas las horas que pasan ahí.
A continuación, un pensamiento inevitable que escribí al relacionar su oficio con la vida misma:
Has tenido alguna vez la oportunidad de mirar por un buen rato a los surfistas tratando de conquistar las olas. Probablemente desde la ignorancia o desde las imágenes pre concebidas que poseemos, uno supone que el arte de tomar una montaña de agua en movimiento y deslizarse por ella como un pincel, es fácil y que no implica mayores esfuerzos o errores. De ahí que resulta interesante constatar que del 100% de surfistas de una playa, no son más que un 2 o un 3% los que logran dominarlas por más tiempo del que uno demora en fotografiarlos. Todos los demás pasan mucho más tiempo persiguiendo las cumbres apropiadas, hundiéndose para no ser embestidos, cayéndose y volando por los aires o de frentón descansando de tan agotadora tarea. A veces aunque todas las condiciones se den, deben renunciar a la posibilidad de cabalgarlas porque ya alguien la ha tomado antes y se respeta ese código sagradamente. La imagen nos ayuda a entender un poco cómo funciona la vida. Del 100% de seres humanos, son pocos los que parecen dominar el arte de existir y perseverar en ese aprendizaje. Son muchos más los que sólo nadan infructuosamente, se hunden, se cansan y tienen que ceder su lugar a otros que venían de antes. Así también podemos asemejar la vivencia a las ideas o proyectos que queremos llevar a cabo. Sólo unas poquitas podrán fructificar; las demás puede que se nos caigan, que no podamos tomarlas o que de frentón otro las realice primero. Así funciona. ¿Y quién logra agarrar la ola? El que permanece en el mar, el que persevera, el que no pierde la fe, el que sigue mirando la próxima ola por venir y el que sabe que tarde o temprano podrá conquistar –aunque sea por un rato- el díscolo océano de la existencia.
Este arte –como todos- supone entonces mucha perseverancia y voluntad. Por lo menos los exponentes de nuestra tribu ya tienen el pecho medio deshecho con las heridas que se hacen con el roce de la arena y la tabla. Si bien este colegio es más informal también supone aprendizajes y coraje. Así ellos experimentan las tormentas y los días de sol a diario y nosotros detrás con ellos.
Cada tarde vamos a ver la puesta de sol a la playa Barawa. Nos ponemos en el tronco de siempre y contemplamos la maravilla de poder disfrutarla. Ahí es inevitable pensar en los que amamos, en los que están al otro lado del sol, cada uno con sus tareas, bendiciones y dolores que nos aprietan el alma sin poder consolarlos. Desde aquí no se logra alcanzarlos, pero el corazón se va pegado al sol esperanzado de que sientan el abrazo, el cariño y el amor.
Esto fue lo que ahí escribí:
Se va el sol en el horizonte y con él se van guardando las vidas. La noche se acerca hambrienta y es tiempo de buscar refugio, proteger lo sagrado, volver al hogar. A lo lejos el astro se encamina a levantar a otros, a arrimar sus vidas e invitarlos a salir. Unos se guardan en la penumbra; otros madrugan con el amanecer. El mismo sol marcando ambas vidas, dibujando una línea que divide su existencia en dos aparentes dimensiones sin fin. Así también la vida a veces nos oscurece el alma; otras veces la llena de luz. Sin embargo, como el sol la vida es la misma, sólo una línea sutil cruza el horizonte dibujando las dos caras de una misma faz. Hay que esperar que el tiempo diluya el trazo que parece dividirlo; todo es el mismo devenir. Éxito fracaso, compañía y soledad, elocuencia y silencio, fecundidad y esterilidad. El que se haya en el ocaso, que crea en el futuro amanecer. El que disfruta de la aurora, que no olvide el anochecer. Así es el sino de la existencia hasta que ya no haya más noche y la luz de Dios nos rodee sin fin.
Así Bali nos va sorprendiendo con alegrías y con limitaciones, con momentos de gozo y otros de franco temor u horror. Dentro de los primeros, ver cómo se nos va armando una rutina más estable y proyectable para los meses que vamos a estar acá. Una rutina de lujo donde podemos ir a buscar y a dejar a los niños al colegio, donde los más grandes se ejercitan, donde podemos ir a ver la puesta de sol cada vez que queramos y donde el cocinar y el estar juntos es una bendición. También dentro de lo bueno, la posibilidad de hacer yoga, de escribir, de plasmar y tener el tiempo para estar conmigo y con cada uno sin prisas ni responsabilidad que me desgaste la energía. De hecho en un momento de angustia y desesperación evaluamos la posibilidad de abandonar la aventura, regresando antes a Chile, pero la tentación no duró más que el canto de una lagartija. Cómo renunciar al privilegio de haber “comprado tiempo sagrado”. JAMAS, aunque me caiga a las acequias y me muerdan los murciélagos.
No es orgullo, pero sí regocijo tomar conciencia de lo valientes que estamos siendo cada uno de nosotros y la tribu en general. Nos cuesta imaginar a otros haciendo tantas locuras y arriesgando tanto en cada paso que damos. Sin duda un aprendizaje de vida que nos marcará por siempre. Dios nos plantó en el corazón semillas de aventureros, de soñadores, de temerarios, de Quijotes, de emprendedores, de puntas de lanza, de cometas, de naves que cruzan el océano para conocer nuevos mundos, aprender de ellos y llevarlo a nuestra comunidad. Siento que en cada uno, se ha abierto un cofre inmenso donde vamos guardando cada día tesoros que serán inolvidables. Como Aki que ayer fue a clases de religión católica en indonésico y logro reconocer el Credo y el Ave María e intentó seguirlo con sus 6 compañeros que profesan este fe. O como Felipe quien organiza juegos de básquetbol con amigos que no le pasan el hombro y cuyo color de piel y ojos hacen el calce perfecto para una publicidad de Benetton. O la Trini que aprende a comunicarse sin idiomas con sus amigas, sus profesoras y a comer comida que no sabe reconocer. El Benja y Tomás atesoran la necesidad de interactuar con surfistas de todo el mundo, aprender con humildad de ellos los trucos y socializar con personas tan diferentes a ellos. Andrés Jr. es quién más lleva a su cofre experiencias de apertura y cómo la realidad y la verdad se despliegan en un abanico infinito. Nada es tan blanco ni tan negro y en todos se puede admirar un matiz de gracia y belleza. Andrés papá, atesora una vida de niño, más libre, más entregado a la voluntad de Dios, acercándose al corazón y al ser de todos nosotros. Yo por mi parte atesoro la vivencia de unidad, de valentía y temeridad, que supone estar aquí como una fuente fecunda de libertad, de florecimiento y de paz.
Día 24: Kuta, un tatuaje del ocaso de la humanidad
Ya habíamos ido antes a la playa de Kuta y la impresión no había sido buena por la suciedad y el hacinamiento. Esta vez quisimos ir a recorrer las calles y caminar por el barrio tan famoso aquí en Bali.
Ya al llegar la energía que emanaba de las calles nos impactó. ¿Cómo describirlo?. Quizás lo más fácil el olor. Aunque sutil, las calles olían a alcohol, a acidez, a transpiración, a decadencia, a abuso, a podredumbre humana, como la antesala de un basurero. Y no es que viésemos basura en los suelos, pero destilaba algo triste, ahogado, consumido y turbio. La calle larga no dejaba espacios sin tiendas llenas de suvenires, vestidos, bares, restaurantes y pequeños hoteles. Aunque estamos en temporada baja, se ven muchos jóvenes extranjeros, blanquecinos, tipo pícnicos que más que playa, revelan trago y “eterna diversión”. No puedo dejar de pensar como mamá y verlos con tristeza y preocupación.
Cada diez o veinte metros, se repetía el ícono de la perdición –por lo menos a mis ojos prejuiciosos- los centros de tatuajes. Qué misterio revela esta costumbre. La piel es como el libro sagrado donde vamos imprimiendo nuestra historia y me cuesta comprender el gusto por sellarlo para siempre con ilustraciones que de arte dejan mucho que desear. Arañas subiendo por el cuello, monstruos bajando por los brazos, seres diabólicos que trepan por las piernas, todo lo que vi tatuados en los cuerpos de los caminantes me parecieron escudos para espantar a la gente. Verdaderas máscaras para no mostrarse y asustar. Si a eso se le agrega el agravante del dolor, del peligro y lo irreversible del proceso, se me ocurre pensar en auto flagelo para sentirse vivos, cuando ya la muerte interna los acecha muy cerca. Conozco tatuajes románticos, artísticos y sexis, pero estos de Kuta obedecen a una lógica más autodestructiva que no deja de doler.
A diferencia del verde de los arrozales, de las sonrisas dulces y de los jazmines e inciensos por doquier, esta ciudad ya huele a ocaso, a desolación y a perdición. Dios la cuide!!!
Ya de vuelta, tuvimos el mayor peligro de todos. Aún me da terror acordarme… Veníamos de vuelta camino a buscar a los niños y nos paramos en una luz roja. De pronto, un policía me toca la ventana y nuevamente vimos los dientes y manos manchados de sangre… Nos dijo que estábamos pisando un pedazo del paso de cebra (como si hubiera alguno visible en esta ciudad) y que nos estacionáramos a un lado para poder multarnos y acometer su asalto. En esos segundos de tensión e incertidumbre en que uno hace las locuras que salen sin reflexión, dieron la luz verde, Andrés me miró y le dije, arranquémonos Nos hicimos que no entendimos, le dije gracias al policía y partimos despacio pero con el corazón en la mano. Una catarata de miedo se apoderó de mi cuerpo; fueron segundos de terror en que visualicé cárceles, radio patrullas persiguiéndonos o motos saliendo de las acequias para detenernos. Durante diez cuadras no respiramos. Por primera vez en nuestra vida nos arrancamos de la policía. Andrés Jr. casi iba en shock y los demás haciendo bromas como para hacer que lo que acabábamos de hacer no existía. Vimos más policías que los que nunca habíamos visto y todos ellos me parecieron demonios hambrientos y tenebrosos.
Fuimos a buscar a los niños al colegio y hasta que no estacionamos el auto en la casa no descansamos. No sé si fue el impacto de la tensión, pero caí muerta de cansancio y aún tirito al ver la cara del policía de sorpresa al despedirme de él..
Como ven Bali es lluvia y sol. Ofrendas, dioses y demonios, combinados en una aparente perfección. Sólo hay que aprender a adaptarse, encomendarse y cuidarse, dentro de lo que la ciudad permita.
Día 25: Candidasa y sus alrededores
Antes de partir yo a Yakarta y Andrés a Singapur quisimos aprovechar el fin de semana para seguir conociendo los miles de puntos que Bali ofrece como un calendario de adviento. Cada ventanita que uno abre, es una sorpresa llena de maravillas pero con la cuota incluida de adrenalina que tensiona hasta el estómago más firme.
Salimos por una de las pocas carreteras de Denpasar –que no es más ancha que Américo Vespucio y sin parques entremedio- cuidándonos de la visita de policías o accidentes. No es para aburrir a nadie con el tema, pero en cada vuelta se encierra un peligro o una maravilla. Un espectáculo único son las motos y su versatilidad para convertirse en tiendas rodantes de cualquier cosa. Las mejores que he visto hasta ahora son una que parecía equeco con cuántas cachivaches de plástico se les pueda ocurrir. Había instalado como dos cortinas de alambre a los lados de la moto y de ahí colgaban en cascadas tantos artículos como colores. Su superficie se triplicaba en el ancho y al chofer sólo se le veían las manos; hasta peluches llevaba colgando. El segundo mejor fue un vendedor de huevos; fácilmente llevaba 80 bandejas de 30 huevos equilibrados a lado y lado de su montura. No sé cuántos llegarán enteros pero más de una tortilla armaba seguro. El tercer lugar siempre se lo pelean las familias numerosas: va el papá , la mamá, el niñito chico paradito adelante, otro entre medio en el asiento y una guagua en los brazos de la mamá. Increíble e impensable para nosotros…
Ya saliendo de la ciudad, el nervio se relaja un poco y se puede comenzar a mirar el paisaje que siempre es una maravilla. Los cerritos aparecen y se ven tupidos de verde; es como un tejido de canutón con lana gruesa donde se aprecian como porotos que se encaraman unos arriba de otros. Me imagino pintándolos y me encantan. De hecho los he pintado antes de conocerlos; sólo me faltará agregar los arrozales bajo ellos que son como los cántaros que recogen toda el agua que estas quebradas regalan. De vez en cuando se ven construcciones de latón muy pobres, que aprietan el corazón…
Camino a nuestro destino pasamos a Padang Bai, para averiguar cómo cruzar después a Lombok, una isla que pronto visitaremos. Es un pequeño puerto que gira en torno a los ferris y transportes que ofrecen, pero da pena por su pobreza y por la tristeza de las caras que pudimos ver. Si bien el color turquesa del agua invitaba a quedarse, barcos semi hundidos y los escombros y basuras a la orilla del mar, te hacían salir arrancando. Pequeños locales ofrecían sus productos, pero de verdad daban más susto que apetito. Un señor asaba un trozo de pescado en medio de una especie de tostador directo a unas brasas, otra señora freía una molienda desconocida y así todo muy precario y sucio. Como “decoración” de sus puestos había varios que tenían gallos encerrados en jaulas de mimbres individuales. Como esas que uno pone para proteger las fuentes de las moscas, las aves hastiadas hasta cantaban todas al mismo tiempo, como señal de protesta. No podían moverse ni volar; ni siquiera pelear con el gallo del lado, más no fuera con su voz. Ahí se me acercó una señora muy dulce que me calzó con un collar de madera de “regalo”, el que no tuve fuerza para devolver. Finalmente tuve que comprarle un elefante metálico porque según ella yo había sido muy amigable y su karma era ese. Nada que hacer!.
Salimos del puerto sin almorzar por el bien de nuestra salud y después de unos 20 minutos llegamos a Candidasa. La verdad el lugar sigue siendo tan lindo como el paisaje anterior, sólo que aquí se viene de golpe a la orilla del mar. Hay rocas gigantes que asemejan barcos en frente de nuestra ventana y un horizonte infinito de color gris que nos rodea y sobrecoge. Ahí estábamos contemplando cuando comenzó a llover. Primero despacito, después un poco más fuerte y finalmente un verdadero diluvio de agua, rayos y truenos nos comenzó a caer en la cabeza. El suelo en segundos se convirtió en un espejo de agua de por lo menos 5 centímetros y la piscina que teníamos al frente se transformó como en una olla en ebullición. Asemejaba vapor saltando y no te dejaba ver a más de 10 metros. Una maravilla bañarse con lluvia, una sensación de vida muy intensa masajeando como el mejor hidromasaje del mundo. Pero como si fuera mucho el momento, el cielo se encabritó y comenzó a acercarse con sus arañazos eléctricos. Rayos feroces iluminaban todo y después nos dinamitaban en los oídos sin ninguna misericordia. Caían tan cerca y con tanto estruendo que nos asustamos. Qué sensación de indefensión más fuerte. Si bien las probabilidades de que te caiga un rayo son muy bajas, no deja de dar miedo que del mismo cielo puede venir tu destrucción.
De verdad es distinto hablar de tormentas que vivirlas a la intemperie… Aquí lo que escribí a raíz de esto:
Muchas veces hablamos de tormentas y cómo hay que esperar que pasen aludiendo a los momentos malos que a veces experimentamos en la vida como un lugar común. Sin embargo, no sé si es tan frecuente vivir una con el cuerpo y el alma prácticamente en cueros, sobre todo cuando esta se convierte en un verdadero desahogo furioso del cielo. Es diferente cuando se está protegido, cuando se ve desde lejos o cuando se está bajo techo. Una tormenta furiosa, con vientos, con rayos y truenos a tu alrededor, se convierte en un ataque personal y en una lucha por la sobrevivencia sin saber de dónde ni cuándo vendrá el próximo ataque. No puedes ver, apenas oyes y el cuerpo se entumece de pavor. Pareciera como que hasta el mismo Dios te dejó abandonado en los confines de un diluvio del que no se puede arrancar y en donde la muerte la sientes tan cerca como si el fuego del rayo te cortara por la mitad. ¿Qué hacer? Guarecernos con lo que podamos y sólo esperar y confiar. Ni uno de nuestros cabellos escapa a la vista de Dios; ni uno de nuestros respiros está desprotegido de su presencia. Sólo podemos entregarnos a su voluntad y contar con que pase lo que pase, estamos entre medio de sus manos y adentro de su corazón. Si esto pasa con las tormentas reales, mucho más aún con las tormentas del alma. A esperar, que ya viene el horizonte limpio, ya viene el sol.
Después de una hora de desahogo de la naturaleza, esta se calmó un poco y pudimos volver a contemplar un océano planchado. A la vista apareció un barco de conteiner más asustado que nosotros y el cielo volvió a distinguirse del fondo, con un poco más de nubes y menos gris que antes. Lo escalofriante es que si bien los rayos se alejaron de nosotros, no perdonaron al techo de cielo que nos cubría; como una verdadera guerra celeste, cada dos o cinco minutos se iluminaban las alturas como en una película futurista. No cedió en toda la noche, pero por lo menos se apiadó de los humanos que estábamos en tierra. No me hubiese gustado estar volando por las nubes en esa noche.
Mirando este espectáculo nos atrevimos a salir a comer por un barrio más bien desierto, que se explica justamente por la baja temporada que ocasionan las lluvias, pero pudimos por primera vez en estas tierras comer un pastel de manzanas con helado de vainilla. Por supuesto que era sólo una bolita y la masa estaba un poco gruesa, pero fue agradable degustar algo más occidental. Al despedirnos descubrimos a la inglesa dueña del restaurant, que estaba feliz que le celebráramos su receta.
Al día siguiente, como si nada hubiese pasado… Los ríos y lagos de los alrededores desaparecieron como si hubiese sido imaginación o paranoia de turista, así que pudimos disfrutar de una vista maravillosa del mar y de la costa. Todo el contorno parece el resto de una erupción volcánica donde las rocas negras y escarpadas aún no han querido deshacerse bajo el mar. Con el sol aplastándonos de calor –aunque eran las 10:30 de la mañana- nos fuimos buscando los sitios de interés de Candidasa que son pocos pero buenos. El primero una playa increíble formada por arenas negras y miles, millones de rocas redonditas que se revolvían en la orilla de las olas. No había nadie, absolutamente nadie en por lo menos unos 4 km de este manto color petróleo, que brillaba mucho con el sol. Y para embellecerlo aún más, estaba flanqueado por dos morros de piedra de verde intenso, que parecían como los guardianes de este paraíso. En el medio del océano más formaciones rocosas que parecían monstruos o caparazones de tortugas gigantes, coronados por un paño verde y uno que otro arbolito muy bien dibujado contra la nada. Sólo faltaba mi casita azul en la cumbre para que fuera perfecto. Semi freídos en el negro de este paraje nos aventuramos a meternos a un mar que si bien era precioso y de color turquesa, no se veía muy amable ni contento con nuestra llegada. Y dicho y hecho, su venganza la encerraba unos pocos metros más adentro de donde reventaban las olas; había un foso hondo de piedras que asustaban por su tamaño y te pegaban suavemente al querer alterar esta paz con nuestra intromisión. Resultó un placer finalmente, pero no fue fácil salir.
La siguiente parada no fue una maravilla de la naturaleza, sino una del hombre: un templo de agua llamado Ujung, que realmente superó al primero que habíamos visto. Se construyó para los últimos reyes que hubo en esta zona y aquí hacían oración y meditación. Era que no!!! Imposible no sentir a Dios y su paz en este entorno. Había decenas de fuentes que entonan canciones suaves y melodiosas, centenares de lotos de todos los colores bailando con ellas, pajaritos cruzando el cielo, frutos gigantes y extraños colgando de los árboles, flores que parecían plásticas, mariposas que volaban lento, gallinas y gallitos pequeños paseando por los parques, matapiojos de color rojo intenso y uno que otro pez saltando de espejos de agua y el broche de oro: ningún turista!!! Todo un templo para nosotros. Una bendición!!!
El cielo ya se nos empezó a nublar nuevamente y las gotas de lluvia a verse cayendo como cortinas grises en los cerros cercanos, así que partimos el retorno haciendo dos paradas en templos de piedra. Es loco como uno empieza a acostumbrarse a todo, incluso a la belleza, pero ya uno deja de sorprenderse con las ofrendas que están por todos lados y los portales de piedra negra que nos reciben. Lo que sí nos sorprendió fue el último lugar sagrado que eligieron los locales para hacer su oración por considerarlo sagrado: una cueva de murciélagos. A unos diez metros sólo oíamos el chillido agudo que ya nos dio escalofríos; a unos pasos comenzamos a sentir un olor nauseabundo que nos hizo dudar de seguir. Una mezcla tóxica entre pipí, humo, humedad y podredumbre. Sin embargo, ya frente a la cueva altar, el espanto superó todo lo anterior: había al menos un millar de esas asquerosas aves colgadas de la piedra haciendo que toda esta pareciera una roca viviente de color café oscuro. Atacándose unas a otras costaba ver dónde partía una y dónde seguía la otra ave chillona. Era una masa de patas, alas, cabecitas y manos revueltas en un plato macabro. Más adentro de la cueva no sé cuántos más habría –no quise averiguarlo tampoco- pero ya la masa dejaba de moverse y se convertía en un foso negro sin fondo. Bueno ahí, delante de todo esto, están las estatuas y las ofrendas donde se sientan a orar. Yo me reconozco más afín a los reyes que habíamos visitado antes que a estos peregrinos; prefiero los jardines y el agua a las cuevas o estas pobres creaturas donde Dios puso tan poco empeño.
Ya con el diluvio desatado, fuimos a una aldea llamada Tenanga, que muestra el estilo de vida balinés antiguo. En sólo una calle hecha de bolones de piedras, que trataban de mantener el barro en vereda y servían de hogar para las vacas que andaban paseando, muchos gallos y gallinas de plumas teñidas de colores fluorescente y uno que otro gato y perro famélico. No se veían muy distintos los habitantes humanos… Cada uno con su casa expuesta como local, exhibía las artesanías más tradicionales como el tejido de canastos, telares de hilo, calendarios de madera escritos con tinta, huevos de madera pintados y esculturas metálicas, pero lo hacían tan desesperanzados y agónicos que parecía un lugar más muerto que vivo. Dice la información turística que es un museo viviente; a mi me pareció la antesala de un cementerio reciente… Lo que más me impresionó una vez más fue el rostro y cuerpo de los viejitos. Más allá de lo obvio, sobrecoge una mirada que parece a destiempo, como si ya no pertenecieran a este mundo de coca cola y suvenires. Sus auras huelen a melancolía, a incomprensión, a soledad y a dolor. Su piel muchas veces al descubierto- está pegada a sus huesos que a la vez están vueltos hacia adentro como esperando que llegue el tiempo de partir definitivamente. Su sonrisa no sale bien de adentro, más parece una mueca aprendida que combinan con sus ojos blanquecinos, casi muertos. Me siento tan intrusa, tan cómplice de la cruel modernidad mirando sus puestos y sus cuerpos, que me dan ganas de desaparecer entre las piedras de sus muros y trasladarme a esa época donde estos viejitos eran jóvenes fuertes, artesanos orgullosos, hombres y mujeres vestidos con magnífica sencillez, seres con su dignidad reflejada en su osamenta erguida y abierta a la vida, agricultores heroicos, padres de familias numerosas y sabios agradecidos de la naturaleza y conocedores de sus misterios y sus tiempos. Mi corazón se aleja junto a la corriente de nostalgia donde hubo menos de todo, pero había más de mucho…
Los mosquitos y sus poderosas enfermedades me traen de vuelta a la realidad. Parece que hubiesen salido del bosque, de los tambores que se oyen de lejos, para sacarme del ensueño de esas caras que no podré olvidar.
A sólo una hora de ahí, el mundo giraba en otra frecuencia y velocidad. Llegamos a Denpasar, capital de Bali. Un torbellino de negocios, autos y motos por todos lados. Las cadenas americanas se ven de vez en cuando, pero predominan aún los warungs (locales caseros) y muchas tiendas de tamaño menor. Es como un Patronato o Meiggs en tiempo de Navidad. Lo que contrasta a favor de la ciudad son avenidas más grandes con árboles añosos y dignos que hacen arcos verdes para pasar. Seguro que son esas especies que uno compra carísimo en invernaderos de Chile, pero aquí cuelgan como si se tratara de eucaliptos. Llama la atención el ruido, la falta de espacio y lo sobrepoblado de todo. Sobrepoblado de letreros, de gente, de policías (yaaa!!!…tranquilos, no nos miraron feo esta vez), de basura, de cachureos… Para manejar realmente hay que tomar una sobredosis de concentración para sólo focalizar la mirada en el inminente peligro y el resto hay que abstraerlo de la mirada. Sonidos, luces y estímulos quedan suspendidos para poder sobrevivir.
Como conclusión, un paseo de lujo, que confirma una vez más el privilegio de haber cruzado el mundo entero para abrirnos la mente como se parte un coco. A punta de machetazos fuertes y bien dados, del que sale agua abundante y fresca para seguir viviendo intensamente.
Día 26: Jakarta: Alejándome de los arrozales
Uno de los motivos de este viaje –y la mejor excusa- era conocer lo que está haciendo HighScope Indonesia, para poder aprender y llevarlo a Chile. Ellos tienen la experiencia de haber crecido a través de licencias desde Jardín Infantil a IV medio y por ello han tenido que sistematizar la práctica y consolidar todos los procesos y procedimientos que eso implica. Eso es todo lo que nosotros no tenemos y que es necesario para crecer y consolidarnos más allá de las personas.
Bueno con eso en mente, partí al corazón de HighScope Indonesia, que está ubicado en Jakarta –la capital- y plasmado en un colegio en particular que es muy similar al Santa Cruz. Tiene más de 1.000 alumnos y aplica HS en todos sus cursos desde hace 18 años. Su dueña es la presidenta de HS, que se llama Antarina junto a su marido Farid, a quien conocí en Estados Unidos hace 5 años. Aún recuerdo nuestra conversa en un café, comentándole la idea de venir a su país en el futuro. Es bonito ver cómo los sueños –por más locos que sean- sí se pueden hacer realidad,
Ella por sí sola es un personaje digno de admirar y describir, para aprender de ella todo lo bueno y evitar también algunos daños colaterales de su forma de vivir. También todo lo que ha desarrollado es impactante y digno de ser conocido por muchos, pero antes iré de a poco llegando a Jerusalén.
No es que me haya vuelto loca, llegué efectivamente a la capital de Indonesia y no a Israel, pero la sensación espiritual –no literal en cuanto a imágenes- me pareció similar. Obviamente viví en una porción pequeñísima de esta ciudad y probablemente voy a ser muy injusta con ella, pero es la información que pude recoger y asimilar. En Bali la sensación energética es de Galilea, un pueblo lleno de mística, belleza natural y humana, integrada con sus limitaciones y pobrezas. No es fácil vivir ahí, pero se atesora genuinidad, espíritu y paz. Jakarta es la ciudad de la riqueza que encandila, del comercio que apabulla, del conocimiento, de las oportunidades, del oro que brilla pero no es tal, de la desigualdad, de los ricachones opulentos y los miserables. Del hacinamiento y de la competencia feroz, del crecimiento y el contraste con la decadencia humana… Ufff definitivamente la ciudad seduce y atrae por todo lo que se puede aprender ahí, pero yo me quedo con la paz del pueblo pequeño… Y no es que esta capital sea hermana de New York ni nada cercano, pero aspira a eso y se nota. Una ciudad hambrienta de ser reconocida como moderna, segura, lujosa, excéntrica, productiva y rica…Algunos barrios logran acercarse, pero el resto evidentemente necesita décadas de desarrollo y trabajo. Quizás como nuestro Santiago, tan aspiracional y lleno de contrastes…
Voy a tratar de explicarme mejor describiendo lo vivido. Salimos del aeropuerto de Bali en Air Asia, la línea aérea que tuvo recientemente un accidente camino a Singapur y donde murieron todos los pasajeros . Panorama ciertamente muy tranquilizador!!!! La isla que dejamos, mirada desde arriba, se veía linda. El mar se acercaba a ella haciendo pequeños decoros de olas, que de lejos parecían merengues y se encontraban con la costa mezclando grises y turquesas. Nubes gordas y blancas la cubrían como para resguardar el secreto de un paraíso misterioso y no exento de peligros (ya conocemos varios), pero no dejé de sentir mucha nostalgia al alejarme de donde estaba lo conocido y lo más importante, los que quiero. Era la primera vez que la tribu se dividía y el corazón se me apretó mucho. Aunque el Benja me acompañó en esta nueva aventura, el temor de un accidente o la pérdida también viajaron conmigo en la maleta.
Divagamos con él sobre el auto engaño en que vivimos; efectivamente la muerte es lo único seguro y el cambio es lo único en nuestra vida que no cambia, pero nos apegamos al estado actual como murciélagos a la roca. Quién sabe cuánto va a vivir… Por suerte, Dios dispuso que siguiéramos por estos lados un rato más.
Después de casi dos horas contemplando un mar salpicado de pequeñas islas –no hay que olvidar que Indonesia es un archipiélago- comenzamos a ver la gran ciudad que se nos acercaba. Son casi 18 millones los habitantes de este lugar, que de lejos se ve poco atractivo. Es plano, de color café y verde musgo, como un manto viejo y raído de tejido desigual y opaco. Nada comparable al verde intenso de los arrozales de Bali… El cielo tampoco ayuda mucho en esta temporada, ya que es un techo insípido de blancos sucios, en donde poco y nada quiere asomarse el sol. Se divisan grandes potreros de agua, cercados con palos secos y casitas de paja flotando en medio de ellas. Más tarde supimos que eran cultivos de algún pez, pero afeaban el entorno ya que nada verde ni vivo parecía salir de ellos.
El aeropuerto grande y moderno nos recibió con espacios amplios y señaléticas ordenadas, con una arquitectura universal y olores internacionales. Esa canela, manzana y syrup típicos de Estados Unidos sobresalían por sobre el ajo y el picante dulce típico de la comida indonésica. Por eso, apenas pusimos la nariz fuera, el “olor a ciudad”, propio de todas las grandes metropolis nos impactó. No en el sentido literal nuevamente, sino en la energía que sale por los poros del cemento y sus habitantes. Velocidad, productividad, individualismo y un poco de soledad y sin sentido…Una carrera de locos, en vez de un viaje apasionante…
Un chofer de HS y una asistente nos pasaron a buscar –la verdad nos atendieron siempre como reyes- y ahí con muy pocas palabras ya que su inglés era escaso, fuimos atravesando una urbe por ciempiés de cemento que se entrecruzaban unos con otros para ir des atochando el temible tráfico. Las autopistas son modernas y anchas, con muchos peajes. En ellas se ven autos de lujo y edificios en el borde, al mejor estilo europeo clásico. Todos perfectos y recién pintados, más me parecen escenografía de una serie de televisión o un ambiente de Miami. Tonos pasteles con merengues en las cornisas, tan ajenos e invasivos para este lugar. Yo al menos venía preparada para un paisaje lleno de tradiciones, con un fuerte acento musulmán, con cantos de oración pegados en el aire, con años de vivencias impregnadas en los edificios, pero no se aprecia nada de eso. Si bien se ven algunas cúpulas turquesas y verdes de mezquitas con sus minaretes, también están recién pintadas. La misma impresión dan algunos edificios muy altos, tipo Manhattan, llenos de vidrios y formas espaciales como queriendo elevarse y realzar el poderío económico de sus dueños y de la ciudad. Pareciera desde esta perspectiva –la distante- que toda la ciudad se ha puesto de acuerdo para subir de estatus y responder a las expectativas de la modernidad.
Sin embargo, al salirnos de la autopista la realidad nos aterriza a la Jakarta verdadera. Se acabó la amplitud, la fluidez, la perfección y el lujo. Bienvenidos al taco, a la jungla y a la lucha del más fuerte, a la pobreza en las veredas , al contraste de mansiones y casitas miserables alternadas en la misma calle. La transición del subdesarrollo al desarrollo se nota en cada persona y en cada lugar. Se percibe que hay mucha plata rondando, pero mal repartida y haciendo ostentación. La pobreza ya no va adornada de ofrendas, sonrisas ni colores; se ha fundido con el cemento, con el ruido de bocinazos y con un tono opaco que afea todo. Poco queda de árboles añosos y verdes salpicados con flores de colores. Aquí las calles con sus miles de motos y autos se han apoderado de todo. A ratos ir transitando por debajo de las autopistas, devela la oscuridad y decadencia de esos barrios de Chicago o cualquier ciudad grande, donde la vida se ha ido consumiendo en pos del “desarrollo”.
Al esperar que el racimo de autos y motos se vaya acomodando para pasar, no puedo dejar de pensar en ese cuento de un profesor que intentaba demostrarle a sus alumnos cómo se llena un frasco con piedras de distintos tamaños y arena. Siempre hay que poner lo más grande primero para poder acomodar lo menos importante. Aquí me parece que han metido mucha “arena” y ahora no logran ubicar las “rocas” fundamentales para que el tránsito –en todo sentido- sea más expedito.
Por suerte teníamos chofer porque hay que tener más personalidad y seguridad que en Bali para poder avanzar. Yanto –el nuestro- con una elegancia casi británica, sin ni arrugarse, lograba imponerse a cualquier “enemigo” que se intentara cruzar por nuestro camino y casi ni tocaba la bocina. Un artista en la autoridad automotriz. Hasta las motos perdían un poco su supremacía y estilo. De hecho no vimos motos con carga o con más de dos tripulantes, como en Bali.
En las calles nuevamente casi no se ven veredas, sino bordes rotos donde quedan piedras, algunos escombros y una pasta de contaminación que hace que todo se vea un poco oscuro y sin vida. Los locales de comidas se mezclan con los de motores, los de ruedas con los de ropa, haciendo poco atractivo el lugar. Me llaman la atención niños pequeños trabajando y los obreros amontonados desayunando en sucuchos semi construidos.
Aquí la protección y la seguridad de ciertas condiciones “mínimas” para la gente que trabaja y vive, una vez más están bastante más atrasadas que lo que conocemos. Las leyes aún no contemplan nada de eso y el crecimiento evidente que se observa está sustentado en esa fragilidad humana. Muchas personas de clase media tienen sus trabajos como empleados en servicios, pero en las tardes y noches desarrollan mini emprendimientos familiares a costa de su salud y de los que trabajan para ellos. Da tristeza pensar y tomar conciencia de cómo crecer siempre implica un costo de vidas muy alto, que a su vez se verían petrificadas en la pobreza de no ser por estas oportunidades. No soy ni por cerca economista pero da pena ver cómo en casi todos los países la dinámica es siempre la misma. ¿Se podrá pasar al desarrollo sin decaer en el aspecto valórico y humano? ¿se podrá crecer sin tanta desigualdad y crueldad del sistema? ¿cómo se revierte o transforma el camino del liberalismo económico versus el desarrollo del ser humano y su integridad?
Veo a Jakarta en el mismo camino que nuestro Santiago comenzó hace 20 años y si bien disfruto y consumo la modernidad que ahora tenemos, también extraño mucho de lo que perdimos…
Vuelvo de la filosofía a la calle…Me llaman la atención unos “hombrecitos” que aparecen en medio de los caminos, ataviados con un peto flúor o simplemente con un silbato, quienes se ganan la vida parando el tráfico para que algún auto de la vuelta en “U” o doble en donde quiera. Apenas cumplen su cometido, los choferes abren el vidrio y les dan unas monedas por su servicio. Un equivalente a nuestros acomodadores de estacionamiento, pero más efectivos y con ínfulas de policías. Toda una profesión claramente establecida.
Lo otro que choca son los malls. En los pocos kilómetros en los que nos movimos, pudimos ir al menos a tres verdaderos trasatlánticos de cemento y luces. De partida para entrar siempre hay controles de seguridad de los autos y en los accesos, te revisan las carteras o cosas que uno lleve. Viendo las calles tan apretadas y hacinadas, cuesta imaginar que aquí el mundo de Disney renace en Indonesia. Los malls son unos oasis perfectos, luminosos, amplios, llenos de aromas caros, tiendas muy lujosas y grandes áreas de restaurantes. Dentro de lo anecdótico y casi contradictorio para un templo del consumo, es que en la zona de baños hay dos espacios únicos: uno para purificarse antes de las oraciones y otro para rezar. No me calzan ambas cosas juntas, pero supongo que son las adaptaciones al mercado musulmán.
A propósito de la gente que se ve en las calles, el aspecto tampoco parece el de un país musulmán. Los hombres se ven todos parecidos a los occidentales y son muy pocos los que usan ropa especial tipo “guayaberas de lino blanca” o túnicas. Las mujeres que usan velo, no se ven como las de los países árabes, son más elegantes y brillantes, como si también estuvieran siguiendo la moda, aunque no falta la que anda completamente vestida de negro y sólo mostrando sus ojos. La inmensa mayoría se ve de piel oscura, ojos negros o café oscuro y de mediana estatura. La mayoría son delgados y de rasgos que fluctúan entre orientales y polinésicos. Hay unos muy frentones, que me recuerdan a los orangutanes con sus facciones medias idas y tristes. De 100 personas, se ve un solo blanco y ningún negro; ni siquiera de turista. No sé porqué será.
Sin embargo sí hay algo que los une: el batik. Miles de diseños graficados en las camisas, pantalones, vestidos o pañuelos que si bien difieren mucho en los colores y diseños, tiene una raíz común. Son dibujitos muy bonitos, que recuerdan tiempos antiguos y que hasta una línea aérea lo usa en su imagen corporativa. Es interesante saber que en este país se hablan alrededor de 700 idiomas, ininteligibles unos con otros, que cada localidad preserva con mucho orgullo, al igual que sus vestimentas y bailes.
Volviendo a los centros comerciales, lo que impresiona es que sea el gran hobbie de todos los habitantes de Yakarta. No es que sea malo en sí comprar, pero cuando el consumo se vuelve la única fuente de recreación y “descanso”, el tema se vuelve preocupante.
Este es un pensamiento que escribí al ver el fenómeno en primera fila: Un signo preocupante de nuestros tiempos son la proliferación de malls y de personas que destinan gran parte de su tiempo libre a comprar en ellos. Es más declaran que es su único hobbie. Si entendemos por tal una actividad en la que nos recreamos de acuerdo a nuestros intereses, habilidades y donde somos capaces de conectarnos con nuestro mundo interno, este signo pasa a ser aún más alarmante. Cuando pintamos, escribimos, cocinamos, jardineamos, tejemos, esculpimos, tocamos instrumentos, bailamos o cualquier otra actividad de ese estilo, lo que estamos haciendo es sintonizar nuestra frecuencia interna. Nos estamos “afinando” y “recargando” para producir un “sonido más bello” para nosotros mismos y el exterior. Es un ejercicio que llena de gozo y alimenta la paz y la libertad interior. Pero al hacer shopping como hobbie, lo que hacemos es negar la frecuencia, la desoímos y la invadimos con bolsas y paquetes que -literal y espiritualmente- nos tapan, empobreciéndonos, cargándonos, sin dejarnos escuchar. Así, el espiral de MÁS y MÁS CARO O LUJOSO, es muy difícil de parar ya que finalmente el hambre de placer es insaciable al intentar llenar un vacío existencial angustioso y doloroso. Así como el hobbie produce alegría, el shopping produce culpa y vergüenza. Estemos atentos a esta epidemia y seamos hábiles en encontrar hobbies que nos alimenten y no que nos intoxiquen.
Al preguntar qué más podíamos visitar en la ciudad (pensando en alguna bahía bonita, feria de artesanías, plaza, museo o centro de gobierno), sólo nos recomendaron los malls. Así que no sabiendo qué más ver, nuestra visita se limitó al colegio –que por cierto fue muy intenso e interesante- y estos monstruos que poco nos atrajeron a mí y al Benja. Nos fuimos directamente al supermercado que había en cada uno y nos entretuvimos reconociendo más verduras y frutas desconocidas y comidas raras.
De las impresiones que tomé como fotos – aunque no comprobadas- de esta sociedad, se observa una clase alta con muchos medios. Tienen autos con choferes, nanas (varias), jardineros y mucho personal de apoyo. Sus hijos estudian muchos en el extranjero y cuentan con todo los juguetes tecnológicos que el mercado actual ofrece. Dicen que vuelven a sus países avergonzándose y criticando mucho su cultura y que poco y nada están dispuestos a hacer para cambiarla. No sé porqué me suena tan conocido ese triste discurso…. Debe ser otro de los elementos propios del ADN humano que tan mal nos hace a todos.
También llama la atención que mucha gente anda con mascarilla, ya no sólo cuando andan en motos (lo que podría tener sentido para no aspirar mugres mientras van andando), sino que en las calles o en los lugares de trabajo. La apariencia que otorgan es muy siniestra; la relaciono sin darme cuenta con catástrofes biológicas o nucleares. Dios nos libre…
También tuvimos la oportunidad de probar nuevas comidas y conocer mejor sus costumbres. Aquí es normal comer con la mano y no usan cuchillo para nada. El centro es el arroz, blanco, un poco pegoteado y sin sabor, que se pone amoldado al centro. Sólo un plato grande para el arroz y luego cuatro platos chicos con porciones diminutas de acompañamiento. Por ejemplo, dos camarones apanados, cinco pedacitos de carne al curry, cuatro aritos de calamar, o un cuadradito de omellete. Siempre una sopa, que más parece una aguada con vegetales casi crudos flotando en ellas y si hay suerte, te puede tocar la sopa de albóndigas (sólo dos y pequeñas), acompañadas de un atadito de tallarines flotando junto a una hoja verde de origen desconocido. Los postres no existen, salvo la fruta como sandía, melón o papaya (que es el mamao que nosotros conocemos). Hay unos pudines de arroz, pero parecen hechos de plástico brillante. También nos dieron a probar muchos dulces y comidas típicas en el colegio: Hay unas especies de humitas (de un tercio del tamaño que conocemos) rellenas con un compacto de arroz con un relleno amarillo de curry y picante. Hay empanaditas de pimentón y cebolla, unas especies de berlines o profiteroles rellenos con una salsa amarilla dulce desabrida, hay unos pasteles chiclosos y coloridos que llaman lápiz, que son ricos pero pegotes, hechos con “flores de arroz”; hay unos fritos que adentro tienen mayonesa caliente y jamón picado; hay queques de jengibre de color café, muy inflados y esponjosos y así hartas cosas que en general se veían apetitosas. Sin embargo, después de probarlas no sabías qué hacer con el embutido no porque fueran malos, pero no eran especialmente ricos. Después de tres días de arroz y sopitas, de verdad se echa de menos un buen churrasco italiano o una torta rica de milhojas y manjar.
En Yakarta no vimos animales de ningún tipo, ni siquiera mosquitos, ni perros, ni gatos, ni pájaros. Yo creo que no había espacio para ellos entre tanto humano apretujado en esta ciudad. No es que me haya convertido en Green Peace, pero aquí se extraña la naturaleza, lo verde, el canto, el color, los cerros, la cordillera y el mar…
He dejado para el final el colegio y todo lo vivido ahí porque me ha costado digerir la experiencia. Sin duda positiva y con mucho que aportarme, pero no exenta de ruidos más profundos que aún no logro del todo procesar. De lo externo, puedo decir que el lugar es increíble. Puedo emularlo a un mall de la educación: todo es perfecto, limpio, lleno de recursos, de seguridad, de computadores, de salas, de sistemas para todo, de publicidad y marketing exagerado. El edificio es grande pero igual es apretado y sin áreas verdes muy extensas. Aquí cada metro vale oro y se nota. La arquitectura es moderna para Indonesia pero antigua para nuestros parámetros. No es bonita; es funcional, pero le falta luminosidad y belleza estética. En lo aparente los niños y jóvenes se ven contentos, respetuosos y comprometidos con sus colegio; lo mismo los profesores y líderes de este equipo. Se ven con muchos recursos económicos: cada niño tiene un computador Mac y no escatiman en lujos. Muchos llegan con choferes y viajan fuera del país a proyectos. A nosotros nos reciben en un pent-house y nos muestran todas las dependencias que se ven recientes y bien pensadas.
Ya auscultando un poco más el ambiente y lo que siento ahí al ir sumando todas las impresiones, podría decir que en este proyecto todo lo que el ser humano podría dominar aquí se pensó, se analizó, se estudió y se incorporó a un proyecto muy profesional y mateo. Se pueden traslucir en cada pared las horas de estudio y trasnoche que han vivido sus fundadores. Pero hay algunos aspectos que no dejan de preocupar y otros que francamente se extrañan…
Y es que el proyecto de HS Indonesia es un reflejo fiel de Antarina. Ella tiene 53 años, cuatro hijos hombres (uno murió hace dos años por una insuficiencia renal), es musulmana practicante, menuda, morena, con una mirada un poco cansada e ida. Su mente es rápida y su estilo es práctico y perseverante. Es una comunicadora por esencia y que quiere dejar huellas. Rina, como le llaman los más cercanos, es una líder hambrienta de conocimientos que ha recorrido todo el mundo buscando lo mejor; se ha leído todos los libros con las últimas investigaciones y ha hablado con los expertos de todo, para construir su propia propuesta pedagógica. Se le cuela su esencia de especialista en negocios, marketing y procesos y su anhelo válido de perfección y ambición. Y creo que lo está logrando y muy bien. Se ha ganado el reconocimiento en su país y a nivel internacional creo que en HS realmente le lleva varios años de delantera a los mismos americanos. Tiene un marido encantador y dulce que se nota que la admira y muchos discípulos que la siguen con genuina contemplación. Es una mujer brillante, muy trabajadora y autoexigente. Es dulce, afectuosa en el trato y hasta divertida a ratos. Se ve muy elegante siempre, perfectamente combinada con zapatos muy altos y vestidos y joyas muy caras. Su oficina es amplia y atiborrada de libros y su agenda llena de compromisos y reuniones. Su proyecto se ve andando bien y lleno de buenos augurios: están construyendo un nuevo edificio, cada vez tienen más alumnos, más licencias que abrir y acompañar, más viajes y seminarios a los que asistir y todo humanamente “exitoso, controlado y perfecto”.
El primer día, mi ego colegial y personal obviamente me visitó y bailó conmigo. Cuánto nos y me falta para llegar a ser como Antarina y su proyecto. Me faltaría hacer toda mi vida de nuevo para alcanzar tanto conocimiento, tantos contactos e investigaciones y le peor es que sólo imaginarlo, me dio nauseas. Aunque pudiera no lo haría… Y para que nuestro colegio fuera como el de ellos, probablemente tendríamos que asaltar a nuestro vecino el banco un par de veces por lo menos… Por dar una muestra de la sensación, sólo las cientos de cajas y cajas de materiales didácticos y libros fueron una tortura en mi cabeza insegura al pensar en nuestro Centro de Recursos, que me pareció escuálido y ridículo en tan odiosa comparación.
Conscientemente luché conmigo misma y le pedí a Dios que me volviera a centrar y así partí el segundo día de aprendizaje dispuesta a aprender todo lo que pudiera, a admirar agradecida la oportunidad y a renunciar al ego personal y colegial. Así la cabeza y el corazón fueron absorbiendo como esponjas todo lo que aquí han desarrollado y creo que hasta el espíritu santo me regaló el don de lenguas. El spanglish se notó poco y pude discutir temas complejos sin problemas. Pasé a la frontera cuando ya uno comienza a soñar en otro idioma. Pero Dios fue más generoso aún y me regaló algo mucho más importante: la claridad para ver la riqueza de lo que tenía al frente y tomar conciencia del tesoro que tenemos en el Santa Cruz.
Trataré de explicarme con una imagen porque no es fácil hacerlo. En este colegio han desarrollado al máximo el cerebro humano, integrando todo su potencial desde el hemisferio derecho e izquierdo. A diferencia de los colegios tradicionales que se han quedado con una propuesta que sólo integra el izquierdo con su lógica y memoria; aquí han descubierto y desarrollado una propuesta pedagógica que permite sumar a eso las herramientas del derecho – las llamadas habilidades blandas-. El resultado final, niños y chiquillos creativos, líderes, con grandes habilidades comunicacionales, capacidad de resolver problemas y con la habilidad para pensar y tomar decisiones ( y muchas más herramientas). Así también es la Antarina y es por ello, digna de profunda admiración y respeto. Ha cruzado todo un océano y ha fundado una nueva forma de formar a los niños.
¿Cuál es el problema entonces?. Probablemente una vez más en la misma Antarina tenemos algunas luces. Hace dos años ella está enferma de algo incierto que la tiene sin energía, apenas comiendo uno que otro alimento (ya que todo la enferma), fatigada, llena de dolores en las articulaciones y hasta sin la rapidez ni capacidad que la caracteriza. Al principio los doctores le echaron la culpa a la picada de un insecto desconocido en Estados Unidos (raro…!!!), después a un problema estomacal; ahora lo claro es que tiene fibromialga y algo más… ¿Qué me dice a mí todo esto? Que nada de lo que ofrece el mundo es suficiente para ser feliz. Ella se ha enfermado del espíritu y su hambre de productividad, eficiencia, éxitos y reconocimientos la está matando porque le ha faltado lo más importante. Eso no lo enseña ningún libro, ni ninguna visita, ni ningún experto te puede entrenar; es el viaje hacia el interior de nosotros mismos; la travesía por el desierto en el cual somos conscientes de nuestro ego y podemos comenzar a dialogar con él y empezar el camino de vuelta a Dios, desapegándonos de tanto que ya no nos sirve.
Al no querer oír los múltiples llamados de la vida –entre ellos la muerte de su hijo- el cuerpo ha tenido que manifestarse para que oiga su alma, pero tristemente parece empecinada en seguir en vez de parar; en tomar más en vez de soltar. Algo traté de mostrarle, pero no hay peor sordo que el que no quiere oír. Se me apretó el alma por una parte, al ver tanto dolor físico y espiritual y me dio impotencia su porfía y tozudez.
Por eso volví a mirar lo que tenemos en Chile y aunque no sea perfecto, me hizo sentir un gozo y una lucidez muy profunda. Nosotros no sólo estamos trabajando con los dos hemisferios de los niños, jóvenes y todas las personas de la comunidad; estamos trabajando con sus espíritus para que reconozcan su verdadera identidad y se vean ojalá libres de la epidemia del rendimiento y la productividad. Eso sólo lo da Dios con su gracia y lo que estamos intentando con nuestra propuesta es abrir los canales que la sociedad y el exitismo han cerrado. Son las puertas para el verdadero desarrollo humano y su plenitud.
¿Qué saqué en limpio? Que hay un maravilloso y desafiante trabajo por hacer. Descubrí el mensaje profético que esconde nuestra historia. Estamos llamados a fundar, escribir y enseñar una nueva educación que forme a las personas integral y verdaderamente. Ya no sólo como dos hemisferios sino con la fuerza del espíritu que es la que los mantiene vivos y les dará su plenitud y trascendencia. Sin duda habrá mucho que pensar, habrá que pedir mucha ayuda, pero sentí que recibía el regalo que vine a buscar a este viaje.
Es más fue la misma Antarina la que fue instrumento de Dios para anunciarme la misión: “lo que están haciendo es un nuevo modelo de educación (más amplio que HS) y debemos fundarlo y armarlo para que muchos puedan seguirlo”. No me deja de dar vértigo, pero a la vez se me llena el corazón de fuego, de entusiasmo y de Dios. Imagino a todos los niños creciendo firmes, instaurando el Reino del Amor. Habrá que hacerlo seria y profesionalmente y aprender de los mejores, pero sin duda lo más importante será ser dócil a la voluntad del Señor. Es él quien ha construido el modelo, es él quien lo conducirá y lo hará fructificar.
No sé si se entiende bien la trascendencia personal de lo vivido. Es una confirmación evidente de la misión que me llena de sueños y esperanza.
Con esa conciencia grabada en el cuerpo y en el alma, partimos el camino de regreso al campo, a mi querido Bali a ver a todos, mi clan.
Sin embargo no todo fue color de rosa, además del cansancio, del vértigo, de la tremenda responsabilidad y decisión por lo aprendido, esta vez fue una tormenta la que nos azotó el cuerpo. El cielo se dio vuelta furioso justo a horas de despegar el avión y con él mi fe nuevamente se puso a prueba. Sólo pude recurrir al humor para salvar la dignidad y me imaginé cruzada por los rayos, naufragando en una pequeña isla en el mar. Por lo menos me ahorraré tanto trabajo, pensé yo… Pero no, una vez más Air Asia se comportó dignamente y cruzó las nubes tenebrosas con gran destreza y decisión. Las luces y ruidos de los rayos y truenos nos sirvieron de despedida de esta visita inolvidable, que creo nunca olvidaré.
Ya nuevamente en casa, la alegría y el calor son un bálsamo precioso que me emociona profundamente. Cada cara, cada gesto, cada risa y conversación, son un refugio precioso, un tiempo de descanso y sosiego para la futura misión.
Por mientras no estuve todos parecieron crecer. Como los arrozales, ya están despejados de las malezas y ahora sólo crecen fuertes y hermosos buscando el sol. Qué maravilla y bendición como Dios actúa. ¡Gracias Señor!
Día 27: Una oda a la arroz.
Después de toda la experiencia en Yakarta, el refugio verde que me rodea se aprecia aún con más intensidad. Una alfombra de vida que cae en peldaños muy suaves, amplios, marcados apenas por estrechos corredores de pasto que desentonan un poco en el largo y en el color. Ya no se observa a simple vista el agua que los sostiene; sólo el verde que va cambiando de matices a lo largo del día como un camaleón.
Son ellos los que hoy me hacen cantar una oda, expresar lo que me quieren decir hoy…
A veces en las noches me detengo a contemplarlos y a escuchar las ranas con su canción. El espectáculo es perfecto ya que la luna se hace cómplice conmigo y se abre espacio entre las nubes para también mirarlos como yo. Los bocinazos se diluyen en el viento y sólo la luz azulada del cielo alumbra esta plantación. Recuerdo la cantidad de manos que he visto aquí enterradas; a pleno sol las espaldas encorvadas, los pies metidos en el barro, la cabeza coronada con su cono de paja, protegiendo la pequeña nada que somos frente a tanta fecunda inmensidad. Sí porque es Dios quien exhala en estos campos; es quien los riega abundantemente, quién los seca con brisa suave, quien los nutre con tierra mojada…
Las garzas blancas también a veces me acompañan, pero son más flojas y sólo se aparecen cuando el sol se cansa. Casi al anochecer, aparecen ellas, las flacas y soberbias patas, que no queriendo ensuciarse apenas caminan, sólo saltan y danzan. Su pico largo boicotea el trabajo del hombre en busca de las lombrices que tanto apetecen y la suerte siempre las acompaña. Como trofeos de guerra las pequeñas “culebras” escarlatas y azuladas se van amarradas de las bocas de las invitadas blancas del arrozal. La cacería da un espectáculo de color único. La luz dorada del sol enciende las varas de verde como haciéndolas de oro y entre medio caminan las reinas albas, brillando como ángeles alados y orgullosos.
La mañana quizás es el momento que más aprecio. Aún el calor y la humedad no se han despertado del todo y el verde del arrozal se “congela” en una imagen preciosa. No se mueve porque el viento aquí sólo aparece con las tormentas. Sólo se esfuerza en alcanzar el cielo, empinando cada vara muy derechamente. Es como un regimiento de soldados en plena marcha. Una al lado de la otra, se ven bellas, elegantes, grandiosas. Y de repente en medio de el manchón del regimiento, aparece ella, la cuidadora del arrozal. Es tan pequeña que conmueve. Su rostro oscuro sólo se deja a ver a veces, porque se oculta tímida debajo de su amplia corona de paja que apunta siempre al sol. Su camisa de púrpura intenso, contrasta con su pollera de color salmón. Una mezcla que sólo realza la pobreza de su origen, la dignidad de su acción. Las manos y pies nunca salen del agua, siempre están ocupados agitando las varillas, sacando lo que molesta a la obra de Dios. Pasan horas y horas y ella se va moviendo sin que realmente se note. Es como si se deslizara en esta escalera de huerto y arroz. Nunca su espalda se yergue; nunca para a mirar el sol. Siempre encorvada, siempre trabajando… cuánto esfuerzo hay Dios mío en un grano de arroz.
Mientras la miro de lejos, pienso en su vida, en su familia, en sus hijos, en cómo llegó. Las respuestas son como todas; cuerpos delgados y fibrosos, bocas sonrientes y carentes de dientes, músculos apretados, huesos firmes y encorvados; una cadena de historias que se repiten en cada estación. Cómo quedarán sus manos, cómo quedarán su pies. Se convertirán en plásticos duros e indiferentes al tiempo; en cartones viejos sin textura ni color. Sólo me gustaría mirar sus ojos y ver qué misterio esconden, debajo de tanto esfuerzo y dolor. Bendigo a cada campesino del mundo, que con tanta fatiga y trabajo sin descanso acuerdan con la tierra un tributo al Señor.
Mis arrozales ya van creciendo, pero aún no tienen espiga ni flor. Faltan meses para la cosecha; horas de más trabajo de sol a sol. La mujer de color púrpura y salmón, tendrá que volver muchas mañanas y aquí la esperaré yo. Y mientras lo hago, me pregunto porqué no fui ella yo.
Ya que no fui campesina, me asalta de inmediato la relación con la propia vida, con el esfuerzo y mi corazón. Dios me ha mandado a plantar semillas pero en la tierra de la educación. Iré vestida de turquesa y blanco para protegerme del mal y del calor; me armaré con mi corona de flores amarillas y me dispondré a trabajar sin descanso, sin temor. Esto no es sólo una cosecha, un período o una estación; plantar amor en el alma –la mía y la de los demás- me demandará toda la vida, toda la energía, todo lo que soy. Así cuando ya sea aún más vieja que hoy, podré ver el campo de hierbas de colores que sueño, uno lleno de espigas de vida buscando el cielo, mirando a Dios.
Día 28: Disfrutando de la verdadera rutina
Es increíble cómo el ser humano se acostumbra a todo. Se adapta a las circunstancias como la mantequilla derretida en el pan, haciendo que todo lo que parecía extraño, se vuelva propio. Un poco eso nos ha pasado en este tiempo. Como se diría en chileno “nos hayamos”. Así cada día comienza a correr parecido al otro, sin tanta “lluvia y sol” como antes, sino más bien un sol más suave, que entibia el alma y adormece un poco los sentidos. Y es fácil con esa modorra veraniega comenzar a dar por obvio lo que no lo es.
No es obvio estar a tres días de la casa, no es obvio estar rodeada por un pueblo lleno de ritos y supersticiones; no es obvio vivir pegada a un arrozal desde donde me cantan las ranas; no es obvio el cielo calipso como una bóveda ni la noche luminosa, con estrellas muy nítidas y curiosas que se quieren meter en mi ventana; no es obvio el disponer del tiempo para simplemente estar; no es obvio el que esté con mi tribu ruidosa y deliciosa que me provoca un cansancio lindo con cada conversa, al ordenar o cocinar; no es obvio que mi cabeza esté invadida de ideas e inspiraciones y que mis manos estén ansiosas por pintar; no es obvio nada de lo que vivo, de lo que escribo, de lo que respiro, de lo que siento, de lo que percibo adentro y fuera de mí.
No quiero que la rutina tonta me envuelva y no me permita agradecer el regalo, la bendición de estar acá. Prefiero disfrutar la rutina que es linda, la verdadera, la que valora lo simple, lo de todos los días y no aspira a más. Es loco pero no puedo dejar de escribir en verso; se me arranca la mano y aunque me resisto, siempre sale sin menor esfuerzo , jaja.
El cielo como decía, entró en paz consigo mismo y no ha traído más lluvias ni truenos a este paraíso de contrastes. Supongo que la temporada húmeda se ha acabado y ahora sólo hay cielos despejados desde el amanecer hasta la noche. Para hacerlo aún más bello, las nubes se hinchan y se llenan como si estuvieran manteniendo el aire. En las tardes se ponen vestidos rosas y anaranjados con lazos dorados para bailar delante del sol; las muy frescas creen que pueden competir con él, pero nada supera su corona de rayos que cruzan todo el cielo y me revelan que existe Dios.
Los niños han ido encontrando cada uno su espacio y el clan está tranquilo sin tantos sube y baja como en el primer mes de exploración. Las mañanas se levantan flojas, pegoteadas al sueño; no hay nada más rico digo yo. Pero aún a pesar de mi prontuario de dormilona, ya no puedo dejar de madrugar; quiero aprovechar el silencio, respirar el verde, sin testigos que me pidan cosas, sin demandas de mis pequeños y grandes abogados que siempre tiene algo por qué discutir o alegar. Así he conquistado un tiempo sagrado, casi un rito en donde trato de estar, de disponer el día y de rezar. (He vuelto al verso, no sé cómo zafar!!!)
Andrés padre sigue de Quijote loco; este “pequeño saltamontes” (por su nuevo look) ahora ha emprendido el vuelo hacia Singapur. Según cuenta y por sus fotos, la ciudad es un trofeo de modernidad. Lleno de luces, de edificios, de lujos, de arquitecturas grandiosas, de riqueza oriental desbordada como queriendo callar a occidente y decirle que él puede más. Tiene un China town de primer nivel que -sólo como Andrés lo describe- se me hizo agua la boca. Un derroche de colores, de aromas, de texturas de seda, de artesanías, de sabores… sólo comparable al Gran Bazar de Estambul. Jamás pensé que algo podría superarlo, así que ojalá algún día lo pueda visitar. Y es que sin duda atrae todo el neón y el mundo material, pero a nosotros al menos nos gusta más el campo y la playa, lo natural. He empezado a encontrar las similitudes entre Bali, Curaumilla y Huayanay; al final la que viaja es el alma de uno creo yo, que se proyecta en cada lugar.
Es bonito pensar que lo que hemos conquistado –más que un lugar- es una oportunidad. Un regalo para mejorar nuestra forma de ver el mundo y comenzar a detenernos y a contemplar. Lo comentaba con Andrés hijo, que lo único que ha cambiado acá es su voluntad para incorporar ciertos cambios y eso lo puede llevar a cualquier parte… Cuando se aleja, pienso que soy una perfecta Cura Gatica… Cuánto quisiera yo también llevar lo que he vivido en Bali al colegio, al cotidiano, que a ratos se me hace cuesta arriba y me provoca un poco de angustia y soledad.
Y es que al mirar el horizonte en la playa de Berawa, es imposible no imaginar mi vida al otro lado del océano; cómo volveré, cómo poder guardar el tesoro que acá he encontrado. Cómo están todos los que extraño, en qué estarán; se acordarán de nosotros… puro afecto y amor destilado, mezclado con inseguridad. Eso es algo que también sigo aprendiendo, pero ya confío un poco más. He palpado la red amorosa que nos une a todos y que el sol sella cuando pasa de acá para allá. Es muy lindo verlo, se van haciendo conexiones que llegan más rápido que un whastApp. (Qué hago con los versos, Dios mío, me salen como lagartijas y todo el rato quieren cantar!!!!)
Un escrito puede reflejar esa sensación preciosa de melancolía y unidad:
Qué difícil es querer sin ver; el corazón sigue prendido al que se ama, pero los ojos y los brazos necesitan que la retina se impacte y que los músculos se tensen con el ser. El amor se nos escapa a otra dimensión extraña en donde aunque se sabe que el otro existe, desaparece en el horizonte y nosotros con él. Es como una pequeña muerte donde hay que acostumbrarse al vacío sensorial que se nos produce y aprender a viajar con los sentidos del alma y querer sin ver. Hay que aprender a oír sus susurros y palabras sin escuchar su voz. Hay que admirar su estampa y su belleza cerrando los ojos, visualizando lo que es. Hay que reírse con sus chistes e historias aún cuando no las puedas reconocer; hay que dejarse seducir por su aroma aunque tu olfato no esté ni cerca de él; hay que percibir su piel tibia, aunque el frío contigo esté.
Es como cuando se mira el ocaso y sabes que él está en el amanecer; cuando tú estás pisando tierra firme y él volando hacia el cielo hacia dónde sabe quien.
Sólo queda entregarnos a la confianza de una red amorosa que nos conecta más allá del músculo y de la presencia. No valen los kilómetros, el tiempo ni la muerte, ni ningún puente humano que podamos ver; las almas por el simple hecho de amarse y cerrar los ojos, se encuentran, se abrazan, se hablan, se escuchan, se sienten ahora y desde siempre. Así nos enseñó el Señor, así nos ama Dios…
Así también veo con tranquilidad que la mitad de la vida que llevo recorrida me da paz. Sin duda he cometido mil errores, he causado daño a algunos, he sufrido más de lo que debía, pero he amado mucho más. El balance es fecundo y me permite mirar con alegría cómo Dios me ha conducido vertiginosamente hasta acá. Veo las espaldas grandes y altas de mis hijos, caminando hacia donde yo estuve hace tan poco según yo y me da gozo mirar la vida que ahora disfruto más. Dan ganas de traspasarle todo lo aprendido, pero sé que tengo que soltar y confiar.
No he podido sin embargo, resistirme a cierta ansiedad. Sé que esto es sólo un intermedio de la vida real y me da vértigo saber cómo volveré a vivir la segunda mitad. Trato de soltar el tiempo futuro, total jamás lo he tenido en mis manos. Jamás hubiese pensado hace un año por ejemplo, que estaría acá. Así que trato de plantar mis pies en la arena y aferrarme a lo único que sí tengo: el presente. Aquí la arena se queda pegada como con neoprén; tienes que restregarla fuerte para que se salga. Así quiero vivir cada día, pegada fuerte al hoy, a las caras de los que tengo al frente y en el corazón. Ni acordarme de lo que viene, total quién sabe si pasa la noche o se cae el avión. Hartos avisos me han mandado las líneas aéreas de estos lados en todo caso, pero hasta los 86 me dieron cuerda, así que yo creo que todavía no, Jaja.
Me interrumpe de mis ensoñaciones una multitud de balineses vestidos con trajes muy elegantes, con ofrendas de hierbas, con patos que caminan sueltos, con ollas con comida, con instrumentos y un gong gigante, con frutas y flores que traen al mar. Nadie habla inglés como para poder explicarme qué hacen, pero espiritualmente me uno a ellos. Me conmueve esta vivencia de fe tan libre, alegre y hasta un poco primitiva diría yo. No sé si repartían las cenizas de alguien o agradecían la vida de unos novios o simplemente hacían fiesta porque sí. Yo los contemplé y me trasladé en el tiempo cuando esta playa estaba solo para sus abuelos y nadie los molestaba en sus ritos con fotos o curiosidad. Lo que sí son absolutamente ajenos a todas las exigencias ecológicas; los celebrantes tiran todo a las aguas del mar y dejan la basura sin vergüenza ni maldad. Sólo unas horas más tarde, apareció un hombrecito sin ningún entusiasmo que recogió un pedazo de sandía y un canasto que bailaba en la espuma.
Todos los turistas –incluida yo- sólo nos dedicamos a mirar. Así es Bali, un despelote lindo que se aprende a querer sin dificultad.
Antes de seguir lateando con tanto verso y no dando por obvio lo que tengo al frente algunos divagaciones de lagartija a murciélago (son los animales que hay acá!!!).
El cigarro es una costumbre muy arraigada entre los hombres. Es como si se hubiese adherido a las bocas de los balineses. Ni se mueve, ni echa humo, ni parece consumirse mientras manejan sus motos, cargan piedras, cocinan, maestrean o pasan el rato. No sé porque me da pena la imagen que ya es un clásico de esta ciudad. El pecho flaco y oscuro está al descubierto, la cara con el seño apretado y un poco ido, la mirada no te enfrenta y parece que con el cigarro se excusara del contacto. En el fondo, el cuerpo del hombre pobre, el que trabaja y el que pareciera no tener en qué trabajar, se refugia en este pequeño vórtice que los conduce –creo- a otro lugar. Me lo imagino como un pequeño opio moderno que los evade de la realidad; les atonta del esfuerzo y la soledad en que viven; los aleja de una tremenda y conmovedora precariedad. Y es que cuando se prende esa pequeña chispita que apenas ilumina su rostro en medio de la oscuridad, me parece que sus rostros se hacen más dignos, se yerguen y adquieren como un porte real.
No sé si les importa realmente que se estén matando con cada fumada; quizás es mejor que darse cuenta 100% de la vida tan dura que les tocó. La Trinita me pregunta porqué no trabajan en otra cosa, cómo explicarle que a veces no hay otra opción. Así como la campesina que cultiva en el arrozal, me duele la vida del obrero, del jornal, que construye casas para otros, pero no puede construir su familia ni su hogar. Por lo menos los del frente de mi casa, no paran ni para almorzar. El cigarro es su alimento, su descanso, el afecto solitario que los acompaña y les es siempre fiel.
No es de extrañar entonces que sus caras se alejen del encuentro con mi mirada, aunque si les insisto mucho, con el cigarro en la boca me hacen una mueca que parece una sonrisa franca y destartalada. Supongo que tampoco es obvio que ellos estén allá y yo acá. Una bendición para todas esas manos endurecidas, llenas de callos y soledad, que han construido el mundo a costa de su vida y su propia felicidad.
Así es la rutina ahora en Bali, tranquila, una vida descansada y templada para el cuerpo y para el alma. Una bendición que no tiene nada de obvia y por la que hoy le doy profundas gracias al Señor.
Hasta el final no pude escaparme de los versos; de verdad lo siento!!!.
Día 29: Volando lejos… Singapur
Teníamos todos los papeles solicitados para que nos dieran la extensión de la Visa por treinta días más y por eso fuimos medianamente tranquilos a la oficina de inmigración a hacer los trámites pertinentes. Y digo, medianamente ya que en Bali nunca se sabe. Efectivamente para nuestro asombro, las leyes habían cambiado y todo lo que llevamos no servía porque provenía de Yakarta y debía ser emitido por un auspiciador balinés. Cuento corto, obligados a viajar fuera del país o pasar por un sin fin de trámites y papeleos de dudoso destino. Así que a pesar del costo y debido la “fuerte resistencia” de la tribu, nos vimos “obligados” a planificar un viaje flash a Singapur para poder estar 30 días más en este contradictorio paraíso de relajo y subdesarrollo.
¿Por qué este destino? Singapur es la ciudad –país más cercano a Bali, con vuelo directo y el más barato. Desde lejos, la información con que contamos nos habla de una ciudad ultra moderna, muy desarrollada, rica, ordenada, limpia, muy reglada y segura para viajar con la familia, por lo que el entusiasmo es casi unánime en la casa.
Partimos muy temprano en la mañana, no sin pánico de que algún imprevisto nos hiciera perder el vuelo. De verdad aquí no es obvio que uno no va a chocar con nadie ni que los policías no se atraviesen por tu destino. Esa inseguridad constante es como un dolor en el estómago que no te atraviesa por completo, pero que a mí al menos me persigue constantemente. Probablemente en Chile existen otras inseguridades y riesgos permanentes, pero están más inconscientes..
Air Asia ha ido reivindicando su imagen, al menos con nosotros, ya que no hemos sufrido ningún accidente. La comida se paga y no te dan ni siquiera un vaso de agua sin cobrar. Los niños- siempre hambrientos- atacan esos vasos de tallarines deshidratados a los que le echan agua y polvos y aparece la comida del futuro. Si bien no son malos, en lo personal el concepto me da como escalofríos. Es comida sin vida, todo seco, empaquetado, con polvos de quién sabe qué que le dan aroma y color a un caldo instantáneo, que se engulle sin mirar, con tenedores plásticos y envases desechables. Obviamente para el presupuesto son una excelente opción, pero son el augurio de un futuro que me inquieta profundamente.
El vuelo de 2 horas 45 minutos nos lleva a una isla sin geografía evidente: no veo montañas, ni cerritos, ni playas, ni lagos, ni campos, ni nada, sólo un paño amplio de construcciones de diferente altura que se yergue en el centro en centenares de cohetes de espejos que luchan por alcanzar el primer lugar. Un verdadero Manhattan, más moderno y generoso, lleno de torres con sus respectivas marcas llenas de luces que tratan de conquistar la atención. Me imagino a los hombres detrás de esas marcas con sus pechos inflados de orgullo; cuánto les habrá costado alcanzar estas “alturas”…
Bajándonos del avión ya es evidente que no respiramos el aire de Bali, del subdesarrollo genuino, sonriente, con olor a incienso y a ofrenda permanente. Aquí se respira higiene, elegancia, sofisticación, es como si pudiera sentirle el olor al desarrollo: es un aroma con cierto dejo de flores, dulzón y artificioso. Me imagino la máquina que lo expele, en vez de flores, plantas o humanos. Las flores son de catálogo; las hay cada 100 metros, perfectamente combinadas en color y tamaño. Las tocamos para verificar que no son plásticas y aún cuando son reales, me parece que detrás de cada hoja hubiese un código de barras oculto. Aquí todo está pensado, procesado y controlado previamente por un sistema. Por eso no es de extrañar que miles de cámaras nos registren todos los movimientos que hacemos y nos hagan sentirnos ciertamente un poco ahogados o presos en este ambiente perfecto. Después nos acostumbramos a la presencia de este testigo permanente, pero no deja de inquietarme una vez más esta tendencia tan ajena a nuestra principal condición: la libertad. No puedo dejar de imaginarme tampoco a los hombres y mujeres detrás de cada pantalla observándonos y auscultando cualquier conducta sospechosa. ¡Qué trabajo más horrible!.
Otra de las conductas nuevas que observamos desde el aeropuerto y que nos acompañaría los cuatro días de viaje, fueron las pantallas de evaluación de los servicios. Si uno va al baño, al salir hay una pantalla de plasma con la imagen de la señora o señor que lo limpia y te da cuatro opciones para evaluar su trabajo, desde excelente a malo. SI bien suena muy eficiente y rápido como sistema, una vez más me inquieta cómo la persona queda supeditada a la máquina. Me conmueve la foto de la viejita del aseo y ver cómo su destino laboral al menos, depende del clic que miles de extraños quieran hacer. Desaparece la persona, se convierte mi viejita en un rollo de toalla nova desechable… Me recuerdo de las señoras que a uno le cobran en Chile por darte un pedazo de confort y que con eso han educado a sus hijos y sacado adelante a sus familias. Entre eso y la eficiencia misma debiese existir un equilibrio, pero cuesta pillar el hilo de esa tensión…
Con las primeras impresiones tomadas, nos tomamos un trencito espacial que nos llevó al metro, que era otra oruga perfecta y funcional. Los andenes no están a la vista y todo está protegido con paneles de vidrio grueso, televisores que no dejan de decirte las reglas y flechas de colores en el suelo que te dicen dónde debes pararte. De aquí en adelante está prohibido comer o tomar líquidos en público porque si no arriesgamos desde 500 a 1000 dólares de multa. La tribu tendrá que resistirse a comer sólo en privado!!!
El metro es una película en sí misma. Todo está escrito en cuatro idiomas : chino, inglés, malayo e indio, lo que obedece también a los rostros que vamos viendo. La mayoría son chinos –o asiáticos- como me corrige permanentemente Andrés Jr. Los indios son minoría y los occidentales bichos absolutamente extraños y evidentemente reconocibles en medio de la masa. Nunca está tan repleto como el de Santiago, pero a ratos las estaciones parecen hormigueros humanos que se apiñan ordenadamente esperando su turno. El metro está muy limpio y parece recién terminado y cómplice del consumo, ya que muchas de las estaciones terminan directamente en el corazón de los centros comerciales. Todo techado, climatizado y dirigido para que uno vaya a comprar o a comer. Sorprende
–al igual que en Yakarta- como el tema de los malls se ha vuelto el único hobbie o el preferido de la ciudades modernas y ricas. Es tan fuerte la competencia desleal que ejercen con todos sus estímulos, que difícilmente pueden hacerle collera los parques, las bibliotecas o el aire libre…
Después de recorrer 15 estaciones por arriba y debajo de la tierra, llegamos a nuestro destino: Chinatown. A dos cuadras de ahí se encuentra nuestro fragante hotel. Así se llama el edificio que nos albergará en esta aventura y que en internet se veía lindo y limpio. Una entrada de no más de diez metros cuadrados ya nos augura el futuro de nuestras piezas que son enanas. Literalmente cabe la cama y el baño, no hay closet, ni repisas, ni ducha. Todo está concentrado en una especie de caja de zapatos de la cual fuimos muy afortunados, ya que tenemos ventana a la calle. Los pequeños “integrantes” de la tribu arrugan los pies para meterse a las camas y hacen turnos para moverse en la pieza, lo que nos lleva a valorar una vez más lo privilegiados que somos. Obviamente aquí hay hoteles más grandes, pero el tema del espacio es importante. Casi no hay casas de familias, ya que es una locura en precio. La mayoría vive en departamentos muy pequeños o bien en departamentos que subsidia el estado para la mayoría de los habitantes de la ciudad. Ahí es donde la inquietud vuelve a brotar; claro viven rodeados de rascacielos y grandes autopistas y malls, pero su espacio personal es mínimo y no deja que ni siquiera vuelen las ideas.
Siguiendo con el primer día de visita, fuimos a visitar a nuestros vecinos del Chinatown. Dicen los que saben que es el barrio chino más elegante y fino de los que existen en las grandes ciudades y la verdad impresiona. Lo primero que llama la atención es el rojo y el dorado estridente que te reciben y encandilan la mirada. Son los signos de la prosperidad y la riqueza que todos piden para el año nuevo próximo a celebrarse en la ciudad. Nos coronan las cabezas, miles de rodajas de mandarinas gigantes de papel iluminadas por dentro que le dan un aspecto festivo maravilloso a todas las calles del barrio. Así a medida que nos vamos acercando al epicentro, la cantidad de gente aumenta radicalmente y se convierte en un rebaño humano en movimiento. Nosotros en fila india para no perdernos, vamos contemplando este safari de seres humanos que no deja de causar fuertes impresiones. Como premunidos de zancos, los miembros de la tribu sobresalen literalmente de la masa por unos 15 a 20 cm por lo menos. Sus cabezas rubias y sus cuellos blancos llaman la atención y son apretujados por todos sin misericordia. La Trinita, Iñaki y yo, seguimos a los cinco jinetes que nos anteceden apretándoles fuertes las manitos porque de lo contrario temo que jamás volvería a encontrarlos.
Las voces que nos rodean son todas nasales, chillonas, como si quisieran liberar sus tensiones hablando. Los olores golpean por todos lados, unos son agradables, otros fuertes y penetrantes. Mezclan hongos secos, con gelatinas de colores, patos ahumados con mandarinas, queques con maní picante… es como una acordeón desafinado de olores y colores que atontan los registros que conozco. Y por si fuera poco el apretuje, la vorágine de estímulos sensoriales y el hecho de ser evidente extranjeros, la gota de culminación la colocan los drones que nos graban y nos observan con sus luces fluorescentes que suben y bajan espiándonos el alma.
Un poco extenuados de este safari denso y hostigoso, nos vamos a la “Street food” para calmar a las bestias y sus estómagos. Debe haber habido unos ciento cincuenta restaurants oficiales en los bordes de esta calle más unos cien puestos ubicados al centro de la avenida. Dentro de las cosas que más llamaron mi atención en comida fueron las ranas, los patos colgando, las ostras con huevo revuelto, los cangrejos vivos esperando su turno para ser comidos, unos “helados” de hielo picado con salsas chillonas y los miles de picados de origen incierto acompañados por arroz o tallarines y mucho picante. La calle era un espectáculo, pero costaba decidirse ya que por un lado era muy caro y por otro, nada parecía a los ojos nuestros demasiado tentador. Casi todos optamos por los consabidos tallarines o el arroz y algún bicharraco picado encima, lo que normalmente venía con una aguadija al lado. Un pocillo con un caldo deshabitado de verduras o sabores, que a lo más venía coronado por una pelota semi transparente con textura de masa para modelar y sabor insípido o el famoso tofu flotante que se asemeja a una sustancia frita.
Ya se habrán dado cuenta que yo al menos no soy fanática de este tipo de comidas y es que lo que se logra apreciar, al menos en Singapur de la cultura china, es muy pobre y superficial. No se ve su riqueza espiritual, ni su artesanía, ni sus rituales, ni sus ancestros, ni sus dioses, ni siquiera la belleza de sus campos ni templos. Al menos aquí, sólo en los muy ancianos se ven telas blancas con escrituras más nobles que se van esfumando con la modernidad y el consumo en el que han sucumbido los más jóvenes. Y es que la población china de Singapur se ha ido convirtiendo para mi en estas aguadijas desabridas con tofu flotando. En sus miradas falta brillo, en sus pieles falta contraste, en su pelo falta color, en sus expresiones faltan huellas; en sus cuerpos no hay músculos tensos… Están como el metro, perfectas muñecas y muñecos de porcelana vestidos a la última moda, ataviados con teléfonos de última generación, descoloridos e insípidos…
Se extraña la fuerza, la sonrisa de adentro, la mirada de frente… Un poco de grasa y sabor espiritualmente hablando…
Algo que duele dentro de tanta opulencia y riqueza es ver algunos trabajos propios de esta ciudad en permanente desarrollo y crecimiento.
Los cocineros son unos de los que más me conmueven. Encerrados en verdaderas jaulas de fuego, no levantan ni un minuto su mirada, para no desatender el plato que preparan o la carne que ponen a las brasas. Veo sus caras a través del vidrio, sudorosas al extremo pero no sólo del ambiente agobiador que los envuelve, sino de un destino carente de esperanza y escapatoria. Sus manos –como las del arrozal o las del maestro del cigarro- se ven curtidas por la maniobra interminable que ejercen de pie durante horas y horas. No sonríen, no expresan cansancio, nada; sólo un semblante robotizado por el encierro… Me imagino sus vidas también encerradas en pequeños cubículos sin luz ni comodidad alguna, esperando cada día igual al otro… Y uno que se queja a veces….
Apurados por este ambiente, nos tragamos la sopa y los tallarines y seguimos empujados a dónde la masa nos llevaba. Llegamos así al templo budista donde se guarda una reliquia de Buda. Dos dientes para ser específicos. El templo provoca un encuentro fuerte de sentimientos ya que por un lado es una ostentación de lujo, oro, brillos y marketing espiritual evidente y por otro, extrañamente pareciera que algo de religiosidad lo habita al menos en la fe de los que ingresan a hacer sus oraciones. Los encargados del templo son monjes vestidos de amarillo anaranjado, pelados, primos cercanos al Dalai Lama en aspecto, que cantan su oraciones en medio de una horda de turistas y fotografías. Trato de ponerme en su lugar y la verdad sería como tratar de hacer oración contemplativa en medio de Fantasilandia. Desencanta que detrás de cada cosa haya un vasito para donaciones o plata, pero si se sigue el código logra ser un espacio impresionante. Debe haber al menos dos millones de estatuas de diferentes versiones de Buda y de dioses que protegen a cada signo del horóscopo chino. Llama la atención la presencia del verde y el turquesa en la corona que sostiene la espalda del Buda y el dorado que escapa de su cabeza o de sus miles de brazos.
Me apena mi vago conocimiento del budismo para poder comprender mejor lo que veo y siento, pero sí recuerdo el libro de la historia del Buda y me sorprende profundamente cómo la historia de un solo hombre puede haber calado tan profundamente a millones de personas. Al ver su reliquia no puedo dejar de dar gracias por su existencia y pedirle que interceda por mi para alcanzar su plenitud y unión con todo, sobrellevando las circunstancias del mundo con tanta sabiduría. También pienso en si tuviésemos la posibilidad de estar con alguna reliquia de Jesús, cómo reaccionaríamos los cristianos…
Una cosa curiosa que nos sorprende a la vuelta del templo, son las tiendas de unos cuadrados de jamón con tocino frito que son el furor de los chinos. Hacen colas de una cuadra para comprar esta delicia, terror de los infartos cardiacos y la obesidad mórbida. Sin embargo compensado con el caldo de agua y el tofu, aquí casi nadie se ve con sobrepeso o problemas de salud. Lo que sí se ve y me agrada el gesto, son los viejitos chinos. Sus familiares los sacan a las calles en sus sillas de ruedas o carritos para que contemplen las celebraciones. Son muy flacos, de una edad indefinida que podría superar el siglo, con rostros idos, sin facciones prominentes. No tienen nariz grande, ni cejas, ni peras… Todo apenas sobresale del cráneo así como su pelo lacio y blanco que les rodea la cara.
Salir de las calles del Chinatown cuesta ya que son miles los puestos, los anunciadores de sus productos, las degustaciones públicas, las ventas, los suvenires y decoraciones para la fiesta del año nuevo de la cabra. El conjunto de tiendas es como una dragón de esos que bailan, pero que en vez de pasos te sorprende con parlantes y manos rápidas que cuentan y cuentan plata. El chino “capitalista” caricaturescamente hablando ha perdido gran parte de su “riqueza”.
Saliendo de las calles del Chinatown, Singapur recupera su compostura moderna y sofisticada. Grandes pantallas LED en las calles anuncian nuevos recitales o productos y sólo uno que otros artista callejero se atreve a hacer sus piruetas en alguna esquina. Volvimos agotados cerebralmente hablando y nos metimos a nuestra caja de zapatos sin chistar. Dormimos como Blanca nieves en la casa de los enanos, pero con sueño y cansancio, cualquier lugar es bienvenido.
Día 30: De visita en el mundo de Disney
Para airearnos un poco de tanta multitud y apretujamiento, el segundo día en Singapur decidimos pasarlo en la isla de Sentosa. Un lugar creado por el hombre para “la diversión” (no hay palabra que me cause más nauseas que esa a estas alturas de la vida). Nos fuimos en el metro y llegamos a un lugar que parecía Disney. Primera parada, el mall al final de la estación. Luego una vista a una bahía increíble con cruceros y jardines impecables donde todo está perfectamente iluminado, perfumado, con los colores combinados, con los caminos para cada cosa anchos y bien señalizados. Pasillos que rodeaban un mar turquesa, como recién pintado, iban musicalizados con música y anuncios que nos llevaban al paraíso de la diversión: Universal Studios, un Sea Aquarium, el Museo de cera, el paseo a los dinosaurios, los parques espaciales, un simulador de vuelo… todas las entretenciones perfectas para grandes y chicos, por “módicas” sumas de ingreso en cada una. Las entradas iban desde 40 a 150 dólares por persona para estar con Shrek, con el pez de Nemo o con Bruce Willis. Lo increíble es que todo estaba lleno y la gente compraba y compraba suvenires como si fueran bolitas de dulce.
Nosotros nos dimos vuelta por estas instalaciones increíbles y majestuosas, que no dejaban de impresionar por su arquitectura y coordinación. No había espacio que no se hubiese pensado y diseñado para la diversión. Por eso no debió habernos sorprendido tanto las tres playas a las que fuimos de paseo. Eran absolutamente falsas; inventadas desde cero por el hombre para hacernos pensar en el paraíso: arena blanca, mar tranquilo, palmeras, juegos de niños, restaurantes, baños perfectos con camarines, salvavidas, puentes colgantes, juegos de agua, buses que llevaban y traían con música, jardines recortados y del tamaño perfecto, ausencia de bichos, de basura, de vendedores ambulantes… Todo perfecto!!!! Uno podría pensar que de verdad llegó a todo lo soñado, pero el espejismo se desvanece antes de tocarlo. Falta la mano de Dios!!! La perfección uniformiza todo; lo hace plano, sin vida, sin movimiento, blanco albo, medido y contenido… Me gusta más lo silvestre, lo que florece sin permiso, lo que ilumina sin estar pagado, lo que alimenta el alma sin meter unas monedas a alguna máquina. Ni siquiera habían peces, ni pájaros, ni lagartijas… Yo creo que hasta los árboles estaban como actuando para parecer verdes.
No obstante la crítica al lugar, lo pasamos muy bien ahí contemplando a la gente y conversando de lo que estábamos viviendo. Sorprende a nuestros ojos aún la diferencia que hace el árabe en el trato a la mujer. Si estaban en parejas, ella se bañaba con toda la ropa puesta; hasta con los anteojos. Si eran grupos de mujeres, parecían un concierto de monjas descarriadas, aprovechando el minuto de libertad con risas y alaridos, mientras veían a sus hijos pequeños bañarse. Ninguna tocó el mar y al intentar hacer contacto visual con ellas, sacaban lejos la mirada. Sus hijitas vestían verdaderos trajes de rana que les nadaban en sus cuerpos flacos y oscuros. Qué contraste al ver a la Trinita que disfrutaba en total libertad el agua y la arena por horas y horas…
Lo otro que observamos con atención fue la raza hindú o india. Todos con su punto pintado en medio de los dos ojos, morenos como la noche, de facciones prominentes y llenas de fuerza. A diferencia de los chinos, sus miradas develan colores y sabores fuertes, pero también desconfianza y distancia. Sus dientes grandes y blancos destacan en medio de la negrura casi tanto como sus ojos almendrados y curiosos, pero no logran ser bellos los que aquí vemos. Muy por el contrario, les falta un retoque que afine su cara, una luz que ilumine sus ojos, una alegría que brille en sus dientes. Sí llama la atención la ropa femenina, tan preciosa, tan distinguida, tan bien amarrada a la silueta sin importar los años que tengan. Tienen curvas y caderas anchas, cuerpos de mujer bien armados y fuertes. Hasta la más anciana, se ve como una reina, con su trenza gruesa y cana que cae entre medio del satín y la seda. Los hombres por el contrario, en su mayoría, dejan mucho que desear. No se visten a la usanza tradicional y la ropa que eligen trasluce unos cuerpos afeminados y de piernas flacas. Hay mucho emparejado, o al menos de la mano, que no sé si interpretar necesariamente como homosexualidad ya que desconozco la cultura. Sus rostros son como bosquejos de carbón a medio terminar; no se vislumbran sus facciones, sólo una mirada ladina al andar. Se ven mucho más pobres como pueblo que los chinos. Son silenciosos y observadores; como si fueran huéspedes en este lugar.
A las demás rasas o pueblos no nos fue posible detectarlas, pero suponemos que aquí también hay gente de Malasia, de la misma Indonesia y de todo el sudeste asiático, ya que Singapur es como el Jerusalén de esta zona en los tiempos de Jesús. El epicentro de todo y el ícono del progreso y la riqueza. Basta sólo ver los miles de barcos llenos de conteiner y fábricas que miramos desde el borde de nuestra “playa”.
A la vuelta de este paseo a Disney, fuimos disfrutando de los espectáculos de luces y fuegos artificiales que no podían estar ausentes en la “diversión” y llegamos a nuestra caja de zapatos contentos y cansados nuevamente.
Día 31: De visita en el futuro
El día amaneció muy caluroso y parecía que los edificios de espejos se llenaran de vida y nos quisieran aplastar como enanos insignificantes en medio del cemento. No es que sea negativa la visión de este país – de hecho es absolutamente subjetiva y sólo una foto de ella- pero son muchos los estímulos que inquietan el alma. Uno de los que más llama la atención es el lujo de los autos. Yo me declaro ignorante total, pero la mayoría que se ve andando como si fueran simples Toyota son Mercedes, Audi y BMV. Ellos pasan a ser del montón al lado de modelos de Porche, Lamborgini, Ferrari y miles de pequeños cohetes terrícolas que se adueñan de las calles con sus colores estridentes y sus motores furiosos. Me llama la atención al verlos de cerca, lo chicos que son. Su altura no sobrepasa mi cadera y sólo son para dos personas. Se ven asientos de cuero y una sofisticación que sobrepasa el millón de dólares – según los niños-. A mi me resultan demasiado rastreros, egocéntricos y esclavizantes. Si sólo un espejo es el sueldo de varios meses de una persona… Aquí a diferencia que en Bali, pueden andar a sus anchas y “lucirse” a la vista de todos, pero me parece que la competencia pasó los límites y perdió su sentido desde el minuto que todos comienzan a tenerlo. Lo encuentro penoso la verdad…
Así de auto en auto, nos fuimos caminando largas distancias que nuestros pies resintieron bastante- a lo que se llama Marina Bayside que está coronado por tres edificios increíbles que se unen arriba como por una especie de arca metálica o surf. Para acceder a ellos eso sí hay que cruzar por el epicentro máximo del consumo; el mayor y más lujoso centro comercial que yo al menos haya visto. De las tiendas que reconozco estaban al menos Louis Vitton, Dior, Versace, Gucci, Pier Cardin, Rolex, y muchas marcas más que tenían sus templos edificados con el máximo esplendor que puedan imaginar. No medían menos de 100 metros cuadrados cada tienda y por supuesto nada tenía precio. Tampoco nadie entraba, no al menos para comprar. Realmente impresionante a lo que puede llegar el exceso del hombre… Zapatos con tacones de brillantes, carteras con incrustaciones de piedras preciosas… para qué me pregunto yo?.
Los edificios símbolo de la ciudad son las 2.500 piezas del hotel más lujoso de la ciudad que arriba tiene un parque y una piscina para sus huéspedes. Pinganillas como somos, nos fuimos a meter hasta el último piso y la verdad la vista era impresionante. A ratos daba vértigo, pero más dejaba en silencio contemplar el poderío que puede alcanzar el hombre. Desde allá arriba vimos cómo todo estaba articulado, unido por puentes increíbles de metal y vidrio, árboles gigantes de fierro decorados con enredaderas como callampas vivas, estadios con graderías decoradas para el año nuevo chino, las explanadas, los malls… Una alabanza al cemento y el fierro dominando absolutamente el paisaje con absoluta perfección y armonía. Todo en su lugar, todo iluminado y tensado para producir el escenario del futuro. La verdad así se siente después de haber subido los 55 pisos en menos de 30 segundos (con tapada de oídos incluida): estar contemplando el futuro al que aspiran todos y sentirse absolutamente fuera de lugar…
Una reflexión que escribí puede ayudar a expresar mejor la sensación:
Hoy todos los países, ciudades y ciertamente muchas familias añoran y se desviven por lograr superar el subdesarrollo. Ese estado donde sólo unos pocos viven cómodamente y los demás deben adaptarse a una supervivencia más o menos digna. El anhelo es legítimo y necesario para poder conquistar el orden, la seguridad, la confianza en las instituciones y la posibilidad de surgir por medio del trabajo y el esfuerzo. Sin embargo, conquistado ese estado en donde todo funciona a la perfección y todos tienen condiciones adecuadas de vivienda, salud y trabajo, se produce un giro muy peligroso en el cual el subdesarrollo se traslada al espíritu de los pueblos. Tienen comodidades pero los invade el consumismo y la competencia por el lujo. Tienen confianza en la funcionalidad de todo, pero pierden libertad esencial y de pensamiento. Ganan en servicios y productos, pero pierden el contacto con lo natural, con lo humano y con lo divino. Conquistan el mundo material, pero se encierran en él y se les oscurece la mirada. Se llenan de autopistas y grandes rascacielos, pero pierden la posibilidad de contemplar las estrellas y disfrutar del silencio. Se llenan los bolsillos de dinero y de ambiciones, pero se le escapan los sueños y las ilusiones. Se rodean de arquitectura impresionante y diversiones espectaculares, pero se les esfuma lo auténtico, el gozo y la alegría. Los espacios públicos son amplios y perfectos, pero el mundo interno se jibariza y se empobrece. Entre subdesarrollo y desarrollo es desesperanzador el panorama futuro… Habrá que al menos tener conciencia y ver qué caminos tomamos en esta difícil ecuación.
Aprovechamos de ver la piscina famosa y su borde terminaba en el acantilado del edificio. Otra proeza del hombre, digna de alabanza. Estaba repleta de asiáticos uno al lado del otro, con sus toallas blancas amarradas a la cintura y me recordó las termas de Colina (sólo una módica diferencia de precio obviamente!!). Me doy cuenta cuánto valoro la soledad y el espacio; sin duda un privilegio que aquí valdría demasiado. Todo está lleno; no hay lugares vírgenes; sin ser víctimas del sistema y del hombre…
Nuevamente bajamos por el ascensor supersónico y nos dirigimos a los jardines más preciosos y perfectos que uno haya visitado. Nada que comparar eso sí con los jardines franceses o los templos de agua de Bali, que llevan en la savia algo real y ancestral. No, aquí todo es higiénico como en un laboratorio. Los colores fueron pensados antes de que crecieran y las hojas dirigidas dónde algún paisajista previó para armar el conjunto planificado. El resultado está absolutamente logrado; no hay nada fuera de lugar ni una planta que desentone. Los parques son atravesados por recorridos de pavimento a donde el pasto llega respetuosamente como si le cobraran multa al excederse y donde no entran ni las mariposas sin pagar peaje. Una melodía de colores articulados en un tejido lindísimo que se alternan para darle gusto a los visitantes. Nada ha quedado al azar: las señaléticas, las fuentes de agua, los puestos de venta, los domos con museos o exhibiciones especiales, los asientos, los basureros, los carritos de golf para llevar a los cansados están planificados a la perfección. Me imagino los miles de hombres y mujeres que han trabajado en cada metro cuadrado de este parque, calculando las luces, los riegos, las siembras, las plagas, los vientos, la cantidad de sol, etc.…
Coronan esta parte del paseo seis u ocho árboles metálicos en forma de callampas que le dan un carácter aún más futurista al paisaje. Cada fierro de color morado o verde, está rodeado por enredaderas y plantas que lo revisten y le dan un aire semi vivo. Entre ellos están comunicados por puentes elevados y uno de ellos –el más alto- tiene un mirador y restaurant en la copa.
Hasta ahí ya eran imponentes, pero al llegar la noche nos regalaron el espectáculo más lindo que haya visto en años. Primero todo se hizo noche y el cuasi silencio llenó el lugar. De pronto una música clásica medio étnica y oriental despertó a estos esqueletos de metal y para mi gusto – a través de las luces- les dio vida y las convirtió en bailarinas chinas. Primero lenta y suavemente se fueron vistiendo de diferentes colores y parecía como si cada uno escondiera una lámpara de papel de arroz con colores pastel. Luego la danza se volvió más enérgica y las “bailarinas de metal” comenzaron a mover sus “abanicos” y a “disparar” miles de luces de colores como si quisieran seducir con ellas al cielo. Sincronizadas a la perfección pasaban del verde al turquesa, del rojo al púrpura y del amarillo al naranjo como si sus cuerpos de plantas se hubiesen convertido en vestidos de seda glamorosos y brillantes. De espaldas en el suelo contemplábamos esta maravilla humana y pensé que de esto también se podía hacer una alabanza a Dios. Permitir que toda esa maravilla ingenieril diera a luz a este hijo maravilloso de música y color, me regaló un poco de esperanza en este futuro tan frío a ratos y tan carente de libertad. En un momento las luces dejaron de ser luces y las estructuras metálicas desaparecieron de mi vista y todo se convirtió en un espectáculo de estrellas, cometas y presencias amorosas que me recordaron mi infancia y me detuvieron en el aquí y el ahora. Fue cómo un vórtice que detuvo el tiempo y nos permitió contemplar la belleza en plenitud. Un privilegio –otro más- que sólo se puede agradecer.
Y por si fuera poco, después de eso fuegos artificiales que a mi gusto estuvieron de más. Lo otro fue fino, precioso, lleno de gracia y feminidad… Seguramente el equipo de ingenieros que creó el espectáculo de luces no debe haber quedado muy feliz con que después agregaran algo “tan mundano y ruidoso”.
Así con una vista al futuro, nos devolvimos al presente acompañados de una masa inmensa que atiborró los metros, las calles y todo lo que teníamos al frente, así que al llegar al barrio chino, casi como que nos sentimos en “casa”.
Día 32: Las últimas lecciones en Singapur
El lunes fue nuestro último día en esta ciudad que nos ha impactado y cuestionado a todos. Lamentablemente –creo, ya que uno nunca sabe por qué pasan las cosas- nuestros planes de visitar el barrio indio y el musulmán se fueron al tacho de la basura, al igual -parece- que mi pasaporte que desapareció misteriosamente dentro de los ocho de la tribu.
Yo creo que era un plan maléfico de Andrés para deshacerse de mí, pero no le resultó (jaja!!) ya que después de verificar que no estaba en el hotel, tuvimos que dejar a los niños “guardados” en la caja de zapatos e ir a la embajada de Chile para que me dieran un nuevo pasaporte. Las oficinas eran de lujo y estaban ubicadas en el mejor barrio. Ahí me atendió un “compatriota hombrecito” muy pajarón (por decirlo en elegante), pero al que le agradecí al menos que hablara “chileno” e intentara ayudarme. Lo malo es que no sabía ni la clave del internet, ni cómo se hacía el trámite ni nada. Gracias a Dios la secretaria –una local de Singapur- sabía todo el tejemaneje y logramos después de tres horas de bastante angustia obtener el famoso pasaporte consular. Resultó finalmente que el hombrecito era el cónsul, lo que me dejó bastante inquieta, ya que en las tres horas en que lo vi, sólo le fue a preguntar mil veces a la secretaria qué y cómo hacer todo. Tranquilizador panorama no es cierto… ¡!!!
Dentro de las anécdotas curiosas frente a este episodio transcribo dos últimas reflexiones:
Un síntoma para reflexionar me sucedió tomándome una foto para un documento. El técnico que la revelaba, sin preguntarme, comenzó a “arreglar mi imagen” a través del photoshop. En menos de dos minutos, había borrado las imperfecciones de mi piel, había eliminado las arrugas de mi frente y dado luminosidad general a mi cara. Inconsciente aún dejé que “retocara” mi foto hasta que la imprimió. Al verme ciertamente seguía siendo yo, pero parte de mí también se había borrado. Al principio la idea de verme más joven y con una piel de porcelana me encantó, pero luego al ver mejor la foto constaté que se le había ido la historia, la huella de la vida que me hacen ser lo que soy con “mis gracias y desgracias”. Hoy todo parece tender hacia lo “perfecto”, lo “transparente”, lo “higiénico”, porque parece más atractivo y bello en la forma. Sin embargo, el gran riesgo es que se pierde del fondo, de la sustancia, del hálito único de vida, de los avatares de la historia que nos han construido a punta de costalazos y machucones. Hay que estar muy atentos porque así como dejé pasar la foto y me vi arrastrada por “la juventud” que ya se me escapa, así también en todo se puede colar este virus ciertamente seductor y agresivo. La verdadera vida es con manchas, con sombras y luces, con arrugas y gestos, con sabores y olores propios, que nos muestran que hemos recorrido un camino maravilloso de vivencias y que no hemos estado en el mall de la existencia, con pasillos relucientes y ambientes aromatizados artificialmente.
Como seres humanos de carne y hueso necesitamos para vivir tranquilos un piso firme, que nos permita pararnos y enfrentar los movimientos de la vida, al menos con un punto fijo; un ancla. Parte de esta seguridad nos la da el tener patria; un suelo al cual pertenecemos por derecho y que nadie nos lo puede quitar. Sin embargo, cuando ese piso se torna movedizo, incierto y condicionado a la arbitrariedad de otros, fácilmente se genera una angustia existencial importante.
Los derechos se esfuman y nos sentimos en una vaivén de vientos que nos llevan donde quieren. ¿Qué hacer frente a esta incertidumbre basal tan desconcertante? Probablemente aferrarnos a la única ciudadanía que nadie nos puede arrebatar: la de ser habitantes del cielo e hijos de Dios. Es Él quien regala cada segundo de vida y cada ancla de nuestro ser. El ve y envuelve todo movimiento que hacemos y protege cada circunstancia que vivimos para que sea un aprendizaje fecundo y que podamos soportar. Nada escapa de sus dominios ni de su ley, por lo que nada debiésemos temer. Nuestro pasaporte divino siempre tendrá la puerta del cielo abierta para nosotros; una visa vitalicia para la paz y la felicidad. Depende sólo de nuestra voluntad a dónde queremos tirar el ancla definitiva de nuestra vida y a qué nos queremos aferrar.
En definitiva, ¿me gustó o no Singapur? Yo creo que la respuesta queda a la vista.. Me costó esta ciudad. Me costó pensar que también Chile y muchos países quieren ir hacia allá. Me llenó de inquietudes y de desesperanza. Por eso volví a Bali feliz; feliz de oír nuevamente las ranas de verdad, escuchar las lagartijas que nos habían extrañado; ver los arrozales moverse por el viento y las tormentas y no porque un ingeniero lo pensó así. Difícil es desafío del futuro pensado así… No me cabe duda, que al igual que en el barrio chino, iremos contra la masa, nos veremos muchas veces arrastrados por la corriente, tensionados por el tener y el aparecer, y frente a eso, nuestras fuerzas no son nada… Todo está –como siempre- en las manos de Dios.
Día 33: Caleteando por Bali y su idiosincrasia
Después de la travesía por el futuro que nos ofreció Singapur, la verdad fue un agrado volver a los arrozales con todo lo que ello implica. Supongo que siempre el “salir” de lo conocido, nos permite valorar aún más lo que no es obvio, sino un tremendo privilegio y regalo. La sonrisa y la dulzura, las ofrendas y las motos, los despelotes y las playas verdaderas… pasaron nuevamente a ser parte de nuestra rutina y paisaje por varios días tranquilos.
El tiempo volvió a hacerse inestable cambiando de opinión a cada rato. Es como que tomara cada mañana la decisión de regalarnos un cielo calipso y un sol radiante, pero después amurrado se arrepiente y nos manda vientos fuertes acompañados de nubes negras y lluvia abundante. No faltan los truenos y los temidos relámpagos que retumban en toda la casa. Sin embargo nunca nos había tocado una ráfaga de viento como la que sufrimos un día. Mientras almorzábamos vimos que comenzó a chispear; luego en segundos empezó a correr viento y de repente todos los vidrios y puertas de la casa empezaron a sonar. La sensación de miedo fue similar a la de los terremotos, pero extendido en un tiempo que nos pareció infinito. Estábamos metidos adentro de la casa de ramas y el lobo soplaba fuertísimo, sin piedad, queriendo comernos igual que a los cerditos.
Subimos al segundo piso atemorizados y curiosos y el espectáculo era dantesco. Todos el paño verde del arrozal parecía un remolino furioso, violentado e iracundo frente al enemigo invisible. El viento atacaba en todas las direcciones y las cosas comenzaron a volar. Primero la ropa, luego el quitasol de nuestro jardín se fue fuera de nuestra casa, pero ahí vino lo más terrible: la casa en donde viven nuestros vecinos, los maestros, se empezó a dispersar por los aires convirtiendo cada tablón y zinc en una arma filosa y veloz que se propagó por el arrozal. Los pobres hombres no fueron alcanzados porque Dios es muy grande y sus antepasados deben haber estado agradecidos con tanta ofrenda y sacrificio, pero realmente fue una masacre del huracán. Quedaron sin techo y sin varias murallas y todo se convirtió en un caos que nos apretó a todos el alma. Deben haber sido unos 15 minutos que estuvimos en el ojo del huracán, pero agradecimos de verdad el que no hubiese ningún herido y no haber estado manejando o caminando en esos momentos, ya que el peligro fue grande y real.
¿Dónde viene la idiosincrasia increíble de este pueblo?. Mientras recogíamos los desórdenes provocados en nuestra casa, pensé que podríamos ir en la tarde a ayudar a los maestros a re armarse u ofrecer nuestra ayuda. No había pasado ni una hora, cuando los mismos hombres habían reconstruido todo de tal forma como si hubiese sido sólo una ilusión óptica. Nada de ayudas del estado, ni tiempo para lamentarse. Rasguñarse con las propias uñas, sin llorar y a seguir trabajando como si nada. Me quedé contemplándolos un largo rato admirada de un espíritu tan fuerte y resiliente, hasta que me empezaron a saludar y hacer chistes.
Me quedé rumiando la experiencia desde muchos puntos de vista; ¿será que están tan acostumbrados a perderlo todo o a no tener nada, que se arman y se desarman con tanta naturalidad?; ¿será que su carácter optimista y donde todo fluye les ayuda a soportar mejor las adversidades?; ¿será que saben que no cuentan con nadie más que sí mismos y que sólo ellos pueden volver a levantarse?; ¿será que el clima es parte de su ADN y que los dramas para ellos se convierten también en fiesta?; ¡cuánto de esto nos vendría bien a los chilenos….! Dicen que los balineses cuando más problemas tienen, más sonríen ya que con eso creen espantar los malos espíritus y cambiar su suerte. Francamente un ejemplo loable y conmovedor…
Comiendo con nuestros conocidos y casi amigos chilenos (vamos subiendo de categoría) que volvieron del viaje, hemos constatado muchas de las intuiciones y costumbres balinesas que hemos experimentado en carne propia. Se acuerdan que hablaba hace unos días de la inseguridad; bueno es real; aquí puede pasar cualquier cosa con la policía, con el manejo, con las instituciones, con todo, ya que las leyes no son tales, las líneas rectas siempre se encorvan, los precios no son los reales, los mapas no te llevan donde deben y lo que debiese ser derecho se torna siempre para el revés. Quizás uno podría volverse loco con eso, pero no!!! Aquí todo, TODO, se puede arreglar con el “vil dinero” y eso es lo único seguro y que funciona a la perfección. Terrible por una parte, porque la corrupción llega a todo nivel y no hay espacio que no pueda arreglarse con algún favor. Es más, los famosos cobros ilegales de los policías, supimos son parte del sobre sueldo conocido que ellos reciben a una dura trayectoria familiar. Aquí para ser policía debes pagar mucha plata y las familias pobres se endeudan para poder acceder a este status. Luego con el sueldo no les alcanza y por ello los “cobros extras”. Me llegó a dar pena haberme arrancado del pobre hombre… Es más si uno pide el parte e intenta seguir lo legal, desajusta todo y genera un problema a la burocracia que desconoce este tipo de prácticas correctas y te preguntan molestos que por qué no le pagaste directo al policía. Así pasando billetes se puede ir sobreviviendo en esta isla sin tantos juicios, demandas y conflictos eternos. Aquí todo se arregla en el día y la cantidad de plata a pagar, sólo dependerá del tamaño de la falta y del humor de quien tiene la autoridad.
Eso sí hay un tema fuerte en estos días que no parece tener solución por la vía anterior y es el caso de la pena de muerte a los que trafican droga. Ya han matado a varios este año ya que el nuevo presidente indonésico está haciendo cumplir estas penas y hay más de 350 extranjeros condenados y que tienen fechas próximas para ser fusilados. Lo que más ha consternado a este país y al mundo son nueve chiquillos australianos que hace 10 años fueron sorprendidos y el próximo mes matarán a dos de ellos que tienen ahora 30 años. Lo más penoso es que estos hombres, durante este tiempo, se han rehabilitado, convertido al cristianismo, son artistas, tienen una empresa de ropa que manejan desde la cárcel (eso sí lo han podido comprar) y son tremendamente queridos por toda la comunidad carcelaria y por toda la isla de Bali. Qué dilema más profundo y terrible… Igualmente dicen que la droga existe fuerte acá a pesar de tan radical escarmiento… Conocer este lado oscuro de aquí y del ser humano es muy desesperanzador, sobre todo porque las salidas ni siquiera se alcanzan a vislumbrar…La droga finalmente siempre es una pena de muerte desde todo punto de vista…
Pero al adentrarnos en lo más íntimo de la isla, no fue todo negativo. Junto a Juanjo (el chileno), Andrés se cruzó todos los arrozales y encontró la panadería con hornos de leña de un francés. Hace tiempo no comíamos una baguette que crujiera y un pan con semillas que nos recordara nuestro terruño. Fue una bendición que duró la nada en nuestra pensión, pero que se agradeció enormemente. También nos dio datos de las mejores hamburguesas de la isla y de lugares que aún no hemos visitado y que sólo conocen los locales, así que esto no se ha acabado señores…
Caleteando, lo primero que hicimos fue ir a recorrer un sector residencial que está justo al otro lado de donde vivimos y que se llama Sanur. El camino era precioso ya que estaba lleno de verde y de jardines de plantas que parecían de cuentos. Se veían casas bonitas y un entorno playero con árboles y arenas amarillas parecidas al cous cous. Si bien el calor era intenso, nos pudimos proteger debajo de un árbol generoso y lleno de nudos que formaban caras de duendes. Había árboles a lo largo de toda la costa y ahí se guarecían también muchos turistas de la tercera edad y familias balinesas con niños y abuelos. La imagen era de sueño; la marea estaba muy baja y dejaba a la vista una gran superficie de algas que a través de grandes o pequeñas islas o manchas, teñían de verde la superficie transparente del mar.
El borde estaba como preparado para un cuadro: cientos de botes “arañas” de colores chillones y cuerpos de bambú, esperaban pacientes a que las aguas del mar crecieran y le dieran vida y sentido a sus cuerpos acalorados. Los cuerpos flacos y morenos de los viejitos balineses combinaban bien con los blancos y gorditos de los turistas y entre medio se metían los niños chicos locales, juguetones y coloridos, mojándose en este mar muy bajito y manchado. Para completar el cuadro a unos 400 metros hacia adentro del mar, aparecían las siluetas de unos pescadores que con el agua a nivel de las rodillas y sus lanzas de delgados palos, intentaban robarle algún tesoro al arrecife de coral. Y es que esta zona es plana, sin olas, un rompecabezas de algas y rocas bajas que anteceden la entrada al paraíso escondido. Para bañarse el lugar era un desastre, pero para admirarse con la belleza de la creación era única.
Armados con hawaianas caminamos hasta donde estaban los pescadores del cuadro, atravesando todo tipo de superficies extrañas. Algas, corales molidos, arenas movedizas, pozones tibios con pequeños peces atrapados, hasta que llegamos a una diversidad de formas y colores maravillosa. No sé porqué me imaginé que debajo del agua, las hadas habían construido aquí su reino arrancando de la superficie. Vimos amarillos intensos, turquesas, verdes chillones, rojos furiosos, blancos relucientes, lilas, azules, negros profundos, fucsias, celestes y todo tipo de cafés y grises, vistiendo a lo que parecían pequeños seres semi transparentes y escurridizos que huían a nuestro paso. El agua que comenzaba a moverse con más fuerza, les servía de perfecta escapatoria a nuestros intentos de pillarlos, así que nos instalamos un buen rato sentados en los pedazos libres de las construcciones de coral para contemplarlos. A simple vista no eran tan espectaculares, pero no más mirarlos comenzamos a ver pequeñas estrellas que parecían pulpos, pelotas que parecían cerebros tallados, árboles como bonsáis, flores de colores, peces diminutos, gusanitos de mar, formaciones sin contornos definidos, que se recogían al tocarlas y así todo este reino de magia, silencioso y maravilloso. El único problema era que todo parecía lleno de trampas y era muy fácil caerse; lo que fue experimentado por mi trasero y espalda en tres veces seguidas, lo que dejó el “encanto” de las hadas muy evidente.
Ya de vuelta fue bonito ver cómo las familias enteras salían a recorrer las superficies de algas y a recoger algo de ellas. La imagen era muy nítida: un espejo de agua bajito y extendido, salpicado de manchas pardas y por sobre ella “flotaban” los pies y las ropas fuertes de todos estos visitantes. Tenía un dejo de apocalíptico o de tragedia post tsunami, pero era muy lindo y conmovedor.
Otro día, tomamos el auto y nos dirigimos hacia el sur de Bali, a Nusa Dua, que es como un pedacito de la isla que cuelga como un apéndice. Antes habíamos estado en un lado de ella, pero ahora cruzamos hacia el otro; un sector de acantilados muy altos y mares turquesas que se enamoran de las costas con un baile fuerte y seductor que rompe la orilla con formas muy curiosas. Como celosa de esta pareja, la vegetación hace su aparición en la escena metiéndose en la roca y creciendo donde parece imposible, luciendo un verde precioso e intenso.
Conscientes de tanta belleza, probablemente un grupo de visionarios y millonarios está haciendo un parque gigantesco que se llama Cultural Park en donde están “inventando” un producto all inclusive al mejor estilo de Singapur. Caminos anchos y perfectos, con esculturas de animales gigantes hechas en bronce, pilares de piedra caliza tallados de tamaño monumental, jardines artificiales y estatuas de dioses del tamaño de un edificio, entre otras cosas, que servirán para atraer a miles de turistas al paraíso de la cultura balinés con sus bailes, restaurantes y artesanías más típicas. El único inconveniente es que carece de raíces, es todo construido con buldócer y retroexcavadoras. Hasta los murales de dragones y pájaros tallados en cerros de 30 metros, estaban recién hechos y envejecidos artificialmente. Aún no está terminado, pero será una gran atracción de esta isla en el futuro… No fue raro entonces que muy cerca de ahí también nos encontráramos con condominios muy lujosos, con carritos de golf y parques muy cuidados. Las villas residenciales eran mansiones increíbles al mejor estilo americano, iguales a las que hay en Chicureo o en la Dehesa.
Sin embargo, no todo fue “nuevo y perfecto” en este recorrido ya que muy cerca de ahí, los balineses antiguos decidieron a hacer uno de los templos más importantes a nivel religioso: el Uluwata. Según su fe, este es el punto de defensa más fuerte para defenderse del mal que habita en el mar y por ello eligieron el punto más alto del acantilado.
Para entrar nos vestimos con sarong de color lila y cinturones amarillos que junto al verde y al turquesa hicieron una combinación increíble. A Iñaki le amarraron también el pañuelo clásico en la cabeza y se veía como un príncipe sacado de un cuento. Todos mis espigados monjes junto a la princesita, partimos atentos al bosque que antecedía al templo, ya que estaba lleno de monos poco amigables, que además eran expertos ladrones de anteojos y sombreros. Subimos por peldaños de piedra abrasados por un calor que ahogaba, admirando un precipicio que nos acompañaba sin ninguna seguridad. La piedra de las pequeñas murallitas quemaba al tocarlas, pero dejaban ver un horizonte de mar infinito que escondía formas oscuras en su fondo. La tierra y piedra del acantilado variaba de negro en la superficie hasta blanco como caliza ya llegando al piso. Supongo que eran el testimonio visible de millones de años de erosión y de fósiles marinos convertidos en roca. Además de la majestuosidad de la vista, nos llamó la atención el camino que rodeaba el templo de lado a lado de la cumbre. Era una pequeña muralla- como la china- rodeada de rústicas casas de monos hechas debajo de los arbustos. Sin embargo, no salieron al camino como siempre lo hacen, ya que el calor era tan fuerte que se metieron en las sombras del bosque. Las que sí salieron y fueron un regalo de colores y bailes fueron las mariposas. Había negras con diseños blancos como pintados con acuarelas, había amarillas, blancas con el negativo en negro, rojas, naranjas, pero sin lugar mis favoritas fueron unas mariposas café muy oscuras, cuyo centro era de un turquesa metálico que hipnotizaba. Además eran las más grandes y lentas como sabiéndose hermosas para mostrarse. Achicharrados y casi deshidratados por este calor tan inusual, nos fuimos sorprendidos de las maravillas de la naturaleza y del trabajo tan minucioso y sacrificado del hombre.
Seguimos recorriendo en auto culebras de pavimento negro, escoltados por muros verdes densos hasta que llegamos a una callecita que nos llevó al corazón del surf de todo Bali. Lejos el lugar más cotizado y visitado por los fanáticos de este deporte en todo el mundo, tenía buenas razones para su fama. Los mismos acantilados del templo aquí estaban cortados en zig zag para llevarnos a un encuentro de piedras donde entraba el mar. Por supuesto que el camino se había poblado de restaurantes y tiendas que reflejaban un estilo de vida o aire muy particular. Cómo explicarlo: relajo, mucho trasnoche, alcohol y “carrete”, pero en buena. Una vida sin responsabilidad ni compromiso alguno, pero atractiva y acogedora en cierta forma. En el fondo se respiraba una libertad intensa, a veces excedida y mal usada, pero sobre todo vinculada a la naturaleza y a lo más radical de los seres humanos: la vida efímera y la ansiedad por aprovecharla. Un lugar de juventud con todo lo que esto implica: puro presente, cuerpos lindos y bronceados, ojos brillantes y narices peladas por el sol, brazos fuertes y espaldas anchas, coqueteos y juegos sin descaro, extroversión y temeridad. Una fragilidad y fuerza mezcladas con la sal y el calipso del cielo.
Bajamos por escalones de piedra hasta las cavernas que hacían de portales para llegar, probablemente, a uno de los lugares más lindos que he visto en mi vida. La marea fue benévola con nuestra visita y pudimos acceder a una playa angosta y corta que estaba limitada en su espalda por los murallones de roca que subían al cielo y que terminaba en unas formaciones rocosas negras con plantas verdes. Los 10 metros de arena amarilla y suave llegaban al mar para unirse con los restos de un coral antiguo que hacían pozas de agua cristalina. El verde y el celeste se turnaban para dar la bienvenida y hacían tratos con la luminosidad del sol, que enceguecía con destellos de luz plateada sobre el mar. Un sueño de película, protegido de la basura y coronado a la distancia por los hombres y mujeres que más adentro se encumbraban en las olas, queriendo tragarse la adrenalina que los mantendrá vivos.
Hubiese sido lindo quedarnos ahí contemplando todo lo lindo que ha hecho Dios para siempre, pero el néctar sólo se toma de a poco para que se conserve en el alma…
Nos fuimos de ahí llenos de gozo e impregnados del aire tan vitalizante y mágico de la “juventud”. Al subir de vuelta cuando casi anochecía, me llamaron la atención las mujeres. En primer lugar las balinesas que atendían los puestos y que vendían pulseras tejidas por ellas. Había muchas de diferentes edades, con dientes o sin ellos, con guaguas o niños pequeños que se les escapaban de las manos, con colores en sus ropas combinadas con tanta gracia que parecían vestidas para una fiesta. Probablemente eran feas de cara, pero tan alegres y risueñas sus miradas, que se convirtieron ante mis ojos en princesas preciosas de un reino misterioso, llenas de secretos y pócimas mágicas. Eran como envases humanos de encanto, con manos duras y ágiles dispuestas a tejer y a trabajar en lo que fuera, pero sobre todo su risa quedó sonando en mis oídos para siempre. Qué delicia!!! Manaba de adentro, divertida, ingenua, como agua fresca que destilaba entre los acantilados hacia la tierra. Contrastó con ellas la invasión de caucásicas perfectas que empezaron a invadir la playa, seguramente en búsqueda del panorama nocturno. Muy llamativas, con sus pelos de trigo y oro ostentosos, enmarcando sus rostros dorados y escarlatas, sus cuerpos jóvenes más o menos voluptuosos, sus tenidas ligeras y bien pensadas, sus labios y ojos muy pintados, todo previamente pensado y preparado para la belleza y la conquista, pero no traían ninguna sonrisa dibujada. Más parecían guerreras de hielo apuntadas como flechas hacia su próxima víctima. Sus voces eran duras, daban instrucciones o hacían muecas simulando alegría, pero en ningún momento vi en ellas agua fresca. Probablemente envidian o anhelan inconscientemente encontrar la fuente de felicidad que alimenta a las princesas desdentadas y ajadas por el trabajo… ¡Qué paradoja no…!!!
Siguiendo con nuestro afán de descubrir los últimos rincones de esta isla, fuimos en nuestra moto a recorrer los arrozales que están a punto de ser cosechados. Los campesinos los protegen con espantapájaros, con hilos plásticos y tarros que se mueven con el viento, para que las espigas cargadas de granos no sean asaltadas después de tanto trabajo y sacrificio. No parecen haber ladrones humanos ya que no hay cercos ni protección alguna a estos mantos exuberantes de alimento que parecen ofrendas. Tan lindos, tan llenos de vida, parecen melenas bailando al son de los cielos para alabarlos y darles gloria. Los caminos de motos son del terror; apenas pequeñas huellas que alguna vez tuvieron cemento, pero que hoy te hacen ir corcoveando y haciendo equilibrio permanente para no caerte en los bordes inundados del arrozal. Entre medio de estos parajes y perseguidos por una lluvia loca, conocimos la panadería del francés y un lugar exquisito para tomar desayuno. Café de verdad, croissant con chocolate, fueron un excelente aliciente para salir temprano de la casa.
Lo único que nos ha pasado en este último tiempo es que ha aparecido ya la reflexión sobre el retorno a casa. Cómo conservar lo que aquí se vive; cómo atesorar lo vivido; cómo volver y compartir la apertura experimentada… Son muchas las inquietudes que ya vienen germinando en mi alma y espero poder encontrar respuestas ya que hoy sólo me visita la incertidumbre… Sé que el tema está en mi mente y no en el espacio que me rodea, pero aún me parezco muy tonta e incompetente. Sin embargo, el ángel de la ligereza me vino a visitar esta mañana, para que tome todo con más humor y no construya dramas inexistentes… Habrá que ser como Bali, fluir y reconstruirse después de cada ventarrón con una sonrisa de princesa encantada en la cara y en el alma. Difícil no es cierto!!!
Día 34: En el corazón vivo de la isla
Geográficamente Bali tiene playas de diferente tipo a todo su alrededor dependiendo hacia dónde miren. Unas son de arenas blancas y aguas mansas, llenas de peces de colores y coral; otras de aguas convertidas en un eterno bailes de olas (delicia de los surfistas) y arenas más oscuras y pegotes. Otra área tiene acantilados bañados de aguas violentas y turquesas y unas pocas playas, tienen rocas negras que arden con el sol. Pero si la miráramos desde arriba, a toda esta superficie costera multicolor la siguen las plantaciones de arroz que van suavemente ascendiendo hacia pequeñas lomas teñidas de verde intenso. Las escaleras van acortando sus escalones de agua y acompañándose de palmas de platanitos enanos y arbustos propios de una selva tupida y desordenada. Luego aparecen unas montañas más altas hasta donde el calor no llega y que están sembradas de bosques de bambúes y algo parecido al coigüe y el alerce sureños. Sigue siendo selva pero con menos tupición y vestida de helechos y musgos preciosos. Liderando todo este paisaje, coronan la isla los volcanes –que despiertan con más frecuencia de lo que uno pensaría- y lagos que parecen pedazos del cielo que se hubiesen caído a la tierra. Bueno, todo ese paisaje fue el que fuimos a recorrer en la última aventura vivida en esta caja de sorpresas balinesa.
Partimos en nuestro cuarto auto en arriendo (el segundo lo están arreglando del choque de la moto y el tercero era demasiado grande para manejarlo en estos laberintos) hacia un sector llamado Besakih. Fuimos acompañados por largo rato por artesanos de piedras que exponían sus trabajos increíbles a la orilla del camino. Budas, elefantes, dragones y monstruos espeluznantes nos miraron como queriendo subirse al auto e irnos con nosotros a Chile. La tentación es grande, pero también su tamaño y peso, así que se ve difícil nuestra futura convivencia.
Detrás de ellos estaba el mar revuelto y pegote que ya conocemos, hasta que en un punto doblamos hacia la izquierda y comenzamos a subir. Si bien no parecía que fuera tan empinado el camino, tuvimos que cortar el aire acondicionado en todo el ascenso para que nuestro querido cacharrito nos pudiera llevar al destino. Pasamos por pequeños pueblos llenos de magia, como detenidos en el tiempo. Casi todas las mujeres vestían con su traje tradicional balinés que consiste en una pollera hasta los tobillos con diseños de batik, arriba una blusa de encajes de un color y un cinturón de color chillón marcando sus siluetas. No son flacas ni lindas una vez más. Muchas son ancianas con pelos blancos y sonrisas sin dientes, pero el conjunto es de una belleza que hace ver princesas antiguas en todas las esquinas. Muchas veces se coronan las cabezas con cajas cuadradas de mimbre pintado, donde llevan ofrendas o comida, otras veces se cargan con pesados paquetes o las más llamativas con arreglos de frutas y flores que suben como tortas de novios sobre sus cabezas. Es increíble el peso que llevan y el equilibrio que logran, lo que me hace pensar una vez más en el arte de llevar con gracia y belleza todo lo que “cargamos” en nuestras mentes sin perder la capacidad de sonreír y mantener el equilibrio aun cuando estemos viejos y sin dientes. Creo que en occidente no llevamos cajas visibles, pero sí pesadas cargas que no siempre sabemos equilibrar.
Los hombres son en su mayoría campesinos y por ello no es raro verlos escondidos debajo de miles de ramas verdes, como totoras, caminando por las calles a pies pelados. Sus pantalones son los sarongs tradicionales y no falta el cigarrito que se vislumbra entre medio de sus manos oscuras y endurecidas.
Después de serpentear por los cerros de Bali, llegamos a un paisaje idílico tejido con madejas verdes de diferentes tonos que combinaban con un cielo albo y celeste. Compramos los tickets de rigor y ahí comenzó el recorrido a pie hacia uno de los templos más lindos y más grandes que completan la serie que hemos visto. Los templos aquí pueden ser familiares – los que hay en cada casa-, los comunitarios – equivalentes a nuestras parroquias- y los nacionales que son donde se realizan las grandes celebraciones y ritos. De estos grandes están los de la costa, los de los lagos interiores y este Besakih que está a los pies del volcán. Quizás es interesante saber que aquí las ceremonias varían de fecha de acuerdo a cada casta. Las castas se reconocen por sus apellidos y dividen al pueblo balinés entre los que descienden de los reyes, de los artesanos, de los sacerdotes, de los comerciantes y así van bajando de rango y posición hasta ahora. Así durante el año hay feriados y fiestas todo el rato, ya que cada clan celebra lo suyo de acuerdo a su historia.
Para llegar al templo caminamos en ascenso dos kilómetros con mucho calor, cuidándonos de tres peligros inminentes. Primero los hoyos del camino. Algunos piadosos ponen ramas o palos para avisarte, pero muchos están ahí como trampas de ratones para que nos caigamos. El segundo peligro son las arañas. Sí, mis regalonas!!!! Arañas más chicas que una pollito chilena, pero con un poto inmenso y una patas muy finas que alcanzan el diámetro de la mano de un niño. Sus tejidos son impresionantes. Como si nadie hubiese roto sus obras en siglos, han urdido verdaderos parrones que le dan un aspecto muy escalofriante al paseo. El tercer “peligro” son todos los vendedores de cualquier cosa que no te sueltan hasta no salir con algo en las manos. Los peores son las niñitas pequeñas. Una cabeza más chica que la Trinita, recitan su poesía de venta en todos los idiomas que saben, como cuando uno saludaba a los profesores cuando éramos chicos. Con un ritmo monótono y rotativo, te persiguen escalones arriba ofreciendo postales, collares o cualquier cosa. Si bien uno sabe que así funciona el mundo, a mí no me puede dejar de doler el alma, sobre todo cuando miro sus ojitos brillantes y un poco idos. Lo mismo sucede con los que te quieren ahorrar el paseo llevándote en su moto o los que ofrecen sus artesanías. El Pipe me pregunta si creo que algún día desaparecerá la pobreza… Lamentablemente, yo creo que no; es parte de la naturaleza humana el acaparar y no compartir. Es parte de las sombras colectivas y personales que todos cargamos…Iñaki delicioso interviene en la conversación y me pregunta si él podría ser millonario. Para qué le pregunto; “para hacer el Hogar de Jesús”, me dice; el de Cristo ya lo inventaron… Sin palabras… mi duende gruñón tiene un corazón de oro. ¡Dios lo cuide!.
Llegando al templo ilesos, nos recibe una imagen majestuosa. Se me ocurre parecida a la de las pirámides mayas que han encontrado en la selva. Si bien la arquitectura no tiene nada que ver, los edificios altos con sombreros de paja negra y subiendo en terrazas verdes con jardines de colores, me transporta a un espacio sagrado. Tiene más de 1000 años y es –según el guía (del que no nos pudimos zafar ya que nos persiguió los 2 km) un templo trinitario ya que lo habitan las tres manifestaciones de la divinidad. Fuego, aire y agua, cada uno con un nombre que no recuerdo, pero no deja de ser increíble las coincidencias en las concepciones de Dios. Los caminos dentro del templo, se despliegan como verdaderos laberintos. Es importante aclarar que los templos en todo Bali son portales de piedra muy decorados y tallados, que dan paso a explanadas abiertas con pequeñas o grandes pagodas en sus interior. No son entonces construcciones techadas como pensaríamos en nuestros códigos. Aquí los únicos techos los han construido las arañas que siguen acompañando la travesía para mi deleite.
Es increíble también constatar que todos los templos están vivos y vigentes. Aquí no hay ruinas de espacios sagrados; aquí Dios o los “dioses” siguen siendo alabados y venerados varias veces durante el día. En el recorrido nos metemos en una ceremonia donde unas 60 personas están haciendo oración. Están todos sentados en el suelo, mientras el equivalente a un sacerdote dice cosas e invita a orar. Lo escolta un señor con una campanilla que no deja de sonar y otros que tiran agua a los presentes. Es bonito ver cómo rezan con tanta devoción y van poniendo todas sus preciosas ofrendas en el altar de piedra. En los hombres domina el color blanco de sus ropas que contrasta mucho con su piel oscura y las mujeres con sus vestidos compiten con los colores de las flores y frutas. Una belleza…
Pero si se trata de linduras, me pican los dedos por poder plasmar en un cuadro a unas mujeres que además de todo lo anterior, se pasean cadenciosas con unas bandejas gigantes de choclos amarillos cocidos en sus cabezas. Los choclos están ordenados en forma de flor y de verdad son un espectáculo. Cada una debe llevar al menos 50, perfectamente ordenados formando una corona imponente sobre sus rostros de labios gruesos y piel de color café con leche.
Las otras que me seducen para grabarlas para siempre en mi retina y ojalá algún día pintarlas, son las viejitas. A veces su pelo blanco y ralo lo trenzan, otras veces lo guardan en turbantes, pero ahí están como pequeñas hadas arrugadas, acuclilladas en medio de los laberintos ofreciendo paquetitos de incienso. Muchas ya están sordas o ciegas y no saben nada de inglés, por lo que hay que estar muy cerca de ellas para lograr que vean el billete o que te entiendan algo por señas. Una dulzura difícil de describir, pero está concentrada en un cuerpo apenas visible que no debe superar los 30 kilos ni superar el metro 40.
Superados por los vendedores, salimos cargados –pero no en las cabezas- de varios recuerdos lindos y el corazón sorprendido por este templo único que dejó traslucir la boca del volcán que tenía cerca. Sabíamos que existía un recorrido para llegar a la cumbre, así que salimos a buscarlo…
De Besakih los letreros nos empezaron a llevar a un sector llamado Kitamani que no teníamos idea qué era. Estábamos en el corazón de Bali, sin turistas, rodeados de puro campo, de bosques de bambúes y de alerce o coigue local. El olor era delicioso. Pudimos respirar junto a la tierra el aliento de la naturaleza, húmedo, fresco y cargado de aromas desconocidos que cualquier desodorante ambiental sueña vender como elixir de dioses. El paisaje nos transportó a la carretera austral o a Tirúa a ratos. Troncos largos de colores jaspeados, con follajes altos y dispersos que dejaban pasar la luz del sol. Los caminos a ratos se convertían en un juego de agujeros en los que fuimos saltando sin parar y luego lomos de toro, que nunca nadie vio, que hicieron que toda la tribu saltara por los aires. Aparecieron muchos camiones llenos de arena y diferentes materiales que sin ninguna seguridad nos escoltaban el camino. A punta de rezos nos fuimos hasta que llegamos a la cumbre de este camino. Y guauuu, un lago tremendo nos esperaba como para asombrarnos aún más la vista.
Kitamani era el nombre del lago que se había formado producto de las consecutivas erupciones del volcán Batur. Aún se veía la estela de lava negra en uno de sus costados y cómo la vida se fue recuperando rápidamente por otras. El color intenso del agua, contrastaba perfecto con el negro y el verde de todo este conjunto único donde Dios se esmeró en plasmar belleza.
Quisimos ir a almorzar al lago (ya que a las 5 de la tarde, las fieras rugían en el auto) y para eso bajamos al pueblo cercano, donde un guardia, policía o cualquier cosa, vestida de autoridad, nos “asaltó” como es debido para poder visitar la ciudad. Todo el resto de los autos seguía de largo, pero no nosotros que por ser turistas debíamos pagar. ¡Son muy frescos!
Apiadados por la historias de los sobresueldos y demases accedimos después de negociar un rato y seguimos a este lago extraño. Estaba medio muerto y terminamos almorzando en un Warung donde la familia que atendía era deliciosa. Lástima que su comida no. Primera vez que el arroz pegoteado y duro se hace incomible y la limonada da miedo, aún para los estómagos voraces de los Goycoolea. Sólo salvaron un poco los pescados Ikan Bakar, que fueron devorados como manjar y las bebidas enlatadas con las que nos aseguramos, después de renunciar a la limonada con el mayor tino posible. El dueño era un hombre de unos 55 años, al que no se le borraba la sonrisa ni el entusiasmo por hablarnos aún cuando no sabía inglés. Mejor suerte tuvo su amigo “artista” a quien tuvimos que comprarle sus obras ya que el corazón se nos apretujó con su historia.
De ahí nos fuimos con el alma llena de ternura y con los estómagos vacíos de vuelta a Denpasar. Estábamos a casi tres horas de distancia y ya empezaba a anochecer. Aquí un homenaje a nuestro chofer, que ya sortea todas las motos, hoyos, micros, camiones y policías del camino. Sólo ir de copiloto me estresa. Eso sin contar la conversación permanente y rotativa de nuestra tripulación que tiene cuerda para toda la noche. Hablan y hablan, se ríen y se hacen bromas durante horas. Yo los oigo admirada y feliz. Como las arañas hemos tejido una linda tribu que se conforma por seres muy distintos, pero todos igualmente amorosos, simpáticos y luminosos.
Así adormecida por su verborrea constante, me dejo seducir conscientemente por todos los aromas y olores del camino de vuelta que entran por mi ventana, mientras cierro los ojos. Son más sutiles que los colores y las voces, pero no por eso menos hermosos o impactantes. Como un baile van entrando y entremezclándose los aromas de choclos tostados en parrillas, los inciensos, la humedad de los árboles, los caldos con aroma a pollo, las ofrendas a medio descomponer, la acidez de la basura, el humo, el olor del fuego, los gases de los motores, el picante del curry, el jazmín, el perfume que sale de las mujeres, el tabaco, la tierra, los envoltorios de arroz en hojas de palma, el olor suave del arrozal, el olor límpido del cielo…. Una rapsodia que me mareó al extremo de hacerme doler la cabeza. Llegamos de vuelta casi a las 9 de la noche, cansados, hambrientos, pero muy contentos…
El corazón de Bali, salió de sus entrañas y se logró contactar con nosotros diciéndonos que somos bienvenidos en tierras extrañas. Nos invitó a llevarnos para siempre la alegría del alma que habita en sus habitantes, a aprender a fluir en el caos con destreza y magia y a hacer siempre pausas para tener a Dios presente en nuestra existencia. Las ofrendas son sólo el signo visible, de miles de almas que no han olvidado lo importante y que por ahí está el camino de retorno a “Casa”.
Día 35: Peluseando por las calles
Los niños ya definitivamente no van más al colegio por estos lados, así que toda la tribu tiene horario 100% disponible para inventar paseos y seguir visitando las callecitas que nos faltan de esta ciudad, antes de que se nos desmiembre el nido y se vayan nuestros universitarios a Chile. Es increíble cómo detrás de cada esquina se esconde un templo, cómo detrás de cada vuelta hay un sendero precioso a través de arrozales, que te lleva a restaurantes y/o secretos que jamás pensaste. El experto de la familia para encontrar todo esto es Andrés papá, quien tiene la dicha o la desdicha de no compartir el horario de despertar con el resto del clan. Así cada mañana parte temprano en la moto a planchar las calles, a ver artesanos y a encontrar lugares increíbles que más tarde podremos visitar. Yo con la vejez, y aunque no lo crean, he empezado a dormir menos y me sorprendo escribiendo voluntariamente cerca de las 9:00 de la mañana alguno de los libros que espero terminar.
En una de esas aventuras, según él, conoció a un manager de una villa que lo invitó a un matrimonio de unos australianos con todo lo típico de Bali. Medianamente convencida de tan extraño convite, muerta de vergüenza, lo acompañé una tarde a ver de qué se trataba. Los jardines de la villa estaban decorados con pétalos de flores rojas, con guirnaldas de flores blancas y un puente colgante real, con collares de flores naranjas que de verdad hacían el lugar un espacio idílico. La ceremonia ya había comenzado cuando llegamos y desde unos 20 metros de distancia vimos a los famosos novios y sus madrinas y padrinos. Me iré al infierno con mis comentarios, pero parecían un montón de merenguitos de colores, que variaban de lo pícnico a lo vampiresco. El novio se veía a bien mal traer y con un porvenir incierto y la novia, ya teñida por la vida, con un rubio anaranjado bastante poco atractivo. El juez, se me ocurrió igual al de las películas de las Vegas, repitiendo frases compradas que hicieron de toda la ceremonia un pastel plástico perfecto. Al terminar todos aplaudieron, pusieron música envasada y tiraron más pétalos sobre los enamorados, mientras salían a los jardines. De verdad ojalá duren muchos años estos dos pastelitos, que patudamente visitamos, pero igual, no sé porqué me inquietan tanto los matrimonios de hoy en día…
Cómo ayudarlos con herramientas que les permitan aceptarse y entenderse en las buenas y en las malas. Cómo enseñarles a perdonarse y a cultivar ese amor lindo e ingenuo con que parten, para que puedan convertirlo en uno maduro que los acompañe toda la vida. Cómo traspasarles que amarse también es soportarse y pelear hasta entenderse, sin tirar la toalla. Como las flores de las guirnaldas gente buena, se casa y se descasa, marchitando proyectos que pudieron ser de colores, pensando que afuera encontraran algo mejor que los hará feliz. Cómo poder sembrar en sus corazones la semilla que les despeje la mirada y comprendan que la felicidad se construye día a día, con cada decisión que tomamos. Cómo renunciar a las expectativas falsas del matrimonio sin dificultades, de color de rosas y entender que es un proyecto dinámico, entretenido, desafiante, fundante…
Volviendo a nuestros “parientes” australianos, resultó que el convite no era tal y a poco andar, nos encontramos con el verdadero manager del hotel quien nos preguntó quien nos había invitado. Probablemente en otro tiempo y en otro contexto, hubiese asesinado a mi maridito, renegando de todo lo lindo que acabo de escribir recién, pero la verdad sólo me dio risa y salimos rapidito para que no fuera más evidente. Nos llevamos de sorpresa unos lindos abanicos de madera que nos regalaron en la entrada y le deseamos lo mejor a los recién casados. Sin embargo, la venganza no tardaría mucho en llegar, jaja.
Ya que me había puesto linda para el “wedding” que resultó un fiasco, partimos a recorrer las calles para tomarnos algo rico por ahí y terminamos en una mesita de cuento, al borde de la playa. Bien rústica y llena de onda, nos pareció perfecta para estar un rato los dos libres de la tribu y hacer nuestro balance. La conversa fue tan linda como el paisaje, que con el viento y las olas girando, nos mostraron que ha valido mucho la pena esta experiencia. Probablemente no obtuvimos tantos logros visibles, pero lo avanzado a nivel familiar y personal ha sido muy relevante. En eso estábamos de lo más inspirados cuando por un lado y por otro empezamos a detectar que algo raro se “tejía” en el lugar escogido.
Al echarle un vistazo a las tumbonas que teníamos al frente vimos que sólo había parejas de hombres, luego a los lados de las mesas, lo mismo. Todos eran representantes masculinos de la especie humana, de diferentes razas y edades, que estaban “flirteando” y mostrando sus mejores caras para obtener éxito. Yo creo que si la hubiese pensado, no habría resultado mejor mi revancha. Nos tragamos el jugo de piña rapidito y ahora fue Andrés quien salió “corriendo” del lugar ya que al parecer, resultó de lo más apetecido con su look de pelado madurito. A mí nadie me miró ni de chiste, así que me pude reír a mis anchas de las vueltas locas de la vida en tan poco rato.
Sin embargo no todo fue venganza en el lugar. También hubo cosas que me dieron mucha pena y que me apretaron el alma. En primer lugar los chiquillos jóvenes indonésicos que ahí estaban ofreciéndose –supongo- a los “viejos caucásicos”. No habíamos visto esto hasta ahora en la isla y supongo que es una sinopsis triste de lo que sí veremos con frecuencia en Tailandia. Una sexualidad tan exacerbada, desvirtuada y carente de su origen amoroso y unificador, que fácilmente corrompe proyectos de vida que podrían haber sido hermosos. Es el abuso y la miseria lo que me violenta; el escándalo de tomar a un chiquillo o a una chiquilla que probablemente no supo o no quiso tomar el camino largo para surgir en la vida. Un círculo de toxicidad que sólo afea a todos y los llena de más soledad y angustia. Los cuerpos delgaditos y de color café con leche, se me antojaron pequeños corderos que se alejaban con sus lobos, directo al matadero… Sin palabras, la verdad.
Ya de vuelta a nuestro barrio y con el empate de fiascos asegurado, les puedo contar que hemos empezado a divisar la construcción de monstruos de gran tamaño en diferentes casas. Casi todas las tardes se juntan las familias a armar unas maquetas de yeso, fierro, paja, y colores que representan el mal. Las más chicas las venden en las calles y no superan los 50 cm de alto, pero en los portones de las casas y en algunos templos, he visto algunos que deben superar los tres o cuatro metros. Son monos potones, con más de dos patas o brazos, con máscaras endiabladas, llenos de fuego y amenazas, que el día 20 de marzo en la noche serán quemados en un desfile por las calles de Bali. Al día siguiente, toda – y entiéndase bien, TODA- la ciudad se queda en silencio sin salir de sus casas. No se pueden prender luces, ni televisión, ni salir a comprar ni nada. Ni siquiera aterrizan aviones, ya que el aeropuerto se cierra y todo Bali queda a oscuras. Así el mal espíritu cree que no hay nadie y pasa de largo sin sembrar sus fechorías. Dicen nuestros amigos chilenos (ya estamos en esa categoría) que esa noche el cielo de la ciudad es una maravilla. Un culto a la naturaleza, donde realmente se siente algo muy especial. Ya veremos… ¡¡¡Sin duda, nuestro 23 aniversario de matrimonio, será inolvidable!!!
Dentro de los buenos secretos que esconden los arrozales, pudimos conocer el mejor restaurant de hamburguesas de la isla. Y la verdad es que su fama no desmereció a los hechos. Perdido en medio de la nada, rodeado de palmeras viejas y perros callejeros que hacían sus gracias en las motos estacionadas, nos adentramos en un local medio francés americano, atendido por lindas balinesas jóvenes y entusiastas. Un pizarrón negro ofrecía las delicias del día y todos sucumbimos a las famosas proteínas que tanto extrañábamos.
Los sándwiches llegaron sentados en tablas de madera, atravesadas por un cuchillo para que no se desarmaran. Las papas fritas caseras, con cáscara y cilantro picado encima, venían en un colador de fierro individual para cada uno, lo que le dio aún más encanto y gusto a la presentación. Por un buen rato la tribu pareció en calma, pero en realidad estaban engullendo y protegiendo sus presas como leones. Sin duda, una muy buena sorpresa…
Con los estómagos extrañados de tanta carne y tocino –qué peladora no!!!- nos fuimos a buscar el mercado de telas que nos habían dicho. Las calles delgadas de los arrozales, se ensancharon un poco y se comenzaron a llenar de basuras, de motos, de ríos medio insalubres, que nos llevaron al centro de la capital Denpasar. Nos habían dicho que el olor del mercado cercano sería la mejor señal de que habíamos llegado, pero nunca pensé que la indicación iba a ser tan literal. Esa mezcla nauseabunda entre verduras descompuestas, humedad, pescados secos, carne fresca y definitivamente una que dejó se serlo hace ya rato, fueron la señal de que habíamos llegado.
El auto lo estacionamos pegado a un muro de un puente y cruzamos al epicentro mismo de los olores, sabores y colores más extraños que puedan imaginar. Miles de puestos consistentes en una pila de cajones de madera, un mesón de madera y un toldo de plástico encima, se me antojaron como un caos repulsivo y bello a la vez. Cómo explicarlo… una vega chica pero cinco veces más apiñada y mezclada sin arte ni parte.
Repulsivo porque nada de lo que vendían parecía comible y la verdad tenía olores rarísimos. Apretujados y sucios, cada comerciante vendía sus “manjares” sin mucho entusiasmo: platos preparados en bolsitas plásticas con mezclas de color betarraga, verde sapo y unos polvos blancos; caldos fríos con especies desconocidas flotantes; panecillos de colores espeluznantes como rosado chillón y el mismo verde sapo de los platos; pescado en rodajas; patas de pollo y una serie de picadillos y menjunjes cargados a los colores amarillos fuertes, que no tentaban para nada mi gusto claramente occidental. Nos escoltaban los pollos descuartizados que exponían todas sus presas y se contaban literalmente de pies a cabezas. Los pescados tampoco se quedaban atrás y sus ojos vacíos y viejos me persiguieron por un buen rato. En fin un recorrido apretujado y loco por el corazón de una civilización aún muy pobre, que desconoce toda norma de higiene, pero que sin embargo, sobrevive aparentemente feliz en este caos culinario y organizacional.
Así el mercado –al menos para mí- también era lindo, a pesar de todo lo anterior. No me dejaron de cautivar las frutas y las verduras, que por su color se imponen al caos y a la fealdad. Me gusta esa chimuchina tan poco controlada y planificada. Sin embargo, y una vez más, lo más llamativo son las caras. Las princesas desdentadas, llenas de una picardía que no entiendo en palabras, pero que sí se ve en sus miradas, nos persiguieron con sus esfuerzos de vendernos cualquier cosa por todo el recorrido. Una maravilla que sin duda voy a extrañar. A esas alturas el olor ya se nos había olvidado, así que seguimos por medio de esta selva humana al mercado de las telas.
No recuerdo el nombre de las calles que en Chile venden telas, pero pueden estar tranquilos que están como 30 años adelantados. Los locales parecían como cavernas largas y flacas, habitadas por miles de rollos multicolores. La mayoría un poco lúgubres y apiñadas con sus tesoros añosos y pasados de moda; unas pocas luminosas exhibiendo orgullosas sus preciadas “joyas hiladas”. No pudimos resistir la tentación de comprar unos paños gigantes tipo batik de miles de colores alegres y fuertes. Ya me los imagino en nuestra pensión. Cómo le falta un poco de color, jaja!!
Como ven, aún quedan sorpresas que descubrir en estos arrozales… Y a propósito de ellos. Siguen cautivando mi corazón cada tarde. Es imposible despojarse de su hechizo ya que todos los días algo nuevo tienen para ofrecer. Las espigas que están bajo mi ventana han crecido mucho y ya alcanzan unos 40 cm. Con el viento suave de la tarde se producen entre ellas, verdaderos remolinos que los hacen bailar de forma muy especial. El trabajo con ellos sigue siendo muy minucioso. Después de la señora que desmalezó; ahora apareció otro señor que cortó a mano también todo el pasto que separa un escalón de arroz del otro. Aquí no existen máquinas ni productos artificiales; sólo la mano perseverante del hombre que acuna a cada mata como si fuera un niño. La lluvia intensa se encarga de lo suyo, pero luego viene la noche preciosa que iluminada por la luna y las estrellas, corona los arrozales con un manto de plata que hace brillar el agua. Escribía hace unos días que en estos arrozales me parece visualizar unos grandes ojos verdes, como esmeraldas, que con una paz ancestral me quieren decir y enseñar algo para la vida. Aún las palabras las oigo entrecortadas porque me interrumpe el rayo o me asusta el viento, pero creo que tienen que ver con la sabiduría. Que la vida no es sólo esa carrera loca en la que a veces nos ahogamos, sino una alfombra mansa, donde cada cosa tiene su razón y su lugar. Que el jardinero ha previsto todas las estaciones y días del año; ha medido la cuota de sol y de agua precisa que necesitamos para crecer, florecer y un día dar frutos. Y que llegará el momento en que volveremos a ser barro, para que otros puedan germinar en nuestra tierra, abonados por lo que pudimos poner en ella. Todo y todos pasan, menos el jardinero, menos su cielo y su sol, que están ahí para recordarnos de qué se trata todo esto de vivir.
Día 36: El inicio del fin
Uno de los hitos que marcó el inicio del final de este viaje maravilloso fue la despedida de los dos integrantes más grandes de nuestra tribu que volvieron a Chile. La verdad parecía una Magdalena en el aeropuerto, pero no sé bien porqué. Supongo que el cóctel de sentimientos era y es muy grande, ya que hay gratitud, alegría, crecimiento y aprendizajes en todos los sentidos por esta tremenda oportunidad, pero a la vez el temor de que a la vuelta, lo conquistado se diluya en las responsabilidades, en la rutina y en los mundos que cada uno posee por separado. Es como deshacer un nido calientito, despelotado y acogedor, para que cada uno de los integrantes vuele en total libertad. Eso a la vez entusiasma y apasiona el alma, pero da un frío inicial que conmueve e incomoda. Sé que debo ser una mamá muy gallina, pero la verdad al ver a mis “dos pollos” cruzar policía internacional, se me partió el cuerpo en dos.
Supongo que son sinopsis que me irán preparando para procesos naturales que habrá que ir viviendo en el futuro. Lo importante es que creo que hasta ahora no lo hemos hecho tan mal y los pollos van emplumándose con valores claros y colores propios. Cada uno a su ritmo y esencia, pero firmes y cariñosos.
Al volvernos a la casa, la sensación para todos fue extraña. Había espacio en el auto; no había peleas por las ventanas; los decibeles bajaron ostensiblemente y la dinámica se fue poco a poco adaptando a los nuevos roles que cada uno debía asumir en la tribu. Los medianos se transformaron en grandes y los chicos en medianos. La comida dejó de ser un asunto de supervivencia y la lucha por ser escuchado bajó notoriamente su intensidad. Hasta el desorden se redujo un poco y la intensidad del diálogo también. Se echa de menos todo, pero a la vez se disfruta el nuevo orden internacional de la tribu Goycoolea.
Sin embargo, no había pasado más de un día, y nuevamente nos embarcamos en una nueva aventura que nos iba a maravillar y exigir poner en práctica la nueva estructura. Y es que por el tema de la visa, nuevamente nos vimos “obligados” a viajar y esta vez el destino fue Tailandia, específicamente Bangkok.
Los despertadores nos levantaron a las 4:30 de la mañana para ir a tomar nuevamente un vuelo de Air Asia, que hasta ahora la verdad no tiene nada que criticar. Es de las líneas de bajo costo que vuelan por esta zona, donde te cobran hasta lo que respiras, pero vuela derechito y aterriza parejo. Lo que sí nos sorprendió esta vez fue que cuando ya llevábamos como tres de las cinco horas del viaje, el azafato agarró una guitarra y dijo por el teléfono parlante del avión que nos iba a entretener. Llamó a su amiga azafata que le sostenía “el súper micrófono profesional” y él se puso a cantar a todo dar. Pensamos que era chiste al principio, pero después agarró cada vez más entusiasmo e hizo aplaudir a todo el avión. Todos los pasajeros tomaban videos del espectáculo insólito y nos matábamos de la risa. Luego le tocó el turno a la azafata cantar y finalmente él, que se auto llamó Obama (la verdad era muy parecido) pasó cantando por los pasillos. Yo pensé que nos iba a pedir plata, pero ¡no!; se contentó con los aplausos y el viaje siguió sin contratiempos.
Más allá de los anecdótico, me sorprendió la valentía y la fuerza de Obama. Un chiquillo joven, pero a mi juicio bendecido por una estrella admirable y única. Para mí fue un ejemplo que me conmovió y me recordó esas historias increíbles de personas que siguieron su voz interior, contra todo y con todo. Finalmente su apodo no era sólo por el parecido físico. A raíz de lo que vi en su mirada, escribí lo siguiente:
Es admirable tener la oportunidad de conocer personas que llevan prendida en el pecho una estrella de originalidad y libertad, sin importar el costo que les implique o si van a conquistar el éxito o no. Es raro de explicar, pero se les ve en su mirada, se les oye en la voz y se evidencia en todo su ser, una fuerza interna que los destaca de la masa desde pequeños. En el fondo se podría decir que su sueño, su sentido de vida – aun cuando sea inconsciente- es más alto, más grande y más profundo que el del resto. Desde esa fuente es que se atreven a hacer en ridículo; se atreven a emprender aventuras, se atreven a pensar y a decir diferente; entusiasman a los demás con sus ideales; se soportan a sí mismos en la soledad de la ruta; lloran y se levantan después de los fracasos; y se animan con nuevos desafíos cuando ya no queda nada. Son esos hombres y mujeres bendecidos cuyo espíritu vino a enseñarnos que el ser humano es más grande que lo que se ve a diario y que debemos darle la oportunidad de “cantar” a todas sus anchas. ¡Los necesitamos!
Dejando a “Obama” en el avión y encomendando su destino, les cuento que Bangkok desde arriba se ve muy extendida y cruzada por algunos canales de diferente ancho. Se ve bien verde aunque de un tono más bien oscuro tipo musgo. Los edificios altos se ven más lejos y no tan abundantes, ya que en general dominan más las construcciones medias y los techos de casas bajas. El aire es poco nítido lo que le da un aire aún más misterioso a esta Venecia del Asia.
En el aeropuerto la bienvenida es cálida por parte de los locales, que se ven más amarillos que los balineses y un poco más achinados, pero no 100% chinos. Son sonrientes, pero los hay también ocupados e indiferentes como en todas las grandes ciudades. Al salir a la calle para tomarnos un taxi al hotel, son varias las impresiones que “golpean”. En primer lugar, el calor. Debe haber un promedio de 35 grados que se te pegotea inmediatamente a la piel, dando una sensación de cansancio y sofoco instantáneo. Es ese calor intenso del que te quieres arrancar buscando sombra y alivio hasta debajo de un letrero. Te quema el pavimento y sale como ese gas que diluye la imagen como en las visiones del desierto.
Lo otro que sorprende de inmediato es el tipo de letras que se usan en Tailandia. Son -a ojos nuestros- puras curvitas y señas aparentemente iguales que forman como ciempiés en vez de palabras. No hay cómo entender ni asimilar ningún código con algo conocido, por lo que hay que encomendarse y esperar la traducción al inglés que aparece con cierta frecuencia, a beneficio de los turistas.
En lo personal me llamó también la atención la suciedad de la ciudad. Es como si nunca se hubiese lavado y el “piñén” se le hubiese quedado pegado a los edificios, a las veredas y casas para siempre. Sin embargo, con eso, igual es lindo. Es como esas imágenes de niños muy pobres, con ropas feas y caras desaliñadas, pero que su mirada te cautiva por su brillo y misterio.
Asustados por el despelote anunciado, la verdad me pareció casi civilizado el tráfico en relación a Bali. Hay mucho auto, moto, taxis de todos los colores, micros y los famosos TukTuk, que son motos acondicionadas como taxi con un carrito atrás para llevar a dos o tres pasajeros, pero la teoría del caos aquí también funciona a la perfección. Las calles están atestadas de comercio y de olores “urbanos” poco agradables, pero al menos hay veredas y espacio para los peatones.
Las impresiones que tomamos son las del barrio donde nos movimos que probablemente equivalen a nuestra Alameda, por lo que hay que perdonar si nos faltó mayor ángulo para ver la modernidad y/o riquezas de una ciudad famosa por sus contrastes.
Día 37: Navegando por la diversidad
Del aeropuerto al centro nos demoramos unos 45 minutos en que fuimos recorriendo calles aviejadas por el tiempo y rodeadas de locales nómades, en especial de ropa y de comida. Por una parte me sorprende la cantidad de cosas que se venden: son literalmente cerros y fardos de poleras, calzones, vestidos, pantalones, bien feos y de mala calidad, con mucha flor y dorado y no puedo dejar de pensar en las manos que hicieron todo eso y en la cantidad de productos que el ser humano comercializa. ¿Dónde irá a parar tanta cosa? ¿se necesitan realmente? ¿dónde estarán todos esos talleres insalubres? ¿quiénes serán los que cosen hasta romperse los ojos? ¿cuánta plata recibirán a cambio? Uff la verdad se me va un poco el alma en cada fardo de colores apretujado con cordeles y cargado sobre los hombros de un hombre pequeño, que debe ser ayudado por otros para no tumbarse.
Más alegría me evocan los puestos de comidas ya que son verdaderos restaurantes ambulantes. Tienen sus quemadores, ollas gigantes, ingredientes, mostrador y degustación; todo en menos de un metro cuadrado de superficie en donde sus diestras manos logran cocinar manjares. A diferencia de Indonesia la comida acá se ve rica, dan ganas de comérsela; está bien presentada y es de una variedad muy grande.
Algunas de las delicias que nos atrevimos a comer fueron: unos taquitos de harina o maíz, como panquequitos, rellenos de coco rallado de color café y algo amarillo anaranjado que parecía calabaza. Pollo asado incrustado con un palo, pescado a la parrilla, anticuchos de camarones apanados, pelotitas de pollo, de chancho y de pescado fritas, pulpos ensartados en un anticucho, arrollados primavera, calamares completos a la parrilla y otros pedacitos de carne dulce muy sabrosos. La comida típica son unos tallarines gruesos, como especies de pantrucas transparentes, mezcladas con la carne que uno quiera y verduras. Lo más caro no pasaba de 1000 o 2000 pesos chilenos.
Sin embargo, a la vista y al gusto yo me quedo con la fruta. La piña es como epidemia nacional, ya que en todas las esquinas venden pedacitos trozados y metidos en una bolsa, o bien hechos como koyak gigantes con un palito. Son de tamaño más pequeño que las que vemos en Chile, más dulces y menos fibrosas. Las desnucan rápidamente como con sables y las venden por quintales. También venden mucho sandía que combina perfecto con el amarillo de las piñas y de los mangos. Se lucen con elegancia también las granadas, a medio abrir exhibiendo sus granos escarlatas con orgullo real. A ratos se ven cerezas y también frutillas. La fruta a veces la venden como en vitrinas de vidrio itinerantes, posada en hojas de palmas, donde el verde hace que se vean aún más nítidos y lindos sus intensos colores.
Las moscas no parecen acercarse a la comida (les debe dar mucho calor o bien hay mucho botado en las calles, no sé) así que no da susto comer y además todo va perfectamente decorado con una florcita o un pedazo de verdura que hace todo más atractivo y aparentemente higiénico. La gente es muy amable y te da a probar o bien te regalan algún producto o fruta. Así fue como pudimos probar los tamarindos. Son como vainas de espino pero color café claro, con las formas más variadas y deformes. Se quiebran con facilidad y dejan para comer un poco de carne dulce como un dátil que más adentro tiene un cuesco duro que hay que botar.
En fin, toda la comida Thai se ve bonita y sabe rico, así que con razón se ha ganado prestigio internacional, aunque sea la de la calle.
Después de este recorrido llegamos al Hotel Prince Palace, que resultó ser un conjunto de tres torres de más de 30 pisos cada una, donde había por lo menos 750 piezas. Todo lleno de dorados, de estatuas, de floreros con flores plásticas, alfombras horrorosas y adornos de jade, pero que fue catalogado por nuestra tripulación como lejos el más “elegante” que hemos ido. Cada día nos sorprendía nueva escenografía en los salones, atiborrados de conferencias y congresos, donde miles –literalmente miles- de chinos asistían obedientemente. En el otro salón nos tocaron matrimonios orientales las tres noches. Por supuesto que Mr. Goycoolea se sacó fotos con los novios y fue invitado a la fiesta, pero esta vez no caí tan fácil, jaja. Si en los australianos, ya éramos bichos raros, entre puros chinos, de verdad hubiésemos parecido alienígenas.
Una de las cosas que se aprende rápido es que aquí a los turistas los van a tratar de “asaltar” de todas las formas posibles. Te dicen que los lugares están cerrados para llevarte a otra parte y cobrarte por el paseo; te dicen que no hay transporte público para llevarte en su tuk tuk o taxi; te cobran hasta 10 veces más el precio de cualquier cosa y así siempre hay que estar atento a qué trampita te están poniendo. Acorde a este noviciado, caímos el primer día en el pago del paseo por los canales de la ciudad. Imaginen el gran canal como del ancho de todo Kennedy con agua color verde musgo, atiborrado de basura, de corriente fuerte, de todo tipo de botes y un borde hecho de palos. Para acceder a cada embarcación hay que encontrar verdaderos laberintos entre el comercio y saltar a unos muelles flotantes de fierro oxidado donde los locales esperan “su micro acuática” cual TranSantiago.
Bueno, como buen primer día, nadie nos dio las indicaciones para tomarnos la micro adecuada y terminamos contratando como una chalupa góndola, con un motor de camión fuera de borda, que nos iba a mostrar la ciudad.
Si bien pagamos caro, fue una maravilla conmovedora la visita. Primero el bote: imaginen una vaina gigante de madera, larga y flaca, con un toldo de plástico de colores arriba de nuestras cabezas. No caben más de 8 personas y vas navegando casi a nivel del agua. Tanto así, que apenas comienza el recorrido, sube otras cortinas plásticas como a media altura para que no te mojes tanto. En esta avenida principal, todos los “vehículos” andan a toda velocidad y hacen maniobras violentas para no chocarse. Nuestro “chofer” no hablaba ni una gota de inglés, así que nos entregamos a su merced y a su sonrisa entusiasta que nos intentaba explicar lo que estábamos viendo. En la punta de la chalupa, había coronas de flores decorándola y banderas que indicaban el tipo de paseo que hacíamos.
Saltamos del muelle al bote, por supuesto que sin ninguna seguridad ni salvavidas ni nada. Así, a capela, inmersos en el fondo de las aguas de tan temible aspecto. Sin embargo, me sorprendió ver que entre medio de toda la basura también saltaban algunos peces. Así se acomoda todo en esta ciudad….
Partimos en el gran canal, afirmados y encomendados hasta que la chalupa, dio un giro hacia los canales más pequeños, que se transformaron en verdaderas calles de agua, con muros de moho y musgo negruzco y con olor a barro descompuesto. El borde de estas calles lo forman miles de casitas paradas en palafitos moribundos, que apenas subsisten el movimiento de las aguas y el tiempo. Muchas de las casas son menos que mediaguas. Sus pisos están bailando como un teclado de piano desafinado, subiendo y bajando a merced de los palos que sobreviven. La pobreza nos enmudeció. Las paredes de palos, los techos de latón, los cachureos de tope a tope, la indignidad hecha realidad en un paisaje fuerte y triste… la verdad cada casita era como una madriguera infrahumana, oscura, sucia, desordenada…Un poco más allá, sin embargo también se alternaba el caos, con una pobreza más digna y linda. Casitas de madera tan sencillas como las anteriores, pero embellecidas por la delicadeza humana. Miles de maceteros o tiestos simulando serlo, llenaban de colores los muros y de esperanza la mirada. Las buganvilias comenzaron a entrar en escena y los cardenales le competían con bastante éxito. Los cachureos persistían, pero ahora estaban colgados en alambres y parecían decoros pintorescos bailando al son del agua y del viento. En más de un centenar de estas viviendas de madera y flores, se colaba la antena de televisión en sus techos como paradoja de contraste.
También vimos casas relativamente buenas que colindaban con esqueletos de palafitos ya muertos o bien con casitas de madera, pero nada de alcantarillas, ni agua potable a la vista.
Al serpentear estos canales como anacondas hambrientas, la verdad uno se empequeñece ante tanta diversidad de formas de vida y no queda más que agradecer la bendición recibida. Los habitantes de este cordón de palos enmohecidos y floridos, son neutros frente a nuestra mirada curiosa. Siguen cortándose el pelo, lavando sus ropas o alimentando algunos peces a los pies de sus casas. A pesar de que no es algo lindo en sí, todo este paisaje se viste de belleza gracias a la ropa colgada. Miles de perchas muy ordenadas se cuelgan a la vista del canal, haciendo que una vez más mis dedos añoren los pinceles y los acrílicos.
Un espectáculo para retener en la retina, son las llamadas granjas de peces en donde las familias alimentan con suflés de colores a miles de carpas del canal bajo sus pisos. Así no más, con chip pop verdes, amarillos y naranjos, los habitantes del fondo, saltan presurosos a agarrar lo que el ser humano les arroja para sobrevivir en esto ríos de color acelga cocida. Es lindo ver a los niños sonriendo, sentados en sus “terrazas” alimentando a sus particulares mascotas.
Algo que no es ni se ve lindo, son los lagartos que cuidan los canales. Los más grandes superan los dos metros y los más chicos, son como iguanas, pero todos coinciden en una mirada hostil y unas garras feroces que espantan a cualquiera de caer en las aguas. Nadan cerca del bote y se sienten los reyes del lugar; me pregunto si serán realmente agresivos o es el único espacio de la ciudad donde el hombre les permite vivir en paz. Sus pieles verdes y amarillas, se han mimetizado con el paisaje y cuesta reconocerlos, pero ahí están al aguaite de los invasores. Los que son más amables son los pájaros blancos que de vez en cuando nos anuncian con su vuelo, la presencia del enemigo. Deben ser garzas, pero se ven más pequeñas y un poco exhaustas.
La vegetación también era frondosa alrededor del canal cuando el ser humano le dejaba espacio. Los árboles eran gigantes y hacían crecer sus raíces sin respetar nada. Ni siquiera el cemento se resistía.
Después de recorrer los palafitos, el hombre de nuestro bote literalmente nos despachó en un muelle de los tantos que había en el canal y prometió su regreso en 40 minutos. Saltando una vez más entre fierros y aguas verdes, nos encontramos con un templo maravilloso: El Wat Ardum. Qué difícil poder replicar la impresión, pero creo que cada torre de este lugar contenía unas mil vidas de trabajo. Cada centímetro cuadrado de esta construcción está decorado con cerámica pintada y luego pegada formando relieves de flores, animales y figuras muy detalladas. No hay ningún espacio vacío. Todo está trabajado con una minuciosidad y detalle sólo digna de chinos. Ahora se comprende mejor el dicho, pero asombra y conmueve. Este templo es budista y tiene diferentes torres de unos 100 metros de altura cada una que se van adelgazando en la medida que ascienden, tomando formas parecidas a las que uno hace en la playa con la arena mojada. Sobre la estructura, la catarata infinita de colores, piedras, y pedacitos de vida adheridas a ellas. Realmente impresionante. El sol ya se ponía a esa hora en la ciudad y de verdad creo que es de las vistas más lindas que recuerdo haber tenido. El brillo del canal en primer plano(no se notaba ya el verde musgo), luego los jardines del templo y por último, como una pequeña cordillera de belleza, toda la arquitectura y decoración humana que brillaba como haciendo señales.
A pesar de nuestra desconfianza inicial, el botero volvió a buscarnos – aunque tarde- y nos cruzó al otro lado del canal para abandonarnos ahí en forma definitiva. Una vez más de un muelle destartalado y oxidado, pasamos a la sorpresa con un espectáculo aún más grandioso de trabajo y decoración. Uno tras otro, una decena de templos se sucedían compitiendo en el nivel de detalles asombrosos. Los techos de cada uno eran como de escamas de dragón, pequeñas tejuelas de colores, pintadas de diferentes colores y realzadas con dorados y brillos. Cada techo tenía al menos tres o cuatro capas escalonadas que terminaban en puntas de oro con formas de cabezas de pavos reales, haciendo de la arquitectura misma un conjunto con vida. Se me imaginaban esas danzas de dragones donde pequeños bailarines van dando movimiento a pesadas estructuras. Los muros externos también estaban decorados con cerámicas y brillos. No quedaba ningún espacio libre. Cada pedacito tenía la huella de un ser humano con su trabajo; espejitos, pintura, tallado, etc.
Y si ya nos sorprendía el exterior de todo, imaginen el interior de cada uno de estos templos. Un infinito de estímulos visuales imposibles de retener: murales con la historia de Buda, tallados de madera, trabajo de macramé, tinta china, mosaicos, flores… todo repleto y sobrecargado a tal punto que dejas de ver. Y como si fuera poco, el gran Buda acostado del tamaño de la Virgen del San Cristóbal instalado de muro a muro como si fuese un cerro de oro tallado. La verdad el culto a Buda es exuberante. Todo está lleno de sus estatuas, historias y versiones, pero con el máximo lujo posible.
Me permito la libertad de pensar que nada más ajeno a su espíritu que toda esta ostentación manifestado en el dorado del oro. Me lo imagino justamente un hombre que quiso escapar de eso para encontrarse a sí mismo y a Dios. De hecho no deja de causar ruido –desde la completa ignorancia- la sencillez de la apariencia de los monjes con todo este mundo donde literalmente suenan las monedas todo el rato y pareciera que el espíritu se ha vendido al marketing y a la necesidad de captar los fondos de los turistas. Los monjes están por todos lados en Bangkok. Hay desde niños de unos quince años en adelante y todos se visten con su sarong camote y sus sandalias negras. Todos andan semi pelados y pareciera que rapan también sus cejas. Todo un estilo muy respetado que se impone mientras van pasando por la ciudad. Sonríen poco y parecieran cultivarse una imagen superior y ajena al mundanal ruido.
Sin embargo, los monjes, como cualquier ser humano, pierden el aura mística -que uno les ha endosado- al verlos sacar sus celulares y jugar candy crush, o sacar sus tablets debajo de sus vestimentas color camote o posar descaradamente para las fotos. Supongo que como siempre, habrá de todo, pero yo los prefiero conservar en mi retina meditando, cantando u orando, como también vi a algunos.
Frente a toda esta divagación filosófica, nos sorprende la realidad con el anuncio permanente de ladrones de billeteras. Hay que estar atentos porque son muy hábiles y se aprovechan del genuino asombro frente al arte y la religiosidad para hacer de las suyas. Como buen chileno entrenado en este arte tan antiguo, nos libramos de ser víctimas por esta vez.
Cuesta describir lo que vimos porque sería agotador para el que lee. Quizás lo más valioso es la sensación. El trabajo aquí tiene una dimensión diferente a lo conocido en occidente. Todo el espacio externo e interno ha sido procesado por manos pequeñas y minuciosas que como un bonsái han donado su vida como culto a una belleza eterna; exagerada, maximalista y grandiosa. Aquí el hombre se empequeñece frente a la inmensidad del todo; se diluye su individualidad frente a la majestuosidad del ídolo. Su color particular desaparece frente al brillo del oro. No es posible juzgar esto como bueno o malo; simplemente es. Me imagino al ser humano como una cadena de seres enlazados, donde el significado de su vida pierde importancia en la eternidad de la reencarnación. Aquí se concibe la existencia como una oportunidad más entre miles, por lo que pierde relevancia el tiempo y el destino de cada una… Sin duda un paradigma muy diferente y no fácil de asumir….¡Y yo que me consideraba maximalista!
Terminamos ese día con los pies negros. Literalmente la ciudad se nos quedó impregnada en la piel y nos quedó grabada en el alma. Tantos estímulos visuales y tantas experiencias juntas son difíciles de procesar en un solo día. Yo diría que nos marearon como si el paseo en bote hubiese llevado incluido eso como trago de bienvenida. Dicen que esta ciudad se ama o se odia. Definitivamente a pesar de su suciedad y exceso, nos matriculamos en el primer grupo.
Día 38: Aclimatándonos con el caos
Ya conscientes de muchas de las artimañas locales para aprovecharse de los turistas, al día siguiente fuimos mejor preparados para ir a conquistar nuevamente esta ciudad del caos. Caos porque no entiendes nada de lo que lees, ni de los códigos sociales, ni de nada. A ratos podría dar susto, pero el encanto lo supera.
Así por una centésima parte de lo que pagamos en el bote del día anterior, ahora nos subimos a la micro bote. De verdad imposible sobrevivir con mal estado físico a este sistema, ya que hay que saltar del muelle en movimiento al bote, afirmado de un cordel de plástico. El bote tiene capacidad para unas sesenta personas que se van apretujando en los asientos a medida que se va llenando. El cobrador de tickets corre por el borde externo, mientras el bote va andando a toda velocidad, y va anunciando cada parada con un chiflido fuerte. Así es en los canales chicos, pero en el gran canal, la micro aumenta al doble su tamaño y alberga a unos 200 pasajeros, que van parados y sentados, afirmándose de lo que pillan. Me encantaría ver toda la seguridad americana sobrevivir a esto. Ni tanto ni tampoco sería una buena ecuación. A mayor incomodidad del bote, menor es el precio y más pintoresco el recorrido. Se divisan también algunos botes de madera armados como restaurantes románticos y otros para dos o tres personas. Sin embargo, lo más notable son los barcos basureros. Verdaderas arcas de Noé, negras, gigantes, trasladando sus indeseables contenidos a quién sabe dónde. Un arca pegada a la otra, llenas de mugres, desplazándose por medio de la ciudad. Cada una tenía una pequeña casita encima donde vivía el botero y su familia. Una vez más , agradezco la bendición de ser quien soy y estar donde estoy.
Los paraderos de los botes grandes están muy decorados y repletos de gente. Algunos imitan los estilos de los templos pero la mayoría parece un esqueleto de fierro oxidado, sobreviviendo al tiempo igual que los palafitos de madera.
Bueno así fue como llegamos al Golden Mount, que es un templo budista que tiene una vista preciosa de la ciudad. Al principio nos decepcionó un poco lo “Disney” que se veía todo ya que después de cobrarte una buena cuota, los monjes te recibían en una escalera que subía el cerro, rodeada de vapor de agua y luces de colores muy falsos. La verdad, quizás era de puro buenos los monjes ya que el calor era insoportable. Treinta cinco grados a la sombra nos hicieron chorrear literalmente todos los kilos extras que cada uno ha cuidado con tanto esmero. Cada escalón fue como una maratón en la que nos peleamos el agua como camellos. Casi en la cumbre nos esperaban una colección de campanas de todos los tamaños que le dieron un poco más de mística al lugar y un gong del porte de una puerta que sonaba increíble. Ya arriba del techo, una campana dorada gigante – del tamaño de la Virgen del san Cristóbal- nos esperaba para conectarnos con el cielo. Poco y nada se logró con el calor y el gong incesante que tocaban sin piedad los turistas, pero pudimos ver la vista imponente de la ciudad.
Al ver todos los pequeños techos de zinc, rodeados por la pobreza de los canales y el comercio, no pude dejar de pedirle a Dios que mantuviera mi espíritu por sobre los pequeños avatares de cada día. Mantener la vista alta a pesar de transitar en el mundo y todas sus peripecias…
Al bajar y recuperar un poco el aliento y la dignidad perdida ante tanto calor, fuimos de paseo por unas tiendecitas de suvenires budistas. Todo tipo de monjes de cera tallados, gongs, campanas, cuencos tibetanos, monedas, bastones y miles de artesanías con olor a incienso que me encantaron. Lo malo es que nuestro carnet de turistas era insacable y los precios que nos decían eran imposibles.
Ya aplastados por el calor decidimos tomarnos un tuk tuk, el moto taxi para acortar distancia e irnos a la calle Kaosan. Sus estructuras metálicas de colores chillones son muy simpáticas y buenas para las fotos, pero no para los traseros y menos para seis personas juntas. Sin embargo, apretujados como sardinas recorrimos las calles de Bangkok como si fuéramos en un tanque. Por lo menos eso debe haber pensado el chofer, que se tiraba arriba de los autos y micros como si fuese el más importante. De verdad un poco loco, ya que íbamos volando a gran velocidad y para variar de seguridad, nada, pero fue una aventura para recordar. Y por si fuera poco el chofer nos trataba de ofrecer más paseos y productos mientras manejaba. El gran negocio de ellos es llevarte a una tienda en donde ellos reciben unos boletos por canjear. Así fácilmente te pueden llevar a cualquier parte a excusas de que tu destino está cerrado o es muy fome. Son más timadores que los turcos o los gitanos y no es poco decir.
Sobreviviendo a la aventura en Tuk Tuk, llegamos a la famosa calle donde todos los mochileros y turistas llegan a pasear. La verdad era súper entretenida ya que estaba llena de cachureos y artesanías preciosas. También mucho tatuaje y masaje tailandés en la calle. Las mujeres ponían tumbonas en plena vereda y ofrecían sus servicios como quien vende cuchuflis. También había mucha cocina callejera con tallarines y arroz hecho en el minuto y puestos de ropa con todos los estilos posibles. Mi adoración son los vestidos hippies que me siguieron durante los 400 metros que tenía la calle, pero la verdad no eran necesarios ni baratos… pero sí lindísimos buuu, jaja.
Terminado el trayecto turístico la calle se acababa en una gran avenida, parecida a San Diego, así que vuelta a subirnos al bote para irnos al otro lado de la ciudad. Nos habían hablado de un gran mercado de artesanías más real y acequible, pero Asiatic resultó ser más sofisticado y elegante que Puerto Madero en Buenos Aires. Bodegas y bodegas antiguas remodeladas para tiendas y restaurantes preciosos. Miramos un poco y nos dimos vuelta, pero una vez más la ciudad nos había agotado con tanto estímulo e información. Los pies una vez más estaban tiznados con la calle y el sol ya se había ido del canal, así que decidimos volver a descansar. Rescatamos del viaje a este lugar el paseo en el “Titánic” que por lo menos a mi, me permitió hacer consciente la inmensidad que me rodea. Mirando desde la baranda de mi asiento, visualicé tantas épocas, tantas personas, tantas culturas, tanta diversidad de historias, que la mía se me hizo insignificante e importante a la vez… Me recordé de la Antarina y sus afanes de pasar a la historia y hasta del mismo Obama (el real) con todo su poder… Todos los hombres y todos los pueblos, terminan en el mismo río, desaparece su legado, se olvida su obra, se diluye su estela a lo largo del tiempo. Ahí la nada se acerca mucho a la concepción de mí misma, pero al mismo tiempo tengo conciencia de ser un todo, de estar recorriendo el río, de contemplar la vida y sus maravillas… Un privilegio y una oportunidad que agradezco y me desafía.
Antes de terminar el día no puedo dejar de reflexionar sobre los templos y la oración. Desde el barco divisé a los lejos dos cúpulas coronadas por una cruz y añoré una iglesia – al menos cristiana- para rezar. Aquí no se ve ningún rastro evidente de Cristo y la verdad se extraña muchísimo. Por eso opté por hacer oración en los templos de Buda. Seguro su estado es lo más cercano a lo que el mismo Jesús trató de enseñarnos, así que ahí en medio de los dorados me pongo a conversar con Dios. Qué lastima que haya tantas barreras que nos dividen. Pienso que podría ser una maravilla el poder ser peregrinos en la fe, ofreciendo la casa a quien quiera encontrarse con el Señor.
Con respecto a esto, un escrito que hice:
Uno de los regalos más importantes de la humanidad es la presencia de la fe en sus pueblos. Independiente de la religión de cada cultura, el hombre busca un espacio sagrado, ritos, ofrendas y celebraciones, que le permitan desconectarse del mundo y conectarse a un mundo interno y sobrenatural que le llene el espíritu y le de sentido a su existencia. En esta frecuencia, todos los seres humanos creyentes se unen en un mismo canal amoroso que les permite sentirse hermanos aún cuando los templos y las estatuas sean diferentes. Ojalá todos lo comprendieran de esta manera ya que en cada espacio sagrado se podría acoger a cualquier peregrino en la fe; en cada lugar de oración, todos podrían rezar y dialogar con Dios; en cada rito o celebración, cada uno de nosotros podríamos ser parte de un concierto de gloria y alabanza al Padre. Dios no quiso ni quiere murallas, nos quiere a todos compartiendo el mismo hogar con respeto y amor genuino, porque aunque somos diferentes también somos todos parte de su familia.
Día 39: De la luz a la oscuridad: Tercer día en Bangkok
Dicen que esta ciudad es de contrastes; bueno al menos para nosotros el tercer día resultó un claro ejemplo de esto. Partimos muy temprano viendo el amanecer en la ciudad para poder ir al mercado flotante. Desde las alturas del hotel, los techos de latón fueron un verdadero holograma extendido que reflejó toda su miseria y pobreza oculta desde la calle. De rato en rato, sin embargo, como penachos de oro, sobresalían las campanas doradas y los techos en escalas de los templos, que se veían rodeados por verdaderas serpientes de plata que cortaban el paisaje como sables afilados y certeros. El sol, como un disco metálico recién fundido en el fuego salió de entre la bruma gris, sellando el hechizo mágico que permitió que todo Bangkok quedase grabada como una medalla con dos caras. Alegría y sufrimiento; belleza y brutalidad; riqueza y pobreza, abundancia y miseria; sabiduría y decadencia; vida y muerte; fe y oscuridad…
Con esta sensación en el cuerpo, salimos en una van con destino al mercado que tanta fama le ha dado a Bangkok. No fue poco curioso que los segundos pasajeros que recogimos resultaran ser tres chiquillas chilenas, una de ellas la hija mayor de una muy amiga del colegio y la otra hija de una profesora mía de tercero básico. Yo sé que el dicho existe, pero de verdad el mundo puede resultar a veces demasiado chico… Las tres locas venían viajando hace un mes y medio por el sudeste asiático y nos llenaron la ida y la vuelta con todas sus historias. Deliciosas las chiquillas, además de lindas e inteligentes. Puro chochear con juventud sana y chora. Le habría hecho los puntos para alguna nuera pero creo que mis exponentes le quedan un poco chicos de edad… jaja.
Nos comentaban ellas de cómo les costaba imaginar a sus papás en un viaje como el nuestro, loco, aventurero, sin comodidades o seguridades; “aperrado” según sus palabras. Yo me pregunto cuándo al ser humano se le acaba la juventud (de espíritu al menos) para poder fluir con libertad en casi todos los contextos. Yo he reconocido mis limitaciones en este viaje, pero la verdad es mucha más la fascinación y el aprendizaje que la incomodidad o el riesgo que traen. Dios me libre… por lo menos de poder seguir saltando a los botes unos buenos años más.
Después de casi dos horas hablando en chileno y atravesando el campo típico de las afueras de la ciudad, llegamos a un estacionamiento donde nos esperaba otro bote. Como ovejas nos acarrearon por rieles y nos subieron a diferentes embarcaciones semejantes a las chalupas de la ciudad que sin paciencia ni saludo, nos llevaron al epicentro del mercado. El trayecto a todo dar por acequias rodeadas de vegetación y flores desordenadas que se metían al agua, me recordó los juegos de chica cuando uno hacía botecitos con ramas. Así íbamos, un barquito tras otro en una carrera por agua de color chocolate. Una que otra casa pobre salía al camino y traía olor de flores y pasto distante. El típico olor a campo y a acequia como cuando se regaba con riego tendido.
Es importante contar aquí que el principal y original mercado flotante funciona de viernes a domingo –días en que nosotros no íbamos a estar- por lo que supongo que asistimos a su versión más turística y pequeña del tema. ¿Qué es? Un sinfín de chalupas vestidas con los colores más lindos e intensos que se pueda imaginar. Tripuladas por mujeres más o menos viejas que parecen reinas en sus tronos de mercancías de todo tipo. Todo perfectamente limpio, bien presentado, armónicamente combinado y en equilibrio para lucir su contenido. ¿Qué vendían? Casi de todo, sin embargo lo más lindo era la fruta y la verdura. También ofrecían carnes y mariscos, artesanías y suvenires de todo tipo. Sin embargo, me quedo con el arte de su conjunto. Una pintura digna de ser plasmada una y otra vez. Ensuciaban un poco los puestos extras en los bordes y los regateos excesivos; también los animales curiosos como serpientes y monos enanos; tampoco se veían bien los miles de botes de turistas paseando por los canales escudriñando con sus cámaras de fotos a cada persona . Yo hubiese borrado todo eso y me hubiese quedado contemplando a las mujeres y sus barquitas maravillosas de color y vida. Para mal mío parece que tanto barco y motos fuera de borda, hicieron de las suyas, ya que terminé el paseo más mareada que el pobre monito de la jaula.
Después de toda esta luz y colorido, volvimos a la ciudad como a las dos de la tarde, descansamos un rato y después decidimos ir al Chinatown donde, por lo menos a mi juicio, nos esperaba la oscuridad. Por diferentes circunstancias toda la alegría de la mañana se esfumó y partimos medio atravesados en búsqueda de nuestro destino. Y tal cual ordena la ley de la atracción, la tarde resultó extraña, sombría y desesperanzadora. Después de planchar varias calles, encontramos un pasadizo que nos llevó al famoso barrio. Imaginen un conjunto de corredores oscuros, con agua sobre el pavimento, con chinos cabizbajos que apenas atendían nuestras preguntas, con basuras altamente sospechosas, con canaletas llenas de grasa, con puestos de comidas irreconocibles, con paquetes de alimentos secos y hediondos, con bodegas y tiendas sin luz, pero sobre todo con gente sin vida. Probablemente soy una prejuiciosa, pero no pude ver ningún residente sonreír con el alma. Todos sólo trabajaban con la cabeza gacha y el rostro inexpresivo. La cultura parece haber convertido la vida en trabajo, sin gozo, sin la chispa de la broma ni la alegría. La educación también deja mucho que desear en estos barrios: la gente bota todo al suelo, se tiran flatos en tu cara, se apiñan en las calles sin darte la pasada… No sé… una vez más me siento atrapada en un caldillo desabrido de verduras insípidas y fritangas que me duelen el estómago.
Caminamos bajo los carteles de neón por varias horas, esperando descubrir la callecita linda, el restaurant o puesto bonito para comer, pero ni siquiera con eso pudimos. Todo fue un apretuje, un sonsonete nasal constante y cansador, un olor a aceite y verduras cocidas que nos empezó a desaliñar el alma y a darnos escalofríos. Cada uno a su paso, resistió estoico el paseo de vuelta al hotel, en silencio observante. Fue así como por primera vez la ciudad me resultó amenazante. Vi gente revisando los basureros y guardando comida, vi personas vestidas de oscuridad y recelosas de nuestra mirada. Molestábamos por el hecho de ser diferentes y creo que hasta nuestro olor, nos hacía extranjeros. Finalmente ya oscuro, un último callejón se me hizo terrorífico. Esos segundos donde piensas que puede pasar lo peor. Gracias a Dios los ángeles de la guarda, andaban cerca y nos llevaron a buen término. La pobreza de la ciudad es tan intensa que se te clava en el cuerpo y en el alma.
Fue a raíz de esta vivencia que escribí la siguiente reflexión:
Es frecuente que cuando caminamos por las grandes ciudades, sus calles nos golpeen con su suciedad y la pobreza de muchos. El olor de alcantarillas, basura, contaminación y humanidad, se mezclan en el aire y decantan en el suelo, impregnándonos de una capa oscura que se nos pega en la piel, en la retina y en la nariz literal y espiritualmente. Es como un velo oscuro de desesperanza que nos revela los grandes contrastes sociales; un hedor que nos recuerda las condiciones infrahumanas en que muchos hermanos viven y que no nos puede dejar indiferentes. Este dolor materializado en un hollín visible, se convierte en un peso o desgarro que nos hace preguntarnos por nuestra responsabilidad y aporte real a su superación. Sin embargo, esta experiencia también nos puede llevar a cuestionarnos en cuánta basura espiritual llevamos impregnada en el alma, afeándonos y quitándonos esperanza en nuestro propio porvenir. Cuán oscurecidos vamos por no “lavarnos” con el agua del espíritu que nos purifica y sana a pesar de nuestras pobrezas y basuras. Invoquemos su fuerza para que nos levante y anime, ya que de lo contrario poco podremos aportar también a la sanación de la humanidad.
Día 40: De visita en palacio.
Decididos a cambiar del día anterior, nos despertamos con mucho ánimo para ir a visitar el famoso Palacio Real. Jurábamos que lo habíamos visitado el primer día, pero habría sido el error más garrafal de todo el paseo ya que nos esperaba algo jamás imaginado.
Para irnos optamos esta vez por un taxi hecho y derecho, ya que era más seguro y tenía aire acondicionado (cosa que se valora mucho con los 35 grados de calor). Tuvimos que vestirnos con pantalones largos y brazos tapados por respeto y pagar el ticket más caro de todos.
Las sospechas de que no habíamos ido antes se confirmaron rápidamente al ver una tremenda cola de turistas entrando a una ciudad amurallada. Una vez más los “buitres” acechaban a sus víctimas para estafarlos de mil maneras, pero el taxista –que era un muy buen hombre- nos advirtió de todas las tretas y pasamos directo al palacio. De verdad el calor nos hacía dudar si todo no se derretiría en cualquier momento, haciendo que toda la maravilla se fundiera en una masa de cera multicolor.
Y es que cada palacio y torre parecía un monumento aun mas detallado y minucioso que todo lo que habíamos visto antes, pero multiplicado en amplitud y lujo (si es que eso es posible). Cúpulas doradas gigantescas, murallas de mosaicos de todos los colores formadas por miles de cuadraditos de un centímetro cuadrado; espejitos, bordes dorados, cerámicas pintadas y talladas, pinturas de tinta, maderas talladas, metales incrustados… Todo condensado y puesto con un arte pocas veces visto. A ratos me recordaba los templos musulmanes, pero más sobrecargados y exquisitos. Los pisos de mármol, los escalones tallados, los jardines esculpidos, los pastos y flores combinados a la perfección, los tronos de oro majestuosos en formas de barcas o coronas, las salas de armas, las salas de cañones… No puedo dejar de ver en ellas las guerras y las vidas que deben haber cobrado. Hay sables, hachas, machetes, cuchillos, lanzas, puños con pinchos, espadas, revólveres, rifles, carabinas, pistolas…
Es curiosos aportar con la información de la monarquía tailandesa, ya que el rey (87 años) y la reina (84), son profundamente venerados en todos lados. Si bien hay un primer ministro y parlamento, en las calles, en el hotel, en el aeropuerto, en los restaurantes y en todos lados, hay fotos o estatuas de ellos y les dejan comida y ofrendas a lo largo del día.
En general el color que más domina todas las construcciones de palacio es el dorado; luego le siguen el turquesa y el azul y luego los rojos y amarillos. Destaca dentro de todo el llamado salón del Buda esmeralda. Una figura de no más de 50 centímetros de jade, encumbrada en un altar de dorados y pinturas, en la que todos se inclinan a rezar. Estuvimos un buen rato ahí, contemplando el detalle de cada pedacito del templo. Un metro cuadrado de eso en Chile, sería monumento nacional….
A esas alturas del paseo, la población de chinos con sus guías y voces se convirtieron en un panal de avispas. Te pegaban sin darse cuenta con sus paraguas (para el sol) y se cruzaban en todas las fotos. Habrá que desarrollar mucho la paciencia si es que ellos van a dominar el mundo, porque la sensación es que te quitan el espacio personal con tal inocencia y espíritu olímpico, que cuesta ponerles límites. Además no hablan ni una gota de inglés y no parece importarles mucho. Ya no sigo, si no me van a criticar por discriminadora. Seguro hay chinos encantadores, educados, sabios y amorosos, pero esos no son frecuentes en los buses turísticos.
Maravillados con lo visto y extasiados ante tanta abundancia, decidimos ir a la parte nueva de la ciudad. Para sorpresa nuestra, la modernidad se apareció en plenitud a la vuelta del metro. Un metro aún más sofisticado que el de Singapur, ordenadísimo, con aire acondicionado y televisores. Transportados por este dragón veloz de color naranja y amarillo que volaba por encima (y no por debajo) de la ciudad, nos alejamos de los palafitos y canales para llegar a los rascacielos y malls del futuro.
Una vez más el desarrollo parece que sólo conduce a este destino: arquitectura fría y espacios de consumo sofisticados y muy grandes. ¿Dónde quedan los decorados de cerámica, los artesanos de palacio, los mosaicos de espejos?¿es necesario perderlo todo para parecerse a New York?. La verdad el barrio nuevo de Bangkok podría estar en cualquier lugar del mundo y no podríamos distinguirlo…
Al volver, un nuevo bote nos llevó al muelle cercano al hotel cuando ya estaba de noche, pero esta vez a la Trinita se le enganchó una chalita en el borde y con ello, casi me quedo arriba del bote. Ya en marcha y a grito pelado, tuve que saltar al escalón metálico como una gacela, cosa que no me resultó fácil por cierto. Por instantes me vi hundiéndome en el agua verde, comida por los lagartos o arrastrada por el bote… La verdad no fue tan dramático, pero Aki se asustó y recién ahí me di cuenta del peligro vivido.
Bangkok fue un regalo que nos amplió aún más la mente a la inmensidad del ser humano. No vimos el lado más feo que nos habían comentado ya que no fuimos a los barrios rojos, porque no los buscamos ni tampoco nos los topamos, pero si me preguntan qué sensación me dejó finalmente, me cuesta definirla.
Tratando de ordenar los sentimientos, creo que me dejó un sabor más amargo que dulce. Si bien me extasió los sentidos hasta el cansancio y me sorprendió la mente con sus contrastes, el espíritu no se alimentó con esta ciudad. Así como cada noche debía ducharme un buen rato por sacarme de encima la sombra de las calles, creo que cada noche también tuve que hacer un esfuerzo por encontrar a Dios y su bondad en los rostros de la gente y en mi corazón. La sensación fue muy distinta a la de Singapur en cuanto que ahí el alma era de plástico; aquí me pareció que el alma era real, pero teñida de desesperanza y pobreza humana. Sentí una nostalgia grande de algo más puro, más natural, menos corrompido y sucio en el amplio sentido de la palabra. Me sentí extranjera y se me destempló el corazón.
Ya de vuelta en Bali, el alma se siente un poco más en casa, aunque la verdad ya se añora la propia. Y no es que esté triste ni pretenda ser mal agradecida; simplemente se extraña el nido… con todas sus riquezas y pobrezas.
Día 41: Decantando lo vivido
No dejó de sorprenderme a la vuelta a casa (a Bali), cómo ha pasado el tiempo y cómo los ciclos vitales comienzan a cerrarse. Es como si la naturaleza también nos mostrara que nuestra etapa de siembra, crecimiento y cosecha ya está llegando a término. Me explayo un poco más…
Nuestra casa y en especial mi ventana, da a un campo de arrozales maravilloso y durante estos cuatro meses hemos visto el proceso casi completo. Cuando llegamos en diciembre, la tierra –o el barro mejor dicho- estaba aún con los rastrojos de la siembra anterior. Varas secas formando un adobe extendido en verdaderas escalas de color chocolate oscuro. Luego vinieron los hombres armados con arados rústicos que revolvieron la mezcla como cuando hacíamos tortitas en las acequias. Pacientemente, bajo el sol y la lluvia intensa, protegidos sólo por sus conos de paja, molieron todo y dejaron un chocolate liso y brillante listo para ser tejido con pequeñas hebras de un verde tan intenso como finito. Fueron las manos de las mujeres quienes trenzaron todos estos débiles hilos de vida y transformaron la superficie en una pequeña alfombra punteada como por un hilván de niños. Sus trajes coloridos y sus manos curtidas fueron inagotables en el cuidado, arrancando las malezas y revolviendo una y otra vez la siembra para que se irguiera sin problemas. El hilván poco a poco fue engordando su puntada y casi sin darnos cuenta, la alfombra café se vistió de cabellos pistachos, demasiado lindos para no ser contemplados. Como el pelo de una sirena gigante ondeando en el océano, las hebras hinchadas bailaron semanas, noches y días, al vaivén de los vientos caprichosos y se protegieron de los rayos celosos de tanta belleza. El campo de arroz se convirtió así en un vergel donde se anidaron las ranas, los grillos, las golondrinas y las garzas y bueno, ciertamente también mi alma… Cada tarde y cada noche, no podía dejar de escuchar su canto, admirar su pacífica danza, absorber el suave aroma, pero sobre todo estar en presencia de un momento sagrado. Los colores del sol con toda su variedad y los plateados de la luna con su temperamento fueron la iluminación perfecta para un altar de ofrenda y vida. Hoy las varas ya están vestidas de granos y los pájaros se acercan sin misericordia. Los hombres y mujeres que habían desaparecido por un tiempo, reaparecen para asentar sus dominios armados con hilos de plástico, paños de colores o irreconocibles espantapájaros humanos que poco sirven en la práctica. La alfombra verde se ha convertido en un festín y no hay nada ni nadie que detenga tan opíparo banquete. Bueno, salvo el hombre, que sólo espera paciente unos días más para que el grano termine de madurar y pueda atesorarlo como fruto de su esfuerzo y trabajo. Así como los pájaros vendrán muchos hombres, mujeres y niños a agitar las ramas para que suelten su preciado contenido y una vez más quedarán exhaustas y pisoteadas uniéndose al piso de barro que las cobija. A algunas les prenderán fuego, controlado y bajito, pero igualmente feroz, arrancando de ellas todo resto de vida para que se integre a la tierra. Su sacrificio será luego abono para el próximo ciclo de vida, para la próxima generación que aún no germina.
El grano arrancado aguardará su destino en un silencio conmovedor, ya que sabe que será triturado y molido para dar vida.
Ya casi en abril, mi vecino el arrozal está en las vísperas de todo esto y no puedo dejar de sentirme identificada. Han sido cuatro meses de revolvernos interiormente, sembrar nuevas miradas en el alma, haber trabajado arduamente en ellas, haber disfrutado muchos días, haber sufrido también otros, ver cómo han crecido y se han encumbrado para la cosecha que viene. No han faltado las malezas, los rayos ni los truenos; tampoco las danzas ni los cantos. Todo ha sido parte de un ciclo en donde Dios nos ha regalado una forma de mirar la vida más amplia, más completa, que espero se vaya pegada muy fuerte en el corazón.
A propósito de esta idea, un escrito…
Está llegando el tiempo de cosechar. Las varas erguidas comienzan a hacer esfuerzos por sostener sus frutos y los pájaros intrusos quieren sabotear el trabajo de la naturaleza. El verde del campo se empieza a tornar amarillo y el cielo, impaciente, luce un azul más intenso, sólo matizado por gruesas espumas blancas. El grano ha surgido desde el barro, recibiendo lluvias, vientos y truenos. Se ha entusiasmado con el canto de las ranas, con el tibio sol de las mañanas y con el vuelo danzarín de las golondrinas atrasadas. Ha querido salir a jugar con los murciélagos de la tarde y se ha visto reflejado en el brillo de la luna y sus puntadas de plata. El grano ha vivido con intensidad su morada y ha aprendido de cada día una lección de vida: que lo importante sucede en el corazón del que ama; quela existencia no es sólo trabajo de agotadoras jornadas; que la vida también se juega en el baile libre y alborotado de la tarde y que su sabor se siente más fuerte, justo después de la tormenta huracanada. El grano ha aprendido que su porvenir nunca le ha pertenecido; que la tierra es su fuente; su inicio y término ya que su existencia es poco más que la nada. Siempre todo estuvo y estará en manos de aquel que vislumbra al alba o del que atisba en la inmensidad de la noche estrellada. Aquel que todo lo ordena, lo crea y lo viste de belleza y de esperanza. Llega el tiempo de la cosecha y el grano sabe que será arrancado, triturado, desplazado. Quisiera aferrarse al presente y detenerlo todo; poner pausa, pero la vida es incapaz de esperarlo y sigue su incansable marcha. El grano ha sido creado para dar vida; ha sido amado y cuidado para dar fruto. Ya llega el tiempo donde sin golondrinas ni garzas; sin brisas ni melodías mansas, su vida será ofrenda y su entrega, la verdadera danza. Aquel Señor del día y de la noche; de la tierra y del alba, en hora buena; él conoce los tiempos; él dispone la marcha.
Como para confirmar el aprendizaje y asentarlo, han ido pasando cosas en esta isla que no dejan de sorprender.
Ya desde hace un mes atrás comenzamos a ver que la gente se estaba preparando para una fecha especial. La mayoría de la población hindú de la isla celebra el año nuevo el 21 de marzo y para eso hay un numerosos ritos y cuidados de los cuales nos fuimos percatando y haciéndonos parte.
Lo primero que vimos fueron los monstruos que empezaban a construirse en los patios de las casas. Estructuras de fierro y bambú, cubiertas con papel maché, yeso y plumavit comprimido, empezaron a darle forma a seres horrorosos de los cuales veíamos sólo partes. Cabezas de animales, brazos múltiples, pechos femeninos muy prominentes, piernas gruesas y peludas, garras y dientes feroces, entre otras cosas, salían a la vista de los paseantes como una exhibición forense. Así también una noche apareció un canto lastimoso y repetitivo que no cesó hasta el carnaval de vísperas del año nuevo. Voces de hombres y mujeres alternadas que desde sus templos cantaban y oraban sin cesar. La sensación era muy similar al de las oraciones musulmanas, pero parecía una letanía angustiosa y triste. ¿No será posible cantarle a Dios y/o a los espíritus con alegría? Supongo que para eso, tendré que viajar a África y para eso falta mucho.
Dentro de los efectos visibles de estos preparativos es que la ciudad se comenzó a cerrar; las tiendas pusieron letreros de “close” y las personas locales comenzaron a viajar a sus barrios de origen, ya que cada uno tiene su propio ritual y desfile de monstruos. Así poco a poco, las calles comenzaron a ralearse y el tiempo a lentificarse. Hasta que finalmente el viernes 20 de marzo comenzó todo.
Día 42: Año nuevo hindú en Bali
Un poco de referencia histórica puede ayudar a darle contexto a algo difícil de describir ya que probablemente sólo aquí sucede. En primer lugar la fiesta de año nuevo se llama Nyepi y tiene varios siglos de existencia. Consiste en 24 horas en los que se respetan y viven 4 principios fundamentales:
Amati Geni: que prohíbe prender luces o fuego como símbolo de los apetitos o placeres humanos.
Amati Karya: que prohíbe todo tipo de trabajo salvo el de purificación espiritual y renovación.
Amati Lelungan: Prohibe realizar viajes y por eso toda la gente se tiene que quedar en sus casas.
Amati lelanguan: Prohíbe todo tipo de entretenimientos.
Impresiona ver cómo se respeta todo esto ya que todos los locales, hoteles y por ende también los turistas, deben sumarse y respetar todas estas reglas. Pero partamos por el principio….
Desde muy temprano del día anterior al Nyepi, todos los balineses se ataviaron con sus trajes más lindos. Los hombres con sus faldones escoceses de blanco y negro que manifiestan lo sagrado, coronados con sus pañuelos amarrados como sombreros o coronas. Las mujeres preciosas, llenas de colores, como verdaderas figuritas de porcelana, ataviadas con canastos de ofrendas tan lindos y aromáticos como ellas. Reunidos cada uno en su templo comunal, acompañados de cantos y música, subieron a sus respectivos monstruos a plataformas hechas de bambú para llevarlos luego en procesión. Cada una era un tablero que dejaba espacios para que 20 ó 25 personas pudieran meterse adentro y levantarlas sin dificultad mayor que la coordinación. El peso no será el tema, sino cómo aúnan los pasos para “bailar” y darles vida.
Ya listos, cada grupo de un centenar de personas, literalmente se tomó la calle y comenzó a caminar con destino a su templo. Los autos y las motos como que desaparecieron y todo se convirtió en un gran paseo peatonal. Nosotros, invitados por los chilenos, nos fuimos caminando al centro de Yoga Desa Sani, donde trabaja la Manuela, ya que ahí también se había construido un monstruo para la procesión. Lo primero que me llamó la atención fue el poder caminar tranquilos por donde antes fue imposible. La calles fueron nuestras veredas y nos acogieron con espíritu alegre y festivo.
Llegamos al lugar y nos encontramos con un centenar de hombres y mujeres disfrazados con máscaras de diablos muy coloridas. Muy bien pintadas y diseñadas lograban hacerte olvidar al humano que las sostenía y así te veías de frente con dientes ensangrentados, ojos desorbitados, lenguas viperinas, orejas con cuernos o monos coléricos, que lograban asustarte. Cada uno llevaba trajes de raso de color amarillo sobre sus faldones escoceses y miles de cintas salían como capas. En este caso particular los tres monstruos construidos distaron mucho de la tradición balinés, ya que el ejercicio creativo lo hizo el dueño del centro que es un canadiense con cara ajada y bronceada por la vida. Su versión fue más semejante a unas marionetas gigantes que las que más tarde vimos en procesión por las calles. Sin embargo, más allá de su libertad creativa es admirable el espíritu y cariño con que lideraba a los casi 80 empleados de su centro.
Junto con ellos también salimos en procesión a la calle, liderados por mujeres que portaban un tridente de fuego hecho con bambús y una veintena de músicos que mantenían un ritmo monótono y mántrico. Sólo instrumentos de percusión como xilófonos gigantes, palos de bambú ahuecados, platillos metálicos y un gong nos acompañaron junto con los gritos y alaridos. Al grupo original se fueron sumando más turistas curiosos como nosotros y los locales con lo que se formó una gran culebra de colores y sonidos.
A poco andar llegamos al templo comunal que nos correspondía y ahí nos encontramos con los otras figuras. Tradicionalmente se les llama Ogoh Ogoh y representan a las figuras hindús del inframundo. Están basadas en mitos y leyendas, pero también se dan libres interpretaciones de males modernos y/o figuras políticas. Se salvaron los chilenos en este país, porque yo creo que no cabrían tantos monstruos actualmente.
Ya reunidas y pintadas todas las partes sueltas que habíamos visto en las casas, el espectáculo era impresionante. La noche ya era parte de la procesión y con ella las figuras humanoides de 6 metros con cara de chancho, garras de dragón y pechugas saltonas se adueñaron de las calles. Había más menos 500 personas y el desorden fluía como de costumbre en Bali. Nada de medidas de seguridad ni precaución alguna para el fuego de las antorchas o para el movimiento brusco de los monos. Nada de iluminar los hoyos abundantes del camino ni proteger a los niños. Nada de policías cortando el camino ni cuidando de ladrones o peligros. El caos funcionó a la perfección y todos gozaron de un carnaval único y sin contratiempos. Para graficar la situación un ejemplo: como los ogoh ogoh eran muy altos, las ramas de los árboles entorpecían la procesión. Sin preguntarle a nadie, un hombre “mono” trepó a ellos armado con un serrucho y con un chiflido nos echó unos metros para atrás. En cinco minutos o menos una gruesa rama se vino abajo salpicando astillas y mugres para todos lados en medio de la gente. Sin embargo, la reacción fue equivalente a ver visto pasar una golondrina. Chiflidos vienen y chiflidos van y nadie se hizo más problemas y la procesión siguió su paso. Según Juanjo es parte del show: cierto o no, está muy bien logrado el efecto.
Debemos haber recorrido el equivalente a unas seis cuadras en redondo llevando a los 6 u 8 monstruos correspondientes al barrio. Cada cierto rato se detenían para descansar y tomar agua, ya que el calor y los bailes no eran buena combinación para los transportadores. Ternura provocaban versiones chiquititas de monstruos llevadas por una decena de niñitos de máximo 6 años de edad, que al igual que los adultos en cada esquina hacían sus peligrosas piruetas y gritos.
En el recorrido hubo muchas cosas que me alegraron el alma y que me la cuestionaron… Primero que nada la festividad encarnada en un pueblo. A pesar de estar rodeada de monstruos y diablos, sólo vi caras felices, celebrando juntas y sanamente. Era una comunidad que salía a la calle a derrotar a los malos espíritus para partir bien el año. Una verdadera familia, con rostros amables, humildes, sencillos, llenos de brillo en sus ojos. No pude dejar de pensar que en Chile esto sería prácticamente imposible… Cómo recuperar las confianzas, cómo matar a todos los monstruos que hoy nos atemorizan y nos distancian a unos de otros…. También me sorprendió la fe y respeto con que vivían este tiempo. En cada mono hay miles de horas de trabajo y mucha plata invertida; en cada baile y melodía interpretada había centenares de jornadas de ensayo y oración, que vienen a reflejar la cantidad de energía que invierten los balineses en su espíritu para verlo fluir con libertad. A ratos me entristece y a la vez desafía nuestra situación en Chile; cómo reconectarnos con lo importante, cómo poner la energía en lo que nos hace libres y dejar de vivir esclavos de tanta tontera… También me impresionó la dulzura de cada saludo que recibimos en la procesión. Algunos al darte la mano e intercambiar los nombres, luego la llevaban al corazón como un tesoro. Otros juntaban sus manos como rezando en el pecho y bajaban la cabeza mientras te saludan como honrándonos mutuamente por el hecho de cruzarnos en la vida. No me dejaron de conmover y cuestionar estos saludo tan llenos de sentido y humanidad; tan carentes de intereses mezquinos u oscuros. Si bien íbamos todos de diablos, creo que en este pueblo han logrado mantener a raya sus demonios internos y han logrado que el bien y la luz estén por sobre ellos. La verdad, recordando las viejas inseguridades que esta cultura me produjo, no puedo si no pensar que en la nuestra los demonios son mucho más feroces y que me da inseguridad volver. Muchos correos que llegan de Chile y las mismas noticias, revelan a un pueblo mayoritariamente amargado, dividido, enfermo, irritable, impaciente, resentido y aislado en sus trincheras de desconfianza y aparentes inseguridades, cuya podredumbre está saliendo por todos lados. Sé que hay mucho más de bueno que de malo, y mucha más luz que oscuridad, pero pucha que falta ponerla “encima de la mesa”. Creo que nuestra sociedad está viviendo una crisis muy profunda, pero a la vez es una gran oportunidad para crecer…
También me impresionó la sanidad de esta fiesta. Había gente tomando cerveza, pero ningún curado ni desubicado. Había gente con sus casas o tiendas abiertas mientras pasaba la procesión, pero nadie hizo ningún destrozo. Todos los guardias y policías no estaban en la procesión, y a nadie le robaron su cámara de fotos ni su billetera… Así puntualmente a las 10:30 de la noche cada “clan” se fue a su lugar de origen y cerró el carnaval sin “daños o efectos colaterales”. Desconozco si en Denpasar es igual; seguramente no, pero no deja de dar nostalgia tiempos en lo que en Chile podíamos salir a celebrar cualquier cosa, sin que al otro día haya que leer todos los destrozos causados.
Podría parecer una amargada más (hay tantos últimamente..). En parte sí, pero más que amargura es impotencia la que siento. Me dan ganas de armar algo y mover corazones en forma masiva. Remecernos y construir a través de pequeños gestos una sociedad más esperanzada y unida. También me da miedo ya que los demonios están muy llenos de odio y con hambre de violencia, pero creo que a mayor maldad, la única salida es más amor. La otro opción es quedarse “guardado” en nuestros pequeños nichos, protegidos, haciendo vista gorda a lo que nos está pasando, pero la verdad no puedo… Ya veremos a la vuelta, qué es lo que Dios nos tiene preparado y cómo podemos ayudar más eficazmente.
Sin embargo, lo que más me quedó dando vuelta, es la cantidad de demonios que hacen procesión adentro de uno mismo. Cuánto cuesta mantenerlos a raya para que no nos quiten la libertad, la movilidad y la alegría. Deben ser aún mucho más feos que los que se arman aquí en
Bali… A raíz de eso, escribí la siguiente reflexión:
Partir de nuevo es un anhelo permanente del ser humano que se ve reflejado en todas las culturas en diferentes fechas del año. De alguna manera queremos dejar atrás todo lo que nos quita la energía, lo que nos enferma y lo que nos afea el alma. Hay en el fondo una búsqueda muy profunda de la paz que sólo Dios da y para eso hay que enfrentar previamente todos los demonios que nos habitan. En muchos países estos seres y/o voces macabras son representados en figuras y máscaras que bailan y desfilan frente a nuestros ojos, para luego ser derrotados y/o quemados para que el bien prevalezca. Simbólicamente nuestro espíritu debe realizar el mismo ejercicio para dejar que Dios reine en él. Primero debemos identificar los demonios que nos acechan y tratar de ponerles nombre y rostro. Temor al abandono, rabia por la pérdida de control, inseguridad frente a nuestras capacidades; ansiedad , tristeza, etc.. Luego hay que dejarlos desfilar frente a nuestros ojos e iluminarlos con antorchas para ver de dónde vienen y su real dimensión o peligro como un testigo u observador desafectado. Ahí veremos cómo sus gritos y amenazas no son más que tretas o juegos de cobardes y que se alejan despavoridos frente al “fuego” del amor de Dios. Cuando nos queremos como el Señor nos quiere, aunque sea por segundos, los demonios se consumen, se achican y desaparecen, dejando en nuestra alma una quietud y silencio llena de esperanza. Este rito de exorcismo personal lo podemos hacer a diario si es necesario, invocando al Padre, aferrándose al Hijo y recibiendo todo el amor y fuerza del Espíritu Santo.
Por el momento, con algunos “diablitos” pegados, seguimos aprendiendo las lecciones de este pueblo tan lejano y admirable.
A las 6 de la mañana del 21 de marzo comenzó el año nuevo y todo estaba como encantado o dormido bajo un manto de tranquilidad y paz celestial.
A las seis de la mañana salí a ver los arrozales y las nubes incrustadas en el cielo aún deslavado y medio dormido, me anticiparon de un silencio desconocido que me golpeó la cara. Es como el del campo, pero aquí estás en medio de la ciudad lo que hace más imponente. Es como si el mundo se hubiese detenido y nada ni nadie lo puede hacer reaccionar. Sólo se oye el ruido de agua cayendo, de pájaros y de la brisa que va supervisando la obediencia de todo el pueblo. Realmente abismante el seguimiento total a esta fiesta. En relativo silencio y ayuno, la tribu Goycoolea también se adhirió a esta jornada de recogimiento y contemplamos cómo Dios y su espíritu se fueron “adueñando” de la isla.
Desde nuestro balcón miramos hacia la calle y no se veía un alma. Nada de motos, ni silbatos; sólo un silencio que transita por el aire con completa autoridad. No le obedece eso sí el mar, cuya rebelión de olas llega a nuestros oídos como anuncio de libertad. Hemos convivido cuatro meses con esa música repetitiva y maravillosa, pero recién la oímos. Cuántos sonidos y palabras de la naturaleza quedan perdidos producto de los ruidos que hacemos los humanos…
El silencio y la tranquilidad del día sin duda fueron contagiosas, ya que sin darnos cuenta nos vimos hablando bajito, cuidando el ambiente y sumándonos a la fiesta a nuestra manera. Jugamos a las escondidas, al chancho inflado y la verdad el espíritu alegre e infantil estuvo presente en la casa realzando lo especial de este día. Así poco a poco empezó a llegar la tarde y con ella la oscuridad más absoluta que puedan imaginar. De verdad conmovió el alma ver toda una isla con miles de habitantes simplemente apagarse y silenciarse como si no existiera realmente. Créanme cuando digo que no había ninguna luz prendida en todo el valle; sólo a ratos se veía una que otra luz de linterna revisando o apenas un resplandor pequeño y amarillento que entraba o salía de alguna posible ventana. Las siluetas de la ciudad se fundieron con las del cielo y las millones de estrellas parecían bajar hasta la tierra sin temor ni vergüenza. Se me imaginaron como pequeños y profundos túneles que llevaban el alma a otras dimensiones muy lejanas. Sin duda, no era la primera vez que veíamos un cielo así, atiborrado de diamantes de distinto calibre, pero sí fue nuevo el escenario desde donde lo contemplamos. Admirar desde la ciudad dormida la inmensidad del universo y meterse en cada rincón del cielo con una curiosidad ansiosa, pareciera que aumentó el gozo y la conciencia de la existencia. Fue así como la tribu se vio seducida por el cielo y nos regalamos un momento de contemplación y conversación que será recuerdo para la vida entera.
Sentados en el piso de madera del segundo piso, tomamos palco en dirección hacia los arrozales y ahí mágicamente comenzó a brotar toda la vida que cada uno contenía. Acompañados por la sombra de la noche y algunos murciélagos curiosos, el corazón de cada miembro del clan se fue desplegando y sacando fuera todos los frutos de este viaje. Cómo describir la belleza y profundidad del momento; quizás sólo comparable a la bóveda brillante que nos coronaba. Es increíble cómo la belleza se manifiesta en lo grande y en lo pequeño; en el universo con todas sus galaxias y nebulosas maravillosas, y en un pequeño clan sellado a fuego por el amor. Qué bendición escuchar desde el más grande a la más chica, cómo su espíritu se vuelve a Chile renovado, lleno de entusiasmo y pasión por la vida, con un espíritu crítico pero constructivo, con los ojos limpios de tanta superficialidad que los rodea, de tanta fe en un Dios providente y bueno, de tanto amor entre nosotros respetando la diversidad y promoviendo su riqueza. Fueron consenso palabras como la capacidad de aceptar lo que la vida traiga y vivir agradecidos por ello. También concordamos todos que en el aparente caos, también las cosas fluyen; sólo hay que darles tiempo y nos sorprenderán con bendiciones insospechadas. La necesidad de mirar las cosas con altura y reconocer la variedad de criterios y culturas que existen también voló en la conversación como los grillos que dialogaban con nosotros. La importancia de mantener a Dios en nuestras vidas también apareció como un regalo de la isla y la necesidad de unirnos en momentos como estos con frecuencia. Sí fue preocupación cómo vamos a cuidar todo esto a nuestro regreso, cómo lo vamos a poder compartir sabiamente a los demás, cómo nos vamos a adaptar a la transición y cómo podemos llevar parte de toda esta riqueza espiritual a un Chile tan empobrecido. Pero más allá de lo que traiga el futuro, esa noche nuestra alma se vistió de fiesta y creo que efectivamente un nuevo año comenzó para todos. Dios nos regaló un tiempo en el paraíso y no nos queda más que agradecerlo infinitamente.
Así estuvimos literalmente “pegados” al cielo hasta que nos comenzaron a doler los “asientos” y a crujir los estómagos que, con tanta conversa, pareció que se vaciaron más rápido. Cocinamos sanguchitos en las penumbras de una vela y nos fuimos a acostar cobijados por una noche preciosa e inolvidable.
Ahora sólo nos queda prepararnos para el retorno, pero sin hacer las maletas mentales antes de tiempo. Cosa que no es fácil ciertamente. La tensión ya está en nuestras mentes y es una lucha mantener la velocidad de crucero mientras en Chile las cosas suceden tan rápido. Todos están en otra frecuencia y pareciera que nuestra vida fuera a destiempo. Sólo nos queda aplicar mucha sabiduría y poder disfrutar y atesorar los últimos diez días que nos quedan.
Día 43: De Visita en el paraíso
De todos los lugares de Bali, nos quedaba pendiente uno que todos los que han venido aquí señalan como imperdible. Se trata de las islas Gili, tres pedacitos de tierra ubicados al lado de otra gran isla llamada Lombok y que realmente resultaron un sueño en todo sentido.
De aquí en adelante, se prohíbe todo mal pensamiento de envidia, celos o cualquier otra emoción negativa ya que siempre los llevamos en el corazón a cada uno de los que lee estos reportes. Jaja!!
Para poder llegar a este paraíso, la cosa no podía ser tan fácil así que manejamos dos horas por las locas calles de Bali, que según nuestro “chofer” ya se le han hecho como de la casa. Toca bocina cual balinés, ya no le estresa la policía, fluye sin temor por las luces naranjadas de los semáforos, se apretuja entre los autos y las motos y “torea” a quien quiera pasarle por arriba. Todo un local la verdad!!!! Bueno con esa tranquilidad llegamos a Padang Bay, que es el puerto más cercano para tomar los botes que llevan a las islas. El panorama por cierto es conocido pero no deja de llamar la atención el regateo permanente en los precios, la informalidad de todo y los vendedores de frutas, anteojos y artesanías tan seductores como efectivos. Yo por lo menos no puedo dejar de comprarles las cajitas con piña a las señoras tan dulces y encantadoras. Ya me dicen la “tabla del 1” con los vendedores, así que trato de evitar el contacto visual, sino ya estoy entregada al consumo- no por lo que venden, sino porque me da pena el vendedor y me meto sin darme cuenta en su realidad y en su vida-. Si los hubiese mirado a todos, a estas alturas ya tendría un conteiner de pareos, artesanías, collares, pulseras y budas de todos los tamaños.
Después de una hora extra de espera, el bote se apareció en puerto y junto con nosotros un medio centenar de turistas se aventuró por los mares hacia las islas Gili Tawanan (la más grande), la Gili Meno (la del medio y más tranquila) y la Gili Air (la más chica). El pequeño barco era como en esos catamaranes que cruzan en la carretera austral chilena, con asientos como de bus en el primer piso y una terraza a descubierta donde iban los más osados y aventureros. Zamarreados por un oleaje potente, cruzamos por una costa linda, donde de vez en cuando aparecían islotes de color verde intenso coronados con uno que otro árbol y sostenidos en acantilados de piedra y tierra negra. Parecían como gigantes detenidos en el tiempo cuyo nacimiento y erupción a la superficie, no debe haber sido sino después de una ardua guerra de la naturaleza. No por nada, esta zona es catalogada como la que tiene mayores desastres naturales haciendo un “combo perfecto” que incluye terremotos, volcanes, tsunamis y huracanes. En nuestro viaje sin embargo, está calma y plácida. El cielo es de un azul intenso y las aguas van vestidas de un azul marino muy limpio y profundo.
Durante las dos horas de cabalgar a galope fuerte por este mar, no estuvieron ausentes tampoco las tradicionales ofrendas que consistieron en tirar como panfletos de papel al fondo del agua. Es raro ver cómo esto se mezclaba con la música americana y con la venta de cervezas para los turistas. A ratos podría haber pensado que estaba en una torre de babel o en el arca de Noé por la diversidad de gentes que se ve en cuanto idiomas y caras. En todo caso el perfil es parecido. Todos blancos, la mayoría jóvenes, muchos mochileros, todos muy quemados y con la bandera de relajo pintada en la cara. Nuestra tribu –aunque reducida- aún resulta numerosa por estos lares y un tanto atípica para el entorno, aunque la cara de relajo también la llevamos puesta. Ojala nos dure!!!!!!!!
Sin embargo el arca definitivamente nos llevó al paraíso. No más asomarnos a la cubierta en la costa de la primera isla, un color turquesa nos impactó en la cara como quien ve a un ángel en vivo y en directo. Qué maravilla de color. La mirada se hunde en las profundidades y te hechiza sin darte cuenta. La cara se deslumbra y el corazón se emociona ante tanta pureza y belleza destilada en un pedacito de la tierra. El color se distribuye más menos de la siguiente manera. Está la isla rodeada de arena blanca muy fina que se mete al mar, logrando unos cinco a diez metros de un verde clarito muy bonito, pero un poquito deslavado. Luego viene la franja de Dios que no deben ser más de dos o tres metros de un color turquesa único, que es “comido” por un azul más intenso que se prolonga por el resto del océano. El pedacito de color “divino” es sólo una franja delgada (como si fuera demasiado lindo para ser más) que une la claridad del verde con la oscuridad del azul y que justamente marca la división entre la superficie y la profundidad. No puedo dejar de pensar que caminar en el turquesa en la vida es justamente eso; caminar en el acantilado con un pie en el mundo y otro fuera de él, aportando la unión que ambos mundos necesitan. Difícil ya que la fuerza de los dos extremos es muy grande y para este color sólo parece quedar un pequeño espacio intermedio. Sin embargo, no importa su tamaño, el puro hecho de existir ya es una bendición y un regalo.
A propósito del color, un escrito loco que hice:
Dentro de las miles de formas que Dios tiene para mostrarnos su presencia, hay una que se ha transformado en mi predilecta: el color turquesa. Dicen los musulmanes que es el color divino y francamente tiene mucho que ver. Sólo si miramos nuestro planeta gran parte de su superficie está pintada de diferentes tonos de verde y su cielo rota en miles de tonos de azul y celeste. En la conjunción de ambos, se forma este color maravilloso que nos evoca a una dimensión pura, intensa, llena de energía, de vitalidad, de creación, de bondad hecha acción… Frente al turquesa no podemos quedar indiferentes ya que el alma se ve seducida por un torbellino de vida como la que se refleja en los mares cristalinos, en los ríos puros del sur, en los amaneceres o atardeceres de verano, en las llamas tímidas del fuego o en los ojos de Cristo. Es un color que nos hace viajar en el tiempo y en el espacio a algo mejor que nosotros mismos, a una cantera de vida que brota sin cesar regalándonos ideas, misterios, seres preciosos, belleza, perfección, armonía, paz… en una palabra plenitud. Hay muchas más puertas para conectarnos con el Señor, pero sin duda la vivencia profunda y real de este color es una de las más lindas y de las más generosas.
Todavía borracha con el color –y sin haber tomado ninguna cerveza- el bote dejó la isla más grande y nos llevó a la Air. Ahí, literalmente saltamos a la arena con las dos maletas de la tribu y comenzamos a recorrer el lugar, antes de irnos a la Meno, que es la isla donde definitivamente nos quedaríamos. Gili, significa isla pequeña, y realmente hacen honor a su nombre.
Algunas impresiones iniciales que llaman la atención es que al ser cercanas a Lombok, estas islas pierden la influencia hinduista y animista de Bali y se convierten a la tradición musulmana dominante en todo el archipiélago indonésico. Aparecen las mujeres con velo –pobrecitas, se mueren de calor- y los cantos a lo largo del día. Los hombres se ven relajados, flacos, muy quemados y con la sonrisa del relajo pegada en la cara. Sus trabajos son mayoritariamente orientados al turismo y varían desde choferes de carretas tiradas a caballo que llevan a los paseantes de un lugar a otro de la isla, vendedores de cosas, mozos de restaurantes, asadores de choclos a la parrilla, boteros y pescadores diarios o nocturnos. En estas islas no hay autos ni motos, sólo vehículos tirados por caballos de contextura muy pequeña que no son poni sino versiones miniaturas de los que conocemos. A pesar de eso son muy rápidos, fuertes y capaces de soportar carreras en la arena y llevar grandes pesos en sus espaldas. Los adornan con pompones de colores amarrados a resortes y les tapan los ojos para que no vean su vida de esfuerzo al lado de tanto ocio. Son los únicos que aparentemente conocen la fatiga, ya que el resto se ve fresquito y descansado. Como clara evidencia de este espíritu, en estas islas no existen perros; sólo gatos. Los que han traído se han muerto (por razones desconocidas, mmmm…) y sólo se ven los representantes felinos echados por todas partes lamiéndose y buscando sombra debajo de cualquier árbol. Son muy feos y sin excepción del centenar que vi, todos tienen la cola quebrada y/o deforme. ¿Será la genética o algún ritual isleño? ¿Cómo saberlo?.
Lo otro que circula por la isla son muchas bicicletas, pero muchas de ellas con ruedas muy anchas para andar en la arena. Nosotros optamos por nuestras lindas patitas, pero la verdad después de tanta caminata al calor y arena, al menos mis pies sufrieron las consecuencias. Ampollas y heridas en los dedos que agarran la hawaiana. De verdad va a ser una tortura volver a ponerme zapatos… Sólo pensar en los “pequeños piececitos” de Felipe metidos en un zapato negro y cerrado, me parece una tortura mayor a estas alturas. Mi niño ya va en 46. No quiero ni pensarlo….
Volviendo a las impresiones generales de las dos islas donde no alojamos, les puedo contar que se ve mucha gente y “onda” por todos lados. Fuera de los locales, todos los demás son cuerpos casi desnudos que se pasean mostrando sus humanidades que han tomado más sol del que necesitan y que más flacos o más gordos están disfrutando este paraíso mientras dure. Dicen que aquí los chiquillos se vuelven locos y que pasa de todo; nosotros los vimos tranquilitos guatita al sol siempre. Quizás fue un problema de hora, jeje!!!
Con las fotos del alma tomadas, nos embarcamos en un barquito mucho más chico, tipo micro local, que nos llevó a la isla Meno que no tiene puerto por ser muy tranquila y con sólo 400 habitantes. Dicen las historias que esta no se desarrolló como las otras, ya que hubo un artículo de un diario americano que decía que aquí los mosquitos eran mucho más abundantes y agresivos que en las otras y que el dengue era seguro. Finalmente esta información era falsa, pero provocó –para bendición de los isleños- que su crecimiento fuese mucho más orgánico y ecológico. Hay sólo cinco hoteles medianos y un par de cabañas locas y el resto sólo locales y playa virgen. Un tesoro…
La vegetación es de pinos, palmeras y árboles tipo mangrove que crecen con agua salada. Los temidos zancudos sí existen pero sólo en las tardes y nos bañamos en repelente. Ahora a cruzar los dedos no haber sido infectados, pero eso sólo lo sabremos en Chile ya que se demora un mes en manifestarse la enfermedad.
La costa está rodeada de coral molido en miles de pedacitos con las formas más variadas y es un paraíso para los buzos. El agua cristalina muestra sin pudor todos las maravillas que esconde en los arrecifes y han nombrado a las tortugas guardianas de todo esto. Eso sí las pobres son molestadas todo el día por los curiosos que llegan en botes y las hacen nadar de un lado a otro, para ver sus caparazones verdosos y sus estómagos blancos y amarillos. Los únicos que hacen la pelea a los buzos impertinentes son los erizos negros que disponen sus lanzas a quien ose acercarse.
Sin embargo, no es sólo la diversidad de peces multicolores lo que conmueve, o el cielo calipso chorreando calor, o las arenas blancas que encandilan y queman, o las caminatas plácidas sin huellas previas en la arena, o los vuelos de golondrinas y murciélagos al atardecer, o la cara amable y servicial de todos los habitantes de Meno…, es todo un conjunto de elementos que forman un espacio de paz muy dulce que emborracha el espíritu y permite ver -por lo menos a mi- cuánto nos ama Dios. Aquí el tiempo se detuvo y pareciera que se construyó un escudo protector de la civilización y sus secuelas.
El hotel en el que alojamos es completamente blanco; sólo está adornado con algunos cojines azules, las toallas alternan los mismos colores y todo reluce como una antesala de cielo. Sólo despiertan la mirada unas buganvilias fucsia que le dan el toque perfecto a esta vista de turquesas, blancos y sol. No hay ruidos, sólo música étnica o tribal sonando suave. El administrador es un hombre de rasgos chino, muy alto, flaco y con un pelo que le llega a la cintura. Está como pintado para este refugio coordinando armónicamente a todo el equipo de hombres y mujeres que aquí trabajan. Literalmente corren para atenderte y la experiencia se hace casi sublime, no sólo por las comodidades y la belleza que nos rodea, sino porque se respira una frecuencia linda, genuina y muy escasa en estos tiempos.
Salimos a recorrer caminando todo el contorno de Meno y a poco andar quedamos absolutamente solos. Nos acompañaron sólo miles de cangrejos transparentes, los espejos de agua del mar y las luces de botes “enfiestados” que sonaban a lo lejos. Se nos hizo de noche y además de una conversa linda y profunda, nos apareció cierto temor real a los mosquitos, pero también otras sorpresas de la isla fueron surgiendo. A medida que caminábamos en el borden de las olas, la arena se iluminaba en cientos de puntitos de luz que centelleaban y luego desaparecían. Pequeños seres marinos capaces de irradiar luz en medio de la noche. Parecía un juego mágico donde miles de hadas o duendes marinos quisieran decirnos algo. Imposible dejar de pensar en lo poderoso que puede ser un pequeño punto de luz en la oscuridad; ¿sólo coincidencia o Dios nos quiso decir algo?…
Llegamos ya oscuro cargados de corales en los bolsillos, especialmente unos rojos como frutillas preciosos y únicos, pero sobre todo volvimos llenos de una sensación de diálogo con la naturaleza y Dios muy especial.
Qué decir además de gracias, bueno que una experiencia así no puede ser eterna ya que supone quedarse sólo en un lado de la vida. En la parte clarita del agua; en la vereda. Hay que saber que existe y venir a ella cuántas veces nuestra alma necesite, pero hay que meterse mar adentro e ir a las profundidades porque ahí están los “peces más grandes” de la vida. Finalmente la sabiduría de las tortugas de Meno es lo que mejor grafica lo que quiero decir. Hay que desarrollar la capacidad de nadar y navegar en todas las corrientes; hay andar en grupos para protegernos unos a otros; hay que salir a “la playa” a ratos a descansar y retomar fuerzas; hay que esconderse en la “caparazón” cuando los enemigos nos superan en tamaño o fuerzas hasta que la ocasión sea más propicia; hay que defender a los más pequeños y enseñarles de “las corrientes”; hay que convivir con todo tipo de “vecinos” por más curiosos que sean; hay que buscar la calma y seguridad adentro de nosotros mismos; hay que aprender que el alimento más preciado está siempre más profundo; hay que “sumergirse en aguas más profundas” cuando vengan la tormentas; y hay que saber que todo pasa y que la paz dependerá de la fuerza interior de nuestra alma.
Casi dos días en el paraíso nos permitieron preparar el retorno a casa, no sin vértigo ni menos ansiedad, pero sí sabiéndonos bendecidos y muy queridos no sólo por Dios, si no por los que nos quieren y ya esperan nuestro regreso.
Y es que a días de irnos, los gestos de cariño y amor genuino y clarito- como el agua de estas islas- han sido un bálsamo que suaviza el desgarro de irnos y volver a la realidad con todo lo bueno y desafiante que eso implica. No sé si es raro escribir esto aquí y ahora, pero llena el alma saberse amado, necesitado, que hay un espacio que falta que llenemos y que después de cuatro meses ya empieza a tornarse más “urgente”. El ser consciente de eso también es un regalo muy lindo que alienta y confirma que también nuestra siembra está cosechándose como el arrozal. Así también nuestros espacios afectivos de todos los que amamos y que ahora no vemos, también necesitan ser llenados. Hay hambre de abrazos fuertes y largos, de conversas sin tiempo, de encuentros lindos, de sonrisas sueltas, de compartir todo lo que aquí atesoramos no sólo para nosotros sino para compartirlo. Finalmente nunca estuvimos del todo separados; sólo nos distanciaba un pedazo de cielo y otro poco de mar, pero los corazones siempre estuvieron en el mismo punto y vibraron con la misma canción.
Día 44: La hora de las despedidas
Qué difícil es cuando todo se empieza a convertir en “la última vez”, en especial cuando la vida te ha bendecido con generosidad y su infinita diversidad. Probablemente es parecido a una pequeña muerte en donde sabemos que lo vivido quedará encapsulado sólo en nuestro espíritu, de donde manarán los recuerdos, las anécdotas, las sensaciones, las emociones, los pensamientos y las reflexiones para la eternidad. Y es que los lugares por más bellos que sean, no fueron lo más relevante de todo, sino lo que pasó –o lo que permitimos que pasara- en nuestro corazón gracias a ellos. De alguna forma, se transforman en catalizadores de una energía que yacía dormida en nosotros y cuya supervivencia y/o amplificación dependerá de nuestra voluntad y no del entorno físico.
¿Y qué nos pasó en Bali? ¿Qué me pasó en esta isla de ofrendas e incienso? ¿Qué cambió en este pedazo de tierra cubierta de arroz y custodiada por las olas?.
Una pequeña reflexión que escribí puede servir como partida:
Es muy rara la sensación de despedirse de un lugar al que sabemos que remotamente podremos regresar. Más aún si en ese lugar cultivamos semillas buenas que brotaron en nuestro corazón y en de los que amamos. Quisiéramos registrar en la retina cada pedacito porque lo vinculamos con esa frecuencia mágica de la paz, de la armonía, de la tranquilidad y la fecundidad a la que nos hemos sintonizado. Sin embargo, si bien los lugares y sus energías ayudan, no podemos olvidar que el tinte final se lo da nuestra lectura y disposición personal. La realidad podrá ser más o menos bello y buena fuera de nuestros ojos, pero cómo la leemos será siempre una decisión personal a la que podemos encontrarle un sentido profundo y lindo, aunque sea duro y difícil. Entonces la clave no está en “llevarse” los pedacitos en el alma, sino descubrir qué pedacitos de nuestro corazón brotaron en este hábitat y cuidarlos como en un invernadero espiritual porque son lo más importante. Las semillas siempre han vivido en nosotros; sólo que encontramos las condiciones para que florecieran. ¿Y cuáles fueron? . Disponer de tiempo real para el contacto con nosotros mismos, con Dios, con los demás y con la creación. Cambiar los paradigmas que nos esclavizan con la opinión del resto, la imagen, las apariencias, el rendimiento y el éxito y orientarnos por la sencillez, la trascendencia, la resiliencia y la fe real y cotidiana que nos recuerda lo pequeño y grandes que somos. Así el lugar mágico nunca se acaba; con la ayuda de Dios podrá viajar siempre con nosotros.
En la espera por partir no nos hemos quedado quietos. Probablemente sería imposible para la genética de la tribu, sobre todo del jefe del clan que ya hemos detectado que no dura más de media hora sentado en ninguna parte. Fue así como decidimos partir de nuevo rumbo a Ubud, que fue la primera localidad que visitamos al llegar y probablemente por nuestra inexperiencia dejamos de ver todos los secretos que escondía.
La primera cosa que llama la atención es cómo se acostumbra el ser humano a todo. Recuerdo el primer viaje a esta selva tupida e invasora y la verdad el terror de las motos y los caminos, ya desapareció en nosotros. Toda la inseguridad del caos inicial ya no existe y hasta las distancias que nos parecían enormes, se acortaron. Con más calma y dominio de la situación, fuimos caleteando por muchos talleres de artesanía que son la riqueza más original de Bali. No sé si ya lo escribí, pero es bueno recordar que después de la invasión musulmana a Indonesia, todos los reyes y artesanos del archipiélago se arrancaron a Bali como refugio y hasta el día de hoy conservan todas las técnicas de oficios preciosos y milenarios.
Desde la calle, se ve apenas un viejito o una señora cepillando algún objeto de piedra o madera, en un local chiquitito y despelotado, pero al detenerse, ves que detrás tienen un taller inmenso con la familia entera trabajando y/o empleados, que sentados en el suelo están tallando, puliendo, barnizando o pintando sus obras. Una vez más, sorprende que no hay comodidades para nadie, pero la sonrisa no falta en sus caras. Sus herramientas son muy rudimentarias y las medidas de seguridad no existen. Muchos trabajan acuclillados o sentados de esa forma que sólo he visto en esta isla y que sólo es apta para cuerpos muy flacos y curtidos. A la falta de asientos hay que sumarle el calor que entra sin piedad a estos talleres, que la verdad muchos son los patios delanteros de las casas donde viven todos. Los precios son un tercio que los de la ciudad y uno se pregunta si tanto esfuerzo y dedicación está bien recompensado. Al ver las manos teñidas de barniz o duras por los cinceles, a mí por lo menos, se me hace imposible regatear.
El trabajo con madera es un arte precioso que varía desde retablos, biombos tallados y esculturas gigantescas hasta artículos decorativos o funcionales minúsculos como cucharitas o pocillos. Llaman mucho la atención las máscaras, las lagartijas pintadas y los boomerangs, que son pintados con sólo puntitos de colores. Hasta mí me agotan, jaja.
También contemplamos el trabajo paciente de los talladores de piedra que van dando forma a Budas y diosas como si fuera greda. Si no fuera por el peso y el tamaño, Chile se vería invadido de diosas muy dulces y dignas ya que su belleza y paz conmueven. Qué ganas de mantener esa misma expresión tan plácida y confiada cuando volvamos. De verdad será un gran dilema.
Vimos también artesanos de sombreros de paja tejidos y pintados a mano, de volantines pintados con forma de dragones y mariposas del tamaño de una pared que me hubiese fascinado embalar junto a las estatuas de piedra. También tejían canastos de algún material parecido a la totora pero más fino y bicolor, soplaban esferas de vidrio, teñían textiles de batik…bueno casi de todo lo que se pueda imaginar lleno de dedicación, delicadeza y armonía.
Habiendo sucumbido a todas las tentaciones habidas y por haber que cupieran en las maletas, buscamos un paseo que no habíamos hecho por los arrozales de esa zona.
Como es selva y tiene cerritos en su geografía, el espectáculo estuvo perfecto como despedida. ¡¡¡Qué lindura!!!!! Imaginen un horizonte de pastizales verdes intensos a diferentes niveles donde no hay separación alguna entre ellos. No hay cercos ni espacios con tierra. Todo esta cubierto por esta alfombra de vida y apenas a ratos se ve una serpiente más oscura, que resultan ser pequeñas acequias de agua que viajan entre los peldaños de arroz. Se ven los campesinos con sus tradicionales sombreros en punta esparciendo quizás qué al voleo y son –a mis ojos- un panorama único. Sé que he rallado mucho con este cultivo en esta bitácora, pero tal como los artesanos, me parece que aquí se esconde mucho arte y sabiduría.
Como para despertarnos del trance del verde, la lluvia se hizo presente y salimos corriendo bajo rayos y truenos por un sendero largo y delgado que tuvimos que compartir con motoristas y chiquillos locales que trasladaban vigas de construcción de por lo menos 5 metros. Una vez más, no deja de sorprender el esfuerzo con que construyen acá. Nada de camiones, ni carretillas, ni los famosos fletes. Aquí es a pulso, a hombro, a pie…sin cascos, sin guantes, casi sin nada…Es curioso como el significado de la lluvia también varía de acuerdo al contexto. En Chile siempre es sinónimo de tensión, ya sea por su ausencia o por su presencia tan abundante que deja todo inundado o destruido (no se puede evitar que el alma se fugue solidarizando con el sufrimiento de la gente del norte). En cambio aquí, la lluvia es parte habitual de la vida. Se recibe con gozo, como si fuera de la casa y no una extraña destemplada. Aquí la lluvia se recibe en la cara, se palpa en la ropa mojada, con los pies en el barro, como una evidencia de la maravilla de estar vivo. Me podría detener horas a sentirla y disfrutarla y tratar de cambiar mi percepción y disposición hacia este regalo del cielo.
Así, mojados y felices, nos volvimos sólo cuando los zancudos pudieron ser ya un inminente peligro, sin no antes de despedirnos con el alma apretada de este campo que siento propio.
Ya en la casa se respira el viaje ad portas. El refrigerador ya está escuálido, las maletas haciéndose, los cachureos embalándose, el caos disminuyendo y la sensación extraña en el cuerpo aumentando.
Un escrito puede ayudar a expresarme mejor:
Ha llegado el tiempo y los templos negros con sus piedras milenarias quedarán atrás. Me despido con el alma hinchada de gratitud y envuelta con un manto de nostalgia por todo lo que no veré sensiblemente. Sin embargo, mi corazón seguirá contemplando hasta la muerte la sabiduría de los arrozales, la sonrisa alba de los rostros morenos, el cielo turquesa sólo comparable con las aguas del mar. También verá las tormentas que con todo arrasaban y sentirá los vientos tibios que su paso venían a reparar. Me llevo adherido a mi espíritu la paz, la sabiduría, la distancia prudente del drama de la existencia, la belleza, la pureza aún viva en la humanidad. Las lágrimas que ahora salen de mis ojos no son tristeza la verdad; son emociones que el Señor sembró en mí para que las cultive y comparta: que la vida es bella y que vale la pena vivirla con esperanza y fe; que hay muchos más días soleados en la historia y que los rayos y truenos que tanto nos asustan, sólo vienen a purificar y sacar lo que ya está viejo en nuestra alma; que a Dios hay que hacerle espacio muchas veces al día, agradeciéndole todas las infinitas bendiciones que nos da; que el amor no tiene distancia y que llega inmediatamente al corazón de los que amamos; que la vida será como las olas, irá y vendrá y lo importante es ver cómo tomarlas, contemplando el horizonte, respirando profundo y mirando hacia adentro de nosotros mismos rescatando la gran bondad que nos habita.
Me despido para siempre de estos niños inocentes, colgados de sus motos como pequeños monitos en las espaldas de sus madres. Me despido del calor permanente que envuelve el alma en un cobijo maternal. Me despido de las calles serpenteadas que me mostraron que no siempre el camino directo es el más bello o el más enriquecedor. Me despido de esta tierra llena de ritos, de creencias adosadas a su naturaleza como la lava ardiente que navega escondida bajo la superficie. Me despido del sonido del mar arrullador y seductor de sueños apacibles. Me despido de la disposición y la simpleza natural de la gente. Me despido de sus aromas y colores tan particulares. No sabes cómo te llevo en el alma Bali, con tus praderas verdes, con tus palmeras descolgadas de los cerros pequeños, con tus sombreros anchos ocultando vidas de sacrificio y trabajo extenuante; con tus ofrendas llenas de incienso y colores perfectos decorando las cosas, las calles, mi corazón…
Me vuelvo a tierras más frías, a gentes más cautas, a corazones mas desconfiados, a montañas más altas, a océanos más profundos y agitados, a una sociedad más revuelta, más dañada. Me vuelvo a mi pueblo donde me esperan almas tibias, brazos extendidos, sonrisas genuinas, espíritus lindos, corazones entusiasmados por recuperar “el verde”, sembrar los “campos”, limpiar los “aires”, purificar las “aguas”. Somos muchos los que llevamos la semilla de Bali dentro, porque es el mismo Señor el que ha sembrado en nosotros. Tomará diferentes nombre, asumirá otros matices, se vestirá con otro traje o se entonará con otra canción, pero somos todos herederos de la misma misión: llevar alegría y amor en el alma y compartirla sin condición.
El otro lugar del que cuesta despedirse es de la playa. Cada tarde antes de partir nos hemos propuesto ir a contemplarla con el anhelo de grabar esa sensación de paz y libertad para el resto del año. Los paseantes, los surfistas, los perros, las guaguas colgando de los brazos de sus mamás, los pocos balineses bañándose en calzoncillos, los rubios “reventados” con sus cervezas, las motonetas con las tablas, las tumbonas de colores, los cachureos botados en la arena, las nubes gordas con formas mágicas, los botecitos lejanos, los aviones aterrizando casi en las olas, el agua tibia y revuelta, la arena oscura y pegote, los atardeceres rojos y anaranjados… Sin embargo, de todo, lo que más extrañaré será el mirar silencioso del horizonte. En esa inmensidad siempre se me fugó el alma no sólo hacia el otro lado del planeta, sino también hacia una dimensión sin tiempo, sin ruidos, sin ansias ni preocupaciones del aquí y del ahora. Creo que fueron un vórtice o entrada al paraíso que Dios abrió para conocerlo y quererlo aún más y sentirme profundamente amada.
Llegando a Chile habrá que vestirse, abrigarse, calzarse y hasta peinarse con los desafíos y responsabilidades correspondientes; pero espero que la reserva del oxígeno aguante y que mi espíritu se aclimate con facilidad a los nuevos “aires”.
Finalmente también nos despedimos de los amigos chilenos. Y ya digo amigos porque la verdad el cariño que les tomamos fue muy grande y fuerte. Si bien en la forma y en los intereses son diferentes, coincidimos creo yo- en lo esencial. El vínculo quedó sellado con una pareja y una familia linda, valiente, entretenida y auténtica. Un regalo que se fue develando de a poco y que también atesoro profundamente.
Día 45:
Ha llegado el último día y ya desde tempranito hay signos que alertan la partida. No sé porqué me acordé de una serie muy antigua donde a un soldado del oeste, le comenzaban a quitar sus charreteras y pertenencias y lo dejaban fuera del regimiento. Sé que puede sonar trágico, pero la sensación es un poco esa. Se llevaron el auto, en un rato más la moto, la casa tenemos que entregarla… Así una a una debemos ir desprendiéndonos de lo que formó parte de nuestras vidas por estos cuatro meses. Ya se acaba el agua potable de nuestros bidones, el alimento en la despensa, hasta la electricidad la van a cortar horas antes de irnos. Sin embargo, nada ni nadie nos podrá arrebatar todas las imágenes, sensaciones, experiencias, recuerdos, bendiciones, sustos, peligros, rostros, y paisajes tan únicos como maravillosos.
Para terminar este escrito, que casi se convirtió en novela, no me queda más que darle las gracias a Dios y a todos quienes siguieron tan de cerca y con tanto cariño nuestro periplo por estas tierras. Sé que para algunos fueron una forma de sentirnos cerca y de algún modo, de viajar con nosotros. Quiero que sepan que para mi fueron la forma de llevarlos siempre en el corazón y sentirme acompañada de día y de noche, sin importar los horarios ni las distancias.
Se me ocurre que la mejor forma de terminar esto, es con el inicio de la próxima aventura, expresada en una oración.
Señor Jesús, qué bendición encontrarte donde aparentemente nunca habías estado. Craso error, tú estás en todas partes; sólo depende de cómo mirar.
Tus túnicas se tornaron de colores y tu lenguaje aparentemente incomprensible. Sin embargo, te diste a entender en las miradas, en las sonrisas, en el verdor de la tierra, en el calipso del mar y sobre todo en el querido arrozal.
Llévame a cultivar mi tierra, con la alegría, la libertad y la paz que me mostraste acá. Que viajen conmigo y me ayude a sembrar pequeñas hebras de vida en los corazones que me voy a encontrar.
Hoy comienza la verdadera siembra y la cosecha que me viniste a enseñar. Espero haber aprendido lo necesario y con tu ayuda trataré de no olvidar.
Gracias Jesús mío por toda la maravilla, gracias por la ternura y tu bondad.
Hazme tu fiel campesina y maestra para sembrar y construir tu reino, con todas mis luces y sombras al servicio tuyo y de la comunidad.
Desembarco de una nueva tribu en Sudáfrica
Seguramente en estos tiempos, es muy extraño ver cómo una nueva tribu se asienta en el continente africano, específicamente en su borde más austral en donde un pequeño cabo se adentra irrespetuoso en el océano sin frenar. Bueno, este relato pretende ser la bitácora de esa travesía tan única como especial, que decidimos hacer como tribu chilensis en Sudáfrica, a las afueras de Capetown. Qué nos movió a cruzar todo el Atlántico y asentarnos por unos meses en medio de la tierra original de la creación, la verdad que sólo al final se podrá aclarar. La mayoría de las razones, hoy al comenzar, sólo tienen que ver con intuición, con voces del alma, con un anhelo profundo de conocer, de aprender, de nutrirnos de lo esencial. Si alguien le interesa leer todo lo mucho o lo poco que nos toque experimentar, lo invito a continuar estas líneas y ver para dónde se van. Hoy, solamente acabamos de aterrizar y son meras impresiones las que puedo contar. Vamos a ver cómo nos va. Antes de partir, algunas aclaraciones de quiénes conforman esta tribu tan particular. A la cabeza, asumiendo el rol de organizador y logística general, está Andrés Papá. Un niño en cuerpo de adulto que muere de curiosidad por ver cada detalle del camino y que tiene el don de calcularlo todo para proteger a los demás. Le sigue Andrés hijo que anhela aprender el idioma del lugar y tener una experiencia que le permita madurar. Luego viene Benjamín, el segundo del clan, que es el chef oficial de la tribu y el que ayuda sin preguntar. Le sigue Tomás, el encargado de la ternura y de llenar de música la choza principal. El es un gozador y un artista y un cosmopolita natural. A sus pasos, le sigue Felipe que es el más alto del clan. El se encarga de la simpatía y hacer reír a los demás con su forma única de pensar. Ha heredado la curiosidad del padre y será el que más cueste controlar en su vagabundear por la ciudad. Estirándose para adolescente, viene Iñaki que es pura intelectualidad mezclada con el corazón como gracia fundamental. Sus risas contagian a toda la tribu y sus lágrimas estremecen si se pone a llorar; es que nadie quiere que un ser tan lindo y regalón sufra de más. Cierra el clan de los niños la Trini que es pura libertad. Su mente rápida y su sentido artístico se conjugan perfecto con su ternura y gracia tribal. Bueno y no puedo dejarme de nombrar, como la progenitora de todo este clan y espero ser honesta en mis escritos, aunque no se me puede exigir mucho porque el babero me llega hasta el mar. Sólo verlos caminar medios desgarbados por los aeropuertos, con tanto cariño y alegría fraternal, justifica esta travesía hacia el continente negro como le suelen llamar. De negro tenemos poco en verdad, pero sí de alegres y coloridos así que no deberíamos desentonar tanto con los oriundos del lugar. En música, colores, ritos y ceremonias nadie nos puede menospreciar. Bueno, esos somos los ocho locos que dejamos todo atrás para ver qué es lo que vida nos quiere regalar.
Día 1: Viaje y aterrizaje en CapeTown
Después de varios amagos de enfermedades, accidentes y operaciones del clan original, finalmente madrugamos la mañana del 19 de diciembre para podernos embarcar. Juan Pablo, nuestro fiel amigo, amablemente nos pasó a buscar y nos dividimos en dos autos para poder subir a toda la tribu y a las maletas que llevamos para viajar. Muchos se sorprendieron de que sólo tres pequeños bolsos fuera todo el arsenal. ¿Qué más necesitamos en verdad? Sólo un poco de ropa, remedios para las emergencias, algunos libros para trabajar y un par de zapatos para caminar. Me recordó mucho el peregrinar de Santiago de Compostela y cómo mientras más livianos viajemos, más lejos podemos llegar. Lástima que siempre se nos olvida y nos suele el ganar el por si acaso o el no vaya a necesitar… Aquí la decisión fue la inversa; menos, es más. Si nos falta algo, lo encontraremos en Capetown y si no lo encontramos, por algo será. La despedida de los amores que se dejan en Chile no pudo faltar y algunas lágrimas salieron de los ojos con el último abrazo antes de entrar a policía internacional. Mas que mal los “niños” de la tribu ya me pasan por más de una cabeza y sus vínculos se han extendido bellamente y más orgullo me dan ya que ahora tengo hijas, además de la Trinita que me empieza a pillar. El taco, para variar, nos jugó una mala pasada, pero esta vez los astros se alinearon 100% a nuestro favor y todo funcionó con la perfección de un relog inglés y no hubo ningún percance que lamentar. La tribu como troglodita, se aperó en el salón VIP del Banco local y no dejó sushi sin arrasar. “Provisión de boca” pareció ser la máxima antes de embarcar. No sabían los de este beneficio bancario con quien se topaban al dejarnos entrar. Aperado el buche, nos fuimos a embarcar y la verdad es que la chochera de mamá no me la podía borrar. Sólo cuatro años antes, al realizar una hazaña familiar, la tribu medía una cabeza menos y dependían casi al 100% de nuestro cuidado paternal. Ahora sus zancadas de gigantes y su extroversión y simpatía natural me dejaban atrás y yo sólo cuidaba que la Trinita no se quedara sin mirar. Cómo crecen los niños y qué privilegio que los pueda aún tener conmigo y viajar. Cada uno con su personalidad, tan unidos y diferentes, además. Tan buenos mozos y tan simpáticos; tan educados y brutos sin dejar de hacerme sentir profundamente feliz por ser su mamá.
El vuelo, a diferencia de otras travesías fue espectacular. La comida rica, los asientos cómodos y espacio para dormir con tranquilidad. Nunca falta cierto temorcillo al océano y a las turbulencias, pero hasta eso fue moderado y como un augurio de la bendición celestial. Llegamos, con cinco horas de adelanto en el cuerpo, a la capital de Sudáfrica apenas el día se dignó despertar. Con el cuerpo destemplado (ya que en sus células eran las tres de la mañana) nos tocó ver una ciudad muy amplia en su distribución, verde a los lejos y próspera en el primer mirar. Los techos rojos, lomitas suaves y mucha agricultura rememoran los paisajes chilenos de la zona central. El aeropuerto es inmenso, moderno, limpio, muy ordenado y parece europeo por donde se le pueda apreciar. La gente muy amable, de varios colores e idiomas, pero muy desarrollado para mi expectativa inicial. Le pega mil patadas al aeropuerto de Chile actual. En ese tránsito sólo estuvimos poco más de una hora y vuelta a subir a un pájaro de metal para llegar a Capetown. El cielo es despejado y no hay contaminación ambiental. El calor es muy agradable y no hay humedad; muy parecido a haber aterrizado en La Serena o Viña del Mar. Los cerros son maravillosos y se imponen como estatuas para la bienvenida oficial. Sí, en Santiago hay cordillera que le puede comparar, pero estas montañas son más bien esculturas de roca que puso Dios para adornar, sobre todo la famosa TableMountain, que es donde a él le gusta almorzar. La gente amable, sonriente y sin forzar. El porcentaje de personas de piel oscura y más blanca se ve en proporción igual. Todo se ve ordenado, verde, pero sin atosigar. El cielo se vistió de algunas nubes para saludar. Las calles son amplias y despejadas; no hay motos ni peatones que se quieran cruzar; el gran dilema sólo se reduce entonces en manejar y cambiar el cerebro para el otro lado, pues aquí los ingleses impusieron sus normas y ya está.
Es increíble en el trayecto en auto ver flores silvestres como si fuese un jardín ornamental. Flores rojas, rosas, blancas y amarillas, se pintan en los cerros como los dedales de oro que solemos coleccionar. Entre medio las rocas blancas se turnan con las rojas y con una amplísima variedad de árboles de gran majestad. El entorno es maravilloso, imponente, elegante diría yo hasta donde se puede mirar. Se ven poblaciones como campamentos en medio de calles más pitucas y hay alarmas de seguridad. Bien parecido a nuestro Santiago, sólo que esta bellísima ciudad está al lado del mar.
La casa donde llegamos en nuestro auto arrendado es capítulo aparte que contar. Qué ad hoc para la tribu; demasiados detalles lindos para relatar. El jardín está adosado a un cerro y tiene una pileta de piedras que suena precioso, mientras unas ranas gigantes saltan sin parar. La piscina está tapada con un lienzo para que el agua no se vaya a evaporar. Si bien la emergencia extrema se superó, el buen hábito de cuidar este recurso quedó consolidado en los habitantes de la ciudad. Sólo un ejemplo, los baños públicos apenas tienen un chorrito de presión para lavarse las manos y las duchas no pueden superar los cinco minutos para no malgastar. Uno de nuestros anhelos es poder aprender a adquirir mayor conciencia ecológica medio ambiental. Sigo con la casa. Compartimos el jardín con la dueña que tiene una casa más chica pegada a la nuestra y que ya nos vino a visitar. Es una doctora y tiene dos hijas en edad de debutar en sociedad. También la acompañan dos perros labradores que debemos cuidar y un par de gatos que se alimentan en nuestro garaje. Según la dueña no hay serpientes ni arañas que observar; todo está conforme a la ley y no me debo espantar. La casa es un tesoro de cosas lindas, de libros, de aromas, de pequeños espacios donde estar. Hasta el baño es bonito de mirar. Cálida, amplia, limpia… sin duda, la mejor de todas las aventuras que hemos podido realizar. El nombre de la calle es Topaz y ya me suena a misterio y a una experiencia sin igual.
Está atardeciendo por estos lares y la verdad que fuera de extrañar, estas últimas 24 horas han sido plenas de gozo y libertad. Ya me pondré a trabajar, pero sé también que la intensidad de la que veníamos la tengo que reponer para poder aprovechar.
Para resumir mi sensación hasta ahora es la de estar en el mejor pedazo de Chile o de Santiago, sin haber visto más. Nada de poblaciones ni pobreza a la vista y los cerros irradian energía como un imán. Es más, se parecen mucho a los cerros de Jericó donde Jesús fue tentado por el mal. Aún no conozco el mar, aunque lo veo desde mi ventana, pero la energía sólo nos dio para ir a comprar provisiones y ordenar. Ahora se me van cayendo los ojos, con el canto suave de unos pájaros que cantan en el cerro y un horizonte naranja tenue que no alcanza a hostigar. Todos estamos cansados e hicimos un gran brindis al llegar. Creo que estamos invictos hasta ahora de imprevistos y eso es una bendición sin igual. Cierto que cuesta manejar al revés y estuvimos a punto de chocar, pero los ángeles ya están alertas de esta invasión de chilenos que aún no asimila los códigos del lugar.
Ya habrá muchas más cosas lindas que contar. Hasta otro día para poder descansar.
Día 2: Construir sobre roca
Sin duda, los colonos fueron muy obedientes al mandato celestial ya que casi todo está construido sobre los cerros de rocas que emergen del mar con aires de independencia sin acabar. Probablemente fue al revés y fue el mar el que se quiso arrancar de las serpientes mortales, pero finalmente da igual, ya que se combinan ambos con una belleza imponente y espectacular. Se ríen en la tribu de mi asociación religiosa a los cerros donde Jesús recibió la tentación del demonio, pero son iguales en verdad. Murallones blancos y grises como capas de una torta de milhojas, a medio desarmar. Pareciera como si hubiese existido un gigante glotón que hubiese salido salpicando piedras blancas, como migajas de pan. Montañas “crunchies”, dijo uno de los geógrafos especializados que llevo en mi auto y que no disminuyen el asombro en cada vuelta que dan. Es que el terreno es por sí mismo un lenguaje especial, que habla de milenios, de eras geológicas preñadas de seres fosilizados que se ocultan en montañas mágicas en verdad. Cada formación parece una figura esculpida por un artista bipolar; a ratos plana y fina y después un acantilado rugoso capaz de cortar.
No todas las piedras son albas, haciendo mención a la diversidad de este continente ya que quizás las más bellas son las ocres que parecen un postre de tiramisú colosal. Capas y capas de rocas distribuidas con una paleta de cobres espectacular. En su disposición natural parece un ponceado magistral, pero a su vez esta roca es ocupada para muros y casas con una gracia genial. Son como pequeños ladrillos irregulares y que hacen todo acogedor, elegante y sencillo a la vez, sin desentonar.
Los árboles se prenden a las rocas como si estuvieran zurcidas con cáñamo; lo mismo arbustos robustos y flores maravillosas que nadie parece cuidar. Lo único que se cuida es que la montaña de roca no se desprenda en los caminos por lo que tejen cubículos de acero y los rellenan con la piedra como si fuesen granos de sal. Estos acantilados se adentran en el mar con una vertiginosa caída que llega a marear. El Atlántico mezclado con el Índico son los brazos que contienen esta tierra desde la eternidad. Su color es semi gris y su temperatura no envidia en nada al Pacífico ya que también es helada. No hemos tenidos el privilegio de probar sus seres, pero ya llegarán a nuestra mesa para comparar como son los peces y crustáceos de acá. Lo que me parece lindo es como las nubes no se quieren del todo alejar del cielo, creando una especie de microclima en las alturas de las montañas. Una vez más, me imagino a Moisés subiendo por entre medio de esta capa de santidad y misterio para traer las tablas de la ley que debían regular a la sociedad.
Las casas que he podido mirar, están incrustadas con perfecta armonía a las rocas y parecen un dominó repartido al azar. El barrio de NoordHoak, donde vivimos, es espacioso, lleno de vegetación muy limpio y no se ve gente caminar. Es más, no hay veredas ni tampoco publicidad. Es todo más parecido a un campo a medio conquistar. Es más, cada cierto tramo hay granjas que venden sus productos y viñas que se empinan por las laderas como haciéndole un gallito a la montaña que quiere bajar. Seguramente estas impresiones son muy básicas y pueden aburrir un poco, pero dan una idea del lugar.
Playas hay detrás de cada vuelta y sus arenas son blancas a rabiar. Su distancia con las aguas del mar es grande y hay un buen trecho que caminar hasta de poderse bañar. No se ven muchos bañistas y el calor no es aún tan intenso como para lanzarse sin pensar. No hay quitasoles, ni toallas, ni sillas; nada de nada. Sólo esa amalgama de blanco y azul que regala mucha paz. Las olas son suaves y se reiteran hasta bien metidas en el mar. Sólo en las orillas de los acantilados surfean los expertos, porque lo otro se ve más tranquilo, aunque nos advierten de las corrientes que suelen atrapar.
La gente con que nos hemos topado es de dos formas nada más. Los blancos son muy blancos y un poco desabridos en sus facciones, aunque espigados y flacos en general. Sus narices son finas y sus ojos claros, pero no tienen ninguna gracia especial. Su tono es más bien gangoso y muy amable de tratar. Hablan un inglés muy bien pronunciado y parecen muy respetuosos y ayudadores, además. Se ven un poco desconfiados y respetuosos en el trato, sin dejar demasiado espacio a la espontaneidad. Todo luce perfecto ordenado, como si llevaran genes alemanes o el frío nórdico en la mirada. La gente de color que nos hemos topado es de facciones finas y no hay gordos para contar. Los niños son risueños y libres, pero los más grandes sólo se ven trabajando o más lentos para reaccionar. No sé si será casualidad, (me falta saber más), pero hay genes hindúes de todas maneras en la gente local. Piel aceituna, ojos negros amplios y unas ojeras imposibles de borrar. Ellos no son especialmente amorosos y están el área de servicios en general.
Para terminar el día con las sensaciones, de la comida esperaba más novedad. Las frutas y verduras son las mismas nuestras y carecen de un sabor más intenso al probar. Los tomates son como esos apurados a madurar y la fruta le faltó sol para endulzar. La carne tampoco se ve tentadora de probar, así que mi esperanza viene por lo marino y la panadería local. Sólo llevamos un día acá, pero se extraña el cilantro, la albahaca y el olor del tomate de verdad. Ese rico que te hace volar a la mata como si fuera ayahuasca o una droga letal.
Ah, algo que quizás no conté y que me tiene fascinada de esta tribu es que la música se vino en la maleta y se va a quedar. El piano de la casa ya está estresado de tanto tocarlo y de cantar. Mi sueño de ser cantante se cumple gracias al talento de Felipe que no para de ensayar. Me hace tan feliz cantar y aquí nadie me hace callar por desafinada o por pronunciar mal.
Sé que ya lo comenté antes, pero el cielo es muy especial. Todos los días coquetea con las nubes y las deja pasar, pero sin duda opera como nuestra camanchaca que cada día entra y sale de la costa sin preguntar. Para colmo, la luna llena corona las montañas como una ostia en adoración y es de una brillantez muy especial.
El resto del día, ordenar la pensión, cocinar para la tribu y volver a ordenar porque no tendremos ayuda hasta una semana más.
Día 3: Un potpurrí de vivencias para no olvidar
Ya en el tercer día por estos lares, debo confesar que el jet lag me la ganó y me quedé durmiendo como la Bella Durmiente, en simbiosis con la Cenicienta ya que justo a las doce, hice el acto heroico de abrir los ojos y poder disponerme a lo que el día me iba a regalar. Es loco tener la agenda vacía, sin pendientes ni tareas que realizar; me produce un gozo y una paz muy grande y no quiero que nada me lo pueda quitar. Después de un buen café que logró reanimar mis neuronas que aún están un poco mareadas, me fui a la piscina de la casa y me puse a nadar. Debe tener unos diez metros de largo e intentaré ir aumentando las vueltas diarias para poderme ejercitar. Una de las conciencias que he tomado es de lo mucho que me cuesta hacer ejercicio, no por el mismo, sino por el hecho de partir a algún lugar. Así que con piscina un poco más tibia y con tiempo para disfrutar, hoy me convertí en rana y me puse a nadar. Bueno, rana, rana sería una exageración si me comparo con la Trinita que sale arrugada cada vez que se mete a nadar, pero esa es la idea y la motivación para este primer día de dominar mi situación corporal.
Algo que se me olvidó contar es que en la noche es muy lindo y curioso oír a los pájaros cantar. Establecen un verdadero diálogo tribal y más parecen humanos que aves en realidad. Hacen cantos repetitivos, largos, como si un código morse quisieran recitar, pero aún no les entiendo nada. En el día sí se ven aves muy lindas y variadas en las calles, sobre todo unas especies de perdices y codornices gigantes, que parecen pavos, que andan de una casa a la otra como si fuesen las dueñas del lugar. Atropellar una de esas se me imagina igual que toparse con una vaca sagrada en la India y no me quiero acribillar. El resto de la fauna aún no tengo el privilegio de conocerla de cerca y espero que sea en un lugar protegido para no asustarme ni que me vayan a picar, pero sorprende ver letreros camineros que advierten de suricatas, gacelas y demás para que uno no las vaya a atropellar.
Durante toda la mañana, la princesa bella y durmiente (o sea yo, por si se confundieron con alguien más) se quedó en la casa ordenando y tratando de poner algunas líneas en concreto para avanzar, pero lo hice con la guata semi apretada ya que parte del contingente se fue a un cerro a escalar. Una vez más, sólo cerrar los ojos y confiar que Dios los iba a cuidar. Partieron cerca de las 10 y siendo las tres aún no volvían y los nervios me empezaron a mermar. Ya no sólo por su salud temía, sino por algún asalto, accidente o bicharraco que los hubiese atacado por su ingenuidad. El tema es que volvieron agotados, deshidratados, quemados y profundamente felices porque superaron las cumbres más altas y tuvieron las vistas más lindas que se puedan imaginar. Lo que les contaré son recuentos de sus relatos, porque por lo menos a mi no me dio para esa aventura porque tendría que entrenar más. Los senderos son de piedra y se debe transitar también por el lado inverso si te topas con alguien más. A las nubes no les alcanza el esfuerzo diario cuando desde el océano se adentran al continente y se quedan a media mitad de las montañas tratando de mirar. Vengativas a media tarde, se vuelven mareas blancas de lava que comienzan a bajar por las laderas, produciendo un efecto fantasmal. Desde las alturas es posible entender la distribución de los barrios y cómo los diferentes cerritos crean valles pequeños donde los humanos se han prendido como lapas en el mar. Detrás de cada mole de roca que conforman los cerros, aparecen caminos serpenteados que llevan a conjuntos de casas que llegan hasta las entradas de mar. Casi todas tienen arena blanca en distinta cantidad y unas pocas lucen rocas que asemejaban huevos de dinosaurios fosilizados por la edad.
En general los valles se ven verdes y los árboles comienzan a crecer a la altura de las faldas de los cerros, dándole un aspecto tierno y silvestre a la ciudad. Todo se ve pavimentado, ordenado, estructurado, al menos desde la vista general.
A la vuelta de esta travesía en que exigieron al máximo su capacidad, el chef Benjamín y sus ayudantas les teníamos un banquete para reponerse y después de eso los cuatro exploradores cayeron en las fauces de Morfeo, como si veneno les hubiesen proferido por tanto andar.
En la tarde, tomamos nuevamente el auto con otro contingente de niños y nos fuimos a Capetown. Un camino precioso, empedrado y de acantilados nos llevó a la gran ciudad. Aumentaron los peatones, los autos y el ruido, pero no perdió la gracia inicial. Por lo menos la ruta costera (sin ánimo de comparar) podría ser parecida al borde de Viña o Reñaca en cuanto a arquitectura y las bellas mansiones que se podían apreciar. Sólo a la vuelta -y por primera vez- vi gente pidiendo en los semáforos y a lo lejos una especie de campamento encumbrándose por un cerro de la ciudad. El resto, insisto que es sólo la primera vuelta que logro dar, se ve nuevo, muy bien mantenido, bonito y de un estándar alto para lo que yo pensaba encontrar.
No paramos en ninguna parte a estacionar; sólo una vuelta para lograrnos ubicar. En el auto nos reímos mucho de puras leseras y fui muy feliz en verdad; sólo Andrés junior requiere un poco más de tiempo para poderse adaptar a los cambios y procesar esta aventura de modo que la pueda disfrutar sin planificar de más.
Ah, lo último, porque son sólo anécdotas de familia que quiero atesorar y algún día poder contar a los nietos o a alguien más, es que por primera vez en nuestro registro comenzamos a reciclar. Basurero para la basura general, basura reciclable y basura para el compost natural. Ciertamente requiere más trabajo, pero es un hábito que queremos internalizar y poder llevar de vuelta a nuestra ciudad natal. Felipe, nuestro ingeniero jefe, nos hizo una capacitación inicial, así que a cuidar el planeta no más.
Espero que el cambio de hora se apiade de mi y me deje descansar. Siendo las 23:00 hrs se me caen los ojos de sueño y oigo hasta las ranas de mi pileta cómo se van a acostar. La luna llena está preciosa y se viste con faldones de nubes como una novia pudorosa que no se quiere del todo mostrar. Se coluden con su belleza, los sonidos de chicharras, pájaros, insectos y quién sabe qué más; sólo espero que no entren por mi ventana porque la tenemos abierta para refrescar. El otro día, me desperté con un lengüeteo en una pierna y tuve suerte de que sólo era el gato de la vecina que me quería acompañar. Mañana es domingo así que intentaremos encontrar una iglesia donde rezar.
Día 4: Una nube en el cielo
Hoy es domingo en esta ciudad y como casi todos los días que llevamos acá, las nubes nos reciben en el despertar. Es como cualquier ciudad costera a la que le cuesta correr las frazadas del sueño y recién a mediodía se digna entibiar con el sol que no calienta tanto en verdad. La temperatura es perfecta; no hace nada de frío y hay una brisa salina deliciosa que invita a cerrar los ojos y contemplar la inmensidad. En esta oportunidad quisimos darle una chance a la iglesia católica local y partimos con Andrés junior y Andrés papá a la misa más tardía que pudimos pillar. San Juan Bautista a las 9:30 fue la invitación y la verdad fue una decepción casi general. La iglesia estaba dispuesta como templo antiguo que hasta púlpito tenía para predicar. Entraron casi puros viejitos y como 12 niñitos que era la chochera del sacerdote ya que lo precedían al entrar. Tres monaguillos con cara de aburridos llevaban una cruz de metal y después el canto proyectado en una pared del lugar. El sueño era difícil de combatir y más encima el tono monótono del cura no ayudó mucho a conectar. Igual que las liturgias de Estados Unidos, todo estaba reglado hasta para comulgar y muchos se pusieron de rodillas para recibir al Señor y sólo le faltaban mantitas de velo para no pecar. Varias colectas y viejitas dulces que nos dieron la paz. No creo que pueda atraer a muchos feligreses a esa vivencia tan retrograda y veré cómo podemos vivir con profundo sentido la Navidad teniendo a Dios presente acá.
Sin embargo, sí necesité a Dios para sobrellevar la adaptación de Andrés Junior a este viaje y a la rutina que llevamos después de cuatro días acá. Cual millenial piensa que las cosas son automáticas y que todo aparece por ósmosis sin trabajar ni esforzarse por nada. Ingenuamente quizás cree que es mágico aprender inglés por sólo ponerse en un curso a estudiar; que los lugares se conocen completamente en tres días y que lo más importante es subir mil fotos a Instagram. Entre medio traté de enseñarle a bajar la ansiedad y que la vida real se da en procesos lentos y que todo, todo en la vida, exige horas de esfuerzo y responsabilidad. Sólo paciencia y esperar que el tiempo haga su trabajo y él se logre aclimatar, pero su rabieta/tristeza y reclamo, me trajo un dolor de cabeza del tamaño del Table Mountain que aún no logro escalar. Esa nube en el cielo me opacó bastante la felicidad del día, porque me da impotencia su forma de enfrentar la vida, pero supongo que como todo, también calzará.
Después de la misa y de superar la nube, fuimos al supermercado a comprar ya que la tribu está hambrienta y todo se acaba apenas mirar. Puedo decir con más propiedad que la comida es un poco más reducida y desabrida que en Chile y en general, más pequeña en todo lo que se puede comprar. Voy a explayarme un poco más, teniendo en cuenta que me refiero a los supermercados más elegantes de ambos lados y no a los comunes de la ciudad. En el caso de las frutas y verduras, todo es como un tercio más chico que lo que podemos encontrar en el Jumbo o en Líder allá. Qué odiosa es la comparación, pero es sólo para explicar. Los duraznos, las ciruelas, las frutillas son como esas que uno no elegiría comprar. Bonitas, pero les falta un poco de fuerza y sol para estar a tono en tamaño y calidad. Es rara la comida en general; los niños bromean que todo tiene sabor a avestruz y creo que no distan mucho de la verdad. Hay quesos y muchos, pero pareciera que en Santiago hay en triple cantidad. Los helados y las tortas tampoco hay gran variedad y las carnes según los expertos caseros dejan mucho que desear. Qué loco es esta tentación tan humana de encontrar mejor lo local. Una reflexión natural que me surge es constatar lo mal acostumbrados que estamos y cuánto hay que agradecer hasta por los endulzantes que allá llenan góndolas y aquí no hay. Tampoco hay cilantro ni hierbas para cocinar. Es entretenido en todo caso ir al supermercado a vitrinear y ver cómo dominan carnes como el cordero o el chancho y hasta las salchichas son medio plásticas en general. Los chocolates tampoco los pude encontrar y las galletas no había ninguna que valiera la pena para engordar. Sí la panadería es rica y hay muffins grandes para chanchear, pero he preferido cuidarme para no volver como cachalote desde acá.
Si a mi el dolor de cabeza me atacó como mal, a mi maridito fue la espalda la que lo hubo de afectar y fue la mejor ocasión para poder manejar yo y aventurarme por las calles del lugar con el manubrio al otro lado sin chocar. Es un agrado y no da miedo, aunque el cambio automático ayuda una enormidad. Sólo le pegué una vez a una cuneta y los peatones no corrieron peligro conmigo, así que ya un estrés menos de estar acá. No hay motos como en Bali y las bermas sí existen para estacionar en caso de pérdida de la orientación vital. El tema es ir con el cerebro activo para saber dónde mirar y no atropellar gallinas silvestres o caballos con jinetes que también hay.
En la tarde logramos encaramar a toda la tribu en nuestro auto ya que van como molde los seis, pero sin alegar. Nos embarcamos directo a la playa y de eso les puedo contar lo que pude apreciar. De partida está lleno de playas en todo el borde costero y esta que fuimos es la más cercana a nuestra casa, pero ya iremos a más. Esta era inmensa de larga y de ancha y parecía como una duna extendida hacia el mar. La montaña de roca, impresionantemente linda, parecía que también se quería bañar ya que llegaba al borde de la costa fundiéndose el verde de sus arbustos con el blanco de la arena que parece sal. Deben haber sido unos 200 metros de playa blanca desde el borde hasta tocar el mar y la bruma de las olas era tan abundante y potente que parecía nublado o fumigación nacional. El océano estaba enojado y se revolvía como perro rabioso, tratando de pillarse la cola en cada recoveco que daba al arrimarse a la orilla del lugar. Estaba muy frío y no me pude bañar. Sí lo hizo la tribu que es más valiente que la mamá. En la arena no hay ninguna gota de basura ni plástico para botar; sólo unos palos viejos de algas que le dan como aliño a la “sal”. No hay conchitas; sólo una extensión preciosa que encandila y genera resolana al mirar. Todo se extiende sin límites y termina en las rocas cuando el cerro se impone al mar. Hay poca gente en la playa y la mayoría anda de paseo con perros, pero no se baña ´porque seguramente el mar es muy violento para aventurarse así no más. Los perros dan para desfile internacional. Cada uno es más lindo que el que sigue y aunque no conozco de razas, sí se ven que son caros y muy bien cuidados por sus dueños que los sacan a pasear. También hay paseadores de perros que se ven trabajando para que se puedan entretener estos “niños” de cuatro patas que abundan más que los de dos en verdad. A mi me dolía mucho el cerebro para jugar, pero disfruté viendo a la tribu riéndose con una pelota y un frisbee pues le hacían competencias a los perros de tanto chacotear. Es loco ver el tiempo transcurrir y no pude evitar comparar la vista con 14 años atrás cuando fuimos a Marco Island y el paisaje era similar. Yo era la más alta de todos los niños y sólo había cuatro para cuidar. Ahora son seis los gigantes, con barba, voces roncas y apapachándome para cuidar. Con suerte les llego al ombligo o a los hombros y son dulces y tiernos como leche condensada. A propósito, no he podido encontrar Nutella ni manjar; estoy con déficit de azúcar así que mañana para Noche Buena con la Trinita nos vamos a vengar. Tenemos planificado hacer galletas, muffins y cosas ricas para dejarle al Viejo Pascuero por si pasa por acá. La señora de la casa nos prestó un árbol de Navidad y la Trinita hizo un pequeño pesebre para recibir a Jesús, además. Es envidiable la dueña en cuanto a orden y creo que ni en cien vidas la podría homologar; tiene todo ordenado por cajas clasificadas y en cada cajón hay cosas perfectamente guardadas para poderlas encontrar. Sé que ese no es mi fuerte, pero sí soy capaz de admirar a quienes tienen ese don y logran todo cuidar y dejarlo para la posteridad. En la cocina, por ejemplo, hay máquinas para hacer pasta, galletas, moldes de un cuanto hay, platos, platitos, copas, herramientas para cortar, esencias, … Todo lo que jamás podría comprar.
Bueno, eso es mi día de hoy. Tranquilo dentro de todo y terminó mejor de lo que comenzó gracias a Dios. Los milagros existen y los voy a pedir con fe para mañana para que se cumplan algunos que aún están pendientes de plasmar.
Día 5: Consejo Tribal en Navidad
A diferencia de nuestro Chile tan invadido desde la primavera con el negocio navideño americano que nos llena de nieve, duendes y renos que no pertenecen a la fauna nacional, en Sudáfrica la Navidad parece casi no existir o más bien sólo en la intimidad. Hay un respeto muy grande a la creencia de cada cual y el comercio al menos, no da evidencias de la distorsión del espíritu que lo menos que hace es revelar la fragilidad, la pobreza y el mensaje más genuino de la Navidad. Acá, al igual que nuestro verano, el viejo pascuero no tiene cabida con sus botas de nieve y su gran traje de piel roja para resistir la adversidad. La verdad, aquí desentona aún más con el borde lleno de playas y las montañas de rocas que se adentran en el África más profunda que aun no podemos visitar. En el fondo, nada que ver un trineo donde debe haber fieras y culebras por dominar. Muy por el contrario, estos paisajes, sí serían el escenario perfecto para pastores, (de hecho los zulúes lo son), para un refugio en medio de las montañas donde armar un pesebre, para una estrella maravillosa y solitaria brillando en el cielo despejado y profundo y para un ejército de ángeles saliendo detrás de cada cerrito verde como si ahí vivieran en realidad. Quizás por lo mismo, la sencillez, lo verdadero de estos días se nos metió en la carne y nos permitió vivir un día y una noche inolvidable en verdad. Creo que es bueno partir por el principio para no marear ni confundir un día épico como dice la tribu en su lengua local.
Desde temprano, el sol se adueñó del horizonte sabiendo que sería un día de luz y claridad. Parte de la tribu fue a dar una vuelta, mientras el otro contingente levantaba el campamento y se ponía a ordenar. Aunque todos ayudan, el trabajo es lento y detallista porque la “choza” es grande y los habitantes bastante caóticos, aunque se esfuercen concienzudamente en dejar cada cosa en su lugar. Es notable ser consciente cómo hay personas a las que se les da con facilidad el orden y a otras a quienes la curiosidad por hacer algo más, les produce una reacción alérgica volver a poner las cosas donde estaban o tener el hábito de botar. Parece que en el gen Goycoolea y Ried se produjo una mutación creativa muy potente, donde siempre hay algo más que hacer, más que guardar, recordar recoger y limpiar. Con todo, el caos funciona y cerca de las 13:00 hrs. la pensión lucía bastante decente para recibir a un invitado tan especial como Jesús al que yo al menos, ansiaba recibir traducido en mil detalles de amor y bendición para los demás.
Los “cazadores” volvieron del campo con cosas ricas para cocinar. Traían camarones, aperitivos y uno que otro manjar local, así que ya teníamos los ingredientes necesarios para el festín que queríamos preparar. La mesa de la comida fue decorada con velas, con flores del jardín, con todos los decoros que pude pillar y quedó digna de fotografiar. Sencilla, linda y llena de luz y paz.
Mientras todo esto pasaba, debo contar el primer milagro de la Navidad. Andrés hijo, pudo hacer un cambio de swicht muy lindo y me pidió cocinar el almuerzo para los demás. Santo remedio ya que nadie lo ayudó en nada y comprendió por sí mismo cuánto se demora uno en aprender las cosas y poderlas realizar. El milagro se dio con una zanahoria en la cual tuvo que invertir más de 45 minutos para poderla pelar y cortar. El sólo se dio cuenta de la verdad de las palabras que hace 24 horas le habíamos tratado de comunicar. Todo es lento, requiere trabajo y esfuerzo real. Nada se da como un touch y la vida tiene ese sabor tan intenso y maravilloso cuando puedes sentir y gustar lo que es real y diferenciarlo de lo virtual, de lo engañoso, que es tan fuerte para todos en la sociedad actual. Orgulloso nos llevó una ensalada que desapareció en menos de dos minutos en las fauces de la tribu y luego unos tallarines que él mismo hizo y que coronaron su aprendizaje vital. Con eso le cambió la cara, la disposición, entendió, asimiló por sí mismo y me volvió un porcentaje altísimo de la paz que me había quitado su desesperación y ansiedad vital.
Después del almuerzo comenzó un reality culinario digno de grabar. Qué experiencia más bella cocinar en familia y disfrutar en lo profundo cortando un tomate u horneando galletitas que sabes que harán felices a los que amas. Ahí ya comenzó la Navidad en la casa y fue un festín difícil de describir, pero que produjo un almíbar ambiental. Benja por una parte faenaba una carne rellenándola con todo lo que pudo pillar. Piña, ciruelas, chalotas y especies que empezaron a dar un aroma a felicidad. La Trini y Aki se fueron por el lado dulce cocinando muffins de zanahoria y vainilla y galletas de mantequilla para el postre final. Yo me esmeré con tomatitos rellenos, con zuchinis al dente, con cous cous semi dulce y con frutas lindas para refrescar. Todo parecía una orquesta muy bien coordinada que me empezó a sintonizar por dentro con el amor más inefable que pueda expresar. Los otros comensales no se metieron a cocinar porque ya no cabían más chefs en el espacio dispuesto, pero amenizaban con el piano y con la conversación liviana y celebrando cada plato que se lograba rescatar para el banquete final. Luego vino la difícil tarea de ordenar tamaña creación, pero hasta eso fue un agrado al hacerlo con toda la tribu dispuesta a ayudar. Cada vez soy más consciente que la felicidad se juega en esos pequeños detalles y no en lo material.
Unas buenas duchas para los cocineros permitieron sacar la harina, la mantequilla y todos los aromas extras para disponernos para lo esencial: el consejo tribal de Navidad. Ciertamente las últimas 48 horas no habían sido del todo fluidas y la tensión se había empezado a acumular. Es un experimento muy notable reunir a ocho personas en convivencia total. Si ya ser matrimonio exige comunicación, ceder y renunciar para la armonía, viajar y vivir 24/7 con cuatro adultos más es una buena práctica de vínculos donde se puede vivir un paraíso o un infierno real. Gracias a Dios la práctica nos ha permitido siempre estar más en el cielo que en el infierno, pero los gustos, necesidades, estructuras y hasta los horarios de cada uno, son un desafío de conciliar. Hay algunos que son nocturnos y en las mañanas no se pueden despegar de las sábanas ni con un león real. Hay otros que son más hiperactivos y no pueden estar tranquilos sin escalar un cerro o tener fotos que sacar. Hay otros que son más contemplativos y gozan con lo que pasa dentro de ellos y no necesitan más. Hay comilones, hay desordenados, hay músicos y otros a los que el piano ya los tiene locos de tanto sonar. Hay algunos ranas para el agua y otros que parecen gatos alérgicos a cualquier humedad. Hay unos más extrovertidos y otros que se guardan como tesoro de diamantes, difíciles de explorar. Así, con todo, creo que esta experiencia es una escuela de humanidad, que se asienta en el amor y en el más profundo respeto por cada uno, lo que ha permitido una danza de la tribu muy bella y especial. No ha habido peleas ni conflictos; sólo la nube que ya empezó a disipar. Cada uno pone lo mejor de sí mismo, pero sin renunciar a su originalidad. No hay egoísmos y todos tratan de ayudar y eso ya es Navidad en mi alma y justifica el haber venido tan lejos a ser consciente de este tesoro tan especial.
Sigo, con la liturgia que hicimos porque fue única, un regalo divino que no podremos olvidar. No quisimos ir a misa del gallo ni tampoco a otra con permiso del alma porque no íbamos a entender mucho y tampoco queríamos echarla a perder por la fomedad. Ya hablé de eso y me da una impotencia brutal. Porqué nuestro mensaje tiende a ser tan fome en nuestras iglesias y ritos, tan carente de alegría, de entusiasmo, tan falto de sencillez y espontaneidad, cuando Jesús justamente lo que quiso mostrar fue la humanidad. Quizás por lo mismo, optamos por hacer un círculo en la penumbra sólo alumbrados por una vela y una figura de una guagüita que hizo la Trinita con un cariño muy especial. Con ella introdujimos la idea de que lo que más necesitamos para la felicidad que Dios nos quiere regalar, es reconocer nuestra pequeñez, nuestra fragilidad… Mientras más compartamos nuestras pobrezas, más ricos podremos ser y experimentar el nacimiento de Jesús en nuestra alma al sentirnos hijos y hermanos en la vulnerabilidad. Bueno así lo hicimos y con la música de Fernando Leiva de Ilumina mi vida, cada uno escribió sobre sus heridas del alma, sobre sus miedos, sobre lo más oculto que tenían como debilidad y luego uno a uno lo comenzamos a compartir en un momento precioso, sagrado en verdad. Partió el Benja y le siguió Tomás. Nos fuimos capaces de seguir sin pañuelos por la emoción y las ofrendas de dolor que se empezaban a revelar. Siguió Iñaki y Andrés junior y el ambiente se fue completando con ángeles que venían a copuchar. Qué misterio más grande y más insondable es la percepción de cada cual frente a la vida y cómo la historia nos va tocando de un modo único que no podemos imaginar. Le tocó el turno a la Trini y todos quedamos “plop” con su madurez y forma de hablar. Mi niña está creciendo y su alma pudo mostrarnos con ternura y lágrimas que hicieron necesario reforzar el contingente de pañuelos para la comunidad. Luego vino mi turno y el de Felipe que aportaron la sensibilidad de cada cual. Qué sorpresa y admiración se produce cuando nos adentramos en la profundidad de cada uno y se multiplica el afecto y la intensidad del amor y la diversidad. Nunca deja de admirarme lo distintos que podemos ser y cómo somos interdependientes unos de otros no sólo en las competencias y dones, sino también en las fragilidades y heridas que la vida nos da. Cerró el momento Andrés papá y su testimonio fue de una belleza indescriptible por su humildad y conciencia nueva que me llenaron de gozo a pesar de sus lágrimas y emoción brutal. Entre medio de cada compartir la talla no podía faltar, pero al finalizar la ronda, el consejo de la tribu estaba completamente unido en una ronda tejida como un atrapasueños invisible de gracia y divinidad. En cada hilo que nos unía vi la malla celestial. Dios estaba naciendo al medio de nuestro círculo y lo acunaban nuestras pobrezas compartidas, igual que los pastores al alabar. Estoy segura que habían ángeles rodeándonos, además de los gatos de la casa que se pusieron a ronronear. Son tres para ser exactos, así que la reencarnación de los reyes se dio en forma muy particular. Hay uno grande y gordo que se me ocurre que es Baltazar. SU mirada sabia y profunda me genera respeto de sólo mirar. Está Gaspar que es un gato blanco, patiperro y que apenas pasa a comer y se va. Y está Melchor que es un gato atigrado con cara de malas pulgas, pero que es el más regalón de todos y que te soba las patas para sentirse conectado a mi humanidad. El momento mágico del ritual, a sugerencia del psicólogo Tomás, lo finalizamos quemando todos los papeles escritos en un ánfora especial. El problema es que la sala donde estábamos se empezó a ahumar y tuvimos que salir corriendo para salvar los pulmones y a los gatos que no podían escapar. Fuera de broma, fue una de las Navidades más lindas y sorprendentes que logre recordar. Sin regalos materiales, pero sí compartiendo lo menos “bakan” de cada uno, nos sentimos ricos en amor y felicidad. Es tan fácil entender lo que Jesús nos vino a enseñar, pero estamos muy engañados por el paradigma actual: somos niños recién nacidos, desnudos frente a la vida y necesitados de todo para ser felices y Dios siempre está; sólo nos falta reconocerlo y seguir su camino de desprendimiento y entrega total. Ayer sentí que los ocho, en nuestro consejo tribal pudimos volver a estar acunados en un pesebre ante el Señor y dejarnos amar sin límites por lo que somos y no porque lo que hagamos o podamos aparentar. Creo verdaderamente que una comunión de corazones igual a la de ayer es difícil de encontrar. No hubo ninguna desconfianza, todo fue amor, unión y libertad. Experimentamos el nido, el cobijo, la incondicionalidad de la tribu. Gracias Señor por este milagro de Navidad.
Una vez bajados del cielo, nos fuimos a devorar las exquisiteces que habíamos preparado y creo que no quedó nada para raspar. Todo desapareció como por arte de magia una vez más y fue todo risas, tallas de la fragilidad compartida y motitas de amor para erguirnos una vez más.
Ya cerca de las 12 de acá, y después de ordenar la fiesta, hicimos nuevamente una ronda y nos deseamos Feliz Navidad. La luz brilló en la noche de Capetown, por lo menos así lo sentí yo a todo dar.
Día 6: Un vistazo a la realidad
Después de reponernos de tanta emoción navideña y almorzar los conchitos que lograron sobrevivir a las fauces de las fieras, salimos en nuestro auto a pasear por un sector que se llama Boulders, que es una playa llena de rocas y que hace mención del nombre en inglés (yo no conocía esta palabra). Volvimos a empinarnos con nuestro turbo de auto por los cerros de “Jericó” (en verdad, al pobre Honda BRV le cuesta mucho acarrearnos porque tiene poco motor), pero así podemos ver más y contemplar nuevos detalles de este paisaje espectacular. Entre el cielo y el suelo es difícil decidirse porque ambas cosas son muy lindas y especiales en verdad. El cielo se llena de nubes de todas formas y colores y el viento las hace bailar, como una chiquilla adolescente que recién es consciente de su belleza y atractivo natural. El suelo en cambio es como una ruina a medio desarmar, con pedazos irregulares de piedras que darían para formar un Coliseo romano ejemplar. Todo se mezcla con arbustos de un verde grisáceo que da el aspecto a los cerros de un cementerio infinito y sagrado, donde ánimas del pasado te pueden saludar.
Pasado ese discernimiento fundamental, nos adentramos por un camino que señalaba la playa de pingüinos y por ahí nos fuimos a estacionar. La sorpresa fue brutal. Sólo sería parecido una Cartagena nuestra, invadida de locales, especialmente de origen musulmán. Había una islita de piedra acordonada donde una veintena de pingüinos miraban el espectáculo humano con estupor y lástima a pesar de su diplomacia natural. La playa de aguas tibias y de color turquesa debían acoger a la diversidad más grande de cuerpos y costumbres que pudiese en años recordar. No había centímetro de la arena ni del pasto que no estuviera invadido por toldos con familias completas haciendo pic nic, con la guata afuera, con una gordura casi epidémica, que daba pena en verdad. Muchas mujeres solo mostraban sus ojos bajo sus velos y las que osaban bañarse lo hacían con faldones y burkas como traje de baño normal. Los hombres, en cambio, totalmente occidentales y dejándose cuidar. Todos muy gritones, invasivos, llenos de guaguas de diferentes portes y ancianos como parte del arsenal. Había mucho público de origen árabe, de piel más morena y ojos penetrantes de mirar. También había familias y clanes de piel negra y hablaban otro idioma que los primeros, pero me parecieron más dulces como impresión general. Comentamos al explicarle a la Trinita estas costumbres, que tenemos mucha suerte como mujeres de occidente en cuanto a libertad. Sería un suplicio muy difícil de llevar tener que taparme de pies a cabeza y tener que someterme a la voluntad de los hombres como mandato de Alá. Perdone si alguien de ese origen me lee, pero me parece que es anti natural; creo que obedece al temor de algún hombre que dejó este legado por su ansias de control y probablemente por una mamá insoportable que lo dejó traumado con lo femenino, con el sexo y nos culpó de toda fatalidad. Veía a la Trinita apanicada con este mar humano, de piernas, tutos, pechugas tapados y al descubierto, en hacinamiento total. A mi tampoco me gusta la masa, aunque me parece interesante contemplar la diversidad de personas que habitan este planeta y que tan fácilmente lo olvidamos apenas volver a la rutina de cada cual. El mundo es inmenso, la variedad de costumbres y gestos parecidos a la Torre de Babel y no podemos pecar de ingenuos que la nuestra es la única forma de entender la realidad. Sin embargo, estábamos muy parecidos a los pingüinos, acordonados por nuestra imagen y por estar fuera de lugar. Así que salimos de ahí curtidos de una pizca de la verdadera África con su pobreza y costumbres y no en el apartheid que significa vivir en las alturas de la ciudad. A la salida de la playa vimos comercio popular; vendían huevos de avestruz impresos, géneros, artesanías en madera, figuras de mostacillas y monitos de malaquita de un verde intenso y precioso al natural. Sin embargo, una vez más el prejuicio nos jugó una mala pasada, ya que nos vieron la cara de gringos y nos cobraron mil veces más, así que por esta vez los dejamos pasar.
Malamente pensamos que los pingüinos que habíamos visto eran todo lo que había para mirar, pero no; craso error; había un parque natural a unos doscientos metros donde estaba la reserva y ahí sí que aprendimos de esta colonia blanco y negro que es digna de contar. Los pingüinos africanos parecen una postal cortada fuera de su lugar; no pegan acá porque son como caballeritos ingleses, flemáticos, tiesos, con aires de superioridad. A pesar de no medir más de 50 cm, son indiferentes a los miles de turistas que los van a mirar. Una playa de unos cien metros los acoge y nadie los puede tocar. Es interesante conocer sus costumbres dignas de imitar: son fieles a una sola pareja por toda su vida y se mantienen junto a sus hijos con lealtad. Sus movimientos son como los de payasos divertidos, a los que los zapatos les incomodan al andar y son muy mal genios entre unos y otros y se picotean de sólo mirar. El ruido que hacen más parece de burro que de otro animal, pero son tiernos de mirar si no te le acercas porque picotean muy fuerte en verdad. Los ojos de esta especie están rodeados por una sombra rosada muy especial y dependiendo de la edad en que se encuentren, tienen plumas brillantes y lustrosas o parecen imitaciones de peluches a medio terminar. Los recién nacidos son unos ositos dormilones, los medianos parecen gallinas después de un round y los más elegantes, se yerguen en sus esmóquines perfectos, sólo salpicados con una que otra pluma negra que parece un chorreado de grasa en medio del albo magistral. Estas pequeñas aves, parecen inconscientes del impacto que producen y cómo sus costumbres atraen a miles para visitar. Se esconden debajo de las ramas, nadan con simpatía en el agua y cavan hoyos para cuidar a sus huevos y llenan de plumas todo el lugar. Además de estos dueños de casa tan particulares, la playa por sí misma es un sueño de linda ya que las aguas, a pesar de tener flotando algunas plumas, son lindas, traslúcidas y las rocas parecen esculturas como esas que uno hace con arena mojada. No logro dimensionar cuántos años llevarán ahí desde que Dios las amalgamó en esta costa donde el continente viene a terminar. Todas están redondas de tanto ser pulidas por las olas y hay algunas que sobresalen de la superficie y forman figuras como el arca de Noé que seguro por aquí vio al pájaro volar. Al salir de ese paraíso nos topamos con otros habitantes, pero esta vez imposibles de denominar. Eran unas especies de perritos de la pradera, guatones, sin cola, con caras de conejos, pero con costumbres de roedores, viviendo en comunidad. Convivían con los pingüinos, juntos, pero sin mezclar; no nos tuvieron susto y nos miraron como si fuésemos unos ratones más.
Al irnos del lugar, nos sorprendió el murallón de piedra una vez más, con una capa de neblina y llovizna que bajaba al suelo como apocalipsis final. El clima cambia en segundos, pero nunca da frío mortal; sólo chispitas que dan carne de gallina, pero no dan para más.
Para rematar el día, fuimos a Komettjie, un barrio a la ladera de un cerro donde llevaremos a los niños para formar. Ya el domingo había visitado la otra opción de colegio y me había dejado la guata apretada, ya que había que separar a la Trinita de Aki y se veían muy grandes y un poco inhóspitos para mi corazón de mamá. Esta vez, me quedé más tranquila ya que irán juntos al mismo colegio, donde no hay de 200 niños en total. Precioso, precioso no era, pero creo que es lo mejor y me da más seguridad. No es fácil para esta madre soltar a sus pollos en terreno desconocido y en inglés para variar. Sin embargo, los dos lo encontraron lindo y su entusiasmo me quitó la aprehensión que ya está por llegar.
Cuando ya estaba a punto de ponerse el sol en medio de las nubes que se largaron a llorar, fuimos a conocer un faro que estaba al borde del mar. Espigado y bien mantenido, nos dio la bienvenida para un recorrido por una playa de piedras y huiros que parecían surfistas a medio volar. El viento le daba un aire nostálgico y romántico, como esos pueblitos donde sólo habita un viejo con su perro y sus amores sin concretar. Uno que otro surfista anunció que las olas sí se pueden dominar y será el mayor desafío en el que se comprometerán algunos miembros de la tribu para conquistar este lugar. Para terminar el día, puedo contar que hay árboles muy lindos en las veredas de las calles con flores rosadas y buganvilias furiosas por explotar. Lo que sí me sorprendió es que detrás de esa vegetación tan bella, apareció el primer campamento de pobreza real. Como hormiguitas se veían los niños jugar en calles estrechas y hacinadas de vecindad. Los techos de lata, más parecían un holograma triste y descolorido que una población normal. Tenían mil cachureos encima para que no se volaran y de verde no tenía nada. Pobreza y miseria no más adornaban los pasillos que logre atisbar en Masipumele, un reducto escondido en medio de los condominios y casas recién edificadas. Sólo como un dato fuerte para reflexionar, en Sudáfrica la población está compuesta por un 80% de gente negra, un 9% de blancos y el resto es mezcla de razas y un porcentaje no menor de indios y musulmanes que viven como si estuvieran en sus países y no acá. No tengo los códigos aún para comprender esta realidad ni cuán vigente sigue la desigualdad. Obviamente, en la medida que pasen más días, iremos ampliando la posibilidad de sacar una foto más real de este país y no sólo quedarnos en el pedacito donde nuestra casa está. Por el momento lo agradezco de corazón, porque se percibe y siente un gran problema de seguridad. No hay transporte público seguro porque dicen todos que asaltan apenas te subes y que lo único seguro es el UBER para viajar. Las casas que se ven están llenas de púas, de cercos eléctricos y muchos vigilantes de seguridad. De hecho, en nuestra propia casa debemos poner alarmas y tiene como ocho botones de pánico para alertar a seguridad. Sé que no es distinto en Chile, pero es una tensión subterránea que se percibe al respirar. No podría decir que he percibido odiosidad, porque no sería fidedigna a lo que he conocido hasta ahora, pero no se ven muchos matices que contar. Los blancos son blancos, blancos, medios fomes y espigados hasta para respirar. Los de color, son negros, negros, flacos los hombres y las mujeres -en su mayoría- gordas y agresivas en la mirada. No se ven mestizos, parejas mezcladas o barrios que articulen los guetos de ambos con una transición más acabada. O son casas buenas, buenas, o son campamentos que brillan con el sol aludiendo a la única riqueza que tienen en su techumbre y en su marginalidad. Debo confesar que mi experiencia es muy poca y aún no me permite socializar sin temer por la integridad de la tribu, porque ni siquiera se entiende muy bien el idioma por la forma de pronunciar. Dios proveerá supongo y podré integrar las dos caras de este continente que tiene tanta historia que contar. Sólo un dato más para terminar; es muy poco el tiempo en que pueden respirar libertad como país, ya que la independencia es sólo de décadas atrás. Es como un espejismo de Europa, pero al acercarte ves que hay más en sus entrañas y que no puedes quedarte en la superficie sin errar. Sudáfrica es engañosa porque es bellísima en su naturaleza y en la perfección gringa que te ofrece desde el aeropuerto hasta sus blancas playas que encandilan al mirar; sé que esconde mucho dolor, abuso, enfermedad, ignorancia y falta de oportunidad. Quizás por eso, al final de sus tierras está el cabo que busca la Esperanza como foco principal.
Algo doméstico, pero que es importante para mi de contar es que este viaje está significando para la tribu un cambio cultural potente. No sólo por lo pequeños que nos sentimos a ratos frente a tanta diversidad, sino también puertas adentro en nuestra intimidad. Estamos intentando adquirir hábitos más saludables en cuanto al orden y al reciclar y eso, aunque parezca nimio, es una conquista difícil de lograr. Desde hacerse cargo de lo que se deja atrás, hasta poner cada cosa donde va; es como subir la Table Mountain a “pata pelada”. La tribu tiene muchos dones, pero esta tensión de responsabilizarse frente a lo material nos va a ayudar a entregarlos al mundo con un espíritu más sustentable y maduro para la humanidad. Es lento como todo proceso de aprendizaje y más de alguna pelea nos ha costado y nos va a costar, pero dejaré el trabajo listo para las nueras que tenga a futuro, así que no pueden alegar.
Día 7: Una catarata de estímulos africanos
Después de un día de reposo estival, en que Sudáfrica nos sorprendió con lluvia y viento invernal, hoy volvió el cielo a sorprendernos con su belleza sin igual. Parece obvio de relatar, pero el cielo calipso, con nubes hinchadas de vida y la cero contaminación de este lugar, hacen que se vuelva adictivo e hipnótico de mirar. No sé cómo y porqué mirar el cielo y su vida autónoma me hace trasladarme a una dimensión muy profunda y espiritual, sobre todo cuando entra en relación con las murallas de piedra que enmarcan este paraíso terrenal.
Rodeados por este escenario, nos fuimos al centro de la ciudad de Capetown con destino al acuario para admirarnos de las especies que aquí no paran de asombrar. En el recorrido fui más consciente de la geografía del lugar; son lomas suaves las que forman las calles y la vegetación muy respetuosa se adapta con perfección al lugar. Los agapantos son maleza y se yerguen hermosos con sus paraguas lilas por cualquier lugar. Abundan también los laureles en flor blancos y rosas y las buganvilias fuccias les hacen competencia para decorar. Los árboles se ven hinchados de savia, casi a punto de explotar. Cada hoja está turgente y de un verde espectacular. Solo para que se hagan una idea, los gomeros de las plazas sobrepasan los 35 metros y generan una sombra de por lo menos 200 metros para disfrutar. Pensar que uno los tiene dentro de las casas y remolones siempre se tienden a chingar. Lo que sí se ve es que el viento se quiere arrancar del continente y con eso logra tumbar los troncos y hacerlos verse como alabando o doblegados a una autoridad. Los hibiscos se abren de par en par, con colores pálidos y sutiles como seda y todo se complementa para tener un lugar sin quitarse luz ni alimento para crecer en paz.
Ya acercándonos al centro, aparecieron vendedores ambulantes y artistas callejeros como los que solemos mirar en nuestra ciudad. No veo hasta ahora mucha gente pidiendo, pero supongo que es la parte más Fancy por donde nos movemos y que ya se verá. Los edificios modernos son de vidrio, pero no superan una veintena jamás. Sí hay edificios remodelados antiguos, con arcos y molduras recién pintadas de blanco que le dan un aspecto muy lindo combinados con colores pasteles que dan paz. Se nota que fueron bodegas o parte del puerto antiguo y que los acaban de remodelar. La llegada al centro es semejante a una postal. Una explanada sin fin de barrios que se confunden con una nebulosa, pero en primer plano grúas de muelle, barcos, entradas de agua y un montón de containers, muy ordenados y limpios que parecen americanos en la primera mirada.
Las vías ya se llenan de gente que camina para turistear, así que obligados a estacionarnos para mirar lo que probablemente es el sector más “ondero” y lindo de la ciudad. Partimos el tour por el acuario en el que me voy a explayar, porque vale la pena en verdad.
No sé si me gustan más los peces o las aves, pero sin duda en ambas especies Dios se esmeró a todo dar. Qué manera de ser creativo en su taller este caballero (y/o señora), que hasta humor le puso a cada bicho para lograrnos asombrar. Entramos a este espacio mágico, que estaba lleno de gente, pero fluía con mucho orden y facilidad. Los primeros en recibirnos, los Nemos locales que sobrepasaban una centena y eran preciosos; como de no contar. Sé que los vimos en la película, pero son perfectos al mirarlos en detalle y con una gracia muy especial. Blancos, naranjas, pero delineados con negro como con tinta y pluma artesanal. Había una Doris loca, deambulando entre todos estos peces payasos y me pareció muy simpático el detalle para asombrar. Podría detallar cada cosa, que vi, pero creo que podría resultar aburrido sin el apoyo visual, pero no puedo dejar de nombrar a mis top five: las primeras, sin duda, son las medusas fluorescentes que más parecen hadas o ángeles que un animal. Qué manera de ser bellas, elegantes, graciosas en sus movimientos, curiosas en sus formas y en su forma de nadar. Se me ocurren que son naves espaciales a propulsión divina que podríamos imitar. Su color sólo se contempla en la penumbra y parecen no necesitar a nadie para disfrutar el agua donde divagan con profunda paz. Mi segundo favorito son las anemonas, donde Nemo solía habitar. Parecen tentáculos pequeñitos, danzando sin parar. Sus colores son muy únicos y varían de una varita a la otra como si tuvieran magia para regalar. Son flores marinas que crecen en silencio y austeridad; sólo anidan a pequeños pececitos y parece que les comparten sus colores con generosidad. Mi tercer animal favorito, fue uno que no sé nombrar. Era horrible; quizás lo más feo que puedan imaginar. No sobrepasaba el tamaño de una mano, parecía de goma naranja y estaba lleno de pinchos, que parecía con acné a todo dar. Ni se movía siquiera y debe haber sido pariente de esos que se logran camuflar. El cuarto lugar creo que se lo llevan las mantarrayas y las anguilas por su apariencia tan temible y variada, además. Es la versión acuática de las cebras, tigres y leones que ostentan el “print” como moda actual. Las alfombras marinas, es decir las mantarrayas siempre me acuerdan a mi Tata Marcos, cuando una vez él por error sacó una del muelle Prat en Valparaíso. El hilo de pescar resistió unos minutos, pero a mi nunca se me pudo olvidar, cómo ese tremendo bicho se pudo agarrar. Son impresionantes en su ferocidad, en su astucia y son ladinas hasta para nadar. Sólo con un toque de su cola te cortan por la mitad. Las anguilas también me llamaron la atención, pero son mucho más chicas y semejantes a serpientes por donde se les pueda mirar. Por último, en mi ranking le doy el empate a los tiburones y a unos peces muy re feos que se llaman Coalcott o algo así, pero que sólo hay acá. Los primeros los conocen todos y son temibles de mirar. Este acuario tiene túneles de agua por donde cruzamos los humanos y los podemos contemplar en su habitat natural. Se ven temibles, aunque las estadísticas dicen que es más la mala fama que nada. Sus corridas de dientes dicen lo contrario y su cara afilada y triangular, da para dudar. No obstante, según las películas que mostraban muere más gente por accidentes con sillas o con volantines que por ser víctimas de su mordida mortal. Sólo los surfistas tienen más riesgo, cosa que no me deja nada de tranquila en verdad, ya que parte de mi tribu ya se aperó con tablas de liquidación para poder dominar las olas del mar. Espero que no los confundan con focas chilensis y los quieran atacar. A puro rezar no más. El otro pez, que seguro escribí su nombre mal, es como un animal a medio terminar. Pesa como 60 kilos y es feo para matar. Gris azulado y como con rocas o escaras en su espalda que le hacen ver muy mal. Sus ojos y labios son gruesos como si no lo hubiesen pulido antes de sacar, pero se impone lento y indiferente a la mala impresión que da. Pobrecito, parece un fósil prehistórico nadando, pero no le hace el quite ni a los tiburones, porque parece no temerle a nada. Para finalizar con la visita al acuario, una reflexión nada más. Lo primero que me impresiona es el ritmo silencioso y candente del mar. Sus movimientos son misteriosos y aunque temería ser un pez, es un mundo aparte difícil de dimensionar. Hay tanta variedad de colores, formas, trompas, aletas, crustáceos y hasta pepinos de mar, que realmente me cuesta pensar que alguien no pueda creer en Dios y en su afán por la belleza y la vida en toda su majestad. Si me adelanto y miro a la gente que veo pasear, la verdad que mi hipótesis cada vez se confirma más. Hay muchos con cara de peces gatos y otros lindos como delfines estilizados y de gracioso andar, sin embargo, la mayoría de los especímenes humanos se parecen más a los jureles o a esos peces que nadie se detiene a mirar por la vitrina de este lugar.
A la salida del acuario y mientras hacía una pequeña fila para que la Trinita se pusiera un tatuaje temporal, vi a una mujer negra lo más preciosa que hay. Nada de jurel; casi sirena con una cara perfecta, muy especial. Su altura era un poco más que la mía y su figura era rellena, pero sin nada de más; llena de curvas por donde la quisiera mirar. Lo más impresionante era su sencillez y naturalidad, ya que andaba con hawaianas, polera y una pollera larga que le marcaba la silueta como una esfinge acabada de tallar. Su rostro era perfecto; ojos grandes y almendrados con un tono raro que no logro identificar. Su boca gruesa y su nariz respingada. Su pelo lo llevaba en un moño a medio armar, pero era para pintarla en realidad. Sus dos hijos chicos no heredaron la gracia de su mamá, a quién aproveché de decirle lo linda que era y sonrió agradecida con hoyuelos en sus mejillas que me parecieron virginales, aunque cansados de tanto cuidar a sus retoños y trabajar. Algún buen mozo equivalente, la verdad no he visto pasar. Los locales blancos son todos muy parecidos y me parecen un poco desabridos en general. Las mujeres y hombres son de narices finitas, la piel un poco rosada, los ojos claros, achinados y chiquititos y con cara de pájaros o canarios muy firulais. Los hombres y mujeres de color son poco agraciados según mi forma de mirar. La mayoría son gordos y de facciones muy toscas para resaltar. Sí sorprende para bien su pelo tan decorado que da para un álbum especial, pero no así sus piernas y traseros que son de tamaño descomunal. Es falso testimonio ponerlos a todos en el mismo saco, ya que también hay muchos flacos, muy flacos y espigados como plumero de avestruz al final. Sólo se hinchan en la cabeza con sus afros abundantes que me hicieron dudar de la calidad del pelo de ambas razas, en la que nunca me había fijado con tanta detención hasta ahora que los puedo mirar de más cerca que lo habitual. Los peinados son pegados al cráneo cómo quien hace motitas, en vez de peinar. No creo que se puedan separar uno de otros los pelos; más parece lana que la individualidad. Las trenzas van de un lado para otro y se arman nidos maravillosos, imposibles de imitar. Yo le hice 14 trenzas esta mañana a la Trinita, pero nada se le puede comparar.
Después de esa descripción tan poco científica de la población local, puedo continuar contando la catarata de cosas lindas que vimos en el paseo peatonal. No sé bien cómo explicarlo, pero quizás una buena forma de hacerlo, sería decir que si hubiese tenido un container a mano, lo hubiese comprado todo porque su belleza y diversidad es lo más lindo que he podido admirar. Tiendas preciosas exhibiendo artículos de madera, género, mostacillas, cerámicas, vidrio, cuero, pieles, cera, fierro, material reciclado, fierro, pinturas, piedras, y toda la materialidad que se puedan imaginar, plasmada en las cosas más lindas y coloridas que se pueda pensar. Todo era precioso; nada siútico. Todo de un gusto y una combinación tan alegre de colores que me produjo una especie de éxtasis sensorial. Collares únicos, cuadros, fotografías, vestidos, muñecas, esculturas, botas, zapatos, jabones, posa vasos, carteras, floreros, cojines, cubrecamas, camisas, pesebres, ángeles, pulseras, monos de peluche, sillas, muebles, anillos, tazas, hadas, animales; todo el abecedario de la creación de artículos innecesarios, pero tentadores a morir para llevar. Los precios eran razonables para tanta belleza, pero opté por renunciar. No habría sabido por dónde partir ni menos por dónde terminar. Jamás había visto tanto despliegue de arte y belleza en un mismo lugar.
Logramos salir casi invictos del paraíso de la creación humana, casi como símil del acuario que antes había podido admirar, ya que sólo le compré una pulsera de madera al Benja y otra a la Trinita para bajar la ansiedad. Si pensaron que había sido salvada de pecar, se equivocan medio a medio, porque a cada vuelta de cuadra aparecía otra sorpresa para celebrar. Lo primero la bahía llena de veleros, barcos boutique y un mar calmo y limpio que los alojaba sin chistar. Músicos como Ed Sheeran en las calles, tocando casi por la misma calidad y sólo por unas monedas en el parlante en el que podían tocar. En un letrero que decía Food Market pensé que ya no podría resistirme más. Miles de restaurantes y locales chiquititos y hacinados competían por mostrar sus exquisiteces de todo el mundo con una gracia única que nos hizo sufrir en demasía en verdad. Cada aroma y presentación parecía de un chef profesional. Sushis, pasteles, jugos, cocina árabe, especies, milkshakes, chocolates, carnes, tés, cafés, brownies, galletas, abrieron el apetito de par en par, sobre todo las de la tribu que sólo tenía un plato de tallarines en la guata para palear la adversidad. Finalmente cedimos a unas empanadas de hoja, chinas creo, que aplacaron un rato el hambre, pero sólo dos nos tocó a cada uno, convirtiéndonos en fieras de atar. Por todos lados había mucha gente caminando y el ambiente era entretenido de respirar. Buena onda, familias, seguridad, arte, creación y mar. El conjunto único y mágico para degustar. A la otra vuelta del camino, un conjunto de músicos a puros instrumentos de percusión tipo xilófonos de madera que no sé cómo nombrar. Qué manera de tener gracia y entusiasmo los chiquillos al tocar, pero sobre todo un negrito de no más de dos años que se movía como Michael Jackson encarnado en este lugar. Hay gente que tiene ritmo en las venas en vez de glóbulos rojos y se nota desde que parten a caminar. Un gordito delicioso que daba besos a la flaca de su hermana que también se empeñaba en seguir el ritmo, pero no le salía igual.
Justo a espaldas de este show tan lindo, estaba lleno de estatuas de tamaño natural hechas con metal y desecho, imitando elefantes, rinocerontes y hasta matapiojos dignos de importarlos para la mansión de allá. Sin embargo, era sólo el preámbulo de un viaje a la artesanía africana más bella y variada que se pueda imaginar. Cuatro pisos de una casona de 1904, hecha en madera y sólo enchulada en su fachada, escondía toda la creatividad y riqueza de este pueblo que se da con generosidad. Cientos de máscaras, bastones, estatuas, tallados, armas, muebles, pinturas, cestos, cuadros, géneros, joyas, animales embalsamados, pieles verdaderas, tapices, utensilios de casa, alfombras, ajedrez, juegos, instrumentos musicales, vestidos, cucharas y no sé que más se apelotonaban en cada rincón de la casa esperando ser adquiridas para llevar. Todo el pantón de colores paseaba de un piso a otro, conjugando con formas y materialidades sin acabar. Cueros, fierros, greda, arcilla, metal, papel, piedra, paja, coirón, cuernos, colmillos eran un acordeón que se abría y cerraba dejándonos sumidos en una belleza que obnubilaba y cegaba al mismo tiempo, sin poderse negar.
Saliendo de esa casa que era además un museo nacional, fuimos al otro extremo de la modernidad. Un mall costero con restaurantes de comida rápida y tiendas gringas para comprar, estaban atestadas de gente que hacían ver el lugar como hormiguero o panal. Una vez más, y como me dolía el cerebro y la guata, me senté en un banco a mirar a la gente y me recordé de nuevo del acuario y su diversidad de especies para contemplar. Había algunos feos, feos como los cangrejos gigantes o los peces roca que se camuflaban sin notar; había unos flacos, flacos como esos peces traslúcidos que sólo su columna podías mirar; había unas mujeres llenas de peinados locos como el pez diablo lleno de tentáculos para atacar; también había niñitas con pestañas falsas como el pez gato o familias enteras que parecían caballitos de mar. Es muy interesante mirar las facciones y cuerpos y ver cómo Dios se esmeró con cada cual. La prole a esas alturas ya arrastraba los dientes por las calles del puerto, por lo que hubo que ceder con una bolsa de pollo frito y unas bebidas para calmarlos antes de que pudiéramos llegar de vuelta a la casa.
Para terminar el paseo de hoy recorrimos un poco más las calles, preñadas de sabores, música, olores, historias, bohemia, arte, colores, sal, ritmo y amor plasmado en miles de obras imposibles de contar. Sólo algunos ejemplos para tentar: había un conjunto de chiquillos en buzo negro y con máscaras que no paraban de bailar; otro conjunto de rinocerontes de fibra de vidrio que habían sido víctimas de artistas locales y lucían diseños y colores dignos de enmarcar; el olor a comida tentaba como si uno hubiese mutado a ratón frente al flautista de Hamelín; la rueda de la fortuna giraba apacible cortando la puesta de sol; un barco de piratas tocaba su sirena para anunciarse al llegar; los algodones de azúcar competían con un gigante en zancos haciendo figuras con globos; un violín sonaba a lo lejos con melancolía del corazón; unos candados cerrados sellaban pactos de amor en las cadenas del puerto; los restaurantes rebalsados con cócteles y conversaciones llenas de chispa y sabor; las palomas y gaviotas cruzando el cielo siguiendo una coreografía sin par; el astillero vaciando sus entrañas para dar a la luz al barco recién pintado; los helados y galletas chorreando de las manos de niños sacados de comercial de Benetton… Podría seguir, pero creo que al igual que a mi este día me dejó ahogada en un mar de estímulos de belleza y creación. Probablemente por eso mi cabeza explotó y mi guata se rebeló. No le cupo más y tengo que hacer reposo de infoxicación.
Día 8: Un día lleno de sorpresas para contar
Nos propusimos madrugar para llegar temprano a Cape Point donde se los dos océanos (el Índico y el Atlántico) se reúnen y hacen las paces después de tantos comerciantes y guerras que han debido presenciar. Sin embargo, la tribu no es muy dada a ser alondra y sólo después de las 12 logramos zarpar al destino, pero sin no antes hacer una parada muy recomendada. El lugar se llamaba Kalk Bay y era un puñado de casas pegadas a una playa preciosa y atestada de turistas que se querían bañar. La arquitectura es característica de la época colonial; edificios de máximo dos pisos, pintados de colores claros con molduras blancas y mucha tradición para contar. Cada tienda se veía como un laberinto para embriagarse en cosas entretenidas y muy buen gusto para decorar, pero sólo la vimos desde el auto para no tentarnos y poder continuar. Había mucha gente caminando por las veredas, sobre todo gente musulmán, y la inmensa mayoría iba relajada como en onda veraniega sin prisa y sin ocupación que atender en realidad. Debajo de los arcos que cruzamos divisé una línea de tren, pero lo más notorio era la masa de gente bañándose en una mar turquesa, que prometía, aunque no lo tocamos en verdad. Luego nos dimos la vuelta para tomar el camino para el fin del continente, pero a poco andar, nos metidos en un taco denso que nos hizo estar más de tres horas avanzando como tortuga en funeral. El camino era precioso y me volé una vez más con las nubes y murallones de piedra que se debatían entre rojos y blancos para ostentar. La tupición de arbustos también es digna de nombrar. Una capa espesa de verde era la antesala impenetrable si a alguien se le ocurría escalar.
Es interesante contar la dinámica que se da en la tribu cuando nos toca viajar. En nuestro auto cabemos justo los ocho y los niños siempre se turnan en los espacios donde se puede estirar un poco más sus “pequeñas” piernecitas que no acaban de crecer jamás. Creo firmemente que cualquier extraño moriría si tuviese que escuchar la conversación que se da ya que es de una velocidad, dispersión, simpatía, ironía, que sólo un miembro de la tribu podría comprender y tolerar. El lenguaje ya es propio y las bromas vuelan como flechas que no dan tregua a nadie, ni siquiera por la edad. Todo es motivo de risa, de leseo, de un nuevo tema que conversar y así más parece una torre de babel que un auto normal. Yo, personalmente, escucho y contemplo la dinámica con admiración y sólo intervengo cuando a alguien se le pasa la mano o se hace bullying que puede dañar. Es increíble cómo se van aprendiendo palabras y modismos de la juventud actual. Hay tantas cosas de tecnología que sé que ya me dejaron atrás; tantos personajes que no sabría reconocer; tantas costumbres que escucho y tanto que no sabría explicar, porque pertenece al mundo de las redes sociales o modos de proceder que no quiero ni entender en realidad. Viajar así es un ejercicio de tolerancia importante y el buen humor y el amor es el primero que se debe sentar para poder pasarlo bien y aceptar los imprevistos que nos puedan pasar.
Uno de estos imprevistos fue que casi llegando a la entrada del Cape Point, nos dicen que está repleto y que ni siquiera hay estacionamientos y que en una micro debemos llegar, dejando el auto estacionado en el camino, donde podamos pillar. La multitud se debe a la fecha y a que están de vacaciones acá, así que, a sólo diez metros de la portería, decidimos echar vuelta atrás y volver otro día en que los sudafricanos tengan que trabajar y podamos tener nuestro espacio para mirar. Se me ocurrió que íbamos a llegar al lugar donde se mira e íbamos a parecer huiro, de un lado a otro, tratando de navegar con libertad. Ni siquiera íbamos a tener comida para comprar, porque todo estaba sobrevendido y no lo íbamos a disfrutar. Por supuesto, a mi primogénito le pareció insólito nuestro actuar y un rato tuvimos que escuchar sus demandas de fiscal, pero ya saliendo del parque nacional, nos salvaron unos vendedores de artesanías que eran una simpatía natural. Unos diez puestos en plena calle nos ofrecían huevos de avestruz, rinocerontes de madera, jirafas, pulseras y muchas cosas dignas de comprar. Es muy interesante mirar sus rostros y ver cómo la belleza en las mujeres se vuelve a dar. Los hombres son más feos y la pobreza se cuela en todos sin diferir, pero en ellas se ve más dignidad, aunque vayan vestidas con ojotas y calcetines al calzar. Para mi parar en estos puestos es una tortura ya que no puedo discernir entre el interés real por algún producto y la sensibilidad que me dan las personas que las venden y su situación de extrema vulnerabilidad. Desconozco si quiero llevar o no un hipopótamo de madera de ébano o si me tienta un pesebre de piedra que me quieren dar, ya que son los ojos de los vendedores los que no puedo olvidar. Se me meten en el alma y me cuesta diferenciarme de ellos y mi privilegio de viajar. Sé que no es mi culpa su pobreza, pero aún debo madurar eso y disfrutar sin culpa como lo hacen muchos turistas que hasta regatean sin pudor por lo que parece ser su único sustento vital.
Para sorpresa de nosotros, el viaje que no resultó sí fue dándose de un modo muy sorpresivo y genial. No habían pasado ni cinco minutos cuando vimos el letrero de una “Farm”. Entramos a la granja y resultó ser un criadero de avestruces muy interesante de visitar. Campos verdes recién cortados, estaban sembrados de casitas como de Metropoli todas iguales, que hacían que este fuese el campo más ordenado y limpio que logre recordar. Unos potreros de palo separaban a cada trío de aves como para que no fueran a pelear. Un macho y dos hembras. Mish. Fresquito el pajarraco, pero nada que decir ya que era muy lindo de mirar. Había una tienda de souvenirs hechos de piel de avestruz maravillosos y mucha más artesanía propia del lugar, sólo que valía el doble que la de la calle y era atendida por una amorosa señora muy british, que explicaba todo con amabilidad. Compramos pellets para alimentar a las aves y ahí las pudimos ver de cerca y admirarnos de estos dinosaurios alados que son muy extraños en su cuerpo y en su actuar. Su cuello más se asemeja a una culebra diestra y rápida de movimientos que es capaz de pegar zarpazos sin avisar. SU pico más parece el de un pato, pero duele si te toma mal. Lo más impresionante son sus plumas y sus patas. Las primeras son suaves, como de seda y varían de negro a grafito como si fuesen plumas de sombrero real. Las segundas son rarísimas y tienen solo tres dedos que hacen recordar al Rex de los dinosaurios. Son muy largas y musculosas y terminan en los tutos del animal, pero a piel pelada. No tienen plumas en esa zona ni tampoco debajo de las alas y se logra visualizar un cuero muy grueso y nervioso; como plástico de color gris que no me imaginaba en verdad.
Saliendo de los avestruces, sin comprar un huevo porque no pudimos encontrar (dicen que sólo uno equivale a 12 huevos de los normales así que podría servir para calmar a la tribu en su voracidad) seguimos camino de regreso a la casa, pero por un camino distinto al que habíamos usado para llegar. En el bosque aparentemente normal, de repente vimos un letrero de cuidado con atropellar los babuinos y nos pusimos a mirar. Sentados con toda calma, efectivamente estaban estos monos como en el living de su casa y nosotros atravesamos por la mitad. Son los monos de poto colorado, que son buenos para morder y para robar, así que no osamos bajarnos del auto para no ser presos de su labor principal. Seguimos por un sendero muy lindo y tranquilo que podría asemejarse en algo a la zona central, con la única diferencia que, en vez de vacas, vimos pastando gacelas y son preciosas por su elegancia y delicadeza natural. Por suerte no nos topamos con leones o cebras porque ya sería mucho para un día, pero ya los iremos a mirar a un safari profesional.
Los dientes los arrastrábamos como tigres de sables porque ya eran las cinco de la tarde y no pillábamos donde comprar. Al fin llegamos a un pueblito y a un restaurant genial. Se llamaba “El último camello” y efectivamente tenía un horno de barro con esa forma de donde salían unas pizzas a la piedra para caer rendidos de sólo mirar. Por primera vez comimos fuera y fue muy rico para saciar nuestra hambre con comida nacional. La verdad de sudafricana no tuvo nada porque comimos hamburguesas, pizzas y calamares, pero nuestra hambre sí era tribal. El restaurant parecía un epicentro de hippies de mayor edad. Mucho gringo con cara de hípster, ojos claros y barbas de viejo pascuero sin cortar desde una eternidad. Se veía carrete trasnochado, pero buena onda y lo gozamos antes de partir de regreso a la cas a descansar. Otro día iremos a Cape Point, pero resultó lindo el día al final. Más que por lo que vimos afuera, por lo que vivimos dentro con tanta simpatía y amor incondicional. Es loco cómo hasta sobre nombres nos hemos ido poniendo que suenan africano, pero que son puras tallas internas a nuestras manías y defectos, que no son dignas de replicar acá.
Ya estamos planificando lo que haremos el año nuevo para poderlo disfrutar al modo de acá. Lo más probable es que vayamos al down town a ver los fuegos artificiales, pero después del día de hoy, me quedó claro que uno propone, pero Dios dispone.
Día 9: Algunas cosas curiosas, pero pocas, para no marear
Por descoordinaciones de agenda y de criterios sobre qué hacer con una comunidad tan grande, terminé partiendo a la playa con cuatro de la tribu a surfear. Fue todo un desafío partir con tablas, trajes, body boards, toallas y demás para un conductor inexperto como yo en el lado opuesto de manejar. Mi debut en sociedad no tuvo ninguna falta, pero es que la verdad no es nada de difícil si hay berma y no hay motos como moscas dando vueltas sin parar. A diferencia de Bali, aquí el orden sí funciona y me acostumbré muy rápido a manejar apretando el señalizador y no el parabrisas como suele pasar. Bueno llegamos a la playa y hasta logré estacionar en un espacio chico a la inversa y me sentí sudafricana total. Mientras nos preparábamos todo me pareció sacado de una película espacial: un centenar de hombres y algunas mujeres se ponían trajes para surfear. Se me antojó raro verlos enfundarse en esas segundas pieles negras que marcan cada aspecto de la silueta sin disimular. Me pareció una película futurista o una visión apocalíptica, ver cómo desaparecían los cuerpos, los trajes de baños y se hacían uniformes como soldados del mar. Hasta los más gorditos se estilizan un poco y se enfundan hasta la cara porque el agua es muy fría y duele al estar. Yo por lo menos, me tiré un puro chapuzón y hasta las ideas se me congelaron ya que carecía de la famosa piel negra de foca como todos ostentan sin dudar.
Es curioso el mundo del surf y no lo entiendo del todo porque creo que el vínculo con el mar es de una sensibilidad que no tengo, ya que lo respeto demasiado y me da susto que me pueda ahogar. Las olas son amigas y/o enemigas, imposibles de descifrar hasta cuando ya te tienen en sus entrañas y estás entregado a su voluntad. Los más diestros parecen peces voladores y son un agrado de mirar. Cuánta flexibilidad y sabiduría, que parece una pincelada de vida ondeando en la inmensidad. No sucede igual con los amateurs ya que los ves caer en forma estrepitosa en el fondo del mar. Vuelan como esquirlas humanas, pero gracias a Dios, vuelven a asomar sus cabezas al poco rato y empecinados lo vuelven a intentar. Los que primero lo intentan no son posibles de apreciar, ya que ni siquiera logran llegar a tomar las olas y/o nadar al fondo sin morirse de un cansancio brutal. Bueno, esta última fue la experiencia de mis dos intrépidos jinetes acuáticos quienes después de 40 minutos de batallar, volvieron a la arena como los rotos chilenos, después de atravesar el desierto de Atacama al querer descubrir oro más allá. Mi Tomás y el Benja, estaban fuera de forma de tanto estudiar (es una forma maternal de decir para que no me vayan a matar), pero quedaron felices y adictos a volver apenas se puedan recuperar. Sus brazos asemejaban anguilas sin electricidad, por lo que apenas se pudieron sacar el traje de goma y acostarse a descansar.
La playa donde fuimos era muy exclusiva para este deporte y para los blancos del lugar. No vi ningún surfista negro ni musulmán; cosa que ya no me sorprende tanto porque la burbuja es real. Sin embargo, ya estamos adelantando algunas visitas y contactos para integrar esta bella visión con las otras que existen acá. Nos advierten que algunas son peligrosas, pero lo haremos con cuidado para no arriesgar, pero me resisto a ver solo una cara, sabiendo que existen miles más.
Es interesante ver cómo nos vamos ajustando todos al cambio de vida al convivir más. Surge el aprendizaje, la paciencia y la democracia como modo de reinar y no es fácil conciliar, pero cuando se logra es una maravilla para celebrar. El jefe y la jefa de la tribu salimos a pasear para coordinar mejor a los demás y fue lindo ver cómo los seres humanos podemos entendernos y complementarnos bien si nos dedicamos profesionalmente a conversar y a entender la forma de mirar del otro sin prejuzgar ni menos descalificar. Así con Andrés fuimos a visitar una viña que está cerca de la casa y era muy linda, aunque un poco plástica en verdad. Todo perfecto y con gente “muy chic” haciendo un pic nic que más parecía un comercial. Todos sentados en tumbonas en un pasto recién cortado, compartiendo cajitas de comida que había que comprar obligatoriamente al restaurant del lugar. Paseamos, nos dimos una vuelta y nos fuimos, para ir a ver la puesta de sol a un lugar muy típico de acá. Es un sendero que salió en una película de Misión Imposible y es imponente de mirar. Rocas amarillas y rojas amenazan todo el rato caerse por el estrecho sendero que da permiso para entrar en las tripas de la montaña sin indigestarla de más. Bueno, eso resulta si no está lloviendo, porque en día de tormenta creo que no es transitable sin arriesgar la vida o el auto por los peñascos que suelta como hipos y/o vómitos que intentan controlar con mallas de acero, fierros y un muro de metal. Llegamos al sitio donde la vista es más espectacular y nos estacionamos al lado de un auto muy llamativo llamado Shelby Cobra que suena como un rinoceronte enojado al andar. Deportivo, lindo, un juguete carísimo para los fanáticos que hasta lo arriendan para sentir el poder y la imagen de vencedor total. Con Andrés nos sacamos unas fotos y nos fuimos al mirador a sacar las imágenes de rigor. Estaba lleno de turistas, sobre todo musulmanes con sus túnicas y barba larga sin cortar. El viento parecía coludido con la protesta del peñón que no quería más extranjeros en sus faldas y si te distraías un momento te podía votar acantilado abajo sin piedad.
Fue un lindo día al final, sobre todo al volver a la casa y ver a la tribu jugando afuera y todo en paz. Comentábamos en la noche que no podemos dar por obvio el estar aquí y el poder estar sin preocupaciones ni pendientes que arreglar. Cada noche intencionadamente me meto en mi cama mullida y divago en cual de los tres almohadones me voy a apoyar, porque eso, como todo, es una bendición demasiado grande y que agradezco cada noche y encomiendo a los que no nos pudieron acompañar.
Día 10: Un año nuevo especial
Debo partir diciendo que me encanta esta ciudad porque no es exagerada en ninguna forma de expresar. Hay onda de celebración, pero tampoco euforia y manipulación comercial. Los supermercados hacen sus ofertas y se ofrecen fiestas en algunos restaurantes, pero como algo normal, sencillo, dentro de lo lindo y alegre que se puede exigir para despedir un 2018 tan intenso y especial.
Hay de todo en todas partes, pero lo justo y lo necesario, sin ostentar marcas y lo esnob que se ha puesto nuestro mercado local. Sólo un ejemplo, para aclarar: acá hay mostazas, pero cuatro o cinco, no más. Hay flores lindas, pero debe haber una veintena diferentes para vender y en ramos sencillos como quien los recogió al pasear. Hay panes y aperitivos, pero en una cantidad y variedad que no raya en la sofisticación que hemos llegado allá en algunos segmentos de la sociedad. Es como si fuesen 10 años atrás en el comercio y el desarrollo global, por lo que aún tienen mucha más riquezas valórica y social que nuestra urbe que se ha vuelto más un conjunto de individuos que viven juntos, pero que apenas se toleran en sus necesidades y formas de ser y actuar.
Bueno, divago en estos temas porque entre la indecisión de qué hacer para celebrar el año nuevo, finalmente partimos al epicentro de la ciudad con un canasto de pic nic y una champaña escondida para descorchar. Partimos aperados con sanguchitos de huevo, frutas, un queque cocinado por la Trinita y unos chocolates para allá ver con qué complementar. Llegamos alrededor de las cinco y nos dedicamos a pasear por las calles alrededor del centro que son todas peatonales y que rodean el mar. La chimuchina era demasiado entretenida, colorida y variada. Una vez más nos topamos con toda la música, los colores, el arte y un cielo observando con un azul clarito, que me dio paz. A poco andar, nos sorprendió un pequeño carnaval. Eran una cincuentena de chiquillos vestidos con oros y brillos sin parar, que llevaban mariposas en alto y un ritmo espectacular. Con auténtica alegría recorrían las calles derrochando energía y libertad. Sus cuerpos de ébano brillaban con su esfuerzo, pero los hacía ver como un oasis de juventud y vitalidad. Cantaban lindo además e iban contagiando a todos los que los querían admirar. También vimos esculturas gigantes y sillas en forma de trompo que te hacían girar peligrosamente, pero no te botaban porque el diseño era perfecto y su inteligencia genial. Todo eso estaba en la entrada del museo contemporáneo de Sudáfrica que ya vamos a visitar. Entramos y contemplamos una especie de catedral gótica, mezclada con fierros a la vista, tubos, vidrios y ascensores traslúcidos que me hicieron transportarme a la casa original de Superman. Qué bellezas puede crear el hombre si hay presupuesto y ganas de crear. Con todo, me pareció un poco apocalíptico el diseño, ya que prefiero la arquitectura tradicional. Esto tan futurista me huele a destrucción y orfandad. Quizás han sido muchas películas de MadMax.
Recorrimos tiendas muy lindas como la de Lindt que nos hizo pegar la nariz en la vitrina con tantos chocolates que exhibían sin poderlos tocar, ya que estaba cerrada. Qué mociones más lindas y agradables me produce el chocolate; me lleva a esos momentos con mi tata Marcos donde se me derretían en los dedos las galletas Morocha o esperábamos que el sol hiciera estragos en los KitKat para poder comer a cucharadas. Ya sé que quedé en evidencia con mi edad, pero el chocolate es para mi una fuente de gozo insondable que tiene mucho más que calorías y grasa para acumular. Me evoca cariño, felicidad, amor incondicional. Quizás por eso soy tan fanática y jamás lo pienso dejar.
Después de pasear por el borde costero y turistear con la tribu, fuimos a buscar nuestro spot oficial para mirar. Ya a las 6 de la tarde la gente parecía un panal, atareado y copuchento, disputando el mejor lugar. Como el Titanic había pisos y lugares para todos los presupuestos que se puedan imaginar. Los más caros me imagino fueron los que optaron por helicópteros para mirar; le seguían todos los que estaban de huéspedes en distintos yates y catamaranes con fiestas artificiales que bailaban sin parar. En presupuesto seguían los comensales de los diferentes restaurantes que cerraban sus puertas y sólo aceptaban reservas previas para comer y tener la vista preferencial. En escala de posiciones seguían los que tenían una mesa y/o sillas del mall o el parque para sentarse o hacer una comida informal con toda la comida rápida que se vendía sin parar. Las cadenas de restaurantes como KFC o McDonald deben haber hecho un dineral, ya que corrían las hamburguesas, pollos y anillos de cebolla por donde mirabas pasar. Luego veníamos los que teníamos una banca o un borde donde sentarnos y teníamos nuestro pic nic personal. Finalmente estaban los que tuvieron que sentarse en los basureros, palos o mantenerse de pie no más. Así que nos salvamos de estar en el último lugar de la escala social y nos sentamos al lado de un escoces gordo y colorín que no debe haber estado tan contento al principio, de ver cómo invadíamos su espacio personal. Finalmente, Woody resulto ser un alemán de pocas palabras y con una sonrisa linda y más solo que Tarzán. En las seis horas que compartimos la banca, jamás se paró ni para pasear ni comer, aunque ambas cosas se las ofrecimos con gratuidad. Qué tristeza estar solo en un país extraño para pasar de un año a otro con abrazos anónimos o que jamás volverás a dar. Por lo menos creo que con las bromas y la simpatía de la tribu, le dimos un poco de alegría a Woody que pasó a convertirse para mi en un miembro de la familia más. Los otros vecinos mutaron durante la noche y los hubo de todas las razas en realidad. Primero una familia de blancos con dos niñitas amorosas, una abuelita y un matrimonio local. Comieron su Mac Donald, dejaron todo limpio, nos desearon feliz año y se fueron temprano para no sufrir el caos final. Luego apareció una familia de negros con un solo hijo muy lindo, pero dependiente de las pantallas para variar. Su mamá, flaca y de facciones muy notorias de su raza, me pareció una muñeca para enmarcar. No así su papá, que era feíto y chico; nada especial. Comieron pizza y algo más y dejaron todo botado en el lugar. Qué mala educación tan evidente y descarada, además. Le siguió una familia de Tanzania que igual que nosotros estaba por primera vez en el lugar. Una vez más, la mujer, aunque gruesa y mayor, tenía facciones lindas y finas, que le daban dignidad. SU hijo también era lindo, pero el papá feúcho y chico. Parece que la genética las favorece a ellas sin dudar. Por el otro costado, tuvimos una familia de hindúes mayores que no nos conversaron nada. También nos rodearon musulmanes de caras muy agresivas y con su túnica beige o celeste como uniforme local. De repente se nos cruzaban unas familias como de Hollywood con esmoquin y vestidos de seda, tacos de aguja y peinados enrollados como para desfilar. Jamás en mi vida había visto tanta gente y tan diferente en todo lo que se puedan imaginar. Mujeres de dos metros con piernas como pilares de altar; mujeres mórbidas que no se podían parar; mujeres culebras vestidas de brillos y extensiones de pelo dignas de alabar; mujeres albas como la nieve, lechosas y con ojos claros, sin vitalidad. Mujeres musulmanas tapadas en gran parte de su cuerpo y mujeres indias con facciones interesantes, pero oscuras en verdad. Las ropas recorrían todo el abanico de posibilidades que se pueda pensar. Shorts, poleras, polleras de seda, vestidos de gasa, trajes, hawaianas, tacos, botas, jardineras y hasta un loco medio pilucho que gritaba sin cesar.
La verdad, debo hacer pública mi aversión a la masa, porque me comienza a alienar. Si a las 6 ya estaba abultado el público, a las 11:30 de la noche, no había espacio para respirar. Me daban envidia las gaviotas, que alborotadas y tensas volaban por el cielo sin parar. Sus pechos brillaban como estrellas y su baile coordinado era un lujo de contemplar. La gente en masa me ahoga porque se pierde obviamente la persona y su libertad. Se desdibujan los contornos de tu historia, de tu personalidad, y pasas a ser un poco más que un punto en la inmensidad. Si la inmensidad además es tan distinta, tan variada, se produce una suerte de infoxicación de estímulos humanos imposibles de registrar ni procesar. Me alejé espiritualmente de cada uno y me dediqué a volar por los aires contemplando la hiperactividad de Dios al crear. Cuerpos iguales en estructura, pero tan disímiles en su envase y todo lo demás. La ropa que llevaban se hizo traslúcida y comencé a ver sus pieles, sus costumbres, sus comidas, sus creencias, su religión y hasta sus dioses y me fui achicando cada vez más. Es difícil conciliar lo que somos cuando tenemos al frente de los ojos la torre de Babel y el Arca de Noé en el mismo lugar. Los idiomas, los olores, los ruidos ni que hablar. La contaminación auditiva era total. Sólo lograba discernir un ritmo sordo como sub-buffer constante que me empezó a aturdir el cerebro sin notar. Cada restaurante tenía una música estridente que trataba de callar a la del lado, formando un caos imposible de descifrar. Si a eso se sumaban las mil conversaciones cruzadas, más las llamadas y luces de los celulares, me pareció un anticipo del purgatorio o de frentón un infierno terrenal. No es que lo estuviera pasando mal, nunca tan aturdida de no aprovechar de aprender y reflexionar sobre la vida y nuestra experiencia que es un privilegio para atesorar, pero que no pertenezco a eso, también es una verdad. En medio de la basura que se comenzaba a acumular en el piso, y la gente que se apretaba más y más, añoraba un lugar silvestre, lleno de flores, de pájaros sin estrés, de olas sin botes llenos de fiestas ni olor a fritura y con un espacio para sentir a Dios sin tanta interferencia de humanidad. Con todo, sentí que Jesús en el templo de Jerusalén se debe haber sentido parecido frente a las tendencias más típicas de todo tiempo y edad. Hablar mucho, comer más, tomar en exceso, comprar lo que haya, estar por sobre el resto y buscar el mejor lugar. A veces siento que es tan imposible sembrar en este mundo algo diferente, pero al mismo tiempo, creo que, a mayor hacinamiento, más abono humano hay para que pueda germinar una nueva sociedad. No se equivoquen al interpretarme, todo lo que vi anoche era lindo desde muchas perspectivas, en cuanto a que era iluminado, ordenado, no vi alcohol ni carrete desenfrenado; al contrario, admiré agradecida mucha familia, mucho coche, mucha guagua, mucha sonrisa genuina, mucha abuela, mucha libertad de ser, mucha amistad, pero me faltó algo más trascendente y ritual para cerrar un año que tuvo tanta intensidad como el espectáculo que Dios me permitió contemplar. Probablemente hay personas que sienten sus años de color pastel, con trazos poco claros, como una nebulosa existencial. Para mi el 2018 fue como Capetown; miles de sensaciones de una intensidad difícil de tolerar. Alegrías maravillosas y agonías que me estuvieron a punto de desarmar; gozos de cielo e infiernos donde no vi esperanza y sí soledad; qué cantidad de vivencias acumuladas en sólo 365 días; siento que me gradué un año antes de la mitad de la vida en humanidad. Nunca había presenciado dentro y fuera de mi tanta miseria y tanta riqueza; nunca antes había sido tanto consciente como en el 2018 que lo bueno y lo malo coexisten y están en lucha espiritual; nunca había hecho tan claras mis esclavitudes ni gozado tanto de la libertad. Agradezco a Dios que haya terminado el 2018 y que haya aprobado medianamente bien las lecciones que traía. Espero de corazón que el 2019 sea más tranquilo, porque ya estoy más viejita y no sé si podría resistir ese ritmo de cañadas y cimas, sin quebrarme o enfermarme por discapacidad. Con todo, las piezas más feas y dolorosas de lo vivido fueron calzando y formando un puzle misterioso y perfecto que jamás podría haber llegado a planear. Cada vez me queda más claro que sólo hay que entregarse con humildad y docilidad a la voluntad del Creador que sabe de dónde vengo, quién soy y para dónde voy. Eso significa estar atenta a las señales y seguirlas con alegría y paz.
Sigo con el relato de los hechos para no alargarme de más. A las 12:00 en punto los fuegos artificiales empezaron a iluminar el cielo, sin mucho orden y en un lugar diferente al que creíamos iban a salir. Las primeras en salir corriendo fueron los miles de gaviotas que hicieron su retirada con elegancia y belleza muy coordinada. Qué misterio tienen los animales que hasta en las salidas, se comportan mucho mejor que los humanos en un atochamiento real. Los fuegos duraron 7 minutos y estuvieron lejos de la vara que tenemos los chilenos con Valparaíso o la Torre Entel nacional, sin embargo, habían llegado y su magia inundó el lugar de unidad. Probablemente un millón de personas de pie, se sintonizaron por segundos en una misma frecuencia sin distinción de nada. Todos celebramos y nos abrazamos con amor e ingenuidad. Hasta Woody nos estiró su brazo que más parecía un roble y en segundos desapareció en la multitud sin verlo más. Compartimos el mismo lugar seis horas y después “puaff” desapareció nada más en el anonimato de la masa que se comenzaba a mover en caos total. Siempre me ha parecido una fiesta extraña la del año nuevo; a mi parecer le falta contenido, rito, conciencia de lo que está pasando en verdad. Los fuegos ayudan a regalar una visión única, pero distraen de lo interno y del abrazo fraternal. Me faltó conversa, trascendencia, en definitiva, Dios en medio de lo humano para complementar. Me van a creer loca, y probablemente lo esté, pero me pareció interesante preguntarme cómo vive el Señor una fecha como esta y cómo las vivió cuando estuvo acá. Sé que le gustaba la fiesta, a mí también, pero con un sentido más comunitario y sentido de gratitud más evidente que lo pude ayer apreciar.
Terminado el humo de los fuegos, que era lindo de ver por sí sólo por las formas que tomaba y el olor a pólvora que impregnaba el aire, comenzó el éxodo de la masa y fue peor que estampida de búfalos apenas terminar. Hicimos un trencito tribal para no perdernos en la inmensidad de razas, colores, alturas y formas que se achoclonaban sin educación ni consideración especial. Llegamos a la calle principal y en el suelo ya se veían los efectos de tanto pasear. Cada cual según su estatus iba saliendo del lugar, algunos en taxi, otros con choferes que esperaban con ansiedad y la inmensa mayoría caminando no más. Llegamos al estacionamiento y la primera impresión fue chocante, aunque esperable en realidad. La cola para pagar era más larga que la de la mantarraya y todos se querían colar. Andrés, astuto y observador, vio que había otra caja más adentro y nos salvamos de estar una hora esperando para abonar. Sin embargo, la ilusión de irnos temprano quedó frustrada apenas doblar ya que se armó un taco adentro del estacionamiento que no se movió por 40 minutos y no estoy exagerando para nada. A los 15 minutos de estar esperando y ya con el auto apagado, un creativo empezó a hacer sonar la bocina y se armó el efecto de masa más horrible que se puedan imaginar. Cientos de autos tocando la bocina sin parar, por lo menos por 10 minutos y con la caja de resonancia de los muros, hicieron del estacionamiento una sala de torturas real. Tuvimos que prender el auto para cerrar las ventanas y salvarnos de miles de decibeles que atacaban sin piedad. Un grupo de seis tipos con pinta de árabes que iban en el auto del frente, se bajaron aguerridos y hasta susto me dio de lo que iban a hacer. Las masas enojadas son peores que las masas por sí mismas y temí por segundos de nuestra integridad. Al cabo de un buen rato de reírnos y hacer bromas, la culebra de fierro empezó a circular y en menos de 45 minutos estuvimos en la casa sin problemas ni contratiempos.
Algunas últimas reflexiones para terminar. Estoy feliz de que haya comenzado este 2019 y estar con la tribu para celebrar. Insisto en que nada es obvio y la vida misma es un regalo tal cual está. Sólo me queda bendecir todo lo que vendrá para poderlo tomar con sabiduría y reconocer que nada estará de más.
Día 11: Un día de paseo espectacular
Tenemos la suerte que dos veces a la semana viene una señora muy amorosa llamada Yolanda a limpiar más profundamente la casa y a ordenar y por lo mismo, preferimos por su sobrevivencia salir a pasear para que pudiera trabajar en paz. Milagrosamente y con una presión fuerte, logramos sacar a la tribu de la cama más temprano de lo habitual y a las 10:30 estábamos listos para salir a pasear a pueblos alejados de la ciudad, famosos por sus viñas y la tradición alemana y holandesa de sus habitantes desde hace casi un siglo o más.
Más que detallar cada lugar, creo que es mejor relatar las sensaciones, poniendo la lupa en algunos detalles fuera de serie para que se puedan re gustar. El viento azotó la casa toda la noche y lo hizo con furia invernal; varios no pudieron dormir por lo mismo, por lo que el sueño se subió al auto también al partir manejando más de 80 kilómetros hacia el este y alejándonos de la ciudad. Las carreteras son muy amplias, los autos son muy buenos y casi todos blancos en verdad. Mucho auto de marca, deportivos y vans para transportar a la gente local. A no mucho andar, empezamos a ver poblaciones muy, muy pobres a lado y lado y se apretaba la guata de mirar. Nuestros campamentos en Chile claramente muestran una pobreza dolorosa, pero aquí se ve miseria y orfandad. Las casas, si es que se les puede llamar así no lo son en verdad. Son sólo cuatro paredes irregulares de lo que pillan (madera, palos, latón o neumáticos) y tratan de formar cuadrados que se afirmen en sus encuentros por azar. Los techos son de latón, plástico y están llenos de piedras, cachureos y cosas que les hagan peso para que no se puedan volar. Difícilmente las separan uno o dos metros entre una y otra y no hay calles, pasillos ni nada parecido para circular. Sólo un conjunto de cartones, maderas amontonadas formando un amasijo humano de desesperanza y deshumanización total. En los bordes se ven cajas rectangulares de plástico desteñidas por el sol y medias tumbadas; son un conjunto de baños químicos que ni me quiero imaginar cómo reciben a los que los deben ocupar. Al centro de cada puño de casitas sale un empalme eléctrico como un pulpo negro abduciendo la vida que ahí se da, pero no deja de sorprender además que muchas de estas construcciones tan precarias y primitivas tengan antenas parabólicas como platos mirando a la eternidad. Esas poblaciones estaban a medio camino entre arenas y humedales que daban paso a totoras y a basurales con la misma frecuencia e intensidad. Las carreteras higiénicas te permitían mirar todo esto, pero no veías ninguna persona cruzarse o mirar.
Estos campamentos surgen de vez en cuando como ciudades post destrucción de la humanidad; verdaderas callampas sin color y que sólo destellan brillos con sus latones cuando el sol se posa en ellos creando un infierno que se mueve con gas al mirar. Dios dirá si podemos ir a ayudar; ya hemos hecho contactos con una fundación de acá y después del 12 de este mes, veremos en qué podríamos aportar. Sin duda, nosotros recibiremos mucho de sólo conocer su realidad y agradecer de rodillas no correr su suerte ni experimentar tanta desigualdad.
Pasado ese trayecto más pobre en todo sentido, llegamos a un vergel o paraíso muy lindo y que detallo con la lupa inicial. Imaginen un valle amplio, delimitado por unas montañas enormes, talladas por un escultor exigente y bipolar. Podría decir que eran parientes lejanas de las torres del Paine, por sus escarpadas siluetas y su belleza sin igual. Sin embargo, a diferencia de las obras geológicas chilenas, éstas a media altura empezaban a vestirse con unos faldones maravillosos de verde oscuro y verde claro, que resultaron ser viñas y bosques de una fecundidad fenomenal. Más abajo, partían como frazadas de pachtwork miles de potreros perfectos en sus límites, llenos de sembrados y animales que cuidar. Nos acercamos a conocer de cerca la primera viña de muchas que íbamos a visitar y lo que más captó mi atención, fueron los muros albos coronados por techos de coirón prensados con un corte espectacular. Dicen que es la típica arquitectura holandesa y es muy linda de contemplar. Se enamoran de sus muros miles de flores maravillosas que se trepan por ellos con mucha facilidad. Las más frecuentes son las buganvilias, la flor de la pluma y las astromelias que combinan perfecto con los agapantos morados y blancos que parecen satélites de la naturaleza para captar nuestra atención. Todo esto rodeado de pastizales verdes perfectos que hacen pensar que fue una mentira la famosa sequía en este lugar. Sin embargo, al llegar al baño, de las llaves no sale agua y te recomiendan alcohol gel para limpiar. Supongo que quedaron espantados y el buen hábito de cuidar el recurso acuático, llegó para quedarse, lo que me parece genial. Una tras otra iban apareciendo las casonas blancas por nuestro camino y cada una era más elegante y señorial que la otra, ofreciendo sus vinos y muchos productos aledaños de la granja como mermeladas, huevos tallados de avestruz y miles de cosas lindísimas y sofisticadas además. Por puro azar paramos en una que más parecía parque cultural que nada. Nos recibió una exposición de esculturas de piedras que sonaban solas cuando acercabas tus manos sin tocar. La rodeaba una laguna lindísima con lotos morados y patos que se dedicaban a pasear. Luego recorrimos la tienda llena de cositas lindas y después nos recibió una feria artesanal. Ni mil containers alcanzarían para saciar la tentación que da todo; tan variado y lleno de colores y de vida que te energiza de sólo mirar. En el mismo lugar había un restaurant increíble escudado en puras obras de arte de diferentes estilos. Como distintas caballerizas, este lugar nos iba ofreciendo cada vez más estímulos para gozar. Salimos a un nuevo parque con esculturas de vidrio y árboles añosos que daban perfecta sombra para descansar. Si a eso se le agregaba la Kitchen Farm con pies, panes llenos de semillas, galletas, muffins, quesos, aceitunas, salsas, jamones y un cuanto hay, estaba el panorama perfecto para quedarse y no despertar en un par de horas más. Compramos un pan rústico maravilloso al que no le cabían más semillas por centímetro cuadrado y seguimos viendo con qué más nos íbamos a encontrar. Esta vez los parques nos sorprendieron con potreros de agapantos eternos y una flora muy ordenada y cuidada. Destacan los aloevera gigantes, las proteas, los olivos, los eucaliptus y las suculentas de todo tamaño y color, aptas para la sequedad. Estaban regando con aspersores y la tribu no se pudo resistir a hacer una maldad. Corrimos todos por los jardines, muertos de la risa y quedamos empapados y hasta sin hawaianas de tanto chacotear. Estuvo perfecto el baño, ya que se había acabado el viento y el sol quemaba sin parar. Un sueño de elegancia, buen gusto y sabor el lugar; qué ganas de replicar en Chile algo así para que muchos puedan gozar de contextos lindos que alimenten el cuerpo y el alma de quien los pueda visitar.
Luego pasamos a la Viña Van Rys que es el holandés que descubrió Ciudad del Cabo e hizo su imperio acá. Tenía gusto por el brandy y así nos regalaron a cada uno una copa para degustar. Nunca supimos si había que pagar, pero la degustación del jugo Watts con este licor fue muy especial. Saliendo de ahí fuimos a otra Viña que se llamaba Asara y tenía un hotel y un spa dentro digno de princesas y reinas, oliendo a lavandas y azahar. Qué cosas más lindas se pueden hacer alrededor del mundo del vino; tienen una magia especial… Lo divertido fue que al salir unas sudafricanas muy expertas en Taste Wine, se nos pusieron a conversar. Estaban chochas y pincharon con toda la tribu, aunque según todos tenían un alcotest dudoso; yo las encontré geniales a las dos locas que no me pararon de conversar. Sí noté que ellas -las dos blancas- tienen una autopercepción de su país que no es muy alta en general. Todos están asustados con el tema de los asaltos y que son pan de cada día con un porcentaje del 25% de desempleo, lo que es una barbaridad. Dios nos libre, en verdad lo digo, porque me dan terror en cualquier lugar, pero peor acá que casi no se les entiende al hablar. Felipe armó un plan de contingencia familiar, pero yo le pedí a todos que mejor rezaran y que el de arriba seguro nos va a cuidar.
Una cosa que comenté antes, pero que vale la pena destacar, es que el viaje mismo es de una simpatía e intensidad difícil de traspasar. Se suponía que el 7 de enero entregábamos el auto actual, para cambiarlo por dos chiquititos que nos dieran más independencia con la juventud que se quiera mover sin nosotros, pero en el consejo de la tribu, fue rechazada la moción y desechamos esa opción, volviendo a arrendar uno igual. La conversa es demasiado entretenida; las tallas una brutalidad, los temas infinitos y el cariño descomunal. Nadie se quiere perder esa vivencia, aunque no veamos nada especial en el camino o haya que transar en comodidad. Las pequeñas creaturas ya son gigantes, pero se van turnando sin alegar.
Llegamos al pueblo de StellenBosh que era el primero para visitar. Todo perfecto, todo ordenado, todo “nice”, con las casitas recién pintadas. Un verdadero pedazo de Alemania pegado acá y con su rigor especial. Luego visitamos una escultura gigante de hormigón que estaba clavada a una cima desde donde se apreciaba todo el valle y era digno de alabar. El valle parecía la misma colcha Pachtwork que antes mencioné, pero mucha más amplia y colorida, además. Todo era lindo, ordenado, como un puzle de esos que uno suele comprar con 5000 piezas o más. El cielo calipso y algunas nubes gordas parecían coludirse perfecto con toda esta vida que brotaba de la tierra con tanta docilidad. Es un milagro la agricultura y cómo emergen de ellas tantas verduras y frutas lindas como calabacines, uvas y berries de toda variedad. La escultura representaba el lenguaje Africans con sus raíces lingüísticas y su complejidad. Más que la obra del hombre llamó mi atención la obra de Dios, ya que estos dedos y resbalines de cemento estaban empotrados en piedras, peñascos en realidad, gigantormes, imponentes y llenos de historia que no pude descifrar. El más grande era igual al de la presentación de Zimba, en la película del Rey León y debe haber medido unos doscientos metros por lo menos, sin errar. Otras rocas más “chicas” habían rodado cerro abajo y me pareció volver por segundos a la época primitiva donde grandes animales recorrían la tierra con libertad.
Pasamos por un par de pueblitos más, esta vez de origen francés y otro holandés y la misma sorpresa frente a su belleza y singularidad. Todo lleno de restaurantes, tiendas lindas, obras de arte, artesanías… un paraíso para los turistas y para los gourmets en general.
Ya de camino de vuelta, las energías comenzaron a mermar. Llegamos todos muertos a la casa, de tanto pasear, conocer y conversar. ¿Qué me habrá faltado contar? Probablemente, se me quedaron fuera los antílopes e impalas que pastaban como si nada; también olvidé las hierbas que recolecté y las comidas ricas que pudimos probar, pero estoy muerta de sueño y parece que a todos nos pegó fuerte la madrugada.
Día 12: Un close up a la vegetación local
El título de este día le hace mérito a un parque maravilloso y famosísimo que existe acá, que se llama Kirnstenbosh Garden y que encierra la mayor variedad de especies que se pueda imaginar. Sin embargo, antes de contarles eso un par de preámbulos que vale la pena contar.
Lo primero: nuestro primer encuentro cercano con una culebra. Resulta que ayer Iñaki, el Benja y la Trinita jugaban en nuestro jardín con una pelotita que se lanzaban de un lugar a otro sin parar. Sin querer cayó en una pileta de piedras con lotos muy chiquitita por la que corre agua y Iñaki se metió en ella para poderla sacar. Como no la encontraban, también se metió el benja en esta mezcla de agua turbia con muchas ramas y algas que ya estaban estresadas. Para empeorar el caos del momento, el perro de la casa también se metió al agua y el desastre fue general. En eso Aki para esforzarse más, empezó a levantar partes de las ramas con una especie de colador hecho con sus manos y de repente, zas, en vez de rama recogió una culebra de más de un metro que estaba aún más asustada que él y ambos se soltaron mutuamente con este encuentro fantasmal. El pobre Aki quedó congelado de miedo y la culebra igual, ya que desapareció entre el agua y las piedras y no la vimos más. Después supimos que en los días de calor bajan de los cerros para tomar agua y ayer fue su día de visita a la ciudad, sin embargo, por la descripción que relatamos no era peligrosa sino una bastante casera y habitual. Dios nos cuide porque aun cuando todo se ve igual que nuestros jardines, en la noche es posible distinguir que África tiene animales, sonidos y bichos que no logramos ni siquiera imaginar. Hay todo tipo de ruidos y algunos asustan un poco en verdad, pero siempre son lejanos, aunque también supimos que a veces bajan puercoespines, linces y uno que otro reptil mortal.
Lo otro que vale la pena contar porque me alegró mucho el corazón, es que ayer de pura casualidad supimos que la señora que nos arrendó la casa y que es nuestra vecina, ya que ella se hizo una casa más chica para ella al lado y compartimos el jardín, estaba de cumpleaños. Un señor nos tocó el timbre con un gran ramo de flores en la mano; al principio pensé, guau qué atento mi maridito jaja, pero la sorpresa fue reemplazada por la frustración ya que venía con una tarjeta para Estelle y así no me llamó yo, así que cuello de jirafa no más. No hemos visto ninguna todavía por estos lares, pero ya las iremos a visitar. Bueno, sigo. A raíz de eso le hice un acróstico dibujado y pintado por mi para que lo pudiera colgar. Después cuando llegó se lo dimos y casi se puso a llorar. Fue muy lindo y nos dimos cuenta que no tenía nadie con quien celebrar, así que la convidamos a comer acá; o sea a su propia casa, pero con nosotros como huéspedes y cocineros además. Pusimos un pescado a la parrilla que queríamos probar y dejó mucho que desear. Tenía más espinas que esqueleto de dinosaurio, pero con una salsa salvó igual. También le hicimos ensaladas ricas, pan casero hecho por el Benja (que está un master chef profesional) y un pie de limón que fue la primicia de la Trinita para poderla regalonear. La conversa fue tan simpática y relajada que lo pasamos muy bien, aprendimos mucho más del país, pero sobre todo nos dimos cuenta de dos cosas: lo primero es que tenemos un tesoro en nuestro caos tribal. Puede que la comida haya que repartirla en más bocas, que el silencio sea un producto en extinción y que el orden sea una palabra escandinava, pero al menos -tal como nos dijo ella- somos una familia que respira amor y unidad. (Dios nos cuide una vez más). Lo segundo es que hay mucha gente sola y que los vínculos son lo esencial. Si bien ella tiene dos hijas, no las hemos visto desde que llegamos acá; está divorciada hace tiempo y murieron sus dos papás. Sólo tiene una hermana a una hora de acá y a un hermano que vive fuera de la ciudad. Qué soledad más abismante resisten muchos y sólo sobrevivir y trabajar…
Me voy al grano ahora para no dispersarme del título inicial. Hoy como a las 12:00 salimos al paseo al Jardín Botánico de la ciudad. Nos desviamos un poco del camino y transitamos por unas calles donde las mansiones se disputaban una a otras el primer lugar en tamaño y calidad. Una vez más, duele la comparación y el contraste con las casitas de palo que apenas se pueden parar. Puedo sonar muy hipócrita si vivo donde vivo, pero no por eso la culpa arrecia y es difícil de integrar la disparidad y desigualdad social. Siempre pienso que no estaría preparada para vivir en condiciones de miseria real; creo que me costaría mucho, pero me las trataría de ingeniar para crear belleza aun en un basural. Me recuerdo que cuando era muy chica, con mis primas construíamos casas en Huechuraba que no distaban mucho de las de acá, pero siempre las barríamos mucho, le echábamos agua de la acequia al suelo y las llenábamos con todas las flores que lográbamos pillar. Incluso le hacíamos cortinas con las ramas de sauce y los pétalos viejos de las rosas los usábamos para pintar las paredes y crear arte con lo natural. Me imagino que es muy diferente vivir a jugar, pero trataría por todos los medios de crear armonía, aunque, fuese en la pobreza extrema y la impotencia total. Qué me he dado vueltas hoy día, pero es fuerte el tema acá. De hecho, la vecina nos contaba que el jardinero y la señora que nos ayuda de vez en cuando acá, viven en poblaciones muy pobres, muy peligrosas y que ella siempre los ha tratado de ayudar. Que hay dos tribus dominantes acá, los zulú y los xsoxha ( a la que pertenecía Mandela) y que entre ellos aún existe mucha rivalidad. Ellos dos pertenecen a tribus diferentes y se nota por la negrura de su piel y su religión principal.
Ya ahora, sí que llego al Parque que es digno de contar. Imagínense a ustedes mismos entrando a una especie de isla flotante donde sabes que todo es diferente a lo normal; casi podría decir que es como adentrarse en un libro del realismo mágico de la Isabel Allende y sentir el aroma de la naturaleza y el rugido de un jaguar. La entrada era para quedar hipnotizado como estatua de sal; un trenzado de árboles que superaban los cien años y los cien metros formaban un arco verde difícil de penetrar. Una rama cogía a la otra y se coludían dando vueltas y torcidas para encajar. Nadie se quedaba sin su espacio y parecía un puzle para armar. El suelo adoquinado en 1925 o antes quizás, era testigo silencioso de cómo toda esa vida se fue desarrollando con infinita paciencia, cuidado, trabajo y un dineral. Deben ser unas 50 hectáreas de verde con todo el pantón imaginable de colores y formas que uno pueda imaginar, enmarcados por unos cerros de piedra de 1000 metros que se encargaban de que nada de esa flora se pudiese escapar. Estos montes de verdad eran bellos; como pintados con motitas de vegetación dignos de Van Gogh o Matisse para pintar. Si bien el cielo hoy estaba calipso, las nubes nunca se alejan demasiado y con esas olas blancas que se echan sobre las cumbres, crean un espectáculo semi misterioso, enigmático y hasta un poco dramático si se está más sensible de lo normal.
El parque mismo es un laberinto de senderos de piedras, ladrillos y adoquines que dan cuenta de las diferentes etapas en que este jardín se empezó a crear. Hay arroyuelos mágicos, escondidos bajo unos troncos torcidos donde cuchichean las hadas sin parar. También hay puentes de madera que atraviesan senderos y que se callan cuando te dignas a pasar, porque de lo contrario dan el paso a las lagartijas, ratones y culebras que abundan en el lugar. Los tipos de suelos variaban según su ubicación y la inversión real que hubiese hecho el hombre al cuidar. Los más esmerados estaban rodeados de pasto verde, enclavados en tierra de hoja de gran calidad y cada planta, arbusto o árbol tenía su letrero clavado para orientar. Ahí es cuando uno se da cuenta que la ignorancia abunda en la cabeza de todos cuando se trata de distinguir la variedad. Fuera de los robles, los encinos, los agapantos, los ficus y una veintena más, uno no conoce los miles de nombres que existen de todo y que Dios se esmeró tanto en crear. Siempre siento que me achicó al tamaño de una mariposa al ver tantas cosas lindas y la calidad de los diseños de cada cual. Si el Creador se esmeró con los peces que logramos admirar en el acuario local, creo que aquí se esforzó aún más. Probablemente será más de sensaciones mi relato que lo científico, porque apenas me muevo en el tema y eso que de la tribu era la que sabía más. Quizás la forma más simpática de narrar todas las maravillas que vi, pueda ser por un orden de recordación y gusto nada más.
Lo que más llamó mi atención fue el sector de plantas medicinales y las aromáticas propiamente tal. Si bien eran las más chicas, me conecta con algo ancestral; debe ser mi amiga Hildegarda o San Francisco de Asís, que con su observación tan meticulosa lograron descubrir en cada especie una ayuda divina para podernos sanar. Había plantas para el dolor de cabeza (con Aki nos robamos un par de hojas por si acaso nos dolía de nuevo) que tenían olor a incienso; había también para las picaduras de bichos, para la guata y para toda dolencia normal. Es obvio que todos los remedios que tomamos, en su mayoría, vienen de la naturaleza, pero es sorprendente y no obvio que alguien tuvo la paciencia de observar y registrar los buenos usos y beneficios que nos podían dar. Entre las hierbas aromáticas, te indicaban que frotaras tus dedos en sus hojas y que las disfrutaras en profundidad. De las 50 que toqué 45 eran deliciosas, aunque algunas eran pegotes y ásperas al tocar. Unas cinco eran repugnantes y me tuve que lavar. De las conocidas reconocí el romero, la malva rosa, la salvia, el cedrón, el oreganillo, la menta y una que otra más. Cuando huelo cada aroma, siento que me transporto a un laboratorio celestial, todo lleno de pócimas, górgoros y ungüentos llenos de misticismo y algo secreto que me atrae una enormidad. Quizás en otra vida fui bruja o doctora medieval, porque todo lo vivo de las hierbas me atrae como un imán. Los árboles eran majestuosos y casi imposibles de abrazar. Su ancho era de varios pasos y sus copas como la película de Avatar albergando reinos que era imposible divisar.
Entramos a un sendero que se llamaba de los sentidos, porque ahí sí podías tocar las ramas, las hojas y hasta el tronco sin alertar. Me sentí en un bosque sureño aunque en estación seca ya que no se respiraba esa típica humedad rica después de una lluvia torrencial. No obstante, lo anterior, sólo sentir esa cama de hojas palpitando en cada paso que daba, fue una sensación muy especial. Cuanta muerte y cuánta vida mezclada sin ton ni son, pero armando el hábitat necesario par continuar. Los helechos turgentes y de color verde intenso se abrazaban con troncos viejos que deben haber muerto hace un siglo o más. Entre medio lagartijas, insectos, arañas y todo un mundo que seguía su paso independiente de las interrupciones que les hacíamos al pasar.
Uno de los aspectos lindos de destacar es cuando exponen las especies propias de los cerros de Capetown. Se llaman Fybos que significa arbusto fino y lo componen una centena de suculentas o parientes de ellas, que compiten en quien hace la flor más linda o la hoja más espectacular. Cada hoja está vestida de un color especial y no hay posibilidad de elegir a cuál es más bella en verdad. Podría dar mi voto a unas que llaman Proteas, como familia, y que en Chile son caras de comprar. Aquí todo se da en los cerros y si no fuera por las culebras, ya me habría bajado a cortar. Hay flores rojas, amarillas, moradas, blancas, lilas y son como siempre vivas que albergan en su interior agua que las recorre desde una eternidad. Combinan perfecto con las rocas ya que parecen hacer buenas migas, sin necesitar tanta tierra para crecer en paz.
En medio de los senderos, hay momentos en que te sientes casi aplastado por una vegetación imponente que no se quiere dejar atravesar, sobre todo en las plantas plataneras y en algunos árboles que no sabría nombrar. Hay muchos que ostentan flores muy aromáticas y azahares para refrescar, pero lo más lindo son sus cortezas y su dignidad. Había ásperas, lisas, jaspeadas, rudas y otras casi de seda natural. Son muy silencioso los árboles, pero me parecen seres generosos y pacientes a todo dar. Había algunos que superaban en altura un edificio, pero eran flexibles y fuertes y no dudaban en saludar con sus ramas cuando el viento las quería abrazar. El calor del día nos empezó a afectar y aunque llevábamos provisión de boca, el hambre y la sed empezó a atacar. Había fuentes de agua cada cierto tramo, pero lo más rico era hacer descansos bajo las sombras de algunos árboles y conversar contemplando la maravilla que se nos desplegaba sin cesar. Cada banco tenía una chapa puesta con el donante oficial y se notaba que todo estaba muy bien mantenido a pesar de la sequía que tuvieron que sufrir hace sólo un año atrás. Contaban que fue motivo de discusión parlamentaria si seguían regando el parque o lo dejaban secar, ya que la inversión es millonaria y su historia digna de alabar. Finalmente, y como no llegaron a acuerdo, por suerte el cielo se apiadó de todos los seres de esta ciudad, incluido este Edén sudafricano que no merecía morir de sequedad. Puede que suene un poco asqueroso, porque no hemos vivido restricción igual, pero en los baños del parque decía en cada puerta algo similar a los siguiente: “Si el agua está amarilla, déjala no más; si e